Hoy 2 de Octubre de 2016, se recuerdan los 48 años de la conocida como 'Masacre
de Tlatelolco' (en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco).
En
1968 el movimiento estudiantil junto al profesorado,
trabajadores/as, intelectuales, mujeres, jóvenes, personas de todas las
edades se movilizaron durante meses, volviendo a movilizarse, convocad@s por el Consejo Nacional de Huelga (órgano
dirigente de l@s estudiantes), el 2 de octubre en la Plaza de las Tres
Culturas de Tlatelolco, de Ciudad de México.
Txema Abaigar, especialista en Latinoamérica y Redacción de Info Gaia. Internacionalista y Anticapitalista.
Cinco mil
soldados y cinco mil policías vestidos de civil, apoyados por tanques y
metralletas para disparar sobre la multitud, y con las directrices de los
asesinos del entonces secretario de Gobernación Luis Echeverría
Álvarez y del presidente Gustavo Díaz Ordaz, ambos del
PRI, ametrallaron a la multitud pacíficamente congregada.
La masacre fue
de magnitudes brutales y el Gobierno ocultó sistemáticamente todos los datos
que pudieran acercar siquiera a la cifra real (entre muertos y desaparecidos):
la CIA habla de 44 reconocidos en sus documentos, una 'Comisión de la Verdad' sobre los sucesos relata que fueron disparados 15 mil proyectiles y hubo 300 muertos, 700 heridos y 5 mil estudiantes detenid@s. El periódico inglés The Guardian lo cifró en 350 e investigaciones posteriores deducen que l@s muertos
podrían llegar a l@s 700.
Pase
el tiempo que pase, el mundo no olvidará a l@s mártires de la masacre de Tlatelolco,
ni el nombre de sus impulsores.
Desde
este modesto blog internacionalista y anticapitalista, hemos querido sumar
nuestro particular homenaje adjuntando un vídeo que recoge imágenes de la
Masacre, así como el recuerdo de aquella terrible noche de Manuel Aguilar
Mora, en aquel momento estudiante de la UNAM y
actualmente periodista y profesor-investigador de la (UACM), así
como activista y dirigente político. También adjuntamos enlaces históricos (a Wikipedia y Taringa) a informes de la CIA (lógicamente siendo conscientes de la
cautela en torno a la manipulación que suponen sus datos) y a un recuerdo de la
escritora Elena Poniatowska.
Info Gaia. Internacionalista y Anticapitalista.
REFERENCIAS:
- Matanza de Tlatelolco. Movimiento de 1968 en México. (Wikipedia)
- Documentos de la CIA sobre el 68: Los muertos de Tlatelolco. (National Security Archive Electronic, tomado del blog 'Agenda Oculta')
- Documentos de la CIA sobre el 68: Los muertos de Tlatelolco. (National Security Archive Electronic, tomado del blog 'Agenda Oculta')
- 'México 68' Represión del movimiento estudiantil (Informaciones y varios Vídeos). (Taringa)
- Más Vídeos aquí (Taringa)
- Más Vídeos aquí (Taringa)
- Tlatelolco 44 años después -en 2012. (Elena Poniatowska)
- VÍDEO (tras el artículo-recuerdo de Manuel Aguilar Mora: 'Mi noche en Tlatelolco')
- VÍDEO (tras el artículo-recuerdo de Manuel Aguilar Mora: 'Mi noche en Tlatelolco')
He escrito cientos de páginas sobre el significado del movimiento estudiantil popular de 1968 y en especial de su sombría fecha culminante del 2 de octubre. Artículos, largos ensayos, libros enteros han recogido mis observaciones y las de tantos otros participantes en el movimiento. Sin embargo, la noche de Tlatelolco, cúspide de la trayectoria del movimiento, sigue escondiendo muchos enigmas o mejor, se le siguen descubriendo nuevos perfiles. El proceso que culmina estuvo integrado dentro de la transformación social de dimensiones mundiales de esos días: la guerra de Vietnam, el mayo francés, la primavera de Praga, las insurrecciones juveniles de Pakistán a Brasil, pasando por Estados Unidos y Alemania. Un proceso que aún tiene mucho por descubrirse, por definirse. Se parece a "un affaire non clasée", una cuestión no clasificada como define Daniel Bensaïd a los acontecimientos franceses. (Daniel Bensaïd La lente impatience, Stock, Paris, 2004). Más que una simple rebelión, menos que una revolución política, el 68 mexicano sigue escondiendo muchos enigmas, sin que se pueda llegar a un juicio definitivo sobre los hombres y las cosas de ese año histórico.
