Angeles Ramirez, Universidad Autónoma de Madrid y Laura Feliu, Universidad Autónoma de Barcelona. En Viento Sur
En un país donde desde la independencia en 1956 existe un régimen autoritario sin fisuras, el análisis de las elecciones puede resultar un ejercicio pueril. Sin embargo, nos da algunas pistas para el análisis de la realidad social de Marruecos. En este texto enumeramos tres.
1. En primer lugar, lo más obvio: la irrelevancia de las elecciones en un país donde la monarquía y su entorno constituyen el gobierno real, por encima de quien gane las elecciones. Éste era el corazón de las reivindicaciones del movimiento 20F, surgido al calor de la primavera árabe y que exigía una monarquía constitucional, el fin del autoritarismo del régimen marroquí y más derechos sociales y políticos. Debe recordarse que la Casa Real concentra la mayoría de los recursos de poder; controla tanto el Estado, en su acepción más institucional y en la estructura tradicional de poder, el llamado majzén, pero también controla el gran capital (grandes empresas), la coacción (cuerpos de seguridad y militares), el poder simbólico (por su condición de jefe religioso) y judicial. Durante las movilizaciones del 20F que llevaron a la calle a centenares de miles de personas en 2011, Mohamed VI recibió un apoyo incondicional tanto de Europa como de Estados Unidos, de modo que se contuvo con cierta facilidad a los movimientos populares. El rey propuso una nueva Constitución, aprobada precipitadamente por referéndum y rechazada por el movimiento 20 de febrero, pero que satisfizo a las elites. Con respecto al movimiento que aún seguía en la calle, se ejerció una fuerte represión con casos como el de Wafae Charaf, joven activista de Vía Democrática encarcelada durante dos años en Tánger por haber denunciado las torturas durante la represión del 20F. La nueva Constitución modificaba algunos aspectos, pero no el fundamental, que era la concentración de poderes en manos del rey y su entorno. Ésta es aún mayor de lo que lo fue en manos de Hassán II, siendo el poder económico uno de los que ha experimentado un crecimiento más relevante con respecto a la época anterior. La aplicación selectiva de políticas neoliberales ha permitido acelerar el proceso de enriquecimiento de la monarquía y su entorno, en un contexto generalizado de aumento de la brecha que separa las clases más adineradas de aquellas más desfavorecidas. Se calcula que la monarquía controla aproximadamente el 60 % de la bolsa de Casablanca. El rey es el principal empresario del país a través de un complejo y opaco conglomerado de holdings reales (Regis, Singer, etc.), y muy especialmente de su participación mayoritaria en la Sociedad nacional de Inversiones (SNI), Sociedad que representaba en 2013 cerca del 7 % del PIB nacional. Este capital opera conjuntamente con el de otros miembros de la familia real. Esta actividad empresarial es crucial, ya que opera en el conjunto de sectores económicos clave del país (banca, energía, telefonía, construcción, metalurgia, minas, hoteles, distribución, agroalimentación, etc.). A todo ello debe unirse las numerosas propiedades inmobiliarias y la posesión de tierras.
3. En tercer lugar, para lo que sí nos sirven las elecciones es para revisar los procesos de creación y refuerzo de las elites, puesto que a grandes rasgos, se identifican con los diferentes partidos. Hay dos cuestiones importantes en este sentido. Primero, la concentración de los llamados partidos administrativos en el PAM, el “partido del rey”. El PAM es un partido laico y liberal, creado en 2008 para contrapesar el poder de las pujantes elites islamistas y que ha quedado segundo en los comicios. Actualmente agrupa a una parte de la antigua izquierda “entrista” y a los sectores del poder tradicional, básicamente clases altas bien relacionadas con la monarquía y que representan el Marruecos “moderno”. El segundo dato en relación a las elecciones y las elites es la irrupción del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), ganador de las elecciones por segunda vez, que desde 2002 ha ido aumentando su presencia en el Parlamento a pesar de los intentos de la monarquía por limitar su poder. La implantación del PJD es fundamentalmente urbana y gana en las zonas en las que la abstención es más fuerte. Sus elites tienen un fuerte discurso anti-corrupción, que además refleja las preocupaciones de la población y que usa un arsenal simbólico-religioso importante. Comparte con las elites del PAM una clara apuesta por el neoliberalismo, pero incluyendo clases medias conservadoras que ven en el PJD un partido no rupturista que acepta las reglas básicas del sistema, a pesar de que a veces su discurso parezca sostener otra cosa. Por ejemplo, en el mitin de cierre de campaña, se coreaba desde el escenario que el PJD era el “partido de Dios” y su líder, Benkirane, se lamentaba de que no les habían dejado aplicar su programa.
Respecto al campo socialdemócrata, representado por la USFP y algunos pequeños partidos, hace tiempo que abandonaron su objetivo de construir un sistema alternativo, tras décadas de represión y de pérdida del monopolio del discurso de oposición, en competencia con los islamistas. En estas elecciones, la izquierda radical estaba representada por la FGD (Federación de la izquierda democrática) y su líder, Nabila Mounib, procedente del Partido Socialista Unificado, a quien la prensa internacional, incluida la de derechas, ha mimado enormemente a pesar de ser una opción minoritaria, presentando la Federación como la tercera vía. Esta izquierda ha oscilado entre la participación y el boicot a las elecciones y ha optado en esta ocasión por participar en el sistema, obteniendo pésimos resultados. Representa a los restos de la extrema izquierda marroquí, clases medias y altas intelectuales, antigua militancia, así como a un sector de la juventud politizada, sindicalismo y asociacionismo estudiantil, que eventualmente ven en la participación institucional un medio para minar el autoritarismo del Estado y el ascenso islamista, en un intento de modificar el sistema. Los únicos grupos que han llamado a la abstención han sido la Vía Democrática, de la misma familia que el FGD, y Justicia y Espiritualidad, el movimiento islamista, base social de la masa electoral del PJD, fuertemente reprimido y que sigue siendo anti-sistema con todas sus consecuencias.
En definitiva, las elecciones en Marruecos ocurren al margen de la verdadera vida política y por supuesto, de la social. La parafernalia creada alrededor del equipo internacional de observadoras y observadores electorales, dirigido por el Consejo Nacional de Derechos Humanos, contribuye a blanquear una vez más el régimen autoritario marroquí. Pero la realidad es que el temor a la represión ha acabado con el movimiento 20F, entre otros, haciendo cada vez más inimaginable la disidencia. La creciente desigualdad social del país provoca una enorme ruptura entre las clases trabajadoras urbanas dramáticamente empobrecidas o la población rural, y las diferentes elites, que votan por el cambio en un país imaginario.
Para la gente común, son elecciones sin elección.
Angeles Ramirez, Universidad Autónoma de Madrid; Laura Feliu, Universidad Autónoma de Barcelona.
Nota: El título retoma aquí el del libro editado por Ignacio Álvarez-Ossorio y por Luciano Zaccara sobre elecciones en el Oriente Medio y el Magreb y publicado en Madrid por Ediciones del Oriente y el Mediterráneo.
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