viernes, 7 de octubre de 2016

La urgencia de un frente de izquierda para las transformaciones que Chile necesita

La carrera presidencial se ha tomado la agenda nacional estas últimas semanas de la mano de la llamada «ofensiva» del bloque en el poder, con Sebastián Piñera desplegado como el único candidato de la derecha -aunque Manuel José Ossandón ha realizado diferentes arremetidas e intromisiones— mientras la Nueva Mayoría, en tanto, se encuentra en la encrucijada de aceptar la sacrificada y poco renovada oferta de Ricardo Lagos frente a una de las candidaturas que más arrastre ha tenido en el último «barómetro de la política» de acuerdo a la Cadem-T13; me refiero a un Alejandro Guillier que ha logrado limpiar su imagen, proyectando un horizonte «nuevo», «responsable» y «renovado».

Ernesto Inzunza, de IL. En Perspectiva Diagonal

Paralelamente, hacía noticia también la creación de un “Frente Amplio” que agrupó, inicialmente, a las principales organizaciones surgidas del estallido social del año 2011 junto al Partido Humanista. En esto último me detengo, pues es necesario mirar este hito con detalle y perspectiva, ante lo cual me permito algunas reflexiones:
Si comparamos lo que prometía el Gobierno de la Nueva Mayoría al inicio de su periodo con lo que efectivamente ha sucedido en estos dos años y medio —sin la necesidad de realizar una revisión de cada una de las reformas—, nos daremos cuenta de que la gran promesa que ilusionó a millones de chilenos por las transformaciones que requirió —y sigue requiriendo —el país no fue cumplida. Para ser precisos, desde el año 2015 mediante cambios de gabinete y la presión interna de partidos como la DC, sectores del PPD y del PS, los sectores opuestos a las reformas lograron retrotraer y eclipsar la pretensión de las mismas, despojando de todo sentido transformador su realización.
No obstante el fracaso de las reformas, podemos afirmar que la sociedad chilena ha tomado conciencia, de forma heterogénea y gradual sin duda alguna, a partir de la masificación de demandas que desde distintos flancos, han ido cuestionando algunos de los principales pilares de la obra dictatorial, vigentes hasta el día de hoy. Sumado a lo anterior, los casos de corrupción que golpearon a la Nueva Mayoría y Chile Vamos redujeron su capacidad para reforzar su legitimidad, por lo que su validación se ha visto notoriamente afectada frente a una amplia franja de la sociedad. De este modo, la actividad política institucional se ha visto desamparada, impidiendo parcialmente la reoxigenación del modelo.
Pese a lo anterior, y a la par, han perdido cierta relevancia política los actores sociales que, desde el año 2011 y hasta el 2014, cobraron relevancia pública por su capacidad de mostrar, denunciar y levantar demandas de temáticas político-sociales, logrando de cierto modo condicionar el avance y/o proyecciones de los gobiernos de turno. El caso del Movimiento Estudiantil es el más paradigmático y, a este, se suman actores sindicales y territoriales que, debido a diferentes razones y ciclos políticos (por agotar sus fuerzas; por desgaste interno de sus organizaciones o por incapacidad de ponerse horizontes táctico-estratégicos claros que proyecten su lucha más allá de un gobierno en particular), han perdido el dinamismo alcanzado durante el gobierno de Piñera y el primer año del periodo de Michelle Bachelet.
Frente a este escenario, es necesario entonces que la nueva fuerza de izquierda surgida desde los movimientos sociales y el estallido del 2011 pueda tomarse la agenda nacional, considerando la disputa institucional como un mecanismo de acumulación y emergencia. Considerando, además, la ausencia de figuras públicas que hayan surgido del mundo social, es imperante que, a través de la fuerza acumulada por los distintos movimientos, se alcancen ciertas posiciones de relevancia dentro del entramado institucional para, por un lado, generar la aparición de nuevos partidos que profundicen la crisis del modelo; y, por el otro, aporten al proceso de reconstitución de los movimientos sociales a partir de la visibilización y avance de sus demandas y propuestas.
Tomando en cuenta el presente panorama, el surgimiento de un nuevo «Frente de Izquierda o Frente Amplio», que pretende agrupar a la izquierda que se encuentra fuera de la Nueva Mayoría, ha mostrado su fuerza al dinamizar el debate, aun considerando que se ha llevado a cabo desde sus diferentes manifestaciones: sin referente único hasta ahora. En lo anterior, entonces, radica la importancia de su creación y la posibilidad de lograr ciertos acuerdos tácticos por medio de los cuales enfrentar la actual coyuntura. Con todo, la apertura de este espacio también atrajo nuevas discusiones: la amplitud con la que se debe enfrentar el desafío de la conformación de este frente, la procedencia o residencia anterior de sus integrantes y principales figuras y el contenido del discurso que se debe plantear frente a la población chilena, particularmente en las próximas elecciones presidenciales, entre otras.
No obstante, es preciso comprender este proceso de formación en todas sus aristas; de esta forma, también podremos contrastar con algunas experiencias pasadas que siempre deambulan como fantasmas en estos casos. Del mismo modo, despejar algunas alertas tempranas, entre las cuales se desprenden diagnósticos que apelan a un inmediatismo político que poco tiene que ver con los ritmos propios que tienen este tipo de manifestaciones colectivas. Mencionado esto, es fundamental abordar los distintos desafíos que nos presenta un «proyecto» de estas características, camino que debe despejarse, sobretodo, para nuestro sector. El nacimiento de un espacio amplio y de unidad no debe surgir bajo la mera pretensión de convocar a los sectores descontentos de la izquierda o a este segmento desilusionado de la Nueva Mayoría. Más bien, y acá debo ser categórico, debe construir efectivamente una alternativa antineoliberal que se plantee seriamente la disputa del modelo de desarrollo chileno a corto, mediano y sobretodo, largo plazo. Un proyecto que esté dispuesto a dar la pelea en todos los espacios, desde todos sus frentes y con todos los métodos viables posibles.
