unciamos el proceso onfluencia entre
Democracia Socialista y La Emergente
La necesidad de construir una organización políticaDesde Democracia Socialista y La Emergente, definimos la necesidad de construir una herramienta política común. Producto de un intenso proceso de debates y articulación militante, cimentada sobre la base de una lectura compartida de la etapa que atravesamos. Creemos fundamental aportar a la creación de una nueva organización política en función del rearme estratégico y político del campo popular en general y de la izquierda en particular, haciendo un balance crítico y honesto de la situación de quienes nos proponemos una ruptura radical con el capitalismo. Somos conscientes de que la construcción de una herramienta política de y para lxs trabajadorxs y los sectores populares, no empieza ni se agota en nuestro recorrido, y que hace falta mucho camino por andar para poder superar la tara de la eterna fragmentación del campo popular. Esta apuesta a un proceso de confluencia es nuestro humilde aporte en este sentido. Una confluencia que tiene entre sus principales pilares las banderas anti-capitalistas, anti-imperialistas, feministas, anti-patriarcales, descolonizadoras, y ecologistas, en suma, socialistas.
La necesidad de recuperar el debate estratégico
Las históricas derrotas que sufrimos hacia fines del siglo pasado, posibilitaron la instauración del neoliberalismo como fase de acumulación del capital y como estrategia de reproducción política de las clases dominantes. Tras la caída del muro, la derecha, con la arrogancia que cobija a lxs temerosxs, se apresuró a firmar el certificado de defunción no sólo del comunismo como proyecto, sino también de la clase trabajadora como principal actor dinámico del proceso histórico.
La derrota de la izquierda en el cambio de siglo llevó a una parálisis del pensamiento estratégico. Haciendo de los programas políticos meros documentos diplomáticos, una simple declaración abstracta de principios, alejada de una comprensión de las situaciones a las que se enfrenta y de las tareas que se desprenden de ellas. Proclamarse como socialista, feminista, anti-patriarcal no es más que levantar un conjunto de slogans si no va acompañado de un accionar consecuente con estos principios, que prefigure la sociedad a la que aspiramos. Por todo esto, creemos que la principal tarea de la izquierda socialista en la actualidad es la reelaboración de una estrategia acorde a nuestro periodo histórico.
Sin embargo, este necesario proceso de rearme estratégico y político debe poder sortear dos actitudes simétricamente inversas aunque solidarias en el seno de la izquierda:
Sin embargo, este necesario proceso de rearme estratégico y político debe poder sortear dos actitudes simétricamente inversas aunque solidarias en el seno de la izquierda:
La primera, una cierta concepción sectaria deudora de un profundo dogmatismo, que convierte toda tentativa revolucionaria en un conjunto de recetas a aplicar acríticamente. Y, es que así como las conclusiones extraídas de las experiencias del pasado no pueden transformarse en modelos estáticos, la elaboración de un programa y una estrategia deben partir de un entendimiento específico de la realidad en la que se interviene. En nuestro caso, el capitalismo periférico en Latinoamérica, y también la histórica tradición de luchas, resistencias y subversiones que atraviesan nuestro continente.
La segunda, la renovación una y otra vez de un reformismo que ha resignado cualquier aspiración profunda de cambio social; que por más que apele a retóricas transformadoras o dizque nacional-populares, se ha decidido a pactar con lo existente y habitarlo sin tensión crítica ni voluntad emancipadora; que también, en definitiva, desprecia la auto-actividad de las masas y que se dispone a administrar, de manera “progresista”, la miseria de lo existente.
Nuestra lectura del momento histórico
Las ilusiones de progreso inexorable para la humanidad construidas por las potencias imperialistas se vieron reducidas a añicos con la crisis mundial. El 15 de septiembre de 2008, la caída de Lehman Brother inauguró una crisis incubada por años y que hasta el día de hoy no ha encontrado salida. Con la serenidad que conlleva el vértigo de las épocas de crisis, fueron borrados de la noche a la mañana regímenes profundamente autoritarios, que se habían agazapado en varias décadas de longevos y feroces reinados en el norte de África. Los supuestamente eternos estados de bienestar europeos se restringieron a la existencia de una oficina de asistencia social mínima. Jóvenes protagonistas de luchas masivas a lo largo y ancho del mundo volvieron a poner en cuestión la supervivencia de sistemas políticos que nada tienen que ofrecer más que millonarios salvatajes a banqueros y empresas privadas, mientras reparten represión y miseria.
Asistimos a un contexto histórico marcado por una curiosa combinación de estabilidad e inestabilidad de la democracia liberal burguesa. Por un lado, ésta aparece periódicamente desbordada por expresiones callejeras y demostraciones de fuerza directas que exceden los canales representativos tradicionales. Por otro lado, esos brotes periódicos ceden con el tiempo y la política tiende a canalizarse de nuevo por la vía de la institucionalidad estatal, en contextos donde las correlaciones de fuerzas y las dinámicas del sistema de partidos se ven modificadas por los estallidos sociales. La izquierda tiene que prepararse, por lo tanto, para operar en un marco de dinámicas complejas donde parece haber una oscilación entre brotes de resistencia de vigorosa radicalidad callejera pero dudoso alcance estratégico y reacciones de institucionalización, en algunos casos con aspectos progresivos, pero limitadas a proyecciones reformistas de acotado alcance (las experiencias radicales de Venezuela y Bolivia merecerían un análisis independiente). Paradójicamente, en el marco de un capitalismo en crisis crónica donde no faltan sacudones masivos ligados a la lucha social, no hay un desfondamiento del Estado y la democracia representativa es vivenciada por la clase trabajadora más como una conquista popular que como el corset formal de la opresión burguesa.
En este contexto donde los Estados capitalistas, a pesar de diversas limitaciones, poseen capacidades hegemónicas significativas, resulta extemporáneo imaginar un proceso revolucionario que se reduzca a una estrategia de dualidad de poderes completamente exterior a las instituciones pre-existentes. La disputa contra, dentro y más allá del Estado tiene hoy un valor estratégico y programático. Procesos como el 2001 argentino nos muestran que, tras la crisis capitalista (acompañada de la crisis de legitimidad), resulta inevitable un reencauzamiento hacia el nivel político de la lucha de clases, lo cual incluye la disputa en las instituciones actualmente existentes y exige su desborde y asalto, aunque no se reduzca simplemente a ello. Sera necesario articular la construcción de poder popular, la profundización de la lucha social y la radicalización a partir de posiciones conquistadas en el seno del propio Estado, en un proceso revolucionario de larga duración, sometido a marchas y contramarchas y donde no se descarte una conquista transicional del poder por vía democrática-institucional. En estos casos, el hipotético acceso al poder del estado no da lugar a la ruptura definitiva con el capitalismo, sino que es un jalón más (central, pero no definitivo) de un combate de largo aliento y que estará determinada por la dialéctica de la lucha de clases.
La actual coyuntura: Avance neoliberal, unidad en la acción y alternativa política
Asistimos, como es claro, a un cambio en el momento político en Argentina, al compás de un cambio regional. Con la asunción de la Alianza Cambiemos, que expresa la faz civil-patronal de quienes llevaron a cabo la última dictadura, se cristaliza una importante ofensiva de las clases dominantes. Sin embargo, es preciso no confundir inmediatamente la llegada de Cambiemos al gobierno con un cambio de etapa histórica. Esto último supondría una modificación durable de la correlación de fuerzas entre clases sociales. Creemos que esta modificación no se ha plasmado aún, ya que permanece abierto si el macrismo logrará construir un consenso social en torno a sus políticas de ofensiva derechista o, por el contrario, la respuesta social logrará empantanar su proyecto.
La resistencia a las políticas del gobierno actual, la movilización callejera y la lucha social, encaradas desde una consecuente amplitud de miradas, son por lo tanto tareas de primer orden para este momento político. Sin embargo, también existe otra dimensión conflictiva relevante para pensar el momento actual. Las clases dominantes podrían disponerse a romper amarras con el macrismo si éste se mostrara inepto para garantizar la gobernabilidad, apostando a una figura electoral de renovación que oxigene por arriba el sistema político sin ofrecer una alternativa real en términos de la lucha de clases. La construcción de un proyecto político superador, que no sólo resista al macrismo sino que también plantee un proyecto de sociedad superador del actual (y de las falsas alternativas gubernamentales) resulta por lo tanto fundamental para este momento político.
Necesitamos construir un frente social y político de oposición al ajuste, que pueda dialogar con lo mejor que dejó la experiencia del kichnerismo (con su base social y electoral, con sectores de su militancia que se radicalizan hacia la izquierda), pero construyendo una plataforma política que supere programáticamente todo “neodesarrollismo”. Que reflexione sobre las limitaciones de las experiencias latinoamericanas, incluso de las progresivas y radicales, como las de Venezuela y Bolivia. Un movimiento político amplio que ponga en pie un instrumento con formas organizativas propias, superadoras de las organizaciones precedentes, donde puedan convivir democráticamente diferentes corrientes, tradiciones y sensibilidades. Construir una herramienta política que pueda funcionar como alternativa política supone pensar en una escala superior a la de la auto-construcción mezquina y de corto plazo de cualquier corriente política. Significa pensar en la construcción de un instrumento político útil a las clases populares, que pueda tener una presencia real en la vida de lxs oprimidxs y explotadxs.
La izquierda que imaginamos, la izquierda por la que luchamos
Creemos que hay que asumir el desafío de realizar un camino superador entre la izquierda sectaria y la izquierda reformista. Que tenemos la tarea histórica, y el signo generacional, de ser profundamente anti-dogmáticxs, contemporánexs de nuestra propia historia, pero con un profundo conocimiento y respeto por todas esas tradiciones y experiencias que nos antecedieron y que aún hoy calibran nuestras brújulas. El desafío de situar nuestro pensamiento y accionar en la construcción de una izquierda que sea a la vez internacionalista y esté profundamente anclada en la tradición de luchas de nuestros pueblos latinoamericanos.
Luchamos por una izquierda que entienda que son lxs trabajadorxs quienes pueden ser portadorxs de un proyecto de emancipación social, un proyecto socialista. Y que es desde sus experiencias concretas que yace cualquier esperanza de horizonte socialista. Una izquierda que no desdeñe de las múltiples formas de luchas, sabiendo que su combinación es un factor determinante para la victoria. Una izquierda que sea capaz de dialogar con las experiencias más avanzadas de nuestros pueblos, que no se sitúe por fuera y en contra de ellas, sino que busque nutrirse y radicalizar sus elementos más progresivos.
Soñamos con una izquierda que tome la cuestión de géneros como parte constitutiva de un proyecto emancipador radical. Y es que sin feminismo no hay socialismo. La lucha contra el patriarcado capitalista debe entender los modos en los que la opresión capitalista se intersecta con el sexismo, la heteronorma y el racismo para reproducirse y atomizar luchas. Queremos un feminismo que sea parte de la estrategia de construcción de poder popular, organizándonos contra la violencia machista, despatriarcalizando prácticas, dándonos la tarea de empoderarnos entre compañeras, asumiendo las explotaciones específicas que recaen sobre las mujeres cis (doble jornada laboral, mandatos de maternidad obligatoria que se refuerzan por la ilegalidad del aborto, feminización de la pobreza, empleos precarios, desigualdad salarial) y trans (exclusión, marginación, discriminación laboral, ausencia de cupos efectivos hostigamiento policial en zonas rojas) precarizando aún más las existencias de nuestros sectores populares. En fin, un feminismo que sea indivisible de una perspectiva anti-capitalista y socialista.
Bregamos por una izquierda que tome como una de sus banderas al ecosocialismo. Entendiendo por este a la voluntad de hacer converger las luchas sociales y medioambientales a partir de la comprensión de que la crisis económica y la destrucción ecológica son las dos caras de la misma moneda: el capitalismo productivista. Un proyecto que se pretenda emancipador no puede financiarse a través de la devastación indiscriminada de los recursos naturales. Un modelo rentista y depredador no es revolucionario porque el Estado distribuya la renta del petróleo, la minería o la soja. Ni puede pretender integrar a los excluidos mediante su incorporación desmedida al consumismo, que demanda ingentes cantidades de materias primas y genera toneladas de basura sin sentido, todo para mantener el ciclo del capital-mercancía-más capital. Cuando el límite entre lo sustentable y lo necesario sea difuso, es el propio pueblo organizado el que debe discutir y decidir qué, cómo y cuánto se explota, y no un grupo de tecnócratas en un despacho.
Entendemos que esta confluencia es apenas un primer paso para esta tarea, ya que no puede ser llevada a cabo sólo por nuestras organizaciones. Por ello, llamamos a todxs aquellxs con lxs que compartimos este horizonte de cambio social a construir la organización marxista revolucionaria, feminista, ecologista, democrática, popular y libertaria que esté a la altura de nuestros sueños.
La segunda, la renovación una y otra vez de un reformismo que ha resignado cualquier aspiración profunda de cambio social; que por más que apele a retóricas transformadoras o dizque nacional-populares, se ha decidido a pactar con lo existente y habitarlo sin tensión crítica ni voluntad emancipadora; que también, en definitiva, desprecia la auto-actividad de las masas y que se dispone a administrar, de manera “progresista”, la miseria de lo existente.
