Se ha ido Miguel Romero "Moro", co-fundador de la LCR, editor de Viento Sur y compañero de Izquierda Anticapitalista. Un revolucionario honesto, firme, culto, coherente, incorruptible.
Manuel Garí, en Viento Sur
El cáncer pudo, finalmente, el 26 de enero en Madrid, con la tenaz resistencia de Miguel Romero Baeza (Melilla, 1945). Periodista y militante revolucionario vivió y combatió a la dictadura franquista y al sistema capitalista con la misma pasión, inteligencia y dignidad con la que enfrentó su enfermedad. Nunca perdió la capacidad de indignación frente a la injusticia, siempre se puso del lado de las gentes de abajo, fue inmune al acomodo, en todo momento mantuvo la lucidez analítica y la decisión en la acción. Lo suyo, como ocurrió con tantos otros y otras revolucionarios, primero fue una sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, luego una opción ética (“con los pobres de la Tierra quiero yo mi suerte echar”) y más tarde, solo más tarde, vinieron la táctica y la estrategia, el partido y el programa. Vivió exactamente como pensaba. Ni una gota de ambición, ni un gramo de lucro. Decentemente. Austeramente. Incorruptible.
Por eso, ya muy deteriorado por la enfermedad, se encontraba como pez en el agua en las plazas del 15 M y en medio de las mareas o en las reuniones y actividades formativas con jóvenes de Izquierda Anticapitalista. Exactamente igual que cuando comenzó a participar en el movimiento estudiantil de los años sesenta, de forma idéntica a su presencia en los piquetes en las huelgas generales o en las movilizaciones primero por la amnistía, luego contra la entrada en la OTAN y la presencia de las bases norteamericanas, en la solidaridad con la frustrada revolución nicaragüense o en cualquier causa que mereciera la pena. Muy particularmente en todos los intentos de organizar la resistencia internacional frente al capitalismo global; de ahí la intensa actividad que desplegó en las actividades en Foros Sociales Mundiales como el de Porto Alegre.
Moro –nombre por el que le conocíamos sus compañeros y amigos, y con el que se identificaba plenamente– formó parte de la generación del 68, cuando parecía que podíamos cambiar el mundo, cuando –a pesar de la represión– corrían vientos de esperanza y generosidad, tiempos en los que no era una locura ni rareza luchar por la revolución socialista que, concebíamos bien distinta a la dictadura estalinista, y bien al contrario, pretendíamos que fuera la condición para una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales. Tiempos de generosidad y compromiso, bien alejados del maldito principio rector del ratio coste/beneficio.
Precisamente entonces nos conocimos, en unos momentos en los que, tomando unas palabras suyas dedicadas a Silvino Sariego, forjamos “una amistad entrañable, creada hace más de cuarenta años, cuando amistad y revolución eran inseparables”. Moro además de un luchador, un activista y un lúcido político –de los que jamás cobraron una moneda de las arcas públicas– fue un amigo entrañable e incondicional de sus amigas y amigos para quienes es un orgullo el que hayamos contado con su afecto y confianza. Y compartido vida. Y ahí nació mi amistad y conmilitancia a prueba de pruebas con Moro, Jaime Pastor, Lucía González (¡cómo te echo de menos!), y siguieron llegando nuevas gentes a nuestras vidas: Chato Galante, Justa Montero, Marti Caussa, Petxo Idoyaga y se añadieron gentes muchas gentes de una lista imposible de reproducir.
En el año 66 estaba deseando organizarse políticamente, no hubo ni que argumentarle la necesidad de hacerlo, bastó con pasarle una cita. Pronto me di cuenta de la calidad del “fichaje”. Y desde entonces ni un solo día de su vida ha dejado de estar organizado para luchar. Porque Moro siempre concibió que la acción o es colectiva y compartida o no es emancipadora. Y democrática. La acción y la organización del movimiento social, para Moro y para quienes hemos compartido la experiencia, debe estar impregnada de democracia, de autogestión, de autoorganización. Para él no hay partido que merezca la pena si, aún en las peores condiciones de represión, no es totalmente democrático en su funcionamiento.
Primero militó en el Frente de Liberación Popular (FLP) y tras su disolución fue uno de los fundadores del grupo Comunismo, embrión de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) de cuya dirección formó parte y que durante años representó en los organismos de la Cuarta Internacional, dónde compartió debates, proyectos e ideas con gentes de la envergadura, entre otros, de Ernest Mandel (su maestro), Francisco Louça y Daniel Bensaïd. El Bensa, su amigo francés, referentes ambos de ambos en sus elaboraciones políticas, con el que mantuvo un diálogo permanente hasta el día de la muerte del filósofo y activista, el 12 de enero de 2010.
