Es difícil encontrar palabras medidas para calificar lo que está ocurriendo en Egipto.
Pocas veces en la historia reciente el pensamiento progresista se ha visto en una encrucijada semejante. Quizás, el último acontecimiento parecido fue la invasión de la antigua Checoslovaquía por los tanques soviéticos que pusieron fin a “la primavera de Praga”, aquella experiencia de socialismo en libertad que la URSS liquidó a sangre y fuego.
Entonces, una parte considerable de la izquierda internacional aplaudió la criminal acción y el resto se limitó a mirar para otro lado como cínicos “compañeros de viaje”. El terrorismo de Estado tenía buena prensa si lo practicaba “uno de los nuestros”, y hasta intelectuales de primera fila, como el filósofo Jean-Paul Sartre, apadrinaron el golpe. Eran tiempos de la “guerra fría” y eso justificaba lo injustificable.
Sin embargo ya no hay “guerra fría”, salvo que se acepte como enemigo a esa ingente humanidad que tiene en el Islam su ideal religioso, moral y cultural, en línea con lo apuntado por el ideólogo norteamericano que formuló el concepto xenófobo de “choque de civilizaciones”. El “bloque del Este” hace años que se desmoronó como un castillo de naipes y aún está esperando al cronista que cuente al mundo cómo fue posible que la superpotencia que lideraba el “socialismo real” desapareciera para dar paso al régimen de los oligarcas y los pogroms homófobos. En la andaluza Marbella, los multimillonarios rusos ya son la jef de referencia, casi superando en fortunas, influencia, ostentación y despilfarro a los jeques árabes.
Las reiteradas masacres de islamistas en Egipto no tienen aquellos parámetros “exculpatorios” de lucha de clases a nivel mundial. Los contendientes son otros. Por un lado están los que respaldan al primer gobierno democráticamente elegido en la historia del país, y por otro los que han apoyado su derrocamiento por los militares bajo el supuesto de abortar un proyecto de islamización social desde el poder. Con este último argumento de “justicia preventiva” se ha dado vía libre a un brutal golpe de Estado de una gravedad incalculable, que ha hecho correr ríos de sangre entre la población civil. Y además, esta segunda fase “reaccionaria” de la primavera árabe va a dejarse sentir como una losa sobre los movimientos sociales surgidos en diferentes partes del mundo por el “efecto Tarhir”. El socialismo de cuartel que acabó con la “primavera de Praga” está al acecho en Egipto.
De la izquierda dependerá; de esas organizaciones laicas que han apoyado la represión de la policía y sus matones; de esos sindicatos y partidos obreros que están siendo cómplices de las matanzas a islamistas y defensores del depuesto presidente Morsi; de la opinión pública internacional y los sectores progresistas que callan ante la barbarie programada por los generales; de esos profetas de la “revolución pendiente” que ven de nuevo en el terrorismo de Estado un atajo hacia el poder. En fin, de todos cuantos, desde posiciones ideológicas distintas e incluso opuestas, prefieren la injusticia al desorden y están secundando a los grandes intereses económicos occidentales, de la Unión Europea, Estados Unidos e Israel, para ”restaurar la democracia” en Egipto a través del “golpe militar de los civiles”. Como ha dicho el secretario de Estado norteamericano Kerry, seguramente pensando en el derrocamiento de Salvador Allende.
Urge que el 15-M, la sociedad civil y todos los movimientos autoorganizados que luchan por un mundo mejor proclamen, alto y claro: ¡no nos representan!,¡lo llaman democracia y no lo es!
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