Julio C. Gambina, Beatriz Rajland, Daniel Campione y Eduardo Shmidt, de la FISYP (Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas). Tomado de Democracia Socialista
Son diversos los debates que se plantean en diferentes ámbitos del movimiento popular sobre ¿qué hacer ante la nueva situación política?
Con estas líneas pretendemos contribuir y aportar en la discusión, especialmente entre el activo militante de la CTA Autónoma.
A dos meses de la gestión Macri se despliegan importantes iniciativas políticas para consolidar el proyecto en el gobierno, con realineamientos de las fuerzas de oposición, especialmente en el peronismo, lo que incluye al kirchnerismo.
Existen otras iniciativas que pretenden la construcción de alternativa política, incluso más allá del capitalismo, entre los que se encuentra un amplio abanico político y social que incluye a la CTA A.
Sugerimos que en la coyuntura actúan por lo menos dos niveles. Uno que se despliega en la lucha por el gobierno de la Argentina y otro en la disputa por un nuevo sentido civilizatorio, contra y más allá del capitalismo.
La coyuntura en un ciclo histórico largo
No puede entenderse el presente (2016) sino asumimos un ciclo histórico más largo, que parte de una fuerte reestructuración regresiva del capitalismo local desde 1975/76 y que tiene al 2001 y la pueblada del 19 y 20 de diciembre como punto de inflexión, no necesariamente de derrota de la ofensiva capitalista construida desde el accionar paramilitar y la dictadura genocida.
La ofensiva de las clases dominantes tuvo un límite en la pueblada del 2001 que cambio la situación de la lucha de clases en nuestro territorio, aunque no se pudo consolidar un proceso de reversión de la ofensiva de las clases dominantes para construir una contraofensiva que cambie de sentido el ciclo histórico en la disputa del poder.
Por eso es imprescindible analizar a fondo los límites de las movilizaciones en torno al 2001, los proyectos en disputa y el desenlace posterior con hegemonía kirchnerista. Es una tarea pendiente, que requiere de análisis pormenorizados.
La inflexión a que aludimos en el 2001 se deriva de la lucha y organización popular gestada contra la ofensiva reaccionaria, especialmente en tiempos de la dictadura genocida (1976-83) y en los 90, años del menemismo y la convertibilidad de la moneda local, con desregulaciones, privatizaciones y reforma estatal, flexibilización de las relaciones laborales y extensión de la pobreza y la marginalidad.
El cambio fue económico, político y cultural, con emergencia de nuevos fenómenos, entre ellos la extensión del narcotráfico y otros delitos propios de la descomposición presente.
La inflexión alude a la construcción de una nueva institucionalidad popular, con empresas recuperadas, asambleas populares, irrupción de los movimientos territoriales y el desarrollo del de piqueteros y un nuevo modelo sindical manifestado en la proliferación de experiencias de cuerpos de delegados autónomos de la burocracia sindical, y muy especialmente con la aparición de la Central de Trabajadores de la Argentina, CTA. También con manifestaciones culturales diversas y aliento a una nueva subjetividad en materia de género y diversidad; de lucha ambiental y haciendo visible las históricas demandas de los pueblos originarios, modificando sustancialmente el amplio espectro del movimiento popular.
La nueva institucionalidad en su diversidad y fragmentación pervive muy parcialmente, ya que una buena parte fue absorbida por la lógica mercantil, el clientelismo estatal y la subordinación a una lógica de acumulación política desde el gobierno. El problema para nosotros es como avanzar con aquellas experiencias que mantienen los propósitos de origen y otras que se fueron generando más tarde, en la constitución de una contraofensiva popular. Esta reflexión apunta a considerar que las clases dominantes reconstruyeron su capacidad de dominación luego de la crisis del 2001.
En la lucha de clases concreta se necesita analizar esta contradicción, entre los propósitos explicitados de una nueva institucionalidad popular en torno al 2001 y la posterior evolución o involución de estas iniciativas para constituir bloque histórico en la disputa de poder. Del mismo modo que se requiere profundizar en cuales fueron las acciones desde las clases dominantes para fracturar estas experiencias y volcar para sus objetivos parte del nuevo entramado social construido desde la resistencia a la dictadura y al menemismo. Tiene que ser parte del movimiento popular.
La recomposición de poder de las clases dominantes es lo que explica las actuales “condiciones de revancha” (dicho metafóricamente) que se manifiestan en ciertos intentos de recreación de la liberalización explícita de la economía local, con aperturas y realineamientos con la estrategia de las transnacionales y el imperialismo. Ese accionar puede explicarse desde los límites y debilidades del accionar del movimiento popular en la construcción de poder alternativo.
Con la inflexión del 2001 se habilitó una lucha y un debate sobre la crisis, política, económica, ideológica. Claro que a dos puntas, ya que se mueve la disputa por la representación política y el sistema de dominación entre las clases dominantes, tanto como los mecanismos de acumulación de poder popular entre los de abajo.
Kirchnerismo y macrismo como novedad política
La crisis política se evidenció con la consigna: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Sin perjuicio del reacomodamiento de parte de la vieja burocracia, la situación política supuso novedades.
En este sentido, el kirchnerismo y sus doce años de gobierno, que requieren ser considerados y estudiados, fueron una novedad importante, de recreación del peronismo y con propuesta de articulación con otros sectores e identidades vía transversalidad, con impacto en sectores juveniles, intelectuales y de las capas medias de la sociedad.
La novedad reciente del periodo deviene que por primera vez, en tiempos constitucionales, con el triunfo reciente de Macri, no gobierna ni el peronismo ni el radicalismo. Es cierto que del macrismo también forman parte sectores del peronismo y del radicalismo. Estos últimos en alianza oficial, y constituyen novedad las recurrentes iniciativas para acercar fracciones del peronismo a una alianza más o menos explícita con el gobierno de Macri, especialmente en el Parlamento. En ese plano se inscribe la reciente fracción kirchnerista con objetivo de diálogo con el macrismo.
Kirchnerismo y macrismo son las novedades de este tiempo en el régimen político del país.
No anticipamos pronóstico sobre el futuro de ambos fenómenos políticos, pero hoy expresan dos núcleos que se autoerigieron y auto eligieron en las antípodas de la disputa política.
La sociedad se divide esencialmente entre ambas identidades. Es la foto del balotaje del 22 de noviembre del 2015.
Es cierto que la política es más compleja que el momento del balotaje. Sin embargo, esa situación convoca a un análisis binario que es incorrecto para pensar la diversidad que ofrece la disputa política contemporánea, que es más que la lucha electoral, aun cuando esta pesa sobremanera en la percepción mayoritaria de la sociedad, especialmente en los armadores de opinión pública.
La política trasciende lo electoral
Hay lucha política más allá de la institucionalidad sistémica republicana establecida en la Constitución Nacional.
Debatir al respecto es uno de los desafíos en la coyuntura y puede ser definitorio para instalar una política de acumulación de poder de sectores subalternos y con capacidad de disputar hegemonía en el debate sobre la política.
Buscar un lugar propio más allá del macrismo y el kirchnerismo es el desafío del movimiento popular. Ambas expresiones de la política, son formas de restablecer el orden capitalista.
No se trata de lo mismo y no es correcto identificar a ambos fenómenos, pero la lucha por un “capitalismo en serio” es lo que se disputa desde ambas identidades, y en el marco de la crisis mundial del capitalismo, el horizonte programático del reordenamiento sistémico oscila entre la mayor o menor intervención del Estado capitalista y la forma y límites de la promoción del mercado capitalista.
En todo caso, siempre está en debate quiénes son los beneficiarios y perjudicados de una u otra de las orientaciones políticas, ya que lo que no se discute es el modelo productivo y de desarrollo.
Lo definitorio para calificar de sistémicas las estrategias gubernamentales es que el modelo productivo y de desarrollo es intocado. Con una u otra política, más a la derecha o más al centro, se consolida la extranjerización, concentración y transnacionalización de la producción.
Es lo que ocurre con la extensión de la frontera de la soja y la creciente asociación a la producción transgénica. Ocurre del mismo modo con la promoción de la mega minería a cielo abierto, a la que apuesta la mayoría de los proyectos y partidos políticos que disputan el gobierno de la Argentina. Es la misma apuesta al aliento a los hidrocarburos no convencionales vía fractura hidráulica (fracking).
Son formas que asume el capitalismo extractivista en este tiempo, aunque está asimilado a la producción industrial. La promoción de la política industrial está orientada a la industria de ensamble, subordinada a las importaciones de parte, caso emblemático de las terminales automotrices.
La organización de los servicios apunta a una inserción internacional dependiente, con grandes cadenas comerciales altamente concentradas y extranjerizadas, una banca transnacionalizada y mercados especulativos extendidos con epicentro en la liberalización del movimiento internacional de capitales y el endeudamiento público y privado.
El patrón de consumo está subordinado a esta organización dependiente de la producción local. El consumismo configura un modelo de desarrollo asentado en el individualismo y la pérdida de un imaginario colectivo de transformación social.
Aunque parezca reiterativo en el uso del lenguaje, enfatizamos el calificativo “capitalista”, del Estado y del Mercado para hacer visible el contenido clasista de dos categorías relacionales: el Estado y el Mercado.
En ambos coexisten contradicciones sociales, generadoras de conflicto y formas de resolución favorables en uno u otro sentido, que confirman la hegemonía o la disputan.
Por eso la importancia de los sectores populares en la lucha por disputar el Estado, su presupuesto, su orientación, e ir más allá del Estado en la organización de la vida cotidiana con recursos públicos.
También en la lucha por la des-mercantilización y a favor del derecho a la educación, a la salud, a la energía, entre muchos derechos que deben actuar por fuera de las relaciones mercantiles y ejercerse como derechos de la sociedad.
Ambas expresan relaciones sociales, económicas y políticas, por ende, correlaciones de fuerzas del orden capitalista.
En términos de paradigma se acude al liberalismo explícito o al neo-desarrollismo, con variados matices entre ambos. No es diferente a la asunción de ambos paradigmas en el ámbito mundial. Por caso, EEUU enfrentó la crisis mundial del 2008 con fortísima intervención del Estado y apunta hacia la liberalización con los límites de la propia crisis y por eso mantiene la intervención estatal para mantener bajas tasas de interés, aunque la decisión política e ideológica tiene años relativos al intento de aumentar y liberar el precio del dinero.
Neoliberalismo o neo-desarrollismo son formas políticas que asumen los Estados en función de la lógica de la crisis, del funcionamiento concreto del orden capitalista y de las correlaciones sociales de fuerzas en cada momento histórico.
La crisis del 2001 en Argentina y la fuerte movilización popular impedían acudir al paradigma liberal explícito: el neoliberalismo, aun cuando algunos aspectos esenciales se sostuvieron, a modo de ejemplo las leyes de entidades financieras o de inversiones externas.
