Movimiento Democrático Popular, 12 de enero de 2012
El discurso presidencial del pasado 2 de enero, pronunciado en el acto de apertura de las sesiones de la Asamblea de Diputados, no ha sido otra cosa que una formal declaración de guerra del Presidente de la República contra todos los sectores de la sociedad panameña. En efecto, atacó, incluso de forma grosera y chabacana, al sector empresarial en general, en especial a la banca, la Zona Libre de Colón, los casinos, a la línea aérea COPA, a las empresas hoteleras, al igual que a los medios de comunicación y periodistas, así como a los partidos políticos opositores. El Presidente los definió como “cobardes”, “descarados”, “carentes de principios”, “corruptos” y “ladrones”. No cabe la menor duda de que se trata de un discurso inédito en los anales políticos del país. ¿Qué explica esta situación y que la ha generado?.
¿Quién y por qué nos atacan?
En su discurso, el Presidente Martinelli se interroga sobre el por qué lo atacan y quiénes son su atacantes. Llegado al poder mediante un falso discurso contra la partidocracia que había gobernado desde 1990 y contra la corrupción generalizada en la que habían incurrido los anteriores gobiernos, proclamándose independiente y enfrentado al sistema político vigente, Martinelli asaltó el poder como el capo mafioso que asalta la casa matriz de un banco importante.
En efecto, sin responder a ninguna fracción de los sectores económicamente dominantes, y por lo tanto careciendo de proyecto político alguno, el gobierno Martinelli ha convertido al Estado en una máquina compulsiva de obtención de recursos, vía impuestos y préstamos de organismos financieros, que luego se embolsa su gobierno por la ruta trillada, propia de las dictaduras: las mega obras, en ocasiones innecesarias o no prioritarias, pero perfectas para los sobreprecios escandalosos. En pocas palabras, tanto invierto, tanto me embolso. De ahí el desenfreno irresponsable y corrupto de las inversiones públicas del actual gobierno.
Esa característica, la de no responder a ninguna fracción de los sectores dominantes, le ha posibilitado situarse por encima de la sociedad, es decir conquistar una gran autonomía política, respondiendo de esa manera únicamente a sus intereses personales y a los de su desclasado círculo íntimo. Para ello ha construido un poder personal que descansa en el control absoluto de todos los poderes del Estado, los cuales se le someten por la vía del chantaje y la amenaza, o la simple compra-venta de sus integrantes. A ello hay que agregar la acelerada militarización del Estado y la conversión de la Dirección General Ingresos en un arma política letal contra sus críticos y adversarios. ¡Esa es la dictadura civil que ha surgido en nuestras propias narices!
Los desmanes orgiásticos realizados con los fondos públicos (compra de corredores, hospitales, Finmeccanica, cárceles, galleta nutricional, cinta costera, Juan Hombrón, Paitilla, etc., etc.), a la manera propia de los gobiernos dictatoriales, han generado una catarata de críticas y denuncias por parte de los medios de comunicación, la sociedad civil y los partidos de oposición. Tales han sido los escándalos, las denuncias y las resistencias (Changuinola y San Félix), que el dictadorzuelo ha caído más de 40 puntos en las encuestas y sigue barranco abajo. Ese aislamiento político, pese a su compra de varios medios de comunicación social, es lo que lo ha empujado a “huir hacia delante”, declarándole la guerra al conjunto de la sociedad: o estáis conmigo, o estáis contra mí.
Está claro que para el Presidente sus atacantes son todos aquellos que no se le someten y que la razón de tales ataques es porque “ya no mandan”, puesto que sólo “manda” él. Lo que agregado a que su gobierno es “un proyecto a largo plazo” y de que sobre ello “no hay marcha atrás”, nos dice claramente de la perversa intención de mantenerse en el poder cueste lo que cueste y a sangre y fuego si fuese necesario. Y esa es la razón del por qué se le ataca, y del por qué el responde con una abierta declaración de guerra.
La naturaleza de la crisis
La dictadura civil que padecemos tuvo y tiene su caldo de cultivo en la descomposición de un régimen político agotado, incapaz de ser útil y eficiente para la dominación de la sociedad. Magistrados que no ocultan su servilismo y diputados que explican públicamente las razones económicas de su entrega al tiranuelo, le han restado toda credibilidad y funcionalidad al sistema. Su crisis de representatividad, que se profundiza transformándose cada vez más en una crisis de legitimidad, ha posibilitado el surgimiento de un tiranuelo que, una vez capturado el poder, se esfuerza por consolidarlo y ejercerlo al margen por completo de la sociedad. Estamos ante una Dictadura y el mayor error que podríamos cometer sería no percatarnos de ello.
Nos enfrentamos pues, y una vez más, a una crisis política generada por la imposición de un régimen dictatorial. No se trata ahora de luchar por ampliar las libertades democráticas de participación política, respeto a los derechos gremiales y sindicales, así como a los derechos ciudadanos, tal como obligaba el régimen de “libertades democráticas recortadas” existente hasta el 2009. Ahora se trata de la lucha por la democracia, frente a una dictadura que simplemente, por lo que es, elimina de un plumazo, de manera descarada, brutal y violenta, todo vestigio de respeto constitucional, y suprime, por ello, las más elementales garantías ciudadanas.
Democracia vs. dictadura civil
Frente a este nuevo panorama, errados estarán lo que piensen que la presente crisis se supera mediante supuestos acuerdos con el nuevo régimen dictatorial, ya que los mismos solo cumplirán la función de dividir a las fuerzas opositoras. La coyuntura exige una lucha frontal contra la dictadura y por la democracia, y las fuerzas consecuentemente democráticas y emancipatorias tendrán que construir un nuevo discurso orientado a frenar inicialmente los desmanes de la tiranía, para luego derrotarla política y electoralmente. En ese camino, descartada está la defensa de una institucionalidad obsoleta, corroída por la corrupción y desprestigiada ante una ciudadanía que ya no se siente representada por ella en absoluto.
Esa batalla por la democracia y contra la dictadura no es banal, ni podemos permanecer al margen de sus resultados. ¿Nos será igual un régimen democrático que una dictadura? Hay que tomar partido, y para ello hemos de impulsar un Frente Democrático que se vertebre por la propuesta de una Asamblea Constituyente Originaria, previa reforma democrática y consensuada del Código Electoral. Su objetivo: ampliar los derechos y libertades del pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario