Cuando hacia el final de la 2ª guerra mundial murieron asesinados 28 civiles en Atenas, no fue obra de los nazis, sino de los británicos. Ed Vulliamy y Helena Smith revelan cómo la vergonzosa decisión de Churchill de volverse contra los partisanos que habían luchado con los aliados contra los nazis puso la simiente del ascenso de la extrema derecha en la Grecia de hoy.
Ed Vulliamy y Helena Smith, en The Guardian. Traducción: VIENTO SURFoto: "Un día que cambió la historia: los cuerpos de manifestantes desarmados asesinados por la policía y el ejército británico el 3 de diciembre de 1944" ( Dmitri Kessel/Time & Life Pictures/Getty Images)
“Todavía puedo verlo con toda claridad, no he olvidado”, dice Títos Patríkios. “La policía de Atenas disparando sobre la multitud desde la azotea del parlamento en la plaza Syntagma. Hombres y mujeres jóvenes tendidos en charcos de sangre, todo el mundo corriendo escaleras abajo totalmente noqueados, presas de pánico.” Y luego llegó el momento decisivo: la temeridad de la juventud, la pasión de la fe en una justicia resplandeciente: “Me subí a la fuente en el centro de la plaza, esa que todavía está ahí, y comencé a gritar: ‘¡Camaradas, no os disperséis! ¡La victoria será nuestra! No huyáis. ¡Venceremos!’ […] “Yo estaba”, dice ahora, “profundamente convencido de que ganaríamos.” Pero ese día no hubo ninguna victoria; como tampoco hubo ninguna esperanza de que lo que había sucedido no cambiaría la historia de un país que una vez liberado del Reich de Adolfo Hitler apenas seis meses antes estaba abocado sin remedio a una cruenta guerra civil. Hasta ahora, a sus 86 años de edad, cuando Patríkios se ríe de sí mismo y consigo mismo de haber alcanzado esa edad, el poeta recuerda, escena tras escena, disparo tras disparo, lo que ocurrió en la plaza central de la vida política de Grecia en la mañana del 3 de diciembre de 1944.
La masacre
Ese fue el día, hace exactamente 70 años, en que el ejército británico, que seguía estando en guerra con Alemania, abrió fuego –y entregó armas a lugareños que habían colaborado con los nazis para que abrieran fuego– contra una multitud de civiles que se manifestaban en apoyo a los partisanos que habían sido los aliados de Gran Bretaña durante tres años. La muchedumbre llevaba banderas griegas, estadounidenses, británicas y soviéticas, y coreaba: “Viva Churchill, viva Roosevelt, viva Stalin” en apoyo a los que fueron aliados en tiempos de guerra. Veintiocho civiles, en su mayoría jóvenes muchachos y muchachas, cayeron muertos y hubo cientos de heridos. “Todos pensábamos que sería una manifestación como las otras”, recuerda Patríkios. “Lo de siempre. Nadie esperaba un baño de sangre.” La lógica británica era brutal y pérfida: el primer ministro, Winston Churchill, consideró que la influencia del Partido Comunista en el seno del movimiento de resistencia al que había apoyado durante la guerra –el Frente Nacional de Liberación, EAM– era mayor de lo que él había previsto, lo suficiente para hipotecar su plan de colocar de nuevo al rey de Grecia en el poder y mantener en jaque al comunismo. Así que invirtió las alianzas para apoyar a los seguidores de Hitler contra sus aliados de antes.
Y después el estallido de la catastrófica guerra civil griega: un episodio cruel y sangriento de la historia británica y griega que todos los griegos conocen al dedillo –cada uno en función del bando en que se encontraba–, pero que curiosamente sigue sin relatarse en Gran Bretaña, tal vez por vergüenza o quizá por arrogancia y falta de interés. Es una narrativa de la que no son conscientes los millones de británicos que acuden a admirar los logros de la Antigüedad griega o a bailar en las discotecas alas en el estilo de Mamma Mia. El legado de esta traición obsesiona a Grecia desde entonces, ya que su sombra pende como una espada de Damocles sobre la turbulencia y la violencia que estallaron en 2008 tras el asesinato de un escolar por la policía –de nuevo se habló de Dekemvriana–, y ha cavado después un abismo infranqueable entre la izquierda y la derecha.