No hubo en 12 años desmantelamiento de cambios institucionales del neoliberalismo de los tiempos de la dictadura y del menemismo. Es más, se aprobaron nuevos institutos, entre el más grave se cuenta la ley antiterrorista.
La expropiación parcial de YPF no supuso cambio de la política energética de subordinación y dependencia confirmada con el acuerdo con Chevron.
Del mismo modo que los acuerdos con el Club de París, el pago a Repsol, son entre muchas otras acciones en este plano, pruebas de ratificación de la inserción subordinada en el sistema financiero mundial.
Además, se desaprovechó la ocasión de auditar el endeudamiento público desde 1976 (previsto en la Comisión bicameral aprobada en la ley de pago soberano de 2014) y que pretende cerrarse con las negociaciones de Macri con los fondos buitres y la justicia de EEUU.
El desgaste y límite del gobierno kirchnerista por 12 años facilita la reinstalación de políticas liberalizadoras.
Vale mencionar, que aun así, al macrismo le cuesta instalar el ajuste que exigen sectores ortodoxos. Algunos sostienen que el ajuste debe ser mayor, que las cesantías estatales necesitan ser más amplias para bajar sustancialmente el déficit fiscal. Se acusa el gradualismo asumido por Alfonso Prat Gay desde el Ministerio de Economía, a quien se lo considera un neo-desarrollista.
La demanda política es por asumir integralmente el sentido de las políticas neoliberales.
Nuestra propuesta es no quedar atrapados entre el paradigma neoliberal y el neo-desarrollista, sino que debemos ir más a fondo y discutir el paradigma de desarrollo capitalista: neoliberal o neo-desarrollistas.
Ello impone ir más allá de lo institucional y ganar en el sentido común de la sociedad para sobrepasar los límites que impone la disputa electoral contenida en la permanencia en el orden capitalista.
Una propuesta más allá del capitalismo
Macrismo y kirchnerismo disputan la gestión del orden capitalista en la Argentina y el problema para el movimiento popular pasa por lograr instalar una propuesta que trascienda la defensa del capitalismo, sea bajo el neo-desarrollismo o el neoliberalismo y los matices contenidos entre ambos paradigmas.
Existe una lógica binaria en la disputa electoral y por eso entre 1983 y 2011 se sucedieron gobiernos peronistas y radicales. Por primera vez, en el 2015 la opción es matizada con nuevas identidades que convocan a un realineamiento y recomposición de las diferentes identidades políticas tradicionales en la Argentina.
La opción entre macrismo y kirchnerismo obliga a reestructuraciones de todos los partidos y alianzas políticas y sociales.
Es una ecuación que desordena lo conocido y convoca a organizar viejas y nuevas identidades para la institucionalidad política.
La derecha parece encaminarse desde el PRO, y busca alianzas hacia el centro, para no quedar cristalizada en un enfoque conservador.
El llamado centro izquierda aparece contenido en el kirchnerismo y podría quitar función a un conjunto de referencias de ese espacio. En ese sentido es emblemático el giro de la discusión de las alianzas que se propone el socialismo gobernante en Santa Fe.
La izquierda tiene su propio desafío. Se puede coincidir en que el trotskismo, aunque con bajos guarismos de votación, quedó como la expresión más votada del espacio, especialmente con la decisión de otras opciones subsumidas en propuestas de centro izquierda, particularmente en el kirchnerismo. El debate en su interior pasaría por afianzar lo logrado y ampliar el espacio hacia otras identidades y construcciones socio políticas. La realidad es que no se han dado avances en tal sentido, sino que se han acentuado las disputas en su interior.
Una convicción que sustentamos es que la política es más que lo partidario, que lo electoral y lo institucional-constitucional. La política es vida cotidiana, es cultura, disputa de sentido y abarca todas las relaciones sociales. En este caso también, la izquierda trasciende a las expresiones partidarias.
Aludimos a una práctica social, de organización y lucha que se expresa en la dinámica social en la denuncia contra el orden actual y en las propuestas de una sociedad alternativa. Para muchos de nosotros es el socialismo, aunque se trate de una categoría castigada por las concretas experiencias fallidas en su nombre.
No queremos detenernos en este sentido y sí afirmamos que se requiere un balance de la lucha por instalar una perspectiva social anticapitalista, desde la revolución rusa hasta el presente.
La lucha por la revolución tiene su historia y la vigencia del capitalismo, la explotación y el salvajismo de la sociedad contemporánea supone la continuidad del objetivo por la revolución socialista.
Construir sujetos, alianzas y programas
Luchar contra el orden del capital requiere de varias cuestiones, y entre ellas: construir sujetos en lucha que desarrollen la propia experiencia; constituir alianzas sociales y políticas diversas, incluso transitorias y definir programas que anticipen la sociedad emancipada por la que se lucha.
El pueblo argentino tiene tradición de organización y lucha, con lo cual, la construcción de sujeto popular en lucha es verificable en la cotidianeidad. El paisaje social en la Argentina es de conflicto extendido, sea por reivindicaciones democráticas: salario y empleo, derechos humanos y otras; pero también por reivindicaciones estructurales, contra la mega-minería a cielo abierto; contra el modelo sojero y la destrucción de la tierra y la población rural; contra el fracking y la explotación de hidrocarburos no convencionales; contra el pago de la deuda, por la investigación y auditoría de la misma; contra el libre comercio y sus formas institucionales de tratados bilaterales de inversión o de defensa de los inversores y más actual contra el tratado transpacífico, como ayer contra el ALCA.
Sujeto en lucha es una constante en la Argentina. Basta seguir la crónica de las agencias de noticias del movimiento popular para identificar innumerables movimientos sociales en la disputa del ingreso, las condiciones de vida y contra el modelo productivo y de desarrollo. En todo caso, la reflexión crítica apunta a la fragmentación de esas iniciativas y acciones. Existe la necesidad de articular ese conjunto de luchas con un horizonte emancipador compartido.
El problema radica en la multiplicidad de diálogos y alianzas que se necesitan para esa articulación.
La falsa opción política que congela la realidad en kirchnerismo y macrismo, o si se quiere entre kirchnerismo o anti-kirchnerismo limita opciones de generalización de la lucha compartida de sectores populares.
El desafío pasa por la capacidad de actuar en unidad de acción al tiempo que se disputa el sentido de la orientación, o en otras palabras, la discusión será por la acumulación política.
La unidad de acción tiene historia larga en la Argentina y otros territorios.
Más recientemente y entre nosotros puede citarse la experiencia de la acción conjunta en el paro general dispuesto entre la CTA Autónoma y la CGT entre 2012 y 2015, rechazadas por la CTA y la CGT oficialistas.
Es necesario volver a discutir esa experiencia, porque ahora pueden darse condiciones para un reordenamiento de las alianzas y las acciones en común.
Construir sujeto en lucha y organizar al movimiento popular requiere de una decidida política de alianzas, que al tiempo que se coincide en la lucha reivindicativa, democrática, contra las cesantías, las suspensiones y la contención de la demanda salarial, se pueda confrontar sobre el sentido y alcance de la organización y la lucha.
Hay que ser conscientes que las organizaciones y dirigentes sociales, sindicales o políticos que tienen opción partidaria, siempre intentaran orientar al movimiento social hacia la convergencia con la estrategia partidaria. Nuestra histórica tradición en la militancia confirma la necesidad de la acción articulada de la relación movimiento y partido, o partido y movimiento, para no jerarquizar la ecuación.
En 1902 Lenin aportó sustancialmente al tema en el ¿Qué hacer? En las condiciones rusas llevó adelante una actualización de los cambios en la sociedad y la necesidad de construir una fuerza política para la revolución, y luego, en las condiciones políticas de 1917 impulsó la consigna todo el poder a los soviets, que eran los consejos de obreros, campesinos y soldados. Es a lo que aludimos cuando sugerimos la relación dialéctica entre partido y movimiento, o a la inversa.
No somos parte de la lectura autonomista de la realidad, negadora del papel de los partidos, pero si de una adecuada articulación de lo político y lo social, y viceversa.
Por eso, la tarea central apunta a la disputa de un nuevo sentido en la lucha por la emancipación, intentando romper la cristalización de un objetivo limitado a la lucha por el gobierno del capitalismo y superar las formas de lucha política contenidas en el avance institucional que remite solo a lo electoral.
Lo logrado en la nueva institucionalidad popular tiene ese desafío. No solo debe construir sujeto en lucha y organizarlo, sino también construir intervención política alternativa.
Una forma posible puede darse con la construcción de instrumentos electorales o el aliento a confluencias electorales, las que se definirán si existe una real acumulación de fuerzas en la lucha y organización popular. Insistamos en la articulación de lo social y lo político, sin subordinaciones caprichosas.
Fue la dinámica de la lucha popular y la creatividad en la construcción de nuevos instrumentos políticos partidarios, movimientistas o frentistas, la que generó las condiciones de posibilidad del cambio político en la región latinoamericana al comienzo del Siglo XXI.
Si bien existen experiencias de construcción de partidos que articularon con el movimiento popular, caso de Uruguay o Brasil, no tiene el mismo recorrido en Venezuela, Ecuador o Bolivia, donde la impronta del movimiento social en lucha construyó los instrumentos y la dinámica de opciones electorales para disputar los gobiernos en esos países.
Pretendemos sugerir la necesidad de articular dialécticamente las construcciones y lógicas partidarias con la dinámica social más allá de los partidos, como condición de posibilidad para la acción masiva en la disputa de poder en este tiempo histórico.
Lo político partidario y lo político social en una dimensión integrada de la acción transformadora, pero en clave emancipatoria y por tanto y aunque, en forma diversa: anticapitalista.
Son alianzas para construir sujeto y programa, es decir “rumbo”, estrategia, incluso táctica, y que en la confianza de la lucha y la organización se puedan definir los instrumentos políticos más adecuados, también en la perspectiva de la lucha electoral.
Para pensar y aportar a la discusión
En este trayecto en el que pensamos, el de los últimos 40 años (1975-2016), o de los últimos 15 años (2001-2016) se necesita hacer un balance crítico de las estrategias desplegadas desde el movimiento popular y si se quiere desde la Izquierda (política y social).
Las estrategias diversas a la salida de la dictadura nos permitieron la máxima acumulación de poder popular hacia el 2001, donde el intento de estructurar en la CTA un nuevo modelo sindical constituye un gran aporte teórico y práctico en la lucha por la emancipación.
Todas las estrategias que confluyeron en la pueblada del 2001 no lograron constituirse en nueva experiencia de poder del pueblo, por lo que la recomposición de las clases dominantes en la “normalización” capitalista fragmentó las diversas organizaciones populares, limitando la capacidad transformadora de esta nueva institucionalidad popular.
Nuestra reflexión, para pensar y discutir es que existen condiciones para construir desde lo logrado y con imaginación y audacia avanzar en una nueva experiencia de organización y lucha, de alianzas sociales y políticas para disputar el sentido de la acumulación de poder, para disputar no solo el gobierno, lo institucional, sino también y muy primordialmente la cultura derivada de la hegemonía capitalista.
