A pocos meses de las elecciones generales en Sudáfrica, acaba de celebrarse el congreso del sindicato de la metalurgia, una de las mayores federaciones de la COSATU (confederación ampliamente hegemónica desde hace treinta años en las principales ramas económicas del país). Sin embargo, este congreso de la metalurgia va a marcar por mucho tiempo el panorama social y sindical del país...
Claude Gabriel, en Gauche Anticapitaliste. Tomado de Viento Sur. Traducción: Faustino Eguberri
En el curso de las negociaciones para un cambio institucional (1990-1994), el COSATU se institucionalizó y se integró totalmente en el marco de una alianza con el ANC y el Partido Comunista. En 1994, mientras se operaba la transición definitiva, con la elección de Mandela como presidente, el COSATU fue encargado de asociar a los trabajadores a la construcción de una “nueva Sudáfrica”. Al mismo tiempo el nuevo poder adoptaba una línea suficientemente liberal como para que las promesas de un cambio social profundo no se realizaran, si se exceptúa el acceso a empleos más calificados para una capa de algunos centenares de miles de negros. La paradoja fue rápidamente superada por la corrupción de las direcciones sindicales, por su coparticipación en el poder político a través de responsabilidades cruzadas en el seno del ANC y del PC, y por salarios enormes para los responsables sindicales en el seno de su empresa. En mayo de 2012, un periódico informaba de que el secretario general del sindicato de minas (NUM) había recibido un salario anual de 1,4 millones de rands (98.000 euros), lo que en ese país le coloca entre el 1% más remunerado de la población. Y todo sigue este tono, incluso en el caso de los delegados locales (shop-stewards) en un cierto número de ramas. Mientras tanto, el paro alcanza más o menos el 40% si se tiene en cuenta la masa de gente que no busca ya oficialmente empleo, los barrios de chabolas no dejan de crecer y se siguen caracterizando desgraciadamente por su identidad racial (mestizos, africanos...) y la criminalidad alcanza cotas altísimas. Múltiples luchas estallan en el país por servicios mínimos en los barrios de chabolas, por las condiciones de existencia (trabajadores agrícolas) o por los salarios. Las empresas que prestan mano de obra para romper las huelgas hacen fortunas.
Un año después de Marikana
En agosto de 2012, estallaba una huelga en la mina de platino de Marikana demandando un salario de 12.500 rands (875 euros/mes). Ese conflicto no apoyado e incluso denunciado por el NUM (cuyo antiguo dirigente Cyril Ramaphosa es hoy uno de los hombres más ricos del país) se concluyó con la masacre de 34 mineros por la policía. Lo que ha constituido tanto un traumatismo nacional como un punto de ruptura.
Es pues aproximadamente un año después cuando se ha abierto el congreso de la metalurgia (NUMSA). Las resoluciones votadas no tienen ambigüedades: ruptura con la alianza (ANC,PC), denuncia del Partido Comunista por su abandono del proyecto socialista en beneficio del liberalismo y llamamiento al COSATU para que también él rompa. Este proceso tiene fuertes posibilidades de llegar a una escisión del COSATU reagrupando un cierto numero de otros sindicatos igualmente críticos.
Pero el giro es aún más profundo, pues la dirección del NUMSA es también miembro del ANC y del PC. Es por tanto una ruptura sistémica. Otras resoluciones del congreso llaman, por otra parte, a recuperar el proyecto socialista y a formar un nuevo partido de los trabajadores. El acontecimiento es de una gran importancia, incluso si el proceso corre el riesgo de ser cualquier cosa menos lineal.
En efecto, la dirección del NUMSA viene de una cultura estalinista en la que el movimiento social y el “partido” son la misma cosa. La construcción de un nuevo movimiento obrero democrático necesitará una ruptura completa con este planteamiento así como una relación de igual a igual entre los sindicatos y la floración de movimientos y asociaciones en los barrios, los poblados de chabolas y las zonas rurales. Todo esto es algo evidentemente incierto.
Pero mientras tanto, el congreso del NUMSA constituye una oportunidad para la izquierda sudafricana, ya muy activa. A la apertura del segundo día del congreso, todos los delegados han llegado en filas apretadas, blandiendo cada uno un billete de 100 rands (para las familias de las víctimas de Marikana) y pidiendo la dimisión de Zuma, el actual presidente de la República, debido a esa represión.
La crisis está por tanto abierta, y esto ocurre simbólicamente en el momento de la muerte de Mandela. Pero la historia no nos ha pillado por sorpresa. Ha sido necesaria una generación para que el aliento comprensible de la “revolución democrática” se difumine y que el capitalismo racial aparezca como el verdadero problema. Fuera de las clases medias no blancas que el cambio de régimen ha permitido ampliar y los pocos multimillonarios negros ligados al poder, la economía sigue esencialmente en manos de la clase dirigente blanca, de las minas y de las multinacionales extranjeras. Las diferencias entre las rentas son tales y el costo del trabajo manual tan bajo que Sudáfrica sigue siendo el país paradisíaco para los “blancos”. Esto es lo que sigue siendo el “país arcoiris”.
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