“El levantamiento de diciembre de 1944 y la guerra civil de 1946-1949 inciden en el presente”, dice el historiador que más ha tratado aquellos hechos, André Gerolymatos, “porque nunca ha habido una reconciliación. En Francia o Italia, si uno luchó contra los nazis, la sociedad, después de la guerra, le respetaba fuera cual fuera su ideología. En Grecia tuvo que enfrentarse a la gente que había colaborado con los nazis y que lo encarcelaban y torturaban bajo órdenes británicas. Nunca se ha reconocido ese crimen y buena parte de lo que ocurre hoy en Grecia se debe a que no se ha resuelto el pasado.”
Antes de la guerra, Grecia estaba gobernada por una dictadura monárquica cuyo emblema de un hacha fascista y una corona, que puso de manifiesto su dicotomía al comenzar la guerra: el dictador, el general Ioannis Metaxas, había cursado su carrera de oficial en la Alemania imperial, mientras que el rey Jorge II –tío del príncipe Felipe, duque de Edimburgo– estaba vinculado a Gran Bretaña. La izquierda griega, mientras tanto, se había reforzado gracias al retorno de Asia Menor de refugiados politizados e intelectuales progresistas, que se instalaron en los suburbios de Pireo y los barrios obreros de Atenas. Tanto el dictador como el rey eran fervientes anticomunistas, y Metaxas prohibió el Partido Comunista (KKE), encerrando y torturando a sus militantes, simpatizantes y a todo aquel que no aceptara “la ideología nacional” en campos y cárceles, o enviándolos al exilio interior. Al estallar la guerra, Metaxas rechazó el ultimátum de Mussolini, que exigía su rendición, y declaró su lealtad a la alianza greco-británica. Los griegos lucharon con coraje y derrotaron a las tropas italianas, pero no pudieron parar a la Wehrmacht. A finales de abril de 1941, las fuerzas del Eje ocuparon el país, aunque los griegos se resistieron, primero espontáneamente y después en grupos organizados.
Sin embargo, como señaló el Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE) británico: “Los derechistas y monárquicos se demoraban más que sus oponentes a la hora de hacer frente a la ocupación, y por eso no resultaban útiles.” Los aliados naturales de los británicos eran por tanto el EAM –una alianza de partidos de izquierda y agrarios en la que predominaba el KKE, aunque no representaba a la totalidad– y su brazo militar de partisanos, el ELAS.
El horror de la ocupación
No se puede exagerar el horror de la ocupación. El libro Inside Hitler’s Greece, del profesor Mark Mazower, describe los espantosos bloccos o “encerronas”, en las que se acorralaba a una muchedumbre en las calles de manera que unos informadores enmascarados pudieran delatar a los simpatizantes del ELAS a la Gestapo y los Batallones de Seguridad –creados por el gobierno colaboracionista para ayudar a los nazis–, que procedían a ejecutarlos. La práctica de desnudar y violar a las mujeres era una técnica común para obtener “confesiones”. Se producían ejecuciones masivas según el “modelo alemán”: en público, con fines de intimidación; los cuerpos se dejaban colgando de los árboles, custodiados por colaboracionistas de los Batallones de Seguridad, que impedían que fueran retirados. En respuesta a ello, el ELAS organizaba represalias diarias contra alemanes y colaboracionistas. El movimiento de los partisanos nació en Atenas, pero su base estaba en el mundo rural, de manera que Grecia fue liberada paso a paso desde el campo. El SOE británico cumplió su papel y se hizo famoso en los anales militares por la proeza del general Eddie Myers y “Monty” Woodhouse con la voladura del viaducto de Gorgopotomas en 1942 y otras operaciones conjuntas con los partisanos, andartes en griego.
En el otoño de 1944, Grecia estaba devastada por la ocupación y la hambruna. Habían muerto medio millón de personas, el 7 % de la población. El ELAS, sin embargo, había liberado docenas de aldeas y se había convertido en un embrión de gobierno, pues administraba partes del país mientras el Estado oficial se desvanecía. Tras la retirada de los alemanes, el ELAS mantuvo a sus 50 000 partisanos armados fuera de la capital, y en mayo de 1944 aceptó el desembarco de tropas británicas y la supeditación de sus tropas al comandante en jefe británico, el teniente general Ronald Scobie. El 12 de octubre, los alemanes evacuaron Atenas. Algunos combatientes del ELAS, que estaba en la capital desde siempre, disfrutaron del aire fresco de la libertad durante un periodo de seis días entre la liberación y la llegada de los británicos. Uno de estos partisanos todavía vive, tiene 92 de edad y es toda una leyenda de la Grecia moderna.
El viejo partisano
Dentro del Parlamento Europeo en Bruselas y en sus alrededores, el hombre con gorra de pescador griega y melena y bigote blancos no pasa desapercibido. Se trata de Manolis Glezos, diputado europeo por el partido de izquierda Syriza. Glezos es un hombre de humilde grandeza. El 30 de mayo de 1941 subió a la Acrópolis junto con otro partisano y tumbó la bandera con la cruz gamada que ondeaba allí desde hacía un mes. Detenido por la Gestapo en 1942, fue torturado y a raíz de ello contrajo la tuberculosis. Logró escapar y volvieron a detenerlo dos veces, la segunda vez por colaboracionistas. Recuerda que lo condenaron a muerte en mayo de 1944, antes de que los alemanes se retiraran de Atenas. “Me dijeron que ya habían excavado mi tumba”. De alguna manera logró eludir la ejecución y tiempo después se libró de un pelotón de fusilamiento de un tribunal militar griego durante la guerra civil gracias a un llamamiento internacional encabezado por el general De Gaulle, Jean-Paul Sartre y el arzobispo de Canterbury, reverendo Geoffrey Fisher.
Setenta años después es un icono de la izquierda griega y asimismo se le considera la máxima autoridad viva sobre la resistencia. “Los ingleses afirman hoy que ellos liberaron Grecia y la salvaron del comunismo”, dice. “Sin embargo, ahí radica el problema: ellos nunca liberaron Grecia. A Grecia la liberó la resistencia, grupos de todo el espectro, no solo del EAM, el 12 de octubre. Yo estaba allí, en las calles, donde había gente por todas partes gritando: ‘¡Libertad!’, gritábamos, y laokratia!, ‘¡Poder popular!’” Los británicos llegaron el 18 de octubre, instalaron un gobierno provisional encabezado por Gueorguios Papandreu y se dispusieron a reinstaurar la monarquía. “Desde el mismo momento en que llegaron”, recuerda Glezos, “el pueblo y la resistencia los recibieron como aliados. No había más que respeto y amistad hacia los británicos. No teníamos ni idea de que ya estábamos perdiendo nuestro país y nuestros derechos.” No fue sino cuestión de tiempo para que el EAM abandonara el gobierno provisional, frustrado ante las exigencias de que los partisanos se desmovilizaran. Las negociaciones se dieron por rotas el 2 de diciembre.
El pensamiento oficial británico está reflejado en los documentos del Gabinete de Guerra y otros que se guardan en el Oficina de Registro Público en Kew. Ya el 17 de agosto de 1944, Churchill había escrito un memorando “personal y confidencial” al presidente de EE UU, Franklin Roosevelt, en el que explica que “el Gabinete de Guerra y el ministro de Asuntos Exteriores están muy preocupados por lo que vaya a ocurrir en Atenas, y en toda Grecia, cuando la ocupación alemana se resquebraje o cuando las divisiones del Wehrmacht traten de abandonar el país. Si transcurre mucho tiempo entre la salida de las autoridades alemanas de la ciudad y el establecimiento de un gobierno organizado, es muy probable que el EAM y los extremistas comunistas intenten hacerse con el gobierno de la ciudad.” Pero lo que querían los combatientes por la libertad, insiste Glezos, “es lo que ya habíamos logrado durante la guerra: un Estado gobernado por el pueblo para el pueblo. No había ningún complot para tomar Atenas, como ha sostenido Churchill en todo momento. Si hubiéramos querido hacerlo, podríamos haberlo hecho antes de que llegaran los británicos.”
En noviembre, los británicos empezaron a crear la nueva Guardia Nacional, encargada de mantener el orden en Grecia y desarmar a las milicias formadas durante la guerra. En realidad, el desarme solo se aplicó al ELAS, explica Gerolymatos, pero no a quienes habían colaborado con los nazis. Gerolymatos escribe en su libro de próxima aparición, La guerra civil internacional, de cómo “a mediados de noviembre, los británicos comenzaron a poner en libertad a oficiales de los Batallones de Seguridad… y poco después algunos de ellos ya se paseaban por las calles de Atenas vestidos con nuevos uniformes... El ejército británico siguió protegiendo a las antiguas unidades colaboracionistas del ejército y las fuerzas policiales griegas y amparando su rehabilitación.” Un memorando del SOE insistía en que “el gobierno de Su Majestad no debe aparecer conectado con este proyecto.”