Son diversos los debates que se plantean en diferentes ámbitos del movimiento popular sobre ¿qué hacer ante la nueva situación política?
Con estas líneas pretendemos contribuir y aportar en la discusión, especialmente entre el activo militante de la CTA Autónoma.
A dos meses de la gestión Macri se despliegan importantes iniciativas políticas para consolidar el proyecto en el gobierno, con realineamientos de las fuerzas de oposición, especialmente en el peronismo, lo que incluye al kirchnerismo.
Existen otras iniciativas que pretenden la construcción de alternativa política, incluso más allá del capitalismo, entre los que se encuentra un amplio abanico político y social que incluye a la CTA A.
Sugerimos que en la coyuntura actúan por lo menos dos niveles. Uno que se despliega en la lucha por el gobierno de la Argentina y otro en la disputa por un nuevo sentido civilizatorio, contra y más allá del capitalismo.
La coyuntura en un ciclo histórico largo
No puede entenderse el presente (2016) sino asumimos un ciclo histórico más largo, que parte de una fuerte reestructuración regresiva del capitalismo local desde 1975/76 y que tiene al 2001 y la pueblada del 19 y 20 de diciembre como punto de inflexión, no necesariamente de derrota de la ofensiva capitalista construida desde el accionar paramilitar y la dictadura genocida.
La ofensiva de las clases dominantes tuvo un límite en la pueblada del 2001 que cambio la situación de la lucha de clases en nuestro territorio, aunque no se pudo consolidar un proceso de reversión de la ofensiva de las clases dominantes para construir una contraofensiva que cambie de sentido el ciclo histórico en la disputa del poder.
Por eso es imprescindible analizar a fondo los límites de las movilizaciones en torno al 2001, los proyectos en disputa y el desenlace posterior con hegemonía kirchnerista. Es una tarea pendiente, que requiere de análisis pormenorizados.
La inflexión a que aludimos en el 2001 se deriva de la lucha y organización popular gestada contra la ofensiva reaccionaria, especialmente en tiempos de la dictadura genocida (1976-83) y en los 90, años del menemismo y la convertibilidad de la moneda local, con desregulaciones, privatizaciones y reforma estatal, flexibilización de las relaciones laborales y extensión de la pobreza y la marginalidad.
El cambio fue económico, político y cultural, con emergencia de nuevos fenómenos, entre ellos la extensión del narcotráfico y otros delitos propios de la descomposición presente.
La inflexión alude a la construcción de una nueva institucionalidad popular, con empresas recuperadas, asambleas populares, irrupción de los movimientos territoriales y el desarrollo del de piqueteros y un nuevo modelo sindical manifestado en la proliferación de experiencias de cuerpos de delegados autónomos de la burocracia sindical, y muy especialmente con la aparición de la Central de Trabajadores de la Argentina, CTA. También con manifestaciones culturales diversas y aliento a una nueva subjetividad en materia de género y diversidad; de lucha ambiental y haciendo visible las históricas demandas de los pueblos originarios, modificando sustancialmente el amplio espectro del movimiento popular.
La nueva institucionalidad en su diversidad y fragmentación pervive muy parcialmente, ya que una buena parte fue absorbida por la lógica mercantil, el clientelismo estatal y la subordinación a una lógica de acumulación política desde el gobierno. El problema para nosotros es como avanzar con aquellas experiencias que mantienen los propósitos de origen y otras que se fueron generando más tarde, en la constitución de una contraofensiva popular. Esta reflexión apunta a considerar que las clases dominantes reconstruyeron su capacidad de dominación luego de la crisis del 2001.
En la lucha de clases concreta se necesita analizar esta contradicción, entre los propósitos explicitados de una nueva institucionalidad popular en torno al 2001 y la posterior evolución o involución de estas iniciativas para constituir bloque histórico en la disputa de poder. Del mismo modo que se requiere profundizar en cuales fueron las acciones desde las clases dominantes para fracturar estas experiencias y volcar para sus objetivos parte del nuevo entramado social construido desde la resistencia a la dictadura y al menemismo. Tiene que ser parte del movimiento popular.
La recomposición de poder de las clases dominantes es lo que explica las actuales “condiciones de revancha” (dicho metafóricamente) que se manifiestan en ciertos intentos de recreación de la liberalización explícita de la economía local, con aperturas y realineamientos con la estrategia de las transnacionales y el imperialismo. Ese accionar puede explicarse desde los límites y debilidades del accionar del movimiento popular en la construcción de poder alternativo.
Con la inflexión del 2001 se habilitó una lucha y un debate sobre la crisis, política, económica, ideológica. Claro que a dos puntas, ya que se mueve la disputa por la representación política y el sistema de dominación entre las clases dominantes, tanto como los mecanismos de acumulación de poder popular entre los de abajo.
Kirchnerismo y macrismo como novedad política
La crisis política se evidenció con la consigna: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Sin perjuicio del reacomodamiento de parte de la vieja burocracia, la situación política supuso novedades.
En este sentido, el kirchnerismo y sus doce años de gobierno, que requieren ser considerados y estudiados, fueron una novedad importante, de recreación del peronismo y con propuesta de articulación con otros sectores e identidades vía transversalidad, con impacto en sectores juveniles, intelectuales y de las capas medias de la sociedad.
