miércoles, 3 de diciembre de 2014

Portugal y el ultracolonialismo. Las viejas “provincias de ultramar” comparten largas y violentas consecuencias de la presencia portuguesa en África

Cuando hablamos de África tendemos, en general, a adoptar la perspectiva colonial europea, algo que puede ser problemático pero que tiene cierto sentido. Después de todo, las 55 naciones que conforman el continente africano, incluyendo aquellas que crecieron llamándose “África losófona” (Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau, Mozambique y Santo Tomé y Príncipe) son invenciones en gran parte de la colonia. Portugal, un jugador importante en esta colonización, participó en la “carrera por África” y la Conferencia de Berlín de 1884. Durante esta histórica e infame reunión, las potencias europeas de entonces se dividieron y esculpieron los territorios, dando inicio, oficialmente, a la centenaria colonización y administración europea del continente.
Arlette Afagbegee y Laura Daudén. Traducido para Revista Pueblos por Andrea Gago Menor.

Pero la presencia de Portugal en África es mucho más antigua. Su relación con Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, Angola, Guinea-Bissau y Mozambique se remonta al siglo XV, concretamente a 1482, cuando el capitán Diogo Cão atracó en la desembocadura del río Congo. Faltaban diez años para que Cristóbal Colón desembarcase en América.

Cabo Verde y Sao Tomé y Príncipe se convirtieron en colonias de la corona portuguesa en los siglos XV y XVI, respectivamente, mientras que el poder sobre los otros tres países se consolidó durante y después de la carrera por el continente europeo, entre los siglos XIX y XX. Mientras tanto, los portugueses, entonces profundamente involucrados en el comercio de esclavos en el Atlántico, establecieron puestos comerciales importantes y son responsables del transporte de millones de africanos y africanas a las Américas. Brasil, otra colonia portuguesa, recibió alrededor al 40 por ciento de las personas desarraigadas de África en este periodo. Salieron millones tan solo de Angola.

Los portugueses fueron los primeros en llegar y explorar la riqueza natural y humana del continente africano. Serían, por otra parte, los últimos en salir. El régimen dictatorial en la metrópoli se extendió hasta 1974, dejando a Mozambique, Angola, Santo Tomé y Príncipe, Cabo Verde y Guinea-Bissau en la retaguardia de los movimientos nacionalistas que se generalizaron en el continente en las décadas de 1960 y 1970.

Sin dejar de lado que las realidades nacionales, al menos en África, también recibieron imputs antes y después de la colonización, está claro que esta larga y totalitaria presencia dejó a los pueblos ocupados una herencia bastante común de inestabilidad, violencia y dificultades económicas. Los PALOP (Países Africanos de Língua Oficial Portuguesa) fueron blanco de lo que Mbuyi Kabunda llama ultracolonialismo portugués, un régimen marcado por la institucionalización del racismo, la explotación económica y el integracionismo.

Las colonias portuguesas fueron considerados territorios de ultramar por la Constitución de 1822, es decir, que eran partes indivisibles de un imperio multicontinental con “derechos históricos” sobre los pueblos sometidos, como explica Sousa Jr. Este sistema de control, que difirió enormemente de la administración indirecta británica, por ejemplo, acarreó también problemas insuperables para Portugal. ¿Cómo un país económicamente frágil y demográficamente insignificante podría llenar con eficacia sus cinco territorios africanos, según lo determinado en la Conferencia de Berlín? ¡Angola era ya trece veces más grande que el pequeño país ibérico!

Aunque estas pretensiones se esquivaron durante la Primera República portuguesa (1910-1926) gracias a una relativa descentralización financiera y administrativa, la dictadura de las siguientes cuatro décadas retomó la estrategia de control total, oprimiendo a las persoans opositora y minando las embrionarias articulaciones nacionalistas en las colonias. En Angola y Mozambique, el descubrimiento de petróleo y minerales y la fortaleza de la industria del café atrajeron cada vez más a los inversores extranjeros. Sólo la caída del régimen de Salazar, con la Revolución de los Claveles de 1974, abriría espacio para la tardía salida de Portugal del continente africano.

Las antiguas colonias pasaron por procesos de transición diferentes. La independencia de Guinea-Bissau y Cabo Verde fue el resultado de una alianza, de lo que deja constancia el nombre del partido que lideró el proceso, el Partido Africano pela Independência de Guiné Bissau e Cabo Verde (PAIGC). Aunque ambos países habían planificado unirse y formar una única nación postcolonial, esa propuesta se hundió tras el golpe de Estado de 1980 en Guinea-Bissau.

La lucha emancipatoria, especialmente violenta en Angola, Guinea Bissau y Mozambique, fue seguida de la conquista del poder por parte de los partidos que habían liderado el proceso, aunque no sin disputas, a menudo sangrientas, con la oposición. Los rasgos comunes de estos conflictos en los casos de Angola y Mozambique fueron la participación del brutal régimen del apartheid de Sudáfrica, así como de Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba, participación que trasladó a África las dramáticas consecuencias de la Guerra Fría. La guerra civil de Angola se extendió durante casi tres décadas. En Mozambique duró 16 años. Los dos países terminaron devastados. Las violaciones de derechos humanos fueron innumerables, incluyendo el reclutamiento forzoso de menores y la violación sistemática de mujeres.

