lunes, 26 de enero de 2015

Elecciones en Grecia: Victoria y esperanzas

Tras unas semanas de calma expectante, mezcla de tensión y euforia contenida, la victoria de Syriza marca un punto de inflexión decisivo en el desarrollo de la crisis en Grecia y en la situación política Europea. 

Josep Maria Antentas, profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). En Público, 26.01.2015

El éxito electoral de una fuerza como Syriza abre posibilidades y potencialidades, pero no garantiza su consumación. El guión definitivo de lo que está por venir permanece aún sin escribir. Sólo existen bocetos vagos e incompletos. No será precisamente ésta una historia con una estructura narrativa rectilínea de corte clásico. Más bien un guión lleno de acelerones y bifurcaciones que nos empuje a un desenlace de infarto, con giros inesperados, golpes de efecto y sorpresas por doquier.
La esperanza triunfó sobre el miedo alentado por una derecha que hace mucho tiempo que no tiene nada más que ofrecer (al margen de irrisorios intentos de vender un inexistente final de la crisis). La política del miedo se impuso, a la desesperada, en junio de 2012 cuando Syriza se quedó a las puertas de la victoria. Desde entonces, la pugna soterrada entre miedo y esperanza ha sacudido la sociedad griega. Al final la segunda se ha impuesto, remontando desde muy abajo, abriéndose paso a contracorriente y cuando las fuerzas empezaban a flaquear tras cuatro años de hecatombe social. El miedo, uno de los sentimientos más intímos al que recurren siempre aquellos que no quieren que nada cambie, tiene una indudable fuerza política. Tenemos incontables ejemplos en la historia. Pero la política del miedo permanente tiene sus límites. Hoy, pocos fantasmas imaginarios aparecen ante el pueblo griego como más terroríficos que el gobierno zombie de Samaras y el Frankenstein de la austeridad.
“Me desperté al grito /de que la gente tiene el poder /de redimir el trabajo de los necios”, canta Patti Smith en People have the Power.  Nunca mejor dicho. Pero no ha sido fácil llegar hasta aquí. Han sido necesarios cuatro años años de resistencia abierta a una política de ajuste estructural que impactó como un torpedo en la línea de flotación del conjunto del modelo social. Primero, de 2010 hasta verano del 2011 predominó una fase de lucha social caracterizada por reiteradas huelgas generales y jornadas de movilización, con un peso relevante de los sindicatos. Después, en mayo y junio de 2011 estalló, bajo el impacto del 15M en el Estado español, el “movimiento de las plazas”, que tuvo en la ocupación de la plaza Syntagma su emblema más  conocido. A ello le seguiría una fase, de septiembre de 2011 a febrero de 2012 de verdadera sublevación social y contestación generalizada. Consecuencia de todo ello, en las elecciones legislativas del 6 de mayo de 2012, Syriza despuntó con un 16’8% desbancando al PASOK y postulándose como una alternativa real. La clave estribó en la capacidad de Tsipras de lanzar la propuesta adecuada en el momento adecuado: la consigna de formación de una gobierno de izquierdas contra la austeridad, ofreciendo así una salida política clara a una población golpeada por la austeridad y cansada tras dos años de intensa contestación. Ante el no future de los vasallos de la Troika, Tsipras marcaba así una senda alternativa, una nueva vía a explorar. Ello convertiría a Syriza en la nueva fuerza emergente, alcanzando un 26’9% de los votos en las elecciones acontecidas un mes después, el 17 de junio. Desde entonces, en estos dos años y medio, el clima de contestación social continuó, pero con una mayor dispersión y fragmentación de las luchas y un descenso de la movilización general.
En Grecia ha sido el crecimiento de una fuerza tradicional de la izquierda y no la emergencia de una  nueva formación desde fuera del sistema político lo que ha puesto patas arriba al sistema político. La razón de ello estriba en la mayor fortaleza cultural, organizativa y política de la izquierda en Grecia, que no sufrió históricamente  un desgaste y descrédito tan marcado como el acontecido en el Estado español, culminando con la explosión del 15M cuya impugnación global del sistema político incluía también la impugnación a una izquierda percibida o bien corresponsable de la crisis y de su gestión, o bien incapaz de articular el descontento.
La victoria electoral de este 25 de enero es la culminación de la voladura del sistema político griego iniciado en junio de 2012, de la destrucción de la legitimidad de los partidos tradicionales y, en particular, de la implosión del PASOK, prefigurando el destino de su homólogo en el Estado español. No por sabido, el hundimiento de la socialdemocracia deja de ser una magnífica noticia difícil de no tomar como una cierta revancha histórica por parte de todos aquellos que durante décadas han luchado por cambiar un orden social del que la socialdemocracia ha sido uno de sus principales puntales. Quien ríe el último ríe mejor.
La victoria de Syriza abre una situación inédita en Europa occidental desde la segunda guerra mundial. Nunca desde entonces una fuerza política ajena a los dos grandes partidos (socialdemócrata y conservador en sus versiones nacionales respectivas) tradicionales se había impuesto. Nunca una fuerza no autorizada a ganar lo había hecho. Se abre hoy la puerta a lo desconocido.