Nuestra lectura del momento histórico
Las ilusiones de progreso inexorable para la humanidad construidas por las potencias imperialistas se vieron reducidas a añicos con la crisis mundial. El 15 de septiembre de 2008, la caída de Lehman Brother inauguró una crisis incubada por años y que hasta el día de hoy no ha encontrado salida. Con la serenidad que conlleva el vértigo de las épocas de crisis, fueron borrados de la noche a la mañana regímenes profundamente autoritarios, que se habían agazapado en varias décadas de longevos y feroces reinados en el norte de África. Los supuestamente eternos estados de bienestar europeos se restringieron a la existencia de una oficina de asistencia social mínima. Jóvenes protagonistas de luchas masivas a lo largo y ancho del mundo volvieron a poner en cuestión la supervivencia de sistemas políticos que nada tienen que ofrecer más que millonarios salvatajes a banqueros y empresas privadas, mientras reparten represión y miseria.
Asistimos a un contexto histórico marcado por una curiosa combinación de estabilidad e inestabilidad de la democracia liberal burguesa. Por un lado, ésta aparece periódicamente desbordada por expresiones callejeras y demostraciones de fuerza directas que exceden los canales representativos tradicionales. Por otro lado, esos brotes periódicos ceden con el tiempo y la política tiende a canalizarse de nuevo por la vía de la institucionalidad estatal, en contextos donde las correlaciones de fuerzas y las dinámicas del sistema de partidos se ven modificadas por los estallidos sociales. La izquierda tiene que prepararse, por lo tanto, para operar en un marco de dinámicas complejas donde parece haber una oscilación entre brotes de resistencia de vigorosa radicalidad callejera pero dudoso alcance estratégico y reacciones de institucionalización, en algunos casos con aspectos progresivos, pero limitadas a proyecciones reformistas de acotado alcance (las experiencias radicales de Venezuela y Bolivia merecerían un análisis independiente). Paradójicamente, en el marco de un capitalismo en crisis crónica donde no faltan sacudones masivos ligados a la lucha social, no hay un desfondamiento del Estado y la democracia representativa es vivenciada por la clase trabajadora más como una conquista popular que como el corset formal de la opresión burguesa.
En este contexto donde los Estados capitalistas, a pesar de diversas limitaciones, poseen capacidades hegemónicas significativas, resulta extemporáneo imaginar un proceso revolucionario que se reduzca a una estrategia de dualidad de poderes completamente exterior a las instituciones pre-existentes. La disputa contra, dentro y más allá del Estado tiene hoy un valor estratégico y programático. Procesos como el 2001 argentino nos muestran que, tras la crisis capitalista (acompañada de la crisis de legitimidad), resulta inevitable un reencauzamiento hacia el nivel político de la lucha de clases, lo cual incluye la disputa en las instituciones actualmente existentes y exige su desborde y asalto, aunque no se reduzca simplemente a ello. Sera necesario articular la construcción de poder popular, la profundización de la lucha social y la radicalización a partir de posiciones conquistadas en el seno del propio Estado, en un proceso revolucionario de larga duración, sometido a marchas y contramarchas y donde no se descarte una conquista transicional del poder por vía democrática-institucional. En estos casos, el hipotético acceso al poder del estado no da lugar a la ruptura definitiva con el capitalismo, sino que es un jalón más (central, pero no definitivo) de un combate de largo aliento y que estará determinada por la dialéctica de la lucha de clases.
La actual coyuntura: Avance neoliberal, unidad en la acción y alternativa política
Asistimos, como es claro, a un cambio en el momento político en Argentina, al compás de un cambio regional. Con la asunción de la Alianza Cambiemos, que expresa la faz civil-patronal de quienes llevaron a cabo la última dictadura, se cristaliza una importante ofensiva de las clases dominantes. Sin embargo, es preciso no confundir inmediatamente la llegada de Cambiemos al gobierno con un cambio de etapa histórica. Esto último supondría una modificación durable de la correlación de fuerzas entre clases sociales. Creemos que esta modificación no se ha plasmado aún, ya que permanece abierto si el macrismo logrará construir un consenso social en torno a sus políticas de ofensiva derechista o, por el contrario, la respuesta social logrará empantanar su proyecto.
La resistencia a las políticas del gobierno actual, la movilización callejera y la lucha social, encaradas desde una consecuente amplitud de miradas, son por lo tanto tareas de primer orden para este momento político. Sin embargo, también existe otra dimensión conflictiva relevante para pensar el momento actual. Las clases dominantes podrían disponerse a romper amarras con el macrismo si éste se mostrara inepto para garantizar la gobernabilidad, apostando a una figura electoral de renovación que oxigene por arriba el sistema político sin ofrecer una alternativa real en términos de la lucha de clases. La construcción de un proyecto político superador, que no sólo resista al macrismo sino que también plantee un proyecto de sociedad superador del actual (y de las falsas alternativas gubernamentales) resulta por lo tanto fundamental para este momento político.
