martes, 12 de mayo de 2015

Trincheras en el país que no aparece en el mapa. Nagorno Karabaj celebró elecciones, pese a ser un Estado no reconocido

Nagorno Karabakh: 240 kilómetros de trincheras en el país que no aparece en el mapa

La frontera de Nagorno Karabakh no aparece en Google Maps. No lo intentes, porque no la vas a encontrar.

Según la cartografía del buscador, este territorio de 12.000 kilómetros cuadrados forma parte de Azerbaiyán. No es un capricho ni un error. Artsakh, que así se conoce en armenio al enclave donde habitan 150.000 personas, es un Estado no reconocido desde que se firmó el alto el fuego en 1994.


Alberto Pradilla, en VICE News. Foto: 4 soldados karabajos en uno de los puestos de control ubicados entre las trincheras de la línea de contacto (Alberto Pradilla/VICE News). 11 de mayo de 2015

Nunca se dio un paso más ni se llegó a ningún acuerdo, por lo que el de Nagorno Karabakh pasó a formar parte de la larga lista de "conflictos congelados".

Después de seis años de guerra entre armenios y azeríes y más de 30.000 muertos, se mantiene un difícil equilibrio en la línea del frente. Esta es la verdadera delimitación desde hace dos décadas. Son 240 kilómetros de trinchera en lo que se denomina la "Línea de Contacto" que separa los puestos avanzados de ambos ejércitos.

Como explica un oficial armenio que no quiere dar su nombre "por motivos de seguridad", podrías recorrer todo el contorno de Nagorno Karabakh a través de los sinuosos caminos excavados en la tierra, protegidos con madera y cemento y en los que latas colgadas sobre cuerdas en hilera ejercen de improvisada alarma.

"Estamos preparados para todo. No queremos la guerra, pero defendemos a nuestra población", asegura Bako Sahakyan, presidente del territorio, a VICE News.

Deja claro que la cuestión militar es clave. El gobierno de Stepanekert nunca informa sobre cuántos soldados tiene desplegados. Todos los jóvenes tienen la obligación de alistarse cuando cumplen 18 años y permanecen dos en el cuartel. Luego pueden profesionalizarse. También reciben voluntarios procedentes de Armenia o incluso de la diáspora. Pero nunca se publican los datos exactos porque el riesgo de rebrote del conflicto siempre está latente.

Los oficiales desplegados allí aseguran que las tropas están con la moral alta. Que están "defendiendo a sus familias".

A pesar del alto el fuego las hostilidades nunca se han detenido del todo. "Hay ataques habitualmente. Los azeríes aprovechan nuestras jornadas festivas, como año nuevo, para recordarnos que están ahí", dice un soldado mientras vigila la frontera.

Desde este punto, ubicado en el este del país, a una hora en coche desde la capital, los dos ejércitos pueden verse cara a cara. Apenas están separados por 400 metros. Una corta distancia aprovechada por los francotiradores. Desde una mirilla de madera se observa el puesto de control azerí. Los soldados no recomiendan permanecer mucho con la cara pegada al agujero y recuerdan que varios uniformados han perdido la vida tras ser alcanzados por un certero disparo. Como engaño para los tiradores, varios muñecos vestidos con uniforme se despliegan a través de la trinchera.

"Debemos tener en cuenta que la situación es imprevisible. Por eso nos tenemos que mantener firmes y mejorar nuestro sistema de seguridad", insiste Sahakyan en conversación con VICE News.

Afirma que su posición siempre es defensiva. Que nunca inician los tiroteos. Además, insiste en que, aunque buena parte de su población desearía integrarse en Armenia, este asunto no está en la agenda. Su objetivo ahora es constituirse como Estado independiente.

Azerbaiyán, sin embargo, se opone tajantemente. Califica de "ocupación" el actual estatus y recuerda que miles de refugiados residen en improvisadas viviendas dentro de su territorio desde que fueron expulsados. Las tensiones interétnicas durante la guerra provocaron la desaparición de localidades como Agdam, entonces habitada por azeríes y ahora reducida a escombros.

"Es el gobierno de Bakú el que no se preocupa de sus propios habitantes", argumenta Arayik Arutyunyan, primer ministro de Nagorno Karabakh y reelegido en las elecciones celebradas el 3 de mayo en una entrevista con VICE News realizada en el mismo momento en el que los karabajos acudían a las urnas.

Han pasado 22 años desde la guerra pero las heridas todavía son visibles. En Stepanakert, la capital, la reconstrucción fue más eficaz y apenas tiene cicatrices. Otros municipios como Shushi mantienen edificios reducidos a su esqueleto y agujereados por los proyectiles. Esta localidad tenía una importante comunidad musulmana, opuesta a la mayoría armenia y, por lo tanto, cristiana. Así lo demuestran las dos mezquitas sin minarete y destrozadas por las balas que forman parte del paisaje pero que no parece que vayan a ser reparadas. Ya no queda ningún musulmán en Shushi.

