Laurent Bonnefoy, en Orient XXI. Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
El rocambolesco episodio del 21 de febrero de 2015 que condujo al presidente de la transición Abd Rabbo Mansur Hadi a huir de Sanaa y a refugiarse en Aden, en el Sur, situó al Yemen en una situación insostenible. Incapaz de enfrentarse al ascenso de los rebeldes hutíes, había anunciado un mes antes su dimisión para ser luego ser luego colocado en residencia vigilada en Sanaa, la capital, por esa misma milicia chií. Aprovechándose del descuido de sus guardianes, huyó de madrugada de su palacio por una puerta oculta y se refugió en la antigua capital del Yemen del Sur, de la que es originario. El 25 de marzo de 2015, algunos oficiales anunciaron su partida del país mientras los hutíes estaban a las puertas de Aden y bombardeaban la ciudad. La localización de Hadi sigue siendo algo ignorado pero ciertamente éste ha perdido su capacidad de actuar. ¿Cómo explicar tal debacle?
Reconquistar Yemen desde Aden
Durante la cautividad de Hadi en Sanaa, el vacío institucional había sido ocupado por los propios hutíes. Este movimiento político-religioso salido de la rama zaydita del chiísmo, aunque inicialmente marginal, había ganado a lo largo de los años en popularidad y en capacidad de actuación. Desde el verano de 2014, los hutíes habían logrado poner bajo presión al gobierno y a Hadi, tomando el control de la capital, obteniendo la dimisión del primer ministro Mohamed Basindwa y protagonizando, aún sin asumirlo a las claras, un golpe de estado. Esta toma del poder solo había sido posible mediante una alianza de circunstancias entre los hutíes y el antiguo presidente Ali Abdallah Saleh, depuesto de sus funciones por la movilización de la calle en 2011 y que continuaba gozando de la lealtad de una parte significativa del aparato de seguridad. La alianza entre antiguos enemigos que se habían combatido en el contexto de la guerra de Saada entre 2004 y 2010 permitía a ambos vengarse de su adversario común, el partido al-Islah, rama yemenita de los Hermanos Musulmanes, aliado al presidente Abd Rabbo Mansur Hadi.
A pesar de la fragilidad de sus apoyos locales, Hadi continuaba recibiendo al apoyo de la comunidad internacional. Así, Arabia Saudita había reabierto su embajada en Aden y el Consejo de Seguridad de la ONU mantenido su confianza sin tener en cuenta que la lógica de lo realizado por Hadi desde su huida a Aden producía polarizaciones binarias forzosamente generadoras de guerra. Carente de puntos de referencia, la ONU y las grandes potencias, a la vez que llamaban a una vuelta a las negociaciones, habían elegido un campo. Al hacerlo, avalaban así una lectura ciertamente defendida por los propios actores, pero sin embargo parcial y en gran medida destructiva. Con la caída de Hadi pierden aún más puntos de referencia.
Polarizaciones binarias
La llegada de Hadi a Aden ha precipitado a esta ciudad en la confrontación con los hutíes, pareciendo polarizar el conflicto yemenita alrededor de una lógica binaria Norte/Sur de una parte, pero también chiíta/sunita. Sin embargo, Aden había permanecido, desde 2011, en gran medida, al margen de la lucha entre las élites que se desarrollaba en Sanaa e implicaba a hutíes, Hermanos Musulmanes, partidarios de Saleh y apoyos de Hadi. La población del Sur, en gran medida partidaria del movimiento secesionista, no se sentía ya concernida por los asuntos del Norte y reclamaba por tanto su independencia. La situación ha cambiado brutalmente y la violencia ha llegado a Aden importada de alguna forma por Hadi: el aeropuerto, situado en el centro de la ciudad, ha sido teatro de violentos enfrentamientos a mediados de marzo entre partidarios y adversarios de Hadi y el palacio de este últimos ha sido bombardeado por aviones de combate enviados por Sanaa, muy probablemente pilotados por oficiales leales a Saleh y aliados de los hutíes.
Esta reconfiguración ha venido a fijar una situación compleja de conflictividad en marcos simplistas, tanto histórico-geográficos como confesionales. La pertenencia de los hutíes al zaydismo chií, las acusaciones recurrentes del apoyo iraní o su rivalidad con los Hermanos Musulmanes de Al-Islah dan, innegablemente, una coloración confesional al conflicto. El Norte encarna la identidad zaydita y, en sentido contrario a una lógica histórica de convergencia religiosa, el zaydismo ha entrado en una dinámica de rechazo del sunismo dominante en Yemen pero minoritario en torno a Sanaa. El asesinato del intelectual hutí Abdel Karim Al-Khaywani el 18 de marzo de 2015 y luego el atentado, dos días más tarde, contra las dos mezquitas zaydíes en Sanaa con más de 150 muertos refuerzan esta polarización confesional que parece cada vez más capaz de movilizar. La reivindicación de los atentados por la organización del Estado Islámico (EI), hasta ahora inactiva en Yemen, ilustra una dinámica devastadora. Por su parte los avances hutíes en las regiones sunitas del exYemen del Norte, Taez en particular y ya Aden, producen un profundo resentimiento.
En la otra parte, en el Sur, la población es exclusivamente sunita. El propio Hadi podía esperar aparecer como una encarnación de esta identidad que se cristaliza alrededor de un rechazo de la rebelión hutí y por tanto del chiísmo pero también del Norte. La cuestión está en que el principal obstáculo para el avance de los hutíes es Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) que se alía con las tribus de las zonas fronterizas entre el Norte y el Sur en Al-Baida, Al-Dhala o en Yafea. en este marco, el antihutismo, transformado en antichiísmo, es un poderoso aglutinante. Sin embargo, no borra las divisiones internas que hay en cada campo.