La novedad reciente del periodo deviene que por primera vez, en tiempos constitucionales, con el triunfo reciente de Macri, no gobierna ni el peronismo ni el radicalismo. Es cierto que del macrismo también forman parte sectores del peronismo y del radicalismo. Estos últimos en alianza oficial, y constituyen novedad las recurrentes iniciativas para acercar fracciones del peronismo a una alianza más o menos explícita con el gobierno de Macri, especialmente en el Parlamento. En ese plano se inscribe la reciente fracción kirchnerista con objetivo de diálogo con el macrismo.
Kirchnerismo y macrismo son las novedades de este tiempo en el régimen político del país.
No anticipamos pronóstico sobre el futuro de ambos fenómenos políticos, pero hoy expresan dos núcleos que se autoerigieron y auto eligieron en las antípodas de la disputa política.
La sociedad se divide esencialmente entre ambas identidades. Es la foto del balotaje del 22 de noviembre del 2015.
Es cierto que la política es más compleja que el momento del balotaje. Sin embargo, esa situación convoca a un análisis binario que es incorrecto para pensar la diversidad que ofrece la disputa política contemporánea, que es más que la lucha electoral, aun cuando esta pesa sobremanera en la percepción mayoritaria de la sociedad, especialmente en los armadores de opinión pública.
La política trasciende lo electoral
Hay lucha política más allá de la institucionalidad sistémica republicana establecida en la Constitución Nacional.
Debatir al respecto es uno de los desafíos en la coyuntura y puede ser definitorio para instalar una política de acumulación de poder de sectores subalternos y con capacidad de disputar hegemonía en el debate sobre la política.
Buscar un lugar propio más allá del macrismo y el kirchnerismo es el desafío del movimiento popular. Ambas expresiones de la política, son formas de restablecer el orden capitalista.
No se trata de lo mismo y no es correcto identificar a ambos fenómenos, pero la lucha por un “capitalismo en serio” es lo que se disputa desde ambas identidades, y en el marco de la crisis mundial del capitalismo, el horizonte programático del reordenamiento sistémico oscila entre la mayor o menor intervención del Estado capitalista y la forma y límites de la promoción del mercado capitalista.
En todo caso, siempre está en debate quiénes son los beneficiarios y perjudicados de una u otra de las orientaciones políticas, ya que lo que no se discute es el modelo productivo y de desarrollo.
Lo definitorio para calificar de sistémicas las estrategias gubernamentales es que el modelo productivo y de desarrollo es intocado. Con una u otra política, más a la derecha o más al centro, se consolida la extranjerización, concentración y transnacionalización de la producción.
Es lo que ocurre con la extensión de la frontera de la soja y la creciente asociación a la producción transgénica. Ocurre del mismo modo con la promoción de la mega minería a cielo abierto, a la que apuesta la mayoría de los proyectos y partidos políticos que disputan el gobierno de la Argentina. Es la misma apuesta al aliento a los hidrocarburos no convencionales vía fractura hidráulica (fracking).
Son formas que asume el capitalismo extractivista en este tiempo, aunque está asimilado a la producción industrial. La promoción de la política industrial está orientada a la industria de ensamble, subordinada a las importaciones de parte, caso emblemático de las terminales automotrices.
La organización de los servicios apunta a una inserción internacional dependiente, con grandes cadenas comerciales altamente concentradas y extranjerizadas, una banca transnacionalizada y mercados especulativos extendidos con epicentro en la liberalización del movimiento internacional de capitales y el endeudamiento público y privado.
El patrón de consumo está subordinado a esta organización dependiente de la producción local. El consumismo configura un modelo de desarrollo asentado en el individualismo y la pérdida de un imaginario colectivo de transformación social.
Aunque parezca reiterativo en el uso del lenguaje, enfatizamos el calificativo “capitalista”, del Estado y del Mercado para hacer visible el contenido clasista de dos categorías relacionales: el Estado y el Mercado.
En ambos coexisten contradicciones sociales, generadoras de conflicto y formas de resolución favorables en uno u otro sentido, que confirman la hegemonía o la disputan.
Por eso la importancia de los sectores populares en la lucha por disputar el Estado, su presupuesto, su orientación, e ir más allá del Estado en la organización de la vida cotidiana con recursos públicos.
También en la lucha por la des-mercantilización y a favor del derecho a la educación, a la salud, a la energía, entre muchos derechos que deben actuar por fuera de las relaciones mercantiles y ejercerse como derechos de la sociedad.
Ambas expresan relaciones sociales, económicas y políticas, por ende, correlaciones de fuerzas del orden capitalista.
En términos de paradigma se acude al liberalismo explícito o al neo-desarrollismo, con variados matices entre ambos. No es diferente a la asunción de ambos paradigmas en el ámbito mundial. Por caso, EEUU enfrentó la crisis mundial del 2008 con fortísima intervención del Estado y apunta hacia la liberalización con los límites de la propia crisis y por eso mantiene la intervención estatal para mantener bajas tasas de interés, aunque la decisión política e ideológica tiene años relativos al intento de aumentar y liberar el precio del dinero.
Neoliberalismo o neo-desarrollismo son formas políticas que asumen los Estados en función de la lógica de la crisis, del funcionamiento concreto del orden capitalista y de las correlaciones sociales de fuerzas en cada momento histórico.
La crisis del 2001 en Argentina y la fuerte movilización popular impedían acudir al paradigma liberal explícito: el neoliberalismo, aun cuando algunos aspectos esenciales se sostuvieron, a modo de ejemplo las leyes de entidades financieras o de inversiones externas.
No hubo en 12 años desmantelamiento de cambios institucionales del neoliberalismo de los tiempos de la dictadura y del menemismo. Es más, se aprobaron nuevos institutos, entre el más grave se cuenta la ley antiterrorista.