Necesitamos construir un frente social y político de oposición al ajuste, que pueda dialogar con lo mejor que dejó la experiencia del kichnerismo (con su base social y electoral, con sectores de su militancia que se radicalizan hacia la izquierda), pero construyendo una plataforma política que supere programáticamente todo “neodesarrollismo”. Que reflexione sobre las limitaciones de las experiencias latinoamericanas, incluso de las progresivas y radicales, como las de Venezuela y Bolivia. Un movimiento político amplio que ponga en pie un instrumento con formas organizativas propias, superadoras de las organizaciones precedentes, donde puedan convivir democráticamente diferentes corrientes, tradiciones y sensibilidades. Construir una herramienta política que pueda funcionar como alternativa política supone pensar en una escala superior a la de la auto-construcción mezquina y de corto plazo de cualquier corriente política. Significa pensar en la construcción de un instrumento político útil a las clases populares, que pueda tener una presencia real en la vida de lxs oprimidxs y explotadxs.
La izquierda que imaginamos, la izquierda por la que luchamos
Creemos que hay que asumir el desafío de realizar un camino superador entre la izquierda sectaria y la izquierda reformista. Que tenemos la tarea histórica, y el signo generacional, de ser profundamente anti-dogmáticxs, contemporánexs de nuestra propia historia, pero con un profundo conocimiento y respeto por todas esas tradiciones y experiencias que nos antecedieron y que aún hoy calibran nuestras brújulas. El desafío de situar nuestro pensamiento y accionar en la construcción de una izquierda que sea a la vez internacionalista y esté profundamente anclada en la tradición de luchas de nuestros pueblos latinoamericanos.
Luchamos por una izquierda que entienda que son lxs trabajadorxs quienes pueden ser portadorxs de un proyecto de emancipación social, un proyecto socialista. Y que es desde sus experiencias concretas que yace cualquier esperanza de horizonte socialista. Una izquierda que no desdeñe de las múltiples formas de luchas, sabiendo que su combinación es un factor determinante para la victoria. Una izquierda que sea capaz de dialogar con las experiencias más avanzadas de nuestros pueblos, que no se sitúe por fuera y en contra de ellas, sino que busque nutrirse y radicalizar sus elementos más progresivos.
Soñamos con una izquierda que tome la cuestión de géneros como parte constitutiva de un proyecto emancipador radical. Y es que sin feminismo no hay socialismo. La lucha contra el patriarcado capitalista debe entender los modos en los que la opresión capitalista se intersecta con el sexismo, la heteronorma y el racismo para reproducirse y atomizar luchas. Queremos un feminismo que sea parte de la estrategia de construcción de poder popular, organizándonos contra la violencia machista, despatriarcalizando prácticas, dándonos la tarea de empoderarnos entre compañeras, asumiendo las explotaciones específicas que recaen sobre las mujeres cis (doble jornada laboral, mandatos de maternidad obligatoria que se refuerzan por la ilegalidad del aborto, feminización de la pobreza, empleos precarios, desigualdad salarial) y trans (exclusión, marginación, discriminación laboral, ausencia de cupos efectivos hostigamiento policial en zonas rojas) precarizando aún más las existencias de nuestros sectores populares. En fin, un feminismo que sea indivisible de una perspectiva anti-capitalista y socialista.
Bregamos por una izquierda que tome como una de sus banderas al ecosocialismo. Entendiendo por este a la voluntad de hacer converger las luchas sociales y medioambientales a partir de la comprensión de que la crisis económica y la destrucción ecológica son las dos caras de la misma moneda: el capitalismo productivista. Un proyecto que se pretenda emancipador no puede financiarse a través de la devastación indiscriminada de los recursos naturales. Un modelo rentista y depredador no es revolucionario porque el Estado distribuya la renta del petróleo, la minería o la soja. Ni puede pretender integrar a los excluidos mediante su incorporación desmedida al consumismo, que demanda ingentes cantidades de materias primas y genera toneladas de basura sin sentido, todo para mantener el ciclo del capital-mercancía-más capital. Cuando el límite entre lo sustentable y lo necesario sea difuso, es el propio pueblo organizado el que debe discutir y decidir qué, cómo y cuánto se explota, y no un grupo de tecnócratas en un despacho.
Entendemos que esta confluencia es apenas un primer paso para esta tarea, ya que no puede ser llevada a cabo sólo por nuestras organizaciones. Por ello, llamamos a todxs aquellxs con lxs que compartimos este horizonte de cambio social a construir la organización marxista revolucionaria, feminista, ecologista, democrática, popular y libertaria que esté a la altura de nuestros sueños.
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