Cuando un proyecto político se fija como objetivo la unidad de un sector, debe ser consciente de que ese sector siempre será más avasallador de lo que siempre ha sido: la unidad con los de siempre, con los de mayor semejanza, etc. significa limitar las posibilidades políticas y arriesgar más también. Estos vínculos, además, deben superar la mera vinculación de ciertos sindicatos (debe apelar a la unificación de todos y potenciar su crecimiento) o de aunar a ciertas federaciones estudiantiles (y no proyectar sus alcances políticos) y partidos políticos marginales. Por el contrario, deben, en suma, hacer posible la confluencia de todos los sectores que hoy en día no tienen la intención de pasar un día más en el actual estado de cosas, incluyendo a quienes en algún minuto optaron por otras formas de lucha. Esto implica que, dentro del mismo frente, se aloje una disputa permanente por los contenidos de su discurso y programa, ejercicio que no debe faltar nunca sin duda, pues es preferible y deseable en la medida en que se mantenga la unidad interna del espacio, permitiendo al mismo tiempo que su amplitud sea más convocante.
En términos formales, el Frente Amplio no cuenta con una gran infraestructura y se encuentra en una etapa embrionaria. No ha pasado mucho tiempo desde el primer encuentro programático que se enfocó sólo en materia municipal, pero distintos medios de comunicación ya han puesto su atención y las fuerzas convocantes presentaron sus perspectivas del encuentro. Para poder proyectar de manera clara este proyecto, es importante reconocer las carencias de la izquierda que inicialmente conformaría este movimiento político y social amplio: el carácter puramente electoral del espacio a construir y la disputa permanente de sus dirigencias (alojadas principalmente en el parlamento), inserto en un espacio de cuyas reglas internas tiene muy poca claridad y a lo que, además, se suma su baja densidad institucional.
En la actual coyuntura de elecciones municipales, es necesario cimentar un camino que nos permita, en un primer momento, afrontar las elecciones presidenciales de manera unitaria y lo más amplia posible para establecer tanto una sólida base electoral como también una suerte de paraguas robusto que nos permita, en términos políticos, levantarnos como una alternativa al bloque en el poder. La discusión, en este sentido, no debe ser por quiénes entran o salen del MPSA; por el contrario, debe centrarse en los horizontes, objetivos y el programa que unirá a este sector, evitando de este modo fracciones internas. Con estos temas resueltos, quedaría más o menos claro quiénes podrán o querrán ingresar al Frente Amplio o, al menos —y eso espero —, podemos abrir un debate necesario. Incluso, debemos proponernos como objetivo la capacidad de arrastre, no tan solo al conjunto de la izquierda antineoliberal, sino —y sobre todo —constituirnos como un polo capaz de convocar a las mayorías del país, pues estamos convencidos de que desde este sector podremos empujar las transformaciones que Chile necesita.
Esto, además, facilitará la conformación de un polo de izquierda dentro del mismo frente que ayude a disputar su contenido interno. No podemos confiar solamente en las buenas voluntades de todos los miembros de la alianza; debemos tener claro que en ciertas oportunidades tendremos perspectivas distintas con respecto a cómo proyectarnos en conjunto, pues la proyección del espacio dependerá exclusivamente de la capacidad de diálogo, debate y gestión conjunta, discusiones que deben ser políticas y en las cuales de ninguna manera deben pesar las individualidades y los liderazgos sobre el resto(entendiendo, a la vez, la importancia de generar liderazgos fuertes) y dejando de lado las disputas figurativas y/o caudillistas, pues la conformación de este espacio solo se fortalecerá en la medida en que podamos construir mayorías internas que mantengan los equilibrios internos y, del mismo modo, se hagan sentir en las decisiones.
Por lo tanto, posterior al 2017 y con un escenario político más resuelto, es fundamental proyectar esta alianza por fuera del escenario electoral hacia los distintos espacios sociales, enraizando los diferentes liderazgos existentes en cada uno de nuestros territorios y asegurando en la práctica diaria una nueva forma de utilizar los espacios institucionales que nos permitan no solo disminuir la enorme desafección política, sino también visibilizar un horizonte de construcción que sume a las grandes mayorías del país. Es preciso ser alternativa en lo institucional, no cabe duda de ello, pero es aún más importante trasladar tales esfuerzos desde y hacia lo social, desde dentro y desde fuera, entendiendo que lo propiamente institucional también es social y, en todos estos espacios, debe ser fundamental el rol activo de una mayoría empoderada en sus territorios, en sus sindicatos, en sus espacios de estudio, recreacionales, etc.
Organizaciones como la nuestra tienen la responsabilidad de otorgarle al Frente Amplio la flexibilidad necesaria que permita proyectar este espacio más allá de sus alcances como herramienta electoral, pues debe ser una trinchera de disputa, desde la que se gesta, en la calle, la agenda política del futuro Gobierno. Las transformaciones deben realizarse con nuestros hermanos y hermanas, de cara a las mayorías, de manera humilde y responsable. Si bien los objetivos no están claros para todas las fuerzas políticas y sociales, lo que significa asumir un esfuerzo importante en la maratónica tarea que nos hemos propuesto por llegar a consensos, es imperioso, por lo tanto, proyectar este instrumento de cara a un próximo período de conflictividad social.

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