Syriza puede ser la primera ficha de un efecto dominó cuya siguiente movimiento sea precisamente el Estado español, donde PP y PSOE batallan por preservar un sistema político en jaque. Grecia y el Estado español pueden ser decisivos para un cambo del clima político en Europa, donde hasta la fecha han sido las fuerzas de extrema derecha las que han capitalizado el malestar social. Por ello, la solidaridad internacional con el pueblo griego adquiere a partir de hoy una dimensión estratégica decisiva. Una solidaridad que debería funcionar en dos niveles. Primero, una solidaridad centro-periferia, desde los países dominantes de la UE hacia Grecia. Segundo, una solidaridad horizontal desde el resto de la periferia euromediterránea hacia el país helénico.
Comienza hoy una situación compleja, marcada de entrada por la ausencia de una mayoría absoluta que hubiera permitido a Tsipras formar un gobierno no dependiente de equilibrios parlamentarios y de aliados muy poco de fiar. Los primeros compases de su gobierno serán decisivos.
Ahí se medirán sus intenciones y las de sus oponentes domésticos e internacionales que buscan que lo que hoy ha empezado sea sólo un breve paréntesis en la historia del país, un desvío fortuito tan corto como molesto. El poder financiero no sólo tiene miedo de un gobierno Syriza, teme las esperanzas y expectativas que éste crea entre la gente. No hay nada que asuste más a quienes mandan que un pueblo esperanzado y con expectativas. Creer que el cambio es posible, tener confianza en las propias fuerzas, y no resignarse ante una realidad inaceptable, constituyen los primeros pasos para efectivamente transformar el orden social.
El gobierno de Syriza estará sometido a contradicciones y presiones brutales ante las cuales su reacción y capacidad de resistencia es imprevisible. Sólo una certeza subsiste: la movilización de masas y la auto-organización popular será decisiva. Lo será en tres sentidos: primero, para contrarrestar la presión y la ofensiva de la oligarquía financiera interior e internacional; segundo, para apoyar las medidas positivas que haga el gobierno Tsipras; y, tercero, para presionar, para desbordarlo e ir más allá si éste se queda corto y hace concesiones al capital financiero. Sin duda, el voto a Syriza sólo desplegará toda su fuerza y potencial si va acompañado de una voluntad de activarse, de participar y de estar dispuesto a pelear con uñas y dientes ante un capital financiero que, lejos de batirse en retirada, va a disputar cada milímetro de terreno.
La formación de un gobierno de izquierdas contra la austeridad debería verse como el punto de arranque de un amplio proceso de transformación social. No como el punto de llegada y destino final. El desafío que emerge para el futuro es el de conseguir un gobierno que no sólo venza a las resistencias financieras, sino que lo haga yendo más allá de implementar una política humanitaria de emergencia, ofreciendo una senda alternativa a las políticas de ajuste estructural, mediante un proceso de confrontaciones sucesivas con el poder financiero. No es ésta, seguramente, la visión de Tsipras, que intentará cuadrar el círculo, haciendo cambios reales, necesarios y positivos, pero sin iniciar una confrontación abierta con el Minotauro de las finanzas. Si su gobierno es capaz de tomar medidas, por limitadas que sean, que marquen un camino distinto al actual va a transmitir un mensaje muy claro, el mensaje que la austeridad no es inevitable y que existe otra vía posible. Pero las oportunidades que abre la situación también tienen su reverso en las amenazas que se ciernen si Syriza fracasa en ofrecer un proyecto de ruptura con la austeridad. Un descalabro de Syriza allanará el camino a una alternativa reaccionaria.
Ganar unas elecciones y hacerse con el gobierno es un primer paso para transformar la sociedad, para articular lo posible y lo necesario, algo que ocurre pocas veces. Algo que se presenta en ocasiones puntuales, en las que se condensa el destino de un pueblo y una sociedad. Pero no basta. La victoria electoral constituye un momento de un proceso más amplio formado por una relación dialéctica entre lucha social-elecciones-autoorganización. El poder gubernamental y el “Poder” son cosas distintas. Todas las palancas fundamentales del Estado (excepto el ejecutivo y el legislativo), el poder económico, y el poder mediático, seguirán estando en manos de los de siempre.
El triunfo de Syriza llega justo un año después de la muerte de Miguel Romero (fallecido el 26 de enero de 2014), editor por más de dos décadas de la revistaViento Sur, quien sin duda habría vivido con pasión estos momentos y todo lo que ha sucedido en este salvaje e intenso año. Precisamente, en uno de sus artículos, nos recordaba: “No es lo mismo ganar en sentido electoral (obtener una mayoría electoral que permita formar gobierno), ganar en sentido político (tener las capacidades y los medios para poner en práctica el programa de gobierno) y ganar en sentido social (contar con una movilización activa de la mayoría social que oriente, controle e impulse la acción de gobierno y socialice la política)”.
Hoy hemos ganado electoralmente. Un paso de gigante. Un logro de los que no abundan. Ahora se trata de hacerlo social y políticamente, abriendo una nueva etapa en la historia de Grecia que, a la postre, sea recordada como el principio del fin del dominio del capital financiero sobre el conjunto de la sociedad.

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