Dentro de esa experiencia fundamental de la vida política y social del tiempo presente mexicano, transcurrieron nuestras vidas particulares, la juventud de toda una vasta generación, marcada para siempre por sus consecuencias. El impacto vital individual confluyó así con la memoria histórica colectiva. El ritual que conmemora año tras año desde entonces ese día, con el eco de las miles de voces que corean "2 de octubre no se olvida", reverbera poderosamente en nosotros, hechos terribles.
Ese día y esa noche quedaron fijos como una fotografía, o mejor, como una película en mi memoria y en la de miles de otros. Hoy, a 40 años de los sucesos, sus recuerdos parecen de ayer mismo.
El movimiento estudiantil llegaba a octubre, después de más de dos meses de duración, a un momento crucial. Todos lo sabíamos, se sentía que eran momentos de definición: por la larga duración del conflicto, por la cercanía de las Olimpiadas, por el propio desgaste de la situación. Como en julio, como en agosto, como en septiembre, el 1° de octubre, el movimiento estudiantil parecía erguirse de nuevo, airoso, habiendo superado los terribles obstáculos de la represión del gobierno de Díaz Ordaz. El campus de San Ángel de la UNAM, había sido desalojado por el ejército días antes y el Consejo Nacional de Huelga (CNH) se había reunido nuevamente en el auditorio de la Facultad de Medicina. La policía también había desalojado el Casco de Santo Tomás después de días heroicos de resistencia estudiantil. El CNH había decidido convocar el miércoles 2 de octubre a una marcha de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco al Casco de Santo Tomás, para inaugurar lo que parecía una nueva etapa del movimiento.
El gobierno de Díaz Ordaz, en una de las maniobras más pérfidas de su actuación durante el conflicto, fingió emitir señales de negociación política. Para la mañana de ese día, se había anunciado una reunión entre la comisión del CNH integrada por Luís González de Alba, Marcelino Perelló y Gilberto Guevara y una comisión del gobierno formada por Andrés Caso Lombardo y Jorge de la Vega Domínguez. La reunión, en efecto se realizó dentro de los patrones diplomáticos hipócritas tradicionales de los gobernantes: éstos preguntaron sobre las demandas sin prometer nada, pero haciendo votos por llegar a un acuerdo. Por su parte, los estudiantes, para comenzar el diálogo, sólo exigían la liberación de los estudiantes y el desalojo completo de las instalaciones educativas.
Para el gobierno era un gesto diversionista que escondía la trampa canallesca. Tomando nota de los resultados de la reunión de la mañana, los líderes del CNH se dirigieron en la tarde a Tlatelolco llenos de optimismo, pensando que al fin la cercanía de la inauguración de los XIX Juegos Olímpicos, obligaba al gobierno a aceptar una salida política al conflicto.
Desconfiado, como siempre he sido de la máquina del Estado (ese "monstruoso aborto de la sociedad", Marx dixit ) que nos gobierna (no sólo a nosotros los mexicanos sino a prácticamente todos los pueblos del mundo), yo tenía dudas de que pudiera darse la "solución negociada"; no obstante, me dispuse a asistir al mitin de la Plaza de las Tres Culturas, sin imaginar en ningún modo, los hechos atroces a los que llegaría la represión horas después.