Cada campo dividido
La opción elegida por Hadi ha llevado, en último término, a afirmar la idea de una ruptura política que los sudistas reclamaban desde hace varios años: Sanaa y sus alrededores, bajo el control de los hutíes, se ven desconectados del resto del país e incluso aislados, dejado aparte a Irán, del resto del mundo. No es cierto, sin embargo, que esta fragmentación produzca realmente lo que los secesionistas sudistas esperaban de ella. Más bien viene a subrayar directamente las divisiones internas del movimiento sudista.
Los hutíes se han precipitado por la brecha, anunciando haber ofrecido a Ali Salim Al-Bidh un pasaporte diplomático que permitiría a este líder secesionista y antiguo presidente de Yemen del Sur volver a su país tras más de dos decenios de exilio. La alianza objetiva que se creaba entre Hadi y los grupos yihadistas en su lucha común contra los avances hutíes colocaba al primero en una posición difícil respecto a la comunidad internacional que le apoya. Las lógicas regionales en el Sur seguían teniendo una grandísima importancia. Las rivalidades históricas entre tribus de Abyan y las de Al-Dhala y Lahj (en el norte de Aden) fracturan el Sur. El Hadramaut, provincia oriental del Sur, parece apoyarse en sus conexiones mercantiles en el Golfo para tomar un camino diferente. Los Hadramis están en cualquier caso poco afectados por lo que se juega entre Sanaa y Aden. En este contexto, una dimisión de Hadi y su salida de Aden eran inevitables.
El campo de los hutíes, fuertemente unido por una voluntad de revancha hacia los islamistas sunitas y sus aliados, no está tampoco exento de divisiones internas. El éxito militar de la milicia zaydita no puede comprenderse más que a la luz de la integración en éste de sectores enteros de las fuerzas de seguridad que han permanecido leales al antiguo presidente. La alianza entre Saleh, él mismo de origen zaydita, y los hutíes es ciertamente funcional pero es difícilmente perenne entre dos antiguos enemigos que, además, están implicados en estrategias diferentes.
El caos beneficia a Saleh que, desde su residencia en Sanaa, da órdenes. La fragmentación ambiente, que desemboca en un cansancio de los ciudadanos frente al desorden que ha producido la “revolución” podría imponer la vuelta con fuerza de sus redes, a través de su hijo Ahmed Ali, antiguo dirigente de la guardia republicana. Desde su puesto de embajador de Yemen en Abu Dabi, al que fue nombrado en 2012, este último es capaz de establecer conexiones fundamentales con importantes actores regionales -los Emiratos Árabes Unidos así como Arabia Saudita- y así aparecer como un recurso.
Los hutíes por su parte expresan un antagonismo claro respecto a los sauditas a los que han amenazado recientemente. Su objetivo pasa por el control de los recursos naturales, en particular en la región petrolera de Marib donde están enfrentados a la resistencia de tribus (no necesariamente de origen sunita). La estrategia hutí se encarna sobre todo en una lucha frontal contra los grupos yihadistas sunitas cercanos a Al-Qaeda, o que hoy se reivindican del Estado Islámico. Todo el problema reside en que cada uno de los avances hutíes refuerza como reacción la solidaridad sunita según una lógica perversa y autorealizadora. La voluntad aparente de los hutíes de inspirarse en la experiencia del Hezbolá libanés y del estado iraní se habría acomodado a una base territorial limitada y a una cohabitación con otras fuerzas políticas que le habrían servido de pantalla pero también de interfaz con la comunidad internacional. Los acontecimientos recientes han decidido de otra manera… sin duda para lo peor.
Puesta al día del 26 de marzo de 2015: Arabia Saudita se ha puesto a la cabeza, el 25 de marzo de 2015 por la noche, de una coalición de diez países que incluyen a los demás miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (excepto Omán), Egipto, Pakistán, Jordania, Sudán (que sin embargo había sido acusado de haber dado armamento a los hutíes) y Turquía para defender al “legítimo gobierno” de Abd Rabbo Mansur Hadi. El papel operativo de los diferentes países miembros queda por definir. Bombardeos sauditas han atacado diferentes objetivos militares hutíes o mantenidos por sus aliados, en particular los partidarios de Ali Abdallah Saleh. Varios líderes militares de la rebelión habrían muerto. Los Estados Unidos han anunciado dar un apoyo logístico a estos ataques. Podría perfilarse una intervención terrestre. Una estrategia así por parte de las potencias regionales aparece como algo en gran medida contraproductivo. No es en forma alguna capaz de relegitimar a Hadi que aparecerá, incluso ante una amplia parte de la población del Sur, como quien ha llamado a una intervención extranjera despreciando la soberanía del país. Producirá inevitablemente una concentración de las poblaciones alrededor de los hutíes. El antisaudismo de la población y los recuerdos amargos de la intervención egipcia en los años 1960 (que se había saldado con una derrota del ejército de Gamal Abel Nasser) puden producir por otra parte un reflejo nacionalista y una polarización cada vez más fuerte tanto confesional como regional. La estrategia unívoca y simplista de las potencias regionales aparece como sintomática de su pérdida de referencias en Yemen. Puede también sin duda ser percibida como dependiente de las discusiones sobre el tema nuclear con Irán. Si algunos predecían que Israel intentaría torpedear el acuerdo sobre el tema nuclear iraní lanzando una guerra contra el Hezbolá libanés a fin de precipitar a Irán en el conflicto, podría muy bien ser finalmente Arabia Saudita quien haría de Casandra atacando frontalmente a los hutíes.
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