La guerra está congelada en las trincheras. Aunque las víctimas se suceden. Entre los soldados, por efecto de los francotiradores. Entre los civiles, al pisar alguna de las innumerables minas que todavía siguen enterradas. La política también está en punto muerto.

Ante este panorama podría pensarse que el país es una especie de agujero negro. Pero no es así. Pese a que su único nexo con el exterior es la pequeña y sinuosa carretera que le une con Armenia, los karabajos han dedicado las últimas dos décadas a constituirse en Estado aunque no les reconozca nadie.

Claro que a la población le gustaría que la comunidad internacional le diese el aval. Pero consideran que su desarrollo "de facto" es la mejor arma.

"Votar es lo más importante", aseguraba Lilia Pogoshyan, una maestra que cumplía con las urnas el pasado 3 de mayo en un colegio de Shushi ubicado junto a su iglesia principal. El templo forma parte de la mitología bélica. Allí se ubicaba uno de los principales arsenales azeríes.

"Pensaban que nuestras tropas nunca atacarían aquí. Se equivocaban. Sin embargo, ningún proyectil alcanzó a la iglesia", indica Pogoshyan. Para ella el voto es importante porque implica autoorganizarse. El reconocimiento vendrá después. «Tenemos nuestra Constitución, nuestras instituciones, nuestro Estado. Esperamos que Europa sea justa», explica el primer ministro Arutyunyan, que insiste en la vía de los hechos.

Una opinión compartida por el presidente Sahakyan, que remarca el carácter democrático de sus instituciones como carta de presentación ante Europa.

La comunidad internacional, sin embargo, sigue sin aceptar la validez del Estado y tampoco de sus comicios. Días antes de la cita con las urnas, el Grupo de Minsk (EEUU, Rusia y Francia) emitía un comunicado en el que, si bien reconocía el "rol" de los karabajos a la hora de decidir su futuro, rechazaban que los comicios tuviesen efecto sobre el futuro estatus de la región. Una calculada frase que sirvió a Stepanekert para reivindicar la validez de las elecciones y a Bakú para reafirmar su "ilegalidad". Pero lo cierto es que el gobierno que salga elegido dirigirá la política del país durante los próximos cinco años.

"Al final tienen que sentarse a hablar con algún dirigente. Y estos son aquellos que son elegidos", consideraba Arutyunyan en entrevista con VICE News. Cree que eso ya implica un reconocimiento, aunque sea "a posteriori".

Claro que eso no sirve para solventar los problemas derivados de no ser un Estado oficial. Por ejemplo, la imposibilidad de acceder a los fondos de las instituciones internacionales. A los karabajos también les afecta. Con su pasaporte no podrían salir a ningún lado porque les darían media vuelta en las fronteras. Así que terminan por hacerse un documento armenio, una "trampa" que les permite abandonar su pequeño enclave.

El aeropuerto internacional de Stepanakert simboliza el estado de un conflicto que no avanza. Antes de la guerra operaba vuelos a Yereban, capital armenia, o Bakú, capital azerí. Ahora está completamente vacío, pese a que su interior fue renovado. Colocaron hasta las máquinas de refrescos. Sin embargo, Azerbaiyán ha advertido que todo aparato que despegue será derribado.

Un helicóptero oxidado permanece en la pista desierta. Sin moverse. Como un conflicto que afecta a una región inestable como el Cáucaso y que no tiene perspectivas de que se resuelva pronto.

ARAYIK ARUTYUNYAN FUE REELEGIDO COMO EL PRIMER MINISTRO DE ESTE PAÍS EN EL CÁUCASO

Nagorno Karabaj celebró elecciones, pese a ser un Estado no reconocido

Entre 1989 y 1994 Azerbaiyán y Armenia se enfrentaron a una guerra por este enclave que ahora se autodetermina armenio. Autoridades y ciudadanos buscan su derecho a sentarse en la ONU.

