domingo, 14 de diciembre de 2014

El capitalismo y el clima

“THIS CHANGES EVERYTHING” DE NAOMI KLEIN

El libro que Naomi Klein ha consagrado al cambio climático es ya un acontecimiento /1. La autora de la “Estrategia del shock” se dedica en él a una denuncia en toda regla de la lógica del crecimiento capitalista, de la avaricia de las multinacionales del petróleo, del carbón y del gas natural, y de la sumisión de los gobiernos a sus intereses.


Daniel Tanuro, en Lcr-La gauche. Traducción Viento Sur

Cambiar el clima de la tierra de una forma que será caótica y desastrosa es más fácil de aceptar que la perspectiva de cambiar la lógica fundamental del capitalismo basada en el crecimiento y la búsqueda de beneficios”, escribe Klein (p. 89). Para ella, la hosquedad de los climato-escépticos no cae del cielo sino de su justa comprensión del hecho de que luchar seriamente contra el calentamiento necesita un cambio radical de política. Con más regulación, más sector público, más bien común, más democracia. Con otros valores que los de la competencia, de la acumulación y del cada uno para sí. Una obra mayor, cuyo impacto será seguramente importante.

El poder revolucionario del cambio climático”

El título está bien elegido: “This changes everything”, esto lo cambia todo. Naomi Klein llama a la izquierda, a los progresistas, a aprovechar la oportunidad que se les ofrece en este difícil contexto. Pues “la verdad sobre el cambio climático, escribe, solo incomoda a quienes se satisfacen con el statu quo” (alusión al título de la película de Al Gore: “Una verdad incómoda”). Para los demás “si ha habido alguna vez un momento para plantear un plan para curar al planeta, curando también nuestras economías achacosas y nuestras comunidades destrozadas, es éste” (p. 155). La crisis medioambiental añade su “urgencia existencial” a todos los problemas. Por consiguiente, “ofrece un discurso global en el que todo, desde la lucha por buenos empleos a la justicia para los inmigrantes, pasando por las reparaciones de las fechorías históricas como la esclavitud y el colonialismo, puede integrarse en el gran proyecto de construir una economía no tóxica, a prueba de shocks, antes de que sea demasiado tarde” (p. 54).

Más lúcida que muchos militantes anticapitalistas, Klein cree en el “poder revolucionario del cambio climático” y tiene mil veces razón. Levanta una requisitoria implacable y muy convincente contra las grandes asociaciones medioambientales –algunas de las cuales son acusadas de haberse fusionado con el sistema. Como alternativa, aboga por la construcción de movimientos de masas. La autora admite que “el tipo de contrapoder que tiene una posibilidad de cambiar la sociedad a una escala parecida a lo que se necesita no existe por ahora” (p. 156). Pero ve signos anunciadores en las movilizaciones radicales contra el extractivismo y los grandes proyectos de infraestructuras, que se multiplican por los cuatro puntos del globo. El hecho de que los pueblos indígenas jueguen a menudo un papel clave en estas movilizaciones es para Klein una fuente de esperanza, pues esos pueblos tienen una visión de su relacion con la naturaleza distinta de la dominación y del control absoluto,típicos del capitalismo y, más en general, de la cultura occidental desde la Ilustración.

This Changes Everything” es un libro fuerte. Habría podido serlo más aún si la autora hubiera consagrado algunas decenas de páginas a explicar claramente el mecanismo del cambio climático y a presentar sus principales consecuencias eco-sociales, más que en entrar directamente en una denuncia de los climato-escépticos. Hay ahí, me parece, una ocasión desaprovechada para educar al gran público. Pero es un detalle.

Un libro tensionado

De forma más fundamental, “This Changes Everything” es un libro tensionado. La autora lo confiesa: “Es el libro más difícil que haya jamás escrito, porque la investigación me ha conducido a buscar respuestas radicales. No tengo duda alguna de su necesidad, pero me pregunto todos los días sobre su factibilidad política” (p. 26). De hecho, Klein oscila entre una alternativa anticapitalista autogestionada y descentralizada, ecosocialista y ecofeminista, y un proyecto de capitalismo verde regulado, basado en una economía mixta relocalizada e impregnada de una ideología del cuidado y de la prudencia. Esta tensión se manifiesta en toda la obra. Un soplo revolucionario atraviesa la conclusión, en la que Klein pone en paralelo –¡como Marx en El Capital!– la lucha contra el esclavismo y la lucha contra la apropiación capitalista de los recursos (p. 458 y sig). Pero escribe en otra parte que hay “espacio suficiente para hacer ganancias en una economía cero-carbono” y que el obstáculo a la transición ecológica viene de los “modelos de negocios (business models) actuales” (p. 252) así como de la forma en que “pensamos a propósito de la economía” (we think about the economy) –por tanto no de la propia economía (p. 95).

Esta oscilación quizá tiene relación con la concepción que Klein parece tener de la ideología de dominación de la naturaleza. La autora tiene plenamente razón en recordar que esta ideología es anterior al capitalismo. Pero el capitalismo es precisamente la forma bajo la cual existe hoy. No se deriva de ello que la supresión de este modo de producción eliminará automáticamente las concepciones “extractivistas” –al contrario, la lucha por “cuidar la naturaleza con prudencia” deberá continuar durante un largo período tras el fin de este sistema. Pero la ideología de la dominación no flota en el aire, está enraizada en estructuras sociales. El combate ideológico antiextractivista está inextricablemente ligado al combate contra las relaciones sociales capitalistas. En particular al combate contra la explotación salarial –de hecho una forma de pillaje “extractivista” del recurso natural llamado fuerza de trabajo.

No, Alemania no es un modelo

Dicho esto, hay que reconocer modestamente que todas las personas que reflexionan sobre una respuesta social al desafío climático están confrontados a la tensión evocada por Naomi Klein en el prefacio de su obra. Esto deriva del hecho de hay un abismo entre la extrema radicalidad anticapitalista de las medidas que se imponen objetivamente para evitar una catástrofe terrible y el nivel de conciencia de la gran masa de la población. La estrategia a seguir para construir un puente por encima de este abismo es objeto de debate, y no sería oportuno dar lecciones a Klein. Pero una cosa me parece clara: del lado “factibilidad política”, está mal informada cuando cita la política energética del gobierno Merkel, basada en los fee-in-tariff, como ejemplo de “toma de distancia respecto a la ortodoxia neoliberal” (p.131).

Los feed-in-tariff son tarifas impuestas, que ponen a la electricidad verde en posición de competitividad con la electricidad “sucia”. Igual que los certificados verdes, concretan la idea liberal de que internalizar las “externalidades” es suficiente para hacer ecocompatibles las decisiones de inversión basadas en la eficiencia-coste. En el plano medioambiental, esta idea está condenada al fracaso pues hace pasar el desarrollo del mercado de las tecnologías verdes por delante de los esfuerzos de reducción del consumo de energía. En el plano social, el sistema alemán está financiado por un recargo (Umlage) cobrado en las facturas de electricidad. Todas las familias pagan, pero el recargo está más que compensado para quienes han invertido en las renovables, pues venden la electricidad a un precio elevado, garantizado por el estado durante 20 años. Las capas desfavorecidas pagan por tanto por las capas favorecidas (individuos, cooperativas o empresas).

Es cierto que hay municipios alemanes que también producen y venden electricidad verde. En este caso, la colectividad se beneficia evidentemente de una consecuencia bajo forma de servicios. Es un aspecto positivo del sistema, que Klein tiene razón en subrayar, pero no basta para erigir a Alemania en ejemplo a seguir. Tres mil empresas están exentas del 80% de la Umlage (lo que representa un regalo de entre 4 y 5 millardos de euros al año). Se está lejos de la justa demanda formulada por Klein: que los fósiles paguen la transición. En lugar de ello, la política energética de Merkel profundiza las desigualdades. De una forma más general, el gobierno de la canciller prosigue la feroz política puesta en marcha por la coalición entre los Grünen y la socialdemocracia. Esta política obliga a 8 millones de personas a trabajar por menos de 8 euros brutos a la hora. Alemania no es ciertamente un “modelo que demuestra cómo desarrollar con una rapidez notable soluciones climáticas muy descentralizadas a la vez que se combate la pobreza, el hambre y el paro”, como Klein afirma de forma imprudente (p. 136)...

Y no es extraño: un “modelo” así no existe en el capitalismo, pues éste está basado –Klein lo dice en su libro en numerosas ocasiones– sobre la doble explotación de la naturaleza y del trabajo. El abismo entre la radicalidad necesaria y la factibilidad política no puede ser colmado en definitiva más que apoyándose en una crisis mayor, uno de esos “momentos extremadamente raros y preciosos en que la imposibilidad parece repentinamente posible”, como se lee en la conclusión. Aquí, la autora abandona la “factibilidad política” para volver a la radicalidad. Compartimos su convicción de que un momento así vendrá, que coincidirá con una impugnación radical de la ideología de la dominación y que “la verdadera cuestión está en saber lo que las fuerzas progresistas harán de ella, la fuerza y la confianza con la que la aprovecharán” para “no solo denunciar el mundo tal como es, sino para construir el mundo que nos mantendrá a todos en vida” (p. 466). Más allá de las reservas y de los debates que puede suscitar entre ecosocialistas, la obra de Naomi Klein es una contribución mayor a su lucha.

Notas
/1“This Changes Everything. Capitalism vs. the Climate”, Alfred A. Knopf, Canada, 2014

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