jueves, 28 de noviembre de 2013

Honduras: retos para el movimiento social

En Honduras, país donde la tasa de feminicidios ha alcanzado el nivel de epidemia, el 25 de noviembre ha sido en los últimos años un día marcado por manifestaciones multitudinarias en las que mujeres urbanas, campesinas, indígenas y garífunas salían a las calles para denunciar la violencia sexista. Sin embargo, este año el proceso electoral ha invisibilizado esta señalada fecha.

Juana Canga Mahamudi, integrante de la Delegación Vasca de Observación en Honduras

La campaña electoral

Para amplios sectores del movimiento social que apuestan por un cambio transformador, el 24 de noviembre estaba hace meses señalado en el calendario. Resultado de cuatro años de organización política tras el golpe de estado de 2009, por primera vez desde hace más de un siglo se presentaba a las elecciones un partido político nuevo con posibilidades reales de acceder al poder. La aparición con fuerza en escena de dos nuevos partidos, Libertad y Refundación de Honduras (LIBRE) y Partido Anti- Corrupción (PAC), reflejo del descontento popular con los partidos tradicionales, significaba el fin del sistema bipartidista tradicional.

Sin embargo, esta pluralidad no ha sido bien recibida por los partidos tradicionales. El proceso electoral se ha caracterizado por una campaña de hostigamiento y violencia contra el partido LIBRE, que ha implicado desde intimidaciones hasta asesinatos políticos, con una especial estigmatización y persecución del campesinado y del movimiento LGTBI. La candidata presidencial Xiomara Castro, primera candidata mujer a la presidencia en la historia del país, ha sido blanco de ataques personales para desprestigiarla ante la opinión pública.
Otro factor destacable ha sido la injerencia en el proceso del fundamentalismo religioso, mediante las declaraciones de cargos eclesiásticos de la Iglesia Católica y Evangélica, que se han posicionado del lado del Partido Nacional, demonizando a la candidatura de izquierdas en una sociedad con fuerte sentimiento religioso.

Resultados electorales

Hoy, casi 24 horas después del cierre de los colegios electorales, el resultado final de las votaciones continúa sin estar claro. La capital, Tegucigalpa, se ve sumida en una calma tensa.

Varias delegaciones de observación internacional y nacional han denunciado irregularidades en un proceso electoral marcado por la corrupción y la injerencia de las instituciones estatales, controladas por el Partido Nacional. El tráfico de credenciales o las inconsistencias en la transmisión del escrutinio son algunas de las evidencias que dan tristemente continuidad a una tradición histórica de fraude en las urnas.

En este contexto de manipulación, los medios de comunicación se han hecho eco de las declaraciones de un Tribunal Supremo Electoral caracterizado por su parcialidad al favorecer los intereses de los partidos tradicionales, y que ayer, con un escaso porcentaje de los votos escrutados, declaraba vencedor a Juan Orlando, el candidato del partido oficialista actualmente en el Gobierno.

A pesar de las denuncias en torno a la transparencia del proceso, y del categórico rechazo del Partido LIBRE ante los resultados emitidos hasta el momento, tanto la Unión Europea como la embajada de los Estados Unidos han reconocido la victoria del candidato oficialista. LIBRE se mantiene sin embargo a la espera, con la esperanza de que el Tribunal Superior Electoral proponga una salida institucional a la crisis. Si esta salida no se da, el sentimiento de rabia de un significativo sector de la población puede impulsar una movilización popular masiva de la Resistencia.

La resaca post- electoral

Una posible consolidación del Partido Nacional en el poder supondrá una política de continuidad y una profundización de la militarización del país, que ha alcanzado ya niveles escalofriantes. Esta militarización responde a una estrategia de represión de la protesta social y criminalización del movimiento de defensa de los Derechos Humanos. La apuesta del candidato Juan Orlando es un gobierno de mano dura, como lo refleja su consigna durante la campaña: “haré lo que tenga que hacer para recuperar la paz y la tranquilidad del país”.

Pese a este oscuro panorama que supondría una victoria definitiva del Partido Nacional, estamos sin duda ante un cambio en el escenario político en el país.

En el trasfondo de estas elecciones se vislumbra la tradicional lucha de clases entre oligarquía y clases populares. El proceso electoral ha puesto en evidencia a la oligarquía golpista, sumamente temerosa del poder del pueblo hondureño, y que ha puesto todos los recursos a su alcance (económicos, mediáticos e institucionales) para frenar el triunfo en las urnas del movimiento popular.

Pero más allá de las elecciones, la articulación en solo cuatro años de un potente movimiento social de resistencia supone en sí misma una importante victoria para el movimiento social. La alianza estratégica entre el campesinado, los Pueblos Indígenas, el movimiento feminista, el Pueblo Garífuna, los sindicatos y otros sectores organizados bajo el principio de la Resistencia es una oportunidad que los movimientos sociales deben aprovechar y mantener más allá de la coyuntura electoral actual.

Los desafíos a futuro son enormes: seguir trabajando por un cambio social y político, mantener el grado de concientización política de la sociedad, luchar contra la destrucción y el despojo del territorio y los recursos naturales por parte de las empresas transnacionales, combatir la brutal represión del campesinado en las zonas rurales, luchar por el fin de las violencias contra las mujeres y la impunidad, vencer la corrupción generalizada, etc.

La respuesta a estos desafíos pasa sin duda por un fortalecimiento de la solidaridad nacional e internacionalista, que es hoy más necesaria que nunca, ya que es la clave para avanzar en el efectivo respeto a los Derechos Humanos de la población hondureña.

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