sábado, 26 de marzo de 2016

Tras los atentados en Bruselas: barbarie, islamofobia y solidaridades colectivas. Dossier

DOSSIER: 
- Islamofobia y solidaridades colectivas. De Lesbos a Bruselas. Xaquín Pastoriza
- Trump y Bruselas: la barbarie en nuestras puertas. Adolfo Gilly


Islamofobia y solidaridades colectivas. De Lesbos a Bruselas

Mientras escribo estas líneas, aún resuena el eco de las sirenas en Bruselas, el humo sigue saliendo de la estación de metro de Maelbeek y las televisiones continúan informando sobre el ataque terrorista. Confusión, miedo, barbarie, ideas que golpean la conciencia y ante las que es fácil sucumbir. Aportar algo de luz entre las tinieblas parece una misión tan suicida cómo necesaria, con el fin de no refugiarse en un pesimismo paralizante. 

Xaquin Pastoriza, profesor de Historia y militante de Anticapitalistas Galiza. En Viento Sur. 26 de marzo

Hace falta huir de la dialéctica del dolor y de los sentimientos primarios (inseguridad, necesidad de protección, odio), empleada como arma de distorsión masiva frente a los "otros", los que "no son como nosotros". Ahí está la semilla del racismo, la semilla de la barbarie. Los primeros pensamientos, sin embargo, van hacia las víctimas, personas del común, atrapadas en un infierno que no crearon. El mejor homenaje que les podemos hacer es no callar, es señalar las causas y los culpables, ir a las raíces. El silencio es terreno abonado para que campen el racismo, la xenofobia, la exclusión, como látigos que se extienden por Europa sobre la miseria de las clases explotadas, sea cual sea su etnia o religión.

Tras la fachada del islamismo yihadista como enemigo hay varias simplificaciones interesadas. El concepto "islamismo yihadista" es una construcción mediática y académica realizada en Occidente, con la complicidad de los mass media y de algún "orientalista" como Bernard Lewis, con oscuros vínculos con el Departamento de Estado de los EEUU. En el relato dominante generado tras la caída del Muro y que busca un nuevo antagonista tras la quiebra de la URSS, se identifica Islam con yihadismo, poniendo bajo sospecha a toda una "civilización" tan diversa y heterogénea como la Cristiandad (término este que no se suele emplear en el análisis). Esta simplificación bebe del discurso "orientalista" que nace en el siglo XIX y que tan bien caracterizó Edward W. Said, como una construcción interesada, tan falsa como el concepto de Occidente, y que responde a una lógica de sometimiento basada en una supuesta superioridad. El choque de civilizaciones de Hungtinton como marco interpretativo que legitima un neocolonialismo desposeyente, puesto de manifiesto cruelmente en las dos guerras de Irak, en Afganistán, en Libia, en Siria.

Esta visión orientalista incide en la visión del otro, del "Islam", como espacio territorial y simbólico donde brotan el fanatismo y el nihilismo, despojando las reivindicaciones de sus pueblos de cualquier contenido político. Esta explicación psicologicista, que percibe el Islam como un todo homogéneo, fundamentalmente patológico, esconde cualquier relación entre los atentados yihadistas y el problema palestino o las intervenciones imperialistas de Occidente. Este análisis dominante centra la explicación de la existencia de células con intenciones de atentar en el resentimiento, en un odio identitario y ciego, no en la realidad de entornos sociales azotados por el desempleo, la falta de políticas sociales y el desprecio de las instituciones. El discurso islamófobo estigmatiza las comunidades de migrantes en territorio europeo, identificando religión, miseria y violencia nihilista. La islamofobia también intenta aislar estas comunidades de otros sectores de las clases populares, extendiendo el miedo y la desconfianza entre las clases subalternas. De hecho, el auge del voto a la extrema derecha en Europa, desde Francia hasta Alemania, se basa en la expansión de la xenofobia entre los barrios de clases trabajadores, tradicionales feudos de la izquierda, víctimas del paro, la descomposición social y la bancarrota política de las organizaciones de clase.

La existencia de barrios con una composición mayoritariamente originaria de países musulmanes se contempla como un problema de seguridad, no como entornos con una problemática social compleja que hace falta atender. De hecho, las soluciones a la cuestión del terrorismo se plantean desde una óptica securitaria policial, colocando a barriadas enteras en el punto de mira. Esa es la lógica que subyace en la consideración que hacen muchas veces las autoridades de la construcción de una mezquita como un problema de seguridad. Frente a las evidencias que señalan que la mayoría de personas que participan en atentados "yihadistas" provienen de capas medias, con un alto nivel de estudios en muchos casos y fuertemente occidentalizadas (S. Amghar), se persigue a organizaciones "salafistas", que ofrecen ámbitos de socialización y redes de solidaridad a personas provenientes de las clases bajas de estas barriadas. Se criminalíza la reconstrucción de lazos comunitarios destruidos por el capitalismo, tal como hacían las élites británicas con el asociacionismo obrero en la Gran Bretaña de comienzos del siglo XIX, según nos narró con brillantez E. P. Thompson.

Los Estados magnifican el peligro, fomentan el miedo para legitimar su función “protectora” y apagar la disidencia. La islamofobia nos afecta a todas, destruye nuestras solidaridades colectivas, divide a las mayorías sociales y confunde la naturaleza del enemigo. En ese sentido, mientras las bombas explotaban en Bruselas, millares de refugiadas eran deportadas de la isla de Lesbos, entre la ausencia de testigos incómodos. La misma UE que invoca la defensa de sus "valores" frente a la amenaza del terrorismo, invoca esos mismos "valores" para detener masivamente mujeres y niños, convierte el Mediterráneo en una gran tumba y niega el derecho de asilo a las que escapan de las guerras generadas por los países occidentales. El acuerdo de inmigración firmado por la UE y Turquía, con la complicidad del gobierno Tsipras, refuerza la idea de exclusión, de "ellos" y "nosotros", de la Europa fortaleza amenazada por las refugiadas y el Islam, una lógica infame que alimenta la xenofobia y los votos de la extrema derecha, que es la que está dictando agenda a los gobiernos europeos, temerosos de perder votos por ese frente.

Lo cierto es que son los asesinatos con drones, los bombardeos indiscriminados, las cárceles secretas, las torturas o el apoyo a dictaduras (véase el aplauso al golpe de estado del ejército egipcio) los que alimentan el yihadismo del ISIS. La respuesta que protagoniza esta variante del wahabismo suní (apoyado desde los años 20 por Reino Unido y EEUU en Arabia Saudí) se diferencia no por su grado de violencia, sino por su pretensión de territorializar un nuevo califato, de generar estructuras de estado con una red asistencial y administrativa que amplía sus bases de apoyo a pesar de la represión indiscriminada que practican. La caracterización que se hace desde muchos sectores de la izquierda del ISIS como neofascista peca de caricaturesca y juega en un marco conceptual occidentalizante, bastante simplificador. Este razonamiento podría llevar a justificar una intervención militar en la zona para extirpar de cuajo a estos seguidores de Hitler y Mussolini. Desde luego que el ISIS no ofrece ninguna alternativa a las masas explotadas de los países musulmanes, y que juega un papel reaccionario, pero ninguna cruzada militar podrá solucionar el caos generado en la región por los países occidentales, Rusia, Arabia Saudí, Qatar e Irán . La violencia sólo traerá violencia, mientras algunas compañías occidentales se aprovechan de la venta de petróleo de las zonas controladas por el ISIS. Ya se sabe, el capital no tiene moral.

En estas horas de incertidumbre es el momento de marcar un discurso diferenciado, un discurso disidente. La solución no vendrá de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, de un pacto antiyihadista, de la unidad frente al Terror (no puede haber ninguna unidad con los que instalan vallas, apoyan guerras y deportan migrantes). Tampoco mediante la restricción de derechos y libertades, sino incidiendo en las causas del terrorismo, combatirlo construyendo solidaridades, construyendo comunidad entre las de abajo. La izquierda social y política debería ofrecer un proyecto emancipador y una identidad política a toda esa juventud que expresa su rechazo contra un modelo social que los excluye y señala. Hace falta luchar contra la estigmatización de las diferentes, apostar por hacer pedagogía contra el discurso de la venganza y del odio, como hacen muchos movimientos y activistas que combaten el racismo y la exclusión. Abrir muros, derribar fronteras, evitar que las víctimas se conviertan en culpables y los culpables en víctimas. Por Lesbos, por Bruselas. Es hora de construir otra Europa.

Trump y Bruselas: la barbarie en nuestras puertas

Nuestro inolvidable Bolívar Echeverría escribió esto allá por 1984:“No sabemos bien lo que Rosa Luxemburg quería decir con ‘barbarie’ cuando, en el verdadero comienzo del siglo XX, en la Gran Guerra, reconocía para la marcha de la historia una encrucijada inevitable: o adopta el difícil camino del socialismo o se hunde en la barbarie… Barbarie: una vida social cuyo trascurrir fuera el discurso de un idiota, lleno de ruido y de furor y carente de todo sentido. Ausencia de sentido, he ahí la clave de la barbarie”.

Adolfo Gilly, en La Jornada. 23 de marzo

Los atentados terroristas en Bruselas con su espantosa secuela de muertos y heridos, así como los bombardeos indiscriminados sobre Siria, las oleadas de refugiados que juegan –y pierden– sus vidas en el Mediterráneo sin encontrar asilo en Europa; los ya incontables desaparecidos y asesinados en México y en Centroamérica y los feminicidios cotidianos nos dicen que la barbarie –esta barbarie contemporánea– está entre nosotros. Y cuando escribo “barbarie”, estoy midiendo mis palabras.

Donald Trump, el precandidato en ascenso que aparece irresistible, acaba de insistir (Reuters) en que “Estados Unidos debería usar la asfixia y otras técnicas duras de interrogación cuando se trate de sospechosos de terrorismo” (que por supuesto puede ser cualquiera en manos de la policía). “La asfixia por inmersión está bien”, declaró ayer. “Si se pudiesen ampliar las leyes permitiría algo más que la asfixia por inmersión. Hay que sacarle información a esta gente”. Este individuo amenaza tomar el control de la mayor potencia tecnológica, militar y destructiva del planeta, aquí, nomás, tras frontera.

La barbarie: las dos Grandes Guerras mundiales del siglo XX, las guerras coloniales, los campos de concentración gemelos de Hitler y de Stalin, el Holocausto judío que algunos bárbaros plumíferos todavía hoy se atreven a negar o minimizar. Sí, esa barbarie fue creciendo sin cesar y desbordó sobre este siglo XXI y también sobre este nuestro México, hoy, con decenas y decenas de miles de desapariciones forzadas, presos torturados, inocentes encarcelados, feminicidios y violencia cotidiana, asesinatos impunes, fosas clandestinas por doquier y Ayotzinapa como herida abierta.

Desarmados, no tenemos otra respuesta inmediata a este desborde más que la razón, la honestidad humana elemental y la organización. En nombre de estas tres necesidades primordiales de este nuestro tiempo, quiero reproducir aquí la respuesta que una pequeña organización socialista de Bélgica, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), a la cual pertenecía Ernest Mandel, acaba de dar este mismo día 22 de marzo. Proviene de la Bruselas donde estalló esta barbarie:

La LCR-SAP denuncia enérgicamente los cobardes atentados terroristas perpetrados este 22 de marzo en Bruselas. Ningún motivo político o religioso puede servir de pretexto para estos crímenes innobles. La LCR-SAP expresa su apoyo y sus sentimientos profundos de solidaridad con todas las víctimas inocentes de esta violencia ciega.
La LCR-SAP llama también a la más grande vigilancia democrática ante la nueva acometida de seguridad, bélica, racista e islamófoba que estos terribles eventos amenazan con suscitar en Bélgica y en otros países entre la clase política y los grandes medios de comunicación.
Han trascurrido apenas unos días desde el grito de victoria de las autoridades con motivo del arresto de Salah Abdeslam; el vergonzoso acuerdo europeo para reprimir a los refugiados; un nuevo atentado asesino en Estambul; y un bombardeo ruso sobre Raqqa, en Siria, que dejó decenas de muertos entre la población civil. Hoy volvemos a comprobar, una vez más, que no se combate el terror bombardeando al pueblo sirio; sosteniendo regímenes dictatoriales; sacando al ejército a las calles; estigmatizando a una comunidad en Europa con medidas racistas como la pérdida de la nacionalidad; lanzando a los refugiados al mar y limitando las libertades democráticas.
Por el contrario, estas políticas de terror no hacen más que dar alimento a las organizaciones terroristas y cumplir el objetivo de reforzar el odio sectario y asfixiar a la sociedad. Reiteramos nuestra convicción de que nada podrá protegernos mientras nuestra sociedad siga fundada sobre la injusticia, la violencia y la exclusión, tanto al interior como al exterior de nuestros países.
En estas horas trágicas, la LCR honra a las víctimas luchando por un cambio radical de rumbo: por una política social generosa, basada en la solidaridad, las libertades democráticas y la lucha contra las desigualdades en nuestro país y en el mundo.
Defendiendo la vida es como se combate una política de muerte.


La pequeña voz de estos compañeros no está sola en Europa ni en el mundo. Hoy toda la izquierda y la democracia social europea está pronunciándose y uniendo y movilizando sus fuerzas contra este desborde aluvional de las barbaries. Sirvan estas líneas escritas con premura para traer algunas de aquellas voces entre nosotros.

Son las mismas voces que en estas tierras se alzan, se movilizan y se organizan por Nestora Salgado, por Miguel Mirelles, por Berta Cáceres asesinada en Honduras, por Gustavo Cáceres allá en peligro de muerte; y también por Abel Barrera y Vidulfo Rosales y los compañeros de Tlachinollan, que se juegan cada día la libertad y la vida en defensa de los padres y madres de Ayotzinapa y de las desaparecidas y desaparecidos de Guerrero, y todos los defensores de derechos humanos que se las juegan en México y Centroamérica.

Vuelvo a traer aquí la voz de Bolívar Echeverría en aquel escrito memorable:

Sólo un hecho impide hablar del siglo XX como de una época de barbarie. No se trata de la existencia de un nexo que, al unir una barbaridad con otra, les otorgue un sentido trascendente. Se trata de la existencia de la Izquierda: una cierta comunidad de individuos, una cierta fraternidad, a veces compacta, a veces difusa, que ha vivido esta historia bárbara como la negación de otra historia deseada y posible a la que se debe tener acceso mediante la revolución. En virtud de la existencia de la Izquierda, la miseria de la vida moderna, la destrucción de los seres humanos y de la naturaleza en la ciudades y en los campos de la época industrial deja de ser un absurdo y se vuelve un acontecimiento histórico dotado de un sentido –negativo– y por tanto explicable”.

Explicable, es decir, comprensible y accesible a la razón humana y, por lo tanto, al sentido y al sentir de los seres humanos, de nosotros en México y en el Norte y el Sur de este lado del mundo. Es cuanto nos dijo con otras palabras y por aquella misma época –1981– nuestro Luis Villoro en “El sentido de la historia”, breve ensayo deslumbrante incluido en el libro Carlos Pereyra (y otros), Historia, ¿para qué?, Siglo XXI, México.

Es bueno regresar a él en estos días de barbarie y sinsentido.

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