El reputado científico estadounidense James Hansen se ha convertido a la energía nuclear. Junto con otros tres especialistas conocidos en materia de calentamiento global, el antiguo climatólogo jefe de la NASA ha firmado una carta abierta dirigida “A las personas que influyen en la política medioambiental pero se oponen a la energía nuclear”.
Daniel Tanuro. Traducción: Viento Sur
El texto lo publicó íntegramente el New York Times en noviembre de 2013/1, y dice en particular lo siguiente: “ Las renovables como el viento y la solar y la biomasa desempeñarán sin duda un papel en una futura economía de la energía, pero esas fuentes energéticas no pueden desarrollarse con la rapidez suficiente para suministrar una electricidad barata y fiable a la escala requerida por la economía global. Aunque teóricamente fuera posible estabilizar el clima sin energía nuclear, en el mundo real no hay ninguna vía creíble hacia una estabilización del clima que no comporte un papel sustancial para la energía nuclear. (…) No habrá solución tecnológica milagrosa, pero ha llegado la hora de que aquellos y aquellas que se toman en serio la amenaza climática se pronuncien a favor del desarrollo y el despliegue de instalaciones de energía nuclear más seguras (…). Con el planeta que se calienta y las emisiones de dióxido de carbono que aumentan más rápidamente que nunca, no podemos permitirnos dar la espalda a cualquier tecnología que tenga el potencial de suprimir gran parte de nuestras emisiones de carbono. Han cambiado muchas cosas desde la década de 1970. Ha llegado la hora de plantear un enfoque nuevo de la energía nuclear en el siglo XXI. ” (…)
Hansen, Lovelock, Monbiot…
No es la primera vez que investigadores científicos comprometidos cambian de opinión con respecto a la energía nuclear, argumentando que el átomo es un “mal menor” ante las catástrofes que traerá consigo el calentamiento planetario. Otro antiguo colaborador de la NASA, James Lovelock, el padre de la “hipótesis Gaia”, hizo lo mismo hace algunos años. Un caso un poco diferente, pero significativo, es el de George Monbiot. Este era más militante que investigador, pero sus crónicas en The Guardian eran conocidas por su rigor científico, y su conversión al átomo armó mucho ruido. Sería pedante tratar con desprecio estas tomas de postura a favor de la energía nuclear, pues habría que ver en ellas una invitación a no eludir el hecho de que la transición energética hacia un sistema “100 % renovables” constituye efectivamente un propósito que encierra dificultades inusitadas, casi siempre subestimadas incluso en publicaciones serias y de calidad.
El desafío de la transición
Algunas semanas antes de la cumbre de Copenhague sobre el clima, en 2009, dos científicos estadounidenses publicaron en Scientific American un artículo en que afirman que la economía mundial podría abandonar los combustibles fósiles en 20 o 30 años. Para ello, “bastaría” producir 3,8 millones de aerogeneradores de 5 megawatios, construir 89.000 centrales solares fotovoltaicas y termodinámicas, equipar los tejados de los edificios con paneles fotovoltaicos y disponer de 900 centrales hidroeléctricas/2… El problema de las proyecciones de este tipo es que cuando pretenden resolver el problema de la transición, en realidad lo escamotean. La cuestión, en efecto, no estriba en imaginar en abstracto un sistema energético “100 % renovables” (que evidentemente es posible), sino en trazar el camino concreto para pasar del sistema actual, basado en más del 80 % en las energías fósiles, a un sistema basado exclusivamente en el viento, el sol, la biomasa, etc.
Si se tienen en cuenta dos imperativos: en primer lugar, que las emisiones deben reducirse entre un 50 y un 85 % de aquí a 2050 (del 80 al 95 % en los países “desarrollados”) y, en segundo lugar, que esta reducción debe comenzar a más tardar en… 2015, y para que el plan de transición no sea pura ficción, los autores del artículo del Scientific American tendrían que haber contestado a la siguiente pregunta: ¿cómo producir 3,8 millones de aerogeneradores, construir 89.000 centrales solares, fabricar paneles fotovoltaicos para equipar los tejados de las casas y edificar 900 presas sin dejar de respetar los dos imperativos citado, cuando el sistema energético depende en un 80 % de los combustibles fósiles cuya combustión comporta inevitablemente la emisión de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero?/3
Producir menos
Esta pregunta no tiene 36 respuestas posibles, sino una sola: es preciso que el aumento de las emisiones que se deriven de las inversiones suplementarias requeridas para llevar a cabo la transición energética se compense (con creces) mediante una reducción suplementaria de las emisiones en otros sectores de la economía. Es cierto que una parte sustancial de este objetivo puede y debe alcanzarse a base de medidas de eficiencia energética. Sin embargo, esto no permite obviar el problema, ya que en la mayoría de los casos un aumento de la eficiencia también requiere inversiones, y por tanto necesita energía que es fósil en un 80 %, y por tanto será fuente de emisiones suplementarias que deberán compensarse entonces mediante otras reducciones, y así sucesivamente.