En una entrevista, Gerolymatos dice: “En la medida en que podía apreciarlo el ELAS, los británicos habían llegado y ahora algunos oficiales superiores de los Batallones de Seguridad y de la Sección Especial de Seguridad [unidades colaboracionistas que habían estado integradas en las SS] se paseaban libremente por las calles. En 1944, Atenas era una ciudad pequeña y era imposible no tropezarse con esos individuos. Los oficiales británicos sabían perfectamente qué estaban haciendo, pese al hecho de que los soldados rasos de los antiguos Batallones de Seguridad eran la escoria de Grecia”. Gerolymatos calcula que fueron unos 12 000 miembros de esos batallones los que fueron liberados de la cárcel de Goudi durante el levantamiento para enrolarse en la Guardia Nacional, y 228 se reintegraron en las filas del ejército.
La batalla de Atenas
Toda percepción británica de que los comunistas estaban dispuestos a proclamar la revolución se inscribía en el marco del llamado “acuerdo de porcentajes”, forjado entre Churchill y el comisario soviético Josef Stalin con el nombre en código de “Conferencia Tolstoy” en Moscú el 9 de octubre de 1944. Conforme a lo acordado en lo que Churchill denominó un “documento infame”, el sudeste de Europa quedó dividido en “esferas de influencia”: a grandes rasgos, Stalin se quedaba con Rumania y Bulgaria, mientras que Gran Bretaña, a fin de mantener a Rusia alejada del Mediterráneo, tomaba Grecia. Lo lógico, señala Gerolymatos, “habría sido integrar el ELAS en el ejército griego. Los oficiales del ELAS, muchos de los cuales habían servido en el ejército griego antes de la guerra, suponían que sucedería esto, como ya hizo De Gaulle con los comunistas franceses que lucharon en la resistencia: ‘Francia ha sido liberada, ahora vamos a luchar contra Alemania’. Sin embargo, los británicos y el gobierno griego en el exilio decidieron desde el principio que los oficiales y soldados del ELAS no fueran admitidos en el nuevo ejército. Churchill quería una confrontación con el KKE para tener las manos libres y reinstaurar la monarquía, pues creía que con ella se recuperaría la legitimidad y el antiguo orden. La EAM y el ELAS, independientemente de su relación con el KKE, representaban una fuerza revolucionaria y un cambio.”
Mientras tanto, continúa Gerolymatos, “los comunistas griegos habían decidido no intentar hacerse con el control del país, al menos no hasta finales de noviembre o comienzos de diciembre de 1944. El KKE quería impulsar un gobierno de centroizquierda y participar en él, eso es todo.” Repitiendo el argumento de Glezos, dice que “si hubieran querido la revolución, no habrían mantenido a 50 000 hombres armados fuera de la capital, los habrían hecho entrar.” “Al reclutar a los colaboradores, los británicos cambiaron el paradigma, poniendo de manifiesto que había vuelto el antiguo orden. Churchill buscaba el conflicto”, dice Gerolymatos. “No olvidemos que no hubo una Batalla por Grecia. Gran parte de las tropas británicas que llegaron eran administrativos, no unidades de combate. Cuando estalló la lucha en diciembre, los británicos y el gobierno provisional dejaron salir de la cárcel de Goudi a los Batallones de Seguridad, que sabían cómo luchar en las calles porque ya lo habían hecho al lado de los nazis. Ya habían combatido al ELAS durante la ocupación y reanudaron la lucha con entusiasmo.”
En domingo 3 de diciembre amaneció soleado y diversos cortejos de republicanos, antimonárquicos, socialistas y comunistas fueron confluyendo hacia la plaza Syntagma. Cordones policiales les cortaron el paso, pero varios miles de manifestantes lograron abrirse camino; cuando se acercaron a la plaza, un hombre en uniforme militar gritó: “¡Fuego contra los bastardos!” La mortífera descarga cerrada –desde posiciones de la policía griega en la azotea del edificio del parlamento y desde el hotel Grande Bretagne, donde estaba alojado el cuartel general británico– duró media hora. A mediodía, una segunda masa de manifestantes invadió la plaza, hasta que esta se llenó con 60 000 personas. Al cabo de varias horas, una columna de paracaidistas británicos desalojó la plaza; pero había comenzado la Batalla de Atenas y Churchill tenía su guerra.