Mara, mi compañera, y yo vivíamos en la colonia San Miguel Chapultepec en plena larga luna de miel. Era nuestro tercer año de vida juntos y vaya que habíamos disfrutado esa fiesta colectiva que habían sido los años sesenta y que el movimiento estudiantil refrendó esplendorosamente, en sus múltiples facetas lúdicas. La sombra mortífera de Tlatelolco, a veces oscurece, por desgracia, este aspecto, esencial del ambiente sesentaiochero, aspecto sin el cual, sin embargo, es imposible tener un panorama integral de la experiencia colectiva libertaria y revolucionaria que fue la de esos días.
Recuerdo perfectamente las primeras bellas horas de ese miércoles otoñal. En la mañana recibí la notificación de la Librería Británica que mi pedido del libro de Víctor Serge, Memoirs of a Revolutionary, editado por la Oxford University Press, me estaba esperando. La Librería Británica estaba entonces atrás del Monumento a la Madre, en la calle de Sullivan, por tanto en mi camino hacia el complejo Nonoalco-Tlatelolco, así que decidí pasar por él ese mismo día.
Me despedí de Mara. Los dos pensábamos que nos veríamos más tarde, cumpliendo una cita ya rutinaria en un restaurante en el que solíamos cenar. Llegué a la librería y compré mi anhelado libro. A pesar que estuvo en mis manos sólo unas cuantas horas, recuerdo muy bien su bellísima edición, típica de esa excelente industria editorial inglesa: la portada dominada por uno de los carteles originales del Ejército Rojo de los años homéricos de la Revolución rusa: un soldado de frente dirigiéndose al lector con la leyenda en ruso "la revolución te necesita". Adentro se incluían excelentes fotos y grabados de los bolcheviques presididos por dos grandes retratos de Lenin y Trotsky. Estaba feliz, agasajado con un auténtico regalo, en esos años en que devoraba toda la literatura de los clásicos revolucionarios.
Llegué a la plaza cuando estaba ya colmada, después de iniciado el mitin bien pasadas las 5 de la tarde. Para entonces el CNH había decidido cancelar la marcha "para no provocar al ejército", que había desplegado numerosas tropas (después se supo que eran más de ocho mil elementos) alrededor de la plaza en Manuel González al norte, en Insurgentes al poniente y en Reforma al sur. Se proponía que después del mitin nos dispersáramos. El ambiente era de calma, de serena conciencia que la lucha era justa y que se veía de cerca la victoria. Los estudiantes eran la mayoría del mitin, pero había también importantes sectores de trabajadores, mujeres amas de casa. Hay una foto famosa en la que se ve a una madre con un bebe en sus brazos. Era una concentración de pueblo digno y honrado, incapaz de concebir la dimensión de la provocación que se tramaba en esos mismos instantes.
No encontré amigos en la explanada y decidí subir al balcón en que se encontraban los compañeros del CNH. No prestaba atención a los oradores y cuando Eduardo Valle "el Búho" inició su discurso, quise escucharlo pero me percaté que era imposible subir al balcón en donde se encontraba la tribuna del CNH, en el tercer nivel de la parte central del edificio Chihuahua. Decidí irme a un balcón del sector norte del propio edificio que se encontraba más despejado.
Debo decir que no me causó especial extrañeza lo repleto de la escalera del sector central donde se encontraba el CNH, acostumbrado como estábamos a las grandes concentraciones. Después, cuando intenté una recapitulación cuidadosa de lo que observé, sí pude recordar a muchos individuos de edad mayores que el promedio de la base estudiantil. Pero ni por asomo, en ese momento, me pasó por la cabeza identificarlos como los famosos soldados vestidos de civil del batallón Olimpia acompañados de numerosos miembros del estado mayor presidencial.
Subí por la escalera del sector norte del Chihuahua, llegando rápidamente al balcón más alto situado en el noveno nivel. No habrían pasado ni diez minutos de haber llegado allí, después de haber visto la panorámica de la plataforma repleta de varios miles de personas, cuando cayó la luz de bengala verde del helicóptero que volaba exactamente arriba de la plaza frente a nosotros. Como es ya bien conocido esa luz verde y la del otro helicóptero que volaba en dirección más al sur, fueron las señales para el inicio de la operación represiva. Eran las 18 horas con diez minutos.
Desde la altura en que me encontraba, aprecié claramente como en menos de uno o dos minutos, los soldados que se encontraban en la prolongación de San Juan de Letrán (hoy eje central Lázaro Cárdenas), en el lado poniente, atravesaron corriendo el espacio verde, en donde se sitúan las ruinas prehispánicas, que los separaba de la plaza. Los testimonios son contundentes, entre los cuales los de los compañeros que ocupaban el balcón del CNH: los primeros tiros contra la multitud provinieron de los militares y agentes de civil, ya para entonces con un trapo blanco entre su mano izquierda como identificación, encargados de cercar a los dirigentes. Dichos balazos fueron contestados inmediatamente por los soldados que avanzaban por el lado poniente y que al llegar a la plaza, chocaron de frente con la multitud que se encontró así entre dos fuegos.
La masacre fue espantosa, pues la provocación oficial se escapó por varias horas del control de sus propios autores, que se confrontaron entre ellos mismos.
Incluso, a la posición tan alta en que me encontraba llegaron los balazos, lo que hizo que, junto a los pocos estudiantes que se encontraban en el balcón, todos nos agacháramos para protegernos. En los breves momentos en que parecía cesar la balacera, sólo para recomenzar de nuevo y más fuertemente, nos asomábamos por el barandal para ver abajo, hacia la plaza, donde se apreciaba en forma instantánea, que en la plataforma yacían muchos cuerpos, que sólo los soldados andaban entre ellos respondiendo a tiradores en el Chihuahua y, como se supo más tarde, en los demás edificios que rodean la plaza, algunos tan lejanos como los que se encontraban al otro lado del actual eje Lázaro Cárdenas.
Desde ese momento tuve conciencia que había muchos muertos. Octavio Paz citó en su libro Postdata , al periódico inglés The Guardian que sólo días después de la matanza, cifró en 350 los masacrados. Por supuesto que este número se acerca más a la realidad que los 40 muertos que el comunicado de la presidencia de la república difundió en los medios el 3 de octubre. No menos de 400, cerca de 500 son las cifras de un cálculo realista del saldo de masacrados en la noche de Tlatelolco.
La primera balacera que se desató, duró hasta el anochecer, o sea, pasadas las 7 de la tarde. Lo que nos ocurrió a quienes estábamos en el balcón en esos momentos, fue una muestra palpable del desorden que se produjo tras la provocación de los del batallón Olimpia y del estado mayor presidencial. Esos hombres se distribuyeron por todos los demás sectores del edificio Chihuahua. Fue así que llegó hasta nuestro balcón un empistolado, con su identificación blanca en la mano, a detenernos. A mi me encañonó con su arma cuando, al apenas iniciar mi intento de descender por la escalera, prácticamente choqué con él. Retrocedí y remonté de nuevo los pocos escalones para volver al balcón: "¡Alto! ¡Quieto!" gritaba el hombre apuntándome. Esta escena duró unos instantes, pues la balacera reiniciada, nos obligó a ambos a tirarnos al suelo. Fue en ese momento que arrastrándome me alejé de él, quien prefirió después bajarse rápidamente por la escalera.
Muchos compañeros fueron testigos directos de la escena en la que los numerosos agentes y militares que había cercado el balcón del CNH, sintiéndose amenazados por la balacera, comenzaron a gritarle a la tropa para que la detuviera. Para ese entonces la soldadesca, ya tiraba no sólo con fusiles sino con armas más pesadas que destruían las paredes. Era evidente que estaba descontrolada. Raúl Álvarez Garín, testigo presencial, relata este hecho en su libro La estela de Tlatelolco.