Cuando se examinan las proyecciones de sistemas con un 100 % de renovables, se constata que el error consistente en saltar por encima del problema concreto está muy extendido. Para mejorar la eficiencia del sistema energético, el informe Energy Revolution de Greenpeace, por ejemplo, prevé, entre otras cosas, transformar 300 millones de viviendas en casas pasivas en los países de la OCDE. Los autores calculan la reducción de emisiones correspondiente… pero no tienen en cuenta el aumento de las emisiones causado por la producción de los materiales aislantes, las ventanas de doble vidrio, los paneles solares, etc. En otras palabras, su porcentaje de reducción es bruto, no neto/4. Se mire por donde se mire el problema, siempre se llega a la misma conclusión: para respetar los imperativos de la estabilización del clima, las enormes inversiones de la transición energética deberán venir de la mano de una reducción de la demanda final de energía, sobre todo al comienzo, y por lo menos en los países “desarrollados”. ¿Qué reducción? Las Naciones Unidas avanzan la cifra del 50 % en Europa y del 75 % en EE UU/5. Es un porcentaje enorme y ahí es donde duele, pues una disminución del consumo de semejante magnitud no parece realizable sin reducir sensiblemente, y durante un periodo prolongado, la producción y el transporte de mercancías… es decir, sin cierto “decrecimiento” (en términos físicos, no en puntos del PIB).
Antagonismo
Ni que decir tiene que este decrecimiento físico es antagónico con la acumulación capitalista que, por mucho que se mida en términos de valor, es difícilmente concebible sin cierto incremento cuantitativo de materiales transformados y transportados. La “disociación” entre aumento del PIB y flujo de materiales, en efecto, solo puede ser relativa, lo que significa que en este punto se manifiesta de nuevo la incompatibilidad fundamental entre el productivismo capitalista y los límites del planeta/6. Es esta incompatibilidad cada vez más evidente la que tratan de eludir James Hansen, James Lovelock, George Monbiot y otros en nombre de la urgencia cuando reclaman el rescate de la energía nuclear. Es lamentable e indigno de su rigor científico que lo hagan banalizando los riesgos y sobre todo afirmando gratuitamente que las tecnologías “del siglo XXI” (¿cuáles?) permitirán garantizar una energía nuclear segura y el reciclaje de los residuos que genere.
“En el mundo real [capitalista] no hay ninguna vía creíble hacia una estabilización del clima que no otorgue un peso sustancial a la energía nuclear”, dice la carta abierta de Hansen y demás firmantes. Esta afirmación es completamente falsa: para triplicar el peso de la energía nuclear en el consumo eléctrico de aquí a 2050 (con lo que llegaría a representar tan solo un poco más del ¡6 %!) habría que construir casi una central por semana en todo el mundo durante 40 años. Aparte de los peligros demostrados en el caso de Fukushima, nos encontraríamos entonces con un sistema eléctrico híbrido, ya que obedecería a dos lógicas opuestas: centralización y despilfarro con el átomo, descentralización y eficiencia con las renovables. No es una “vía creíble” la que proponen Hansen y sus colegas, sino una imposibilidad técnica. No conduciría más que a un callejón sin salida fatal, pues combinaría calentamiento y radiaciones.
Geoingeniería
La misma negativa a oponerse al capitalismo se traduce en el caso de otros científicos en la resignación ante los proyectos de geoingeniería. Esta incluso se menciona en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC): el resumen del primer tomo del 5º informe señala que “se han propuesto métodos con vistas a alterar deliberadamente el clima terrestre para frenar el cambio climático, la llamada geoingeniería”. Los autores señalan que estos métodos “pueden tener efectos colaterales y consecuencias a largo plazo a escala mundial”. A primera vista, esta prudencia parece razonable. Sin embargo, aunque prudente, la mención de la geoingeniería por el GIECC es sumamente inquietante. Significa que ciertas recetas de aprendiz de brujo empiezan a considerarse eventualmente factibles.