Manolis Glezos estaba enfermo esa mañana, afectado de tuberculosis. “Pero cuando me enteré de lo sucedido, me levanté de la cama”, recuerda. Al día siguiente, Glezos estuvo vagando por las calles, furioso y dispuesto a todo, sacando armas de las comisarías de policía. Cuando los británicos enviaron una división acorazada, él y sus camaradas estaban al acecho. “Es un hecho”, dice, “que utilizaron esas tropas antes para luchar contra nuestra población que contra los nazis alemanes.” Cuando los tanques entraron en la ciudad, procedentes del puerto de Pireo, él estaba esperando: “Recuerdo cómo venían por la Vía Sacra. Nosotros estábamos metidos en una trinchera. Yo eliminé tres tanques”, dice. “Corrió mucha sangre, hubo un combate feroz. Perdí a muchos buenos amigos. Era difícil disparar contra un inglés, difícil matar a un soldado británico: habían sido nuestros aliados. Pero ahora estaban tratando de destruir la voluntad popular y habían declarado la guerra a nuestro pueblo.” En el apogeo de la batalla, cuenta Glezos, los británicos incluso colocaron a francotiradores en la Acrópolis. “Ni siquiera los alemanes lo habían hecho. Disparaban desde allí contra objetivos del EAM, pero nosotros no respondíamos para no [dañar] el monumento.”
El 5 de diciembre, el teniente general Scobie impuso la ley marcial y al día siguiente ordenó bombardear desde el aire el barrio obrero de Metz. “Las fuerzas británicas y gubernamentales”, escribe la antropóloga Neni Panourgia en su estudio sobre familias en aquella época, “al tener a su disposición armamento pesado, tanques, aviones y un ejército disciplinado, pudieron hacer incursiones en la ciudad, incendiando y bombardeando inmuebles y calles y aislando sectores de la ciudad… Los blindados alemanes habían sido sustituidos por tanques británicos, los oficiales de las SS y la Gestapo por soldados británicos.” La casa que perteneció al actor Mimis Fotopoulos fue pasto de las llamas, incluido un retrato de Churchill que colgaba encima de la chimenea. “Recuerdo cómo estuve gritando consignas en inglés durante una batalla en la plaza Koumoundourou, porque yo tenía una voz potente y se pensó que me oirían”, cuenta el poeta Títos Patríkios cuando conversamos en su apartamento. “‘¡Somos hermanos, no hay nada que nos separe, venid con nosotros!’ Eso es lo que yo gritaba con la esperanza de que [las tropas británicas] se retiraran. Y justo en ese momento, cuando estaba asomado por encima del muro, me pasó una bala silbando junto al casco. Si no me hubiera tirado hacia abajo Evangelos Goufas [otro poeta], que estaba a mi lado, yo estaría muerto.”
Ahora es capaz de sonreír cuando recuerda que tan solo unos meses después de la masacre en la plaza volvía a ir a la escuela para estudiar inglés en un curso de verano del Consejo Británico. “Éramos enemigos, pero también amigos. En una batalla me topé con un soldado inglés herido y lo llevé a un hospital de campo. Le di mi ejemplar del Secuestrado de Robert Louis Stevenson, y recuerdo que se lo guardó.” Resulta revelador leer los despachos de los propios soldados británicos, citados por el censor jefe, el capitán J.B. Gibson, que ahora se guardan en la Oficina del Registro Público. No hay nada que indicara que el enemigo que estaban combatiendo hubiera sido antes un aliado, y de hecho muchos soldados pensaban que se enfrentaban a una fuerza apoyada por los alemanes. Un suboficial escribe: “El señor Churchill y su discurso nos han iluminado, ahora sabemos por qué y contra qué estamos luchando, está claro que detrás de todo este follón hay un elemento alemán.” Cita de “un oficial”: “Uno puede preguntarse por qué nuestros muchachos han de dar sus vidas para resolver disputas políticas griegas, pero ¿se trata únicamente de disputas políticas griegas? Yo digo que no, que todo esto forma parte de la guerra contra los alemanes, y que tenemos que seguir y exterminar a este elemento rebelde.”
En Kew se conservan documentos del gabinete que reflejan las reacciones en Londres: una nota del 12 de diciembre explica que Harold Macmillan, consejero político del mariscal de campo Alexander, volvió de Atenas para recomendar “que se declare rebeldes a todos los civiles que están contra nosotros, que todos los que vistiendo ropa de paisano se enfrenten a nosotros con armas en la mano serán abatidos y que se fijen plazos de 24 horas para la evacuación total de ciertas zonas por la población civil”, lo que implica que el ejército británico debía despoblar Atenas y ocuparla. Muy pronto, las tropas británicas, que recibieron refuerzos, se impusieron y en la Nochebuena llegó Churchill a la capital griega con la vana pretensión de proclamar la paz el día de Navidad. “Ahora le contaré algo que nunca he contado a nadie”, dice Manolis Glezos con picardía. Al anochecer del 25 de diciembre, Glezos vivió su aventura más audaz, al participar en la colocación de más de una tonelada de dinamita debajo del hotel Grande Bretagne, donde tenía su cuartel general el teniente general Scobie. “Fuimos un grupo de