Moro jugó un papel clave en el acercamiento entre ETA VI y LCR que culminó en la fusión de ambas organizaciones. Durante años impulsó el desarrollo de las organizaciones revolucionarias en América Latina, años en los que fue director de la edición en castellano de Inprecor, revista política bimestral de LCR. Pero su mayor labor (e ilusión) periodística la volcó en sus artículos para Combate, periódico de esa misma organización de la que fue director en varias etapas, hasta la fusión de su partido con el Movimiento Comunista (MC). Tras el fracaso de esa unificación, formó parte de Espacio Alternativo, corriente de IU, que en 2008 abandonó la coalición y se convirtió en Izquierda Anticapitalista, organización de la que seguía formando parte activamente Miguel Romero.
Creó la revista bimestral Viento Sur, publicación con una importante influencia en la izquierda alternativa, de la que ha sido editor –y principal impulsor– durante los 131 números aparecidos hasta el día de hoy. Esta ha sido su principal contribución en los últimos años, incluidos los de su larga enfermedad, desde la revista de papel o la web. Labor periodística que ha compaginado con su participación en foros y mesas redondas, conferencias y charlas formativas, trabajo durante años en ACSUR-Las Segovias, y la autoría de obras como ¡Viva Nicaragüa libre! (1979), La guerra civil española en Euskadi y Catalunya: contrastes y convergencias (2006) y Conversaciones con la izquierda anticapitalista (2012) o su participación como coautor en Porto Alegre se mueve (2003), 1968. El mundo pudo cambiar de base (2008), Enrique Ruano, memoria viva de la transición (2009) y Pobreza 2.0 (2012).
Moro vivió intensamente la vida, exprimió todo aquello que merecía la pena. Disfrutó de su familia hasta el último momento, del amplio clan de los Romero del que se vanagloriaba. Y con razón, añado, una vez los he conocido. Excepto su etapa de Paris, toda su vida adulta la pasó en Madrid, salvo cortas estancias en otras ciudades, obligado por la clandestinidad. Pero siempre profesó de andaluz. Un andaluz capaz de entender a las gentes de otros pueblos y de respetar su derecho a decidir. Disfrutó de sus amistades. De las antiguas y de las nuevas. De gentes viejas y de gentes casi recién llegadas. No perdió la capacidad de conectar con las siguientes generaciones. Disfrutó de los momentos, de cada momento. Rigió su cotidianeidad por el sabio “carpe diem”. Por su carácter y por su visión del mundo, “nada humano le era ajeno”. Todo le interesaba, desde el impacto de la biotecnología al significado de la obra de Brecht.
Pero sobre todo tenía aficiones. Grandes. Apasionado del flamenco y partidario de Enrique Morente, disfrutaba igualmente con la Sinfonía nº 40 de Mozart o con Tristán e Isolda; fan de los Beatles y de Van Morrison y un buen conocedor del jazz. Pero sobre todo fue un lector empedernido, por supuesto de autores marxistas, pero no solo; leía a Maiakovski, leía y releía Poeta en Nueva York. Miren por favor todas las contraportadas de Viento Sur y comprobarán el homenaje permanente a García Lorca. Y devoraba novelas desde que, según me contó, de chaval tropezó con La isla del Tesoro. Muy particularmente le apasionaba la novela negra. Como a tantos otros revolucionarios. Y el cine. Asiduo asistente al Festival de San Sebastián, es posible que tenga algún record de visionado de Roma cittá aperta o de Viridiana, admirador de Billy Wilder y de Berlanga, en más de un artículo político –no se sabe cómo– encontró la excusa para citar a Lauren Bacall. Y un secreto a voces: cuando jugaba el Barça, el reloj se paraba, y mejor esperar a llamarle tras la retransmisión del partido. Eso, todo eso y más, configuraba el mundo polifacético de alguien al que mucha gente solo conoció por su compromiso político.
¡Cuantas y cuantas cosas, amigo, compañero Moro, se podrían contar de ti! No recuerdo ninguna mala. Y sí recordaré siempre los buenos difíciles momentos políticos y personales en los que estuvimos juntos, compañero. Hasta la misma noche que entraste en coma. Un momento antes aún tenías ganas de saber “cómo están las cosas”, las de siempre, las tareas del momento.
Si Moro pudiera hacer un balance de su vida, nada lo expresaría mejor que unas palabras que escribió hace décadas, en el artículo “Punto y aparte” del número 518 de Combate, y que puede explicar su constante esfuerzo por “conectar” con la juventud indignada, con las nuevas generaciones revolucionarias y su obsesión por la renovación, por dar paso:
“No hay más que mirar el esqueleto de artículo que tengo delante. Allí dice en la primera página “relevo”. No es una idea muy original, pero es verdad que eso es lo importante. Pasamos el testigo. Hemos recorrido el trayecto que nos tocó, tan distinto del que habíamos imaginado, con todas nuestras fuerzas. No estamos cansados. Aún con todos los obstáculos y tropiezos, nos ha gustado la carrera. Y ahora estamos satisfechos de dejar el testigo en manos que también son las nuestras y seguir adelante. Esto es lo que cuenta y todo lo demás es secundario”.
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