Por cierto que entre bastidores se multiplican las investigaciones y experiencias, en ocasiones incluso de forma ilegal. Bill Gates y otros inversores consagran millones de dólares a esta cuestión. Su razonamiento es muy simple: conscientes de que un capitalismo sin crecimiento es un oxímoron, concluyen que no se alcanzarán los objetivos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, y puesto que la urgencia climática impone hacer algo, sea lo que sea, sonará la hora de la geoingeniería y se abrirá un mercado inmenso. Científicos poco escrupulosos, financieros, petroleros, hombres de negocios de todo pelaje, todos se frotan las manos sin pensar en las consecuencias… a menos que las consecuencias formen parte del plan. No soy forofo de las teorías del complot, pero si pensamos en el día en que algunas grandes empresas que posean las patentes respectivas controlen la red de espejos espaciales gigantes sin la cual la temperatura de la Tierra subiría de golpe 6 °C, no cabe duda que su poder político sería inmenso, y que resultaría más difícil que nunca arrebatárselo. La misma lógica del capital le lleva a soñar con un termostato terrestre cuyo control absoluto le permitiría cobrar su diezmo a la población del planeta.
La única vía creíble
Hay que partir de lo que ha dicho en propio James Hansen en numerosas ocasiones: el principal obstáculo para salvar el clima son las grandes empresas que se benefician del sistema energético fósil. Se trata de un obstáculo colosal. Este sistema cuenta con miles de minas de carbón y centrales térmicas de carbón, más de 50.000 campos petrolíferos, 800.000 km de gasoductos y oleoductos, miles de refinerías, 300.000 km de líneas de alta tensión… Su valor se cifra entre 15.000 y 20.000 billones de dólares (casi un cuarto del PIB mundial). Ahora bien, todos esos equipamientos, financiados a crédito y concebidos para durar 30 o 40 años, deberían desguazarse y ser sustituidos en los 40 años subsiguientes, en la mayoría de los casos antes de estar amortizados. Y eso no es todo: las compañías de energías fósiles deberían renunciar además a explotar los cuatro quintos de reservas demostradas de carbón, petróleo y gas natural que figuran en el activo de sus balances…
La única “vía creíble” hacia una estabilización del clima es la que pasa por la expropiación de las compañías de energías fósiles y de las finanzas: los “criminales climáticos” justamente denunciados por Hansen. Transformar la energía y el crédito en bienes comunes es la condición necesaria para la elaboración de un plan democrático con vistas a producir menos, para cubrir las necesidades, de forma descentralizada y compartiendo más. Este plan debería comportar especialmente la supresión de las patentes en el ámbito de la energía, la lucha contra la obsolescencia programada de los productos, el fin de la primacía del automóvil, una extensión del sector público (particularmente para el aislamiento de los edificios), la reabsorción del paro mediante una reducción generalizada y drástica de la jornada laboral (sin merma del salario), la supresión de las producciones inútiles y nocivas como las armas (con recolocación de los trabajadores), la localización de la producción y la sustitución de la agroindustria globalizada por una agricultura campesina de proximidad. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero lo primero que hay que hacer es decirlo. E impulsar las movilizaciones sociales masivas indispensables parta hacer de esta utopía una utopía concreta.
Notas:
1/ http://dotearth.blogs.nytimes.com/2... influencing-environmental-policy-but-opposed-to-nuclear-power/
2/ “A plan to power 100% of the Planet with renewables”, Mark Z. Jacobson and Mark A. Delucchi, Scientific American, 26 de octubre de 2009 | 188.
3/ Aquí no nos pronunciamos sobre la pertinencia del plan en cuestión en sus distintos aspectos. Además, esta enumeración de las inversiones necesarias es incompleta. Como señalan los autores, además de los millones de aerogeneradores, etc. se trata de concebir un nuevo sistema de transmisión sustituyendo unos 300.000 km de líneas eléctricas de alta tensión por una red “inteligente” adaptada a la intermitencia de las energías renovables.
4/ Energy Revolution, A Sustainable World Energy Outlook. Greenpeace, GWEC, EREC, 2012.
5/ Naciones Unidas, Estudio Económico y Social Mundial 2011.
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