La primera vuelta de las elecciones francesas han dejado un panorama político extremadamente fragmentado. Los 4 primeros candidatos rondan el 20% de los votos:
Emmanuel Macron 8.528.585 votos 23,86%
Marine Le Pen 7.658.990 votos 21,43%
François Fillon 7.126.632 votos 19,94%
Jean-Luc Mélenchon 7.011.856 votos 19,62%
Marine Le Pen 7.658.990 votos 21,43%
François Fillon 7.126.632 votos 19,94%
Jean-Luc Mélenchon 7.011.856 votos 19,62%
Editorial de Poder Popular
Los resultados revelan varias cosas. Una cuestión fundamental es la crisis de los grandes partidos tradicionales: el gaullismo conservador de Fillon y “Los Republicanos” pierde su rol mayoritario en la derecha, mientras que el Partido Socialista encabezado por Hamon directamente se desploma hasta el 6% de los votos. El hundimiento de la socialdemocracia tras la desastrosa experiencia del gobierno Hollande es uno de los datos más relevantes de estas elecciones. Su electorado tradicional se ha dividido entre la apuesta por profundizar en la vía neoliberal representada por Macron y el populismo de izquierdas representado por Mélenchon.
Macron gana la primera vuelta de las elecciones con casi un millón de votos de ventaja sobre Marine Le Pen. Ya ha recibido el apoyo incodicional de los dos partidos tradicionales. Macron se presenta como el candidato del establishment frente al desorden populista, el renovador que necesita Francia para mantener la estabilidad política y económica. En realidad Macron representa una de las causas del ascenso del populismo autoritario. Esto es, en su figura se concentra la apuesta por continuar décadas de políticas neoliberales que han atomizado a las clases populares, impuesto severos recortes a las libertades, atacado con dureza las conquistas sociales históricas del movimiento obrero, la destruccción de las seguridades y derechos que paliaban la desigualdad consustancial al capitalismo.
Marine Le Pen ha conseguido pasar a la segunda vuelta, manteniendo a su base social cohesionada en torno a un discurso contra las élites y basado en el odio del “penultimo contra el último”. Su propuesta se basa en el proteccionismo económico de ciertos sectores de las clases medias, sectores muy reducidos de la clase obrera blanca industrial y los elementos de la oligarquía cuya potencia se fundamenta en la existencia de una Francia fuerte. El Frente Nacional propone un bloque histórico reaccionario y autoritario, racista, que excluya y ataque frontalmente a los sectores más oprimidos de la clase trabajadora, como las mujeres y los migrantes, y que normalice un estado de excepción permanente que suprima progresivamente las libertades y los espacios democráticos. Un autentico peligro contra el que hay que luchar de forma consciente y solidaria en toda Europa.
En el espacio de la izquierda, el resultado de Melenchón y de Francia Insumisa supone un avance considerable, con una campaña espectacular en la que se ha colocado a las puertas de pasar a la segunda vuelta. Su discurso populista de izquierdas ha conseguido atraer a amplios sectores de la juventud urbana y poner en primer plano una salida constituyente y ecológista frente a la involución autoritaria. Más allá de la emergencia del liderazgo de Mélenchon, el hecho fundamental es el surgimiento de un espacio nuevo antineoliberal, independiente de la vieja socialdemocracia y con gran potencial entre amplios sectores de las clases populares. Ese espacio debe tener estructuras de base democráticas, plurales y amplias; no basta con un hiperliderazgo vertical y presidencialista para dotarse de un proyecto constituyente capaz de articular un bloque histórico superador tanto del neoliberalismo como capaz de frenar al neofascismo. Son necesarias formas de organización de nuevo tipo, capaces de aglutinar sin cerrar el terreno de juego. La buena campaña de la izquierda radical organizada en el NPA abre posibilidades para los sectores más rupturistas, a condición de que sean capaces de impulsar una política unitaria, en donde la necesaria independencia de las organizaciones revolucionarias sea un activo y no un inconveniente a la hora de impulsar un movimiento anti-neoliberal y anti-autoritario que prepare victorias futuras.
En la segunda vuelta de las elecciones de 2002, Chirac (centro-derecha gaullista y el candidato del establishment) se enfrentó a Jean Marie Le Pen. Todas las fuerzas políticas llamaron a votar contra Le Pen y Chirac arrasó con más del 80% de los votos. Va a ser difícil que ese resultado se repita, aunque Macron es a día de hoy el claro favorito. Los partidos tradicionales tienen serias dificultades para dirigir el voto de sus electores. Sectores del electorado de Fillon y del conservadurismo están bastante impregnados de la retórica racista y securitaria del Frente Nacional. Pase lo que pase el 7 de mayo, el reto y la urgencia es preparar mejor la “tercera vuelta” de las elecciones legislativas de junio, contribuyendo así a generar en toda Europa una nueva ola de movilizaciones tanto contra el neoliberalismo como frente al autoritarismo reaccionario emergente. Nuestro horizonte ha de seguir siendo, con mayor razón si cabe, construir una salida en clave democrática e igualitaria, capaz de romper con esa terrible situación en la que para frenar a la extrema derecha se apela al chantaje de votar a quienes son responsables de su ascenso.
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