La expropiación parcial de YPF no supuso cambio de la política energética de subordinación y dependencia confirmada con el acuerdo con Chevron.
Del mismo modo que los acuerdos con el Club de París, el pago a Repsol, son entre muchas otras acciones en este plano, pruebas de ratificación de la inserción subordinada en el sistema financiero mundial.
Además, se desaprovechó la ocasión de auditar el endeudamiento público desde 1976 (previsto en la Comisión bicameral aprobada en la ley de pago soberano de 2014) y que pretende cerrarse con las negociaciones de Macri con los fondos buitres y la justicia de EEUU.
El desgaste y límite del gobierno kirchnerista por 12 años facilita la reinstalación de políticas liberalizadoras.
Vale mencionar, que aun así, al macrismo le cuesta instalar el ajuste que exigen sectores ortodoxos. Algunos sostienen que el ajuste debe ser mayor, que las cesantías estatales necesitan ser más amplias para bajar sustancialmente el déficit fiscal. Se acusa el gradualismo asumido por Alfonso Prat Gay desde el Ministerio de Economía, a quien se lo considera un neo-desarrollista.
La demanda política es por asumir integralmente el sentido de las políticas neoliberales.
Nuestra propuesta es no quedar atrapados entre el paradigma neoliberal y el neo-desarrollista, sino que debemos ir más a fondo y discutir el paradigma de desarrollo capitalista: neoliberal o neo-desarrollistas.
Ello impone ir más allá de lo institucional y ganar en el sentido común de la sociedad para sobrepasar los límites que impone la disputa electoral contenida en la permanencia en el orden capitalista.
Una propuesta más allá del capitalismo
Macrismo y kirchnerismo disputan la gestión del orden capitalista en la Argentina y el problema para el movimiento popular pasa por lograr instalar una propuesta que trascienda la defensa del capitalismo, sea bajo el neo-desarrollismo o el neoliberalismo y los matices contenidos entre ambos paradigmas.
Existe una lógica binaria en la disputa electoral y por eso entre 1983 y 2011 se sucedieron gobiernos peronistas y radicales. Por primera vez, en el 2015 la opción es matizada con nuevas identidades que convocan a un realineamiento y recomposición de las diferentes identidades políticas tradicionales en la Argentina.
La opción entre macrismo y kirchnerismo obliga a reestructuraciones de todos los partidos y alianzas políticas y sociales.
Es una ecuación que desordena lo conocido y convoca a organizar viejas y nuevas identidades para la institucionalidad política.
La derecha parece encaminarse desde el PRO, y busca alianzas hacia el centro, para no quedar cristalizada en un enfoque conservador.
El llamado centro izquierda aparece contenido en el kirchnerismo y podría quitar función a un conjunto de referencias de ese espacio. En ese sentido es emblemático el giro de la discusión de las alianzas que se propone el socialismo gobernante en Santa Fe.
La izquierda tiene su propio desafío. Se puede coincidir en que el trotskismo, aunque con bajos guarismos de votación, quedó como la expresión más votada del espacio, especialmente con la decisión de otras opciones subsumidas en propuestas de centro izquierda, particularmente en el kirchnerismo. El debate en su interior pasaría por afianzar lo logrado y ampliar el espacio hacia otras identidades y construcciones socio políticas. La realidad es que no se han dado avances en tal sentido, sino que se han acentuado las disputas en su interior.
Una convicción que sustentamos es que la política es más que lo partidario, que lo electoral y lo institucional-constitucional. La política es vida cotidiana, es cultura, disputa de sentido y abarca todas las relaciones sociales. En este caso también, la izquierda trasciende a las expresiones partidarias.
Aludimos a una práctica social, de organización y lucha que se expresa en la dinámica social en la denuncia contra el orden actual y en las propuestas de una sociedad alternativa. Para muchos de nosotros es el socialismo, aunque se trate de una categoría castigada por las concretas experiencias fallidas en su nombre.
No queremos detenernos en este sentido y sí afirmamos que se requiere un balance de la lucha por instalar una perspectiva social anticapitalista, desde la revolución rusa hasta el presente.
La lucha por la revolución tiene su historia y la vigencia del capitalismo, la explotación y el salvajismo de la sociedad contemporánea supone la continuidad del objetivo por la revolución socialista.
Construir sujetos, alianzas y programas
Luchar contra el orden del capital requiere de varias cuestiones, y entre ellas: construir sujetos en lucha que desarrollen la propia experiencia; constituir alianzas sociales y políticas diversas, incluso transitorias y definir programas que anticipen la sociedad emancipada por la que se lucha.
El pueblo argentino tiene tradición de organización y lucha, con lo cual, la construcción de sujeto popular en lucha es verificable en la cotidianeidad. El paisaje social en la Argentina es de conflicto extendido, sea por reivindicaciones democráticas: salario y empleo, derechos humanos y otras; pero también por reivindicaciones estructurales, contra la mega-minería a cielo abierto; contra el modelo sojero y la destrucción de la tierra y la población rural; contra el fracking y la explotación de hidrocarburos no convencionales; contra el pago de la deuda, por la investigación y auditoría de la misma; contra el libre comercio y sus formas institucionales de tratados bilaterales de inversión o de defensa de los inversores y más actual contra el tratado transpacífico, como ayer contra el ALCA.