El general en jefe, Hernández Toledo fue herido en la balacera y fue evacuado del terreno. Este y otros casos menos contundentes, fueron los que contribuyeron al caos que siguió hasta bien entrada la noche. Todavía a las once o doce estalló una última balacera que duró varios minutos. A continuación, a excepción de disparos aislados, en la madrugada se impuso un silencio ominoso.
Después de haber logrado entrar a un departamento vacío, al lado del balcón, junto con otros estudiantes decidimos escondernos en uno de los cubos de servicio y de limpieza que se encuentran al lado de los elevadores. Donde nos quedamos varias horas. Fue también allí que miré por última vez el libro de memorias de Serge. Reflexioné sobre los hechos que estaba viviendo, merecedores también de quedar en las memorias de los que protagonizábamos esos acontecimientos. Sabía que ese día quedaría marcado en la historia contemporánea de México. Que una etapa histórica se cerraba y otra se abría a partir de entonces.
También pensé mucho sobre mi vida, sobre el peligro que corría, de la posibilidad de ser detenido y encarcelado. La sobredosis de adrenalina había saturado ya los sentimientos plenos de tensión, experimentaba un extraño sentimiento de serena ansiedad o de ansiosa serenidad. Pensaba en los que estaban abajo en la plaza. En la terrible situación de expectativa de nuestros seres queridos y de los amigos entrañables, de los que ya estaban en Lecumberri como Carlos Sevilla y de los que seguramente irían esa noche a la cárcel.
Pensaba que, a esas horas en días "normales", Mara y yo estaríamos ya juntos. Una nostalgia profunda me invadió al pensar en nuestro amor, de la terrible angustia que la embargaría sobre mi suerte, sobre lo que me podría pasar.
Nuestra situación no era la mejor para protegernos. Los tres o cuatro que nos encontrábamos en el cubo, decidimos que era el momento de salir e intentar escondernos en un lugar más seguro. Había que despojarse de todo. Tomé la bolsa en que estaba el libro de Serge y la arrojé al hoyo de la basura que estaba a mi derecha.
Nos dirigimos a un departamento que estaba abajo y cuya dueña solidariamente abría la puerta para que entraran los estudiantes. Éramos más de una veintena los que nos encontrábamos en la estancia y en el baño. La familia, constituida por la madre, la abuela y dos hijos, dos jóvenes de dieciocho a veinte años, hombre y mujer, se comportaron como tantos otros miles de hogares que demostraron su solidaridad en Tlatelolco y en otros lugares con los estudiantes rebeldes.
Allí fue donde escuchamos la última balacera a medianoche. Intercambíabamos frases cortas: ¿de qué escuela?, ¿dónde vives? Se hacía pequeños círculos de dos o tres que cuchicheaban en voz baja. En la medida que entraba la madrugada, poco a poco, los estudiantes, entre los cuales había dos muchachas, iban saliendo. No se que pasó con ellos. Yo fui el último que se quedó con la familia. Cuando alrededor de las siete de la mañana comenzó a clarear el día, la señora me dijo que ella y los suyos también estaban dispuestos a irse. ¿Qué hacer? No dudé y rápido les dije que yo los acompañaría. Discutimos brevemente cómo hacer el acto de la salida, cómo me presentaría, en caso de que nos detuvieran. Se decidió que sería el "novio" de la muchacha. Abrimos la puerta y junto a esta hermosa familia, que jamás volví a ver, iniciamos nuestro descenso por las escaleras. Adelante iba la señora con su madre y su hijo, atrás íbamos la muchacha y yo. No habíamos descendido dos niveles, cuando nos topamos con una brigada de soldados que subía registrando departamento por departamento. Nos dejaron pasar sin decirnos nada. Al llegar al final de la escalera, saliendo por el jardín que se encontraba al oriente del edificio, atravesamos el cerco de agentes sin que tampoco nos dijeran nada. Los dos mil detenidos de esa noche seguramente habían saciado sus ansias con las celdas de sus cárceles repletas.