Desarrollos bloqueados y notas disonantes

El trágico resultado de la centenaria ocupación portuguesa del continente bloqueó el progreso social y económico que pudiera darse desde la independencia. A pesar de ser el segundo productor de petróleo del continente, Angola sigue luchando por transformar su crecimiento medio del 5,85 por ciento (2011-2014) en un desarrollo sostenible para la población. En la actualidad, el 36,6 por ciento de la población de Angola vive por debajo de la línea de la pobreza, mientras que, según El Banco Mundial, la expectativa de vida no supera lós 51 años. La corrupción, muy ligada a los flujos de capital procedentes de la industria del petróleo, así como la tensión permanente con la União Nacional para a Independência Total de Angola (UNITA) y los grupos opositores nacionalistas de la provincia de Cabinda, profundizan el cuadro de inestabilidad y fragilidad.

En Mozambique se da una situación similar, pues ni com la aceleración del crecimiento económico del continente (7,12 por ciento entre 2010 y 2014) es capaz de sacar a la mitad de su población de la pobreza. A pesar de la relativa estabilidad política de los últimos años, el conflicto armado entre las fuerzas gubernamentales y la Resistência Nacional Moçambicana (RENAMO) ha resurgido en el centro del país con una fuerza sorprendente.

Países como Brasil han jugado un importante papel en la actual coyuntura, bien a través de la cooperación científico-técnica, en particular en el área de la salud; bien en cuanto a la explotación económica de la riqueza del país, con la entrada en escena de la compañía minera Vale. Ignorando los conflictos reavivados en el interior del país, Brasil anunció recientemente la donación de aviones militares para las fuerzas de seguridad de Mozambique. El proyecto, que aún tramita el Congreso brasileño, fue criticado por organizaciones de derechos humanos.

Guinea-Bissau, por su parte, aún se está recuperando del golpe de 2012. Diferentes disputas y retrasos (resultado del duro bloqueo econónico) empañaron el último proceso electoral, aunque, a pesar de todo, los observadores internacionales consideraron que las elecciones habían sido libres, y el resultado, justo. La inestabilidad política frenó el crecimiento (del dos por ciento entre 2010 y 2014) y casi el 70 por ciento de la población sigue viviendo por debajo del umbral de la pobreza.

Cabo Verde es la nota disonante. El país logró disminuir significativamente las tasas de pobreza y en la actualidad es señalado por diferentes voces como experiencia positiva desde el punto de vista de la transparencia y la gobernabilidad. La esperanza de vida al nacer es una de las más altas del continente: 75 años.

Lazos políticos y culturales en la actualidad

Pero no sólo los fracasos y los éxitos definen los puntos comunes y disonantes entre las antiguas colonias portuguesas. Estos países convergen hoy en la Comunidade de Países de Língua Portuguesa (CPLP), un organismo multilateral de cooperación y promoción de la lengua y la cultura portuguesas. Unidos por la historia compartida, los países de la CPLP comparten iniciativas que van desde seguridad y defensa a agricultura y educación. Las relaciones bilaterales entre los miembros del grupo también están creciendo. Durante las recientes elecciones de Guinea-Bissau, por ejemplo, Timor Oriental apoyó a las autoridades guineanas con conocimientos técnicos y otros recursos.

Mantener y fortalecer los vínculos políticos también permite que Portugal conserve a las antiguas colonias en un lugar privilegiado en la lista de beneficiarios de los fondos de cooperación al desarrollo. De acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entre 2011 y 2012 la antigua metrópoli donó 379 millones de dólares. El mayor receptor de ayuda fue Cabo Verde, que absorbió 166 millones, seguido por Mozambique, Santo Tomé y Príncipe, Angola y, al final de la lista, con 7 millones, Guinea- Bissau. Esta disparidad, antes de dar cuenta de un alejamiento, muestra la complejidad que, cinco siglos después, caracteriza al extinto Imperio colonial portugués.

Los siguientes artículos son una muestra de diversas experiencias y realidades de esta África lusófona. Convergen, aquí, rasgos de la cultura católica europea y del animismo subsahariano, las múltiples herencias étnicas, culturales y lingüísticas, así como los intentos de aniquilación colonial de toda diversidad. Y, a pesar de que todas estas cuestiones dibujen un cuadro inestable y caótico, casi sombrío ante los desafíos actuales, cuarenta años después de las proclamaciones de independencia podemos decir que las cosas están mejorando.

* Arlette Afagbegee es socióloga y máster en Estudos Culturais. Laura Daudén es periodista, máster en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos (Universidad Autónoma de Madrid). Ambas trabajan actualmente em la ONG brasileña Conectas Direitos Humanos (conectas.org).

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