Alberto Pradilla, para El Telégrafo. 6 de mayo de 2015. Foto: Un trabajador cierra la puerta de la pista del aeropuerto de Stepanakert, en desuso por la amenaza azerí (Alberto Pradilla/ VICE News). 
“La reunificación con Armenia no está en la agenda, aunque sea un deseo que comparten muchos de nuestros habitantes. El objetivo es consolidar un Estado independiente”. Bako Sahakyan es el presidente de Nagorno Karabaj, un Estado no reconocido por la comunidad internacional pero que, sin embargo, el domingo celebró elecciones parlamentarias. La situación es complicada. Porque una cosa es lo que dicen las instituciones, que niegan que este territorio de 12.000 km2 y habitado por 150.000 personas constituya una administración con derecho a sentarse en la ONU, y otra es la realidad.
Y esta demuestra que, pese al veto, los comicios se realizaron y que Arayik Arutyunyan, del partido “Madre Patria Libre” repetirá como primer ministro tras obtener más del 40% de los votos. Los últimos 5 años se había mantenido en el puesto gracias a una coalición con las 2 formaciones que le siguen, el Partido de la Resistencia Nacional, de Haik Khanoumian y Artsakh Democrático, liderado por el portavoz de la Cámara, Ghoulian Ashot. Ambos se quedaron por debajo del 20%.
Nagorno Karabaj o República de Artsakh, que así se llama en armenio, no tiene fácil salir del limbo legal en el que se encuentra, pese a que “de facto” constituye un Estado independiente. Sus raíces armenias llegan hasta los primeros siglos después de Cristo.
Quedó como parte de Azerbaiyán por mandato de Josef Stalin poco después de la Revolución Soviética. Con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y las sucesivas independencias de los países satélites de Moscú, declaró su propia soberanía en 1991. Un anuncio que certificó lo que llevaba tiempo gestándose: la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, que se extendió hasta 1994 y que provocó más de 30.000 muertos.
“Lo importante es votar, aunque nuestro objetivo es que nos reconozcan”. Lilia Pogoshyan, maestra de profesión, expresaba así el sentir mayoritario de la población al depositar su voto en una escuela de Shushi, la segunda localidad del país. Aquí se ubicaba la principal comunidad azerí, tal y como lo demuestran las dos mezquitas en ruinas que nadie de la mayoría armenia (y por lo tanto cristiana) se ha molestado en reconstruir. Ya no quedan musulmanes en un municipio estratégico desde el que las tropas de Azerbaiyán bombardeaban Stepanakert, la capital de Karabaj. Las heridas de la guerra son todavía visibles: a los dos templos sin minarete se le suman edificios arrasados, ennegrecidos y agujereados. Poco a poco otros se han levantado de nuevo. La reconstrucción es  cuestión de tiempo. Aunque no es fácil rehacer las ruinas cuando nadie lo reconoce y ni siquiera tienen acceso a las instituciones internacionales.
“Las elecciones tienen un componente internacional, pero es una cuestión menor. Buscamos lo mejor para nuestros ciudadanos”, afirma Sahakyan en entrevista con EL TELÉGRAFO. La discusión entre las 7 formaciones políticas que compitieron en los comicios se reduce a  cuestiones domésticas como el empleo o los servicios sociales. Los grandes asuntos, los relacionados con el derecho a la autodeterminación del enclave o la “política de seguridad”, que es la forma de denominar a las previsiones ante otra futura guerra, forman parte de un consenso del que nadie se excluye. El reconocimiento como Estado es la base de ese acuerdo nacional. “Tenemos nuestra Constitución, nuestras instituciones, nuestro Estado. Esperamos que Europa sea justa”, argumenta Arayik Arutyunyan, el reelegido primer ministro, en conversación con este diario.
El aval internacional, sin embargo, no llega. Así quedó demostrado en el pronunciamiento de los países que conforman el denominado Grupo de Minsk (EE.UU., Rusia y Francia), que son los encargados de garantizar que no se reabra la contienda militar. En él, aunque reconocían el “rol” los habitantes de Karabaj tienen a la hora de decidir su futuro, rechazaban dar por buena su soberanía y negaban que los resultados en las urnas incidiesen sobre su futuro estatus. Unas palabras medidas que en Bakú, capital de Azerbaiyán, se interpretan como un varapalo a la estrategia armenia. En Stepanakert responden con una obviedad: “al final tienen que sentarse a hablar con algún dirigente. Y estos son aquellos que son elegidos”, dice Arutyunyan. Una forma de señalar que, en la práctica, los comicios serán validados aunque sea “de facto”.
A las inmensas dificultades de ser un país sin salidas diplomáticas se le une la espada de Damocles de la guerra. El conflicto abierto se paralizó hace 22 años pero todavía hay escaramuzas. De hecho, en agosto pasado decenas de personas murieron en una escalada registrada en la denominada “línea de contacto”, el punto en el que las trincheras separan a las tropas azeríes y armenias. La frontera que oficialmente no existe está delimitada por 240 kilómetros de barricadas cavadas en el suelo y latas como improvisadas alarmas. Allí, un número indeterminado de soldados (“es secreto oficial”, argumenta el mando de una unidad) vigila día y noche a apenas 400 metros del puesto de control azerí.
“No queremos la guerra, pero nos preparamos para cualquier cosa”, afirma el presidente Sahakyan, que cree que es una “obligación” mantener las líneas vigilantes. Insiste en que su posición es defensiva, lo que repiten todos los uniformados que se despliegan en el frente. La pregunta es: ¿qué tiene que ocurrir para que el denominado “conflicto congelado” se cierre definitivamente?
En Stepanakert argumentan que la receta es la libre determinación del territorio. En Bakú, por el contrario, aseguran que este es territorio azerí. Lo cierto es que su población siempre fue minoritaria, aunque durante la guerra decenas de miles de personas se convirtieron en refugiados y sus aldeas quedaron arrasadas.
En este contexto, el presidente advierte que no se puede considerar este un enfrentamiento regional. Sobre todo si se tiene en cuenta los conflictos desatados en la última década, entre los que se incluyen los de Georgia y Ucrania.
Hasta que el diálogo llegue, si eso es posible, los ciudadanos de Nagorno Karabaj se organizan como si fuesen un Estado. Una anomalía en el mapa que, pese a no existir oficialmente, el domingo celebró elecciones. 

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