Cruzamos el Paseo de la Reforma y entonces me despedí agradecidísimo de mi providencial anfitriona y de sus familiares. No sabíamos si nos volveríamos a ver después, pero el abrazo que nos dimos parecía el de amigos eternos.
Corrí a un teléfono para avisarle a Mara que estaba sano y salvo. Fui a casa de unos amigos para enterarme de la información que circulaba. Ese día supe que mi hermano Jorge, quien era uno de los dos delegados del CNH por parte de El Colegio de México, se encontraba entre los detenidos en el Campo Militar Número Uno. Allí permaneció varios días. Cuando salió, fue directamente a la embajada francesa a recoger su boleto de avión y los papeles de la beca que había conseguido. Días después salió a Francia. Desde entonces, a excepción de dos años en que fue uno de los profesores fundadores de la UAM en el plantel de Iztapalapa en 1973-74, Jorge ha residido fuera de México.
La muerte de nuestro hermano David, sólo tres años antes de Tlatelolco, en las trágicas circunstancias en que se dio, era un recuerdo muy reciente. La nueva tragedia en la que Jorge estuvo también cerca de la muerte, fue un hecho atroz y decisivo para él. Su decisión de alejarse de México la comprendí perfectamente. Su alejamiento, por supuesto, ha afectado nuestras relaciones aunque nos seguimos entendiendo y nos conocemos muy bien como hermanos que somos. Pero también es cierto que la vida nos ha separado, que en cierta forma nos hemos perdido recíprocamente, ambos hemos perdido al otro hermano.
En los cuarenta años que han pasado desde ese 2 de octubre, México ha cambiado mucho. Se han logrado avances ciertamente. El mero hecho de que sea por el momento imposible que los gobiernos actuales ejecuten la represión desnuda que ejerció el gobierno de Díaz Ordaz y continuó su sucesor Echeverría, es un acervo que se ha ganado después de muchos combates populares. Pero ahora la creciente influencia del ejército en la vida ciudadana, se hace bajo el pretexto de una supuesta lucha contra el crimen organizado, que apenas esconde una campaña cuyo real objetivo, es la represión más sofisticada pero no menos cruel: como en Atenco y en Oaxaca, como en Guerrero y en Michoacán y en tantos otros lugares de la república.
Tiempo después, en los años 70, el libro de Víctor Serge, traducido excelentemente por Tomás Segovia, fue publicado en México. Lo leí con avidez. Es uno de los mejores libros de historia y política del siglo XX. El impulso revolucionario, libertario y de solidaridad con la humanidad de los oprimidos y explotados, que permea todas sus páginas, crean una de las narraciones más profundas de la tragedia de los movimientos revolucionarios del siglo XX. Pero su final no es de desesperanza y frustración, a pesar de que Serge fue víctima tanto del estalinismo como del fascismo y murió en nuestro país como exiliado en plena época definida por él como "la medianoche del siglo". Recuerdo la portada que me acompañó ese 2 de octubre. El soldado soviético me decía "la revolución te necesita". Somos deudores de los mártires de Tlatelolco y de tantos otros combates; todavía debemos realizar sus ideales de transformar a México en un país justo, democrático, libre e independiente. Mientras la actual situación permanezca, el pueblo oprimido y explotado mexicano, los hombres y las mujeres que luchan por una vida digna y el bienestar para sus hijos, nos seguirán necesitando. Sólo así, unidos, lograremos hacer realidad lo que en 1968 fue una utopía.
VÍDEO: Masacre en Tlatelolco, 2 de octubre 1968
www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=Tw2KsKXrF5o
(Hacer click en el enlace)
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