Sujeto en lucha es una constante en la Argentina. Basta seguir la crónica de las agencias de noticias del movimiento popular para identificar innumerables movimientos sociales en la disputa del ingreso, las condiciones de vida y contra el modelo productivo y de desarrollo. En todo caso, la reflexión crítica apunta a la fragmentación de esas iniciativas y acciones. Existe la necesidad de articular ese conjunto de luchas con un horizonte emancipador compartido.
El problema radica en la multiplicidad de diálogos y alianzas que se necesitan para esa articulación.
La falsa opción política que congela la realidad en kirchnerismo y macrismo, o si se quiere entre kirchnerismo o anti-kirchnerismo limita opciones de generalización de la lucha compartida de sectores populares.
El desafío pasa por la capacidad de actuar en unidad de acción al tiempo que se disputa el sentido de la orientación, o en otras palabras, la discusión será por la acumulación política.
La unidad de acción tiene historia larga en la Argentina y otros territorios.
Más recientemente y entre nosotros puede citarse la experiencia de la acción conjunta en el paro general dispuesto entre la CTA Autónoma y la CGT entre 2012 y 2015, rechazadas por la CTA y la CGT oficialistas.
Es necesario volver a discutir esa experiencia, porque ahora pueden darse condiciones para un reordenamiento de las alianzas y las acciones en común.
Construir sujeto en lucha y organizar al movimiento popular requiere de una decidida política de alianzas, que al tiempo que se coincide en la lucha reivindicativa, democrática, contra las cesantías, las suspensiones y la contención de la demanda salarial, se pueda confrontar sobre el sentido y alcance de la organización y la lucha.
Hay que ser conscientes que las organizaciones y dirigentes sociales, sindicales o políticos que tienen opción partidaria, siempre intentaran orientar al movimiento social hacia la convergencia con la estrategia partidaria. Nuestra histórica tradición en la militancia confirma la necesidad de la acción articulada de la relación movimiento y partido, o partido y movimiento, para no jerarquizar la ecuación.
En 1902 Lenin aportó sustancialmente al tema en el ¿Qué hacer? En las condiciones rusas llevó adelante una actualización de los cambios en la sociedad y la necesidad de construir una fuerza política para la revolución, y luego, en las condiciones políticas de 1917 impulsó la consigna todo el poder a los soviets, que eran los consejos de obreros, campesinos y soldados. Es a lo que aludimos cuando sugerimos la relación dialéctica entre partido y movimiento, o a la inversa.
No somos parte de la lectura autonomista de la realidad, negadora del papel de los partidos, pero si de una adecuada articulación de lo político y lo social, y viceversa.
Por eso, la tarea central apunta a la disputa de un nuevo sentido en la lucha por la emancipación, intentando romper la cristalización de un objetivo limitado a la lucha por el gobierno del capitalismo y superar las formas de lucha política contenidas en el avance institucional que remite solo a lo electoral.
Lo logrado en la nueva institucionalidad popular tiene ese desafío. No solo debe construir sujeto en lucha y organizarlo, sino también construir intervención política alternativa.
Una forma posible puede darse con la construcción de instrumentos electorales o el aliento a confluencias electorales, las que se definirán si existe una real acumulación de fuerzas en la lucha y organización popular. Insistamos en la articulación de lo social y lo político, sin subordinaciones caprichosas.
Fue la dinámica de la lucha popular y la creatividad en la construcción de nuevos instrumentos políticos partidarios, movimientistas o frentistas, la que generó las condiciones de posibilidad del cambio político en la región latinoamericana al comienzo del Siglo XXI.
Si bien existen experiencias de construcción de partidos que articularon con el movimiento popular, caso de Uruguay o Brasil, no tiene el mismo recorrido en Venezuela, Ecuador o Bolivia, donde la impronta del movimiento social en lucha construyó los instrumentos y la dinámica de opciones electorales para disputar los gobiernos en esos países.
Pretendemos sugerir la necesidad de articular dialécticamente las construcciones y lógicas partidarias con la dinámica social más allá de los partidos, como condición de posibilidad para la acción masiva en la disputa de poder en este tiempo histórico.
Lo político partidario y lo político social en una dimensión integrada de la acción transformadora, pero en clave emancipatoria y por tanto y aunque, en forma diversa: anticapitalista.
Son alianzas para construir sujeto y programa, es decir “rumbo”, estrategia, incluso táctica, y que en la confianza de la lucha y la organización se puedan definir los instrumentos políticos más adecuados, también en la perspectiva de la lucha electoral.
Para pensar y aportar a la discusión
En este trayecto en el que pensamos, el de los últimos 40 años (1975-2016), o de los últimos 15 años (2001-2016) se necesita hacer un balance crítico de las estrategias desplegadas desde el movimiento popular y si se quiere desde la Izquierda (política y social).
Las estrategias diversas a la salida de la dictadura nos permitieron la máxima acumulación de poder popular hacia el 2001, donde el intento de estructurar en la CTA un nuevo modelo sindical constituye un gran aporte teórico y práctico en la lucha por la emancipación.
Todas las estrategias que confluyeron en la pueblada del 2001 no lograron constituirse en nueva experiencia de poder del pueblo, por lo que la recomposición de las clases dominantes en la “normalización” capitalista fragmentó las diversas organizaciones populares, limitando la capacidad transformadora de esta nueva institucionalidad popular.
Nuestra reflexión, para pensar y discutir es que existen condiciones para construir desde lo logrado y con imaginación y audacia avanzar en una nueva experiencia de organización y lucha, de alianzas sociales y políticas para disputar el sentido de la acumulación de poder, para disputar no solo el gobierno, lo institucional, sino también y muy primordialmente la cultura derivada de la hegemonía capitalista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario