La alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, ha pedido a todas las partes en Egipto que den un paso atrás para salvar al país del desastre.
Marta
Haserrea, de IA
El
presidente de EEUU ha anunciado la suspensión de unos ejercicios
militares conjuntos previstos para el próximo mes con Egipto.
La
respuesta de la ONU y del Pentágono ante la matanza de cientos de
egipcios en acampadas de protesta mantiene su hipocresía habitual
pidiendo «salvar al país del desastre», desastre en el que ellos
mismos lo han metido y «suspendiendo ejercicios militares» sin
tocar ni un ápice la ayuda militar millonaria que el ejército
egipcio recibe anualmente de Washington.
Obama
asegura ufano que «confía en que Egipto pueda ser un país próspero
y democrático» y «advierte a las diferentes
partes en conflicto de que no pueden culpar a actores externos de lo
que va mal dentro de sus fronteras». Y todo esto
lo dice pretendiendo que nos creamos que en Egipto hay «partes en
conflicto» y que el clima de violencia de estos días es fruto sólo
de diferencias internas, como si los intereses coloniales en el país
no tuvieran nada que ver con los crímenes cometidos, hoy por el
ejército, ayer por los Hermanos Musulmanes, pero siempre con la
espada del imperialismo azuzando por detrás para mantener sus
beneficios y los de la oligarquía burguesa egipcia y extranjera
intactos y a buen recaudo.
Los
Hermanos Musulmanes han llamado a sus seguidores a manifestarse en
contra de la deposición del presidente Mursi pero, haciendo un
alarde de habilidad política, algo totalmente esperado por otro
lado, han vestido el ataque contra el gobierno islamista como una
injerencia occidental contra la cultura y la idiosincrasia musulmana,
vamos, algo que no afecta sólo a los partidarios de hacer de la
sharía la fuente del
derecho constitucional, sino a cualquier musulmán.
Con
independencia de hasta qué punto pueda tragarse la sociedad egipcia
el cebo de la yihad por el Islam, lo cierto es que en las protestas
«pro-Mursi» hay egipcios que jamás defendieron a Mursi y que ahora
ven agredida su identidad cultural y religiosa. Muchos de los
asesinados y heridos estos días no son ni siquiera islamistas
radicales, sino civiles musulmanes que se sienten vapuleados por la
injerencia yanki.
Los
propios Revolucionarios Socialistas de Egipto
consideran mártires de la Revolución a los muertos en estos
enfrentamientos en su declaración:
Nosotros, Revolucionarios Socialistas, no nos desviaremos un instante de la vía de la revolución egipcia. No haremos jamás compromisos con los derechos de los mártires revolucionarios y su sangre pura: la de quienes han caído enfrentándose a Mubarak, la de quienes cayero enfrentándose al régimen de Morsi y la de quienes caen actualmente enfrentándose a Al-Sissi y sus perros de guardia.
Por
su parte, el gobierno provisional proveniente del golpe de estado
desaloja a los manifestantes y autoriza a la policía a utilizar
fuego real contra las protestas, el mismo gobierno que aseguró que
iba a garantizar la libertad de expresión y de reunión durante el
supuesto proceso de transición.
La
represión en la calle va en aumento a sabiendas de que los ataques
contra musulmanes producen el efecto de aumentar la islamización
entre la población civil, toda una estrategia contrarrevolucionaria.
Y mientras tanto, ¿qué ha sido de los millones de manifestantes que
llenaron las calles de todas las ciudades egipcias derrocando a
Mubarak y luego a Mursi y exigiendo cambios sociales radicales que
nunca han llegado a ver realizados? La revolución social egipcia ha
sido relegada a un tercer plano. Donde no moleste.
La
atención internacional ha pasado de contar manifestantes a contar
cadáveres y las protestas en Egipto, sociales y laicas, se han
cambiado por matanzas entre islamistas y fuerzas de seguridad,
intentando vender la situación como un crisol de partes en conflicto
para ocultar una revolución social que ha sido suplantada por un
golpe de estado.
Igualmente
la contrarrevolución y la campaña confesional vienen recogidas en
la declaración de los Revolucionarios
Socialistas de Egipto:
Estamos absolutamente en contra de las masacres de Al-Sissi, contra su tentativa odiosa de hacer abortar la revolución egipcia. La masacre de hoy no es más que la primera etapa en el camino de la contrarrevolución. Con la misma firmeza estamos en contra de todos los ataques contra los cristianos de Egipto y contra la campaña confesional que no hace más que servir a los intereses de Al-Sissi y sus proyectos sangrientos.
El
gobierno provisional ha declarado el estado de emergencia y el
vicepresidente Al Baradei ha dimitido.
Con
la medida «Estado de Emergencia» se suspende un gran número de
derechos personales, civiles y políticos como el de huelga, el de
ser asistido por un abogado en caso de ser detenido o el de celebrar
mítines políticos. Además, da manos libres al aparato militar para
irrumpir en una vivienda y detener a cualquier persona sin necesidad
de notificarlo a las autoridades judiciales. El escenario para una
brutal represión está preparado.
El
vicepresidente Al Baradei, hombre de confianza del gobierno
estadounidense, ha renunciado a su cargo en una carta dirigida al
jefe de Estado interino, Adli Mansur. En ella apunta que «con el
derrocamiento de Mursi esperaba que se pusiera fin a la polarización
de la sociedad y por ese motivo acepté el cargo. Sin embargo, con el
cambio de autoridades, hemos llegado a un estado de polarización
más dura y el tejido social está amenazado
porque la violencia no trae más que violencia".
El
golpe de estado en Egipto y el nuevo gobierno han agudizado los
problemas del pueblo egipcio y han engañado a todos los que algún
día creyeron que podían confiar en el ejército para avanzar hacia
mejoras sociales, reformistas o revolucionarias. Pero la dimisión de
Al Baradei pone también de manifiesto que el gobierno golpista no
piensa dar una salida a la crisis en Egipto ni siquiera por el camino
de la democracia burguesa. El ejército ha vuelto, quién sabe si
para quedarse, pero de momento, está mostrando su cara más oscura.
Los que habían confiado en él, llámense socialdemócratas,
marxistas o salafistas, se equivocaron.
Al
Baradei comienza su carta de dimisión diciendo "Presento mi
dimisión del puesto de vicepresidente y pido a Dios el altísimo que
preserve nuestro querido Egipto de todo lo malo, y que cumpla las
esperanzas y aspiraciones del
pueblo". Sin duda, palabras que son loables si no fuera porque
ni él ni el resto del gobierno interino tienen ninguna legitimidad
para hablar de las «esperanzas y aspiraciones» del pueblo egipcio.
El pueblo egipcio tomó las calles no sólo para pedir la dimisión
de Mubarak y la de Mursi, ni tampoco para pedir un gobierno
provisional formado por miembros de los antiguos gobiernos derrocados
y gente de confianza del colonialismo occidental y ni mucho menos
apoya que el ejército asesine a manifestantes de cualquier protesta,
sean islamistas o no. El pueblo egipcio ha exigido algo claro durante
estos dos años y medio: «Pan, libertad y justicia social». Y lo ha
hecho con una contundencia y una claridad a la que no estamos
acostumbrados.
La
izquierda árabe no ha muerto.
Es
cierto que gran parte de la izquierda, egipcia y extranjera, se ha
equivocado «celebrando» el golpe de estado. El análisis del golpe
encabezado por el general Al-Sisi llevó a muchos ya entonces, y a
otros más tarde, a compararlo con el golpe de Estado en Argelia en
1992. Lo cierto es que a pesar de sentirnos atormentados por la
repetición machacona de errores en nuestras filas no podemos obviar
que hay enormes diferencias entre ambos golpes. En el caso de
Argelia, el gobierno canceló las elecciones tras la primera ronda
cuando quedó manifiesto que el FIS (Frente Islámico de Salvación)
las ganaría. Algo muy diferente a lo ocurrido en Egipto, donde los
resultados de las urnas primero fueron abultados con casos de fraude
electoral y después aplastados por la respuesta popular, que al no
tener una organización política capaz de responder a sus
aspiraciones, ha permitido a los militares, en connivencia con los
mubarakistas, los liberales, estos últimos apoyados muy
significativamente por las potencias occidentales, y a sectores de la
izquierda, tomar de nuevo el control del país. Y también es cierto
que el bloque de la oposición, Tamarrud, conteniendo una amalgama de
fuerzas que van desde la izquierda a la derecha laica pasando por la
socialdemocracia y hasta por el salafismo, no puede en sí mismo
suponer ninguna tentativa real de cambio y que cualquier programa
común es un intento vacío en el que la izquierda no debería nunca
participar.
Llegados
a este punto, no puedo evitar mirarme el ombligo porque creo que el
análisis de los errores de la izquierda egipcia implica el propio
análisis. No puedo evitar recordar las voces de la izquierda
occidental que defienden, todavía hoy, al régimen islamista de
Hamas en Gaza, alegando que llegó al poder mediante elecciones
democráticas, sin recordar no sólo las lamentables condiciones de
vida adicionales al bloqueo israelí que impone sobre la población
palestina sino también olvidando la ola de asesinatos llevada a cabo
contra miembros de Al-Fatah y del FPLP entre 2006 y 2007. Y volviendo
aún más a casa, me viene a la memoria la aceptación de los
acuerdos de lo que se llamó transición española, que no fue más
que una venta de las aspiraciones de ruptura con el régimen
tardofascista.
Ahora
la izquierda está en condiciones de ver que sólo puede confiar en
sí misma. El plan de ruta firmado por el ejército y la oposición
conlleva la celebración de elecciones presidenciales en los próximos
meses. Así las cosas, parece bastante difícil que estas elecciones
puedan celebrarse y que el reclamo del pueblo egipcio pueda encontrar
un programa que colme sus aspiraciones. No obstante, el desarrollo de
un programa de revolución social global por la izquierda egipcia es
el único camino para el cambio en Egipto.
Egipto
ha generado las mayores protestas de la historia reciente. El
movimiento sindical egipcio ha sido capaz de llevar a cabo más de
9.000 huelgas desde la caída de Mubarak, ¡sí, 9.000! La izquierda,
la izquierda social revolucionaria, la que lanza el cambio desde el
proletariado y no desde la burguesía siempre tiene otra oportunidad
si aprende de sus errores.
La
izquierda árabe en Egipto no ha muerto, la revolución social es hoy
una demanda. El
ejército le quitó al pueblo la revolución social, y con
independencia de si el ejército en Egipto
decida o no devolver el poder al pueblo, la burguesía neoliberal y
capitalista tampoco lo devolverá jamás. Las revoluciones árabes y
europeas no arrancan de los mismos puntos de partida pero han de
llegar «inshaa Allah» al mismo lugar: el pan, la libertad y la
justicia social.
Madrid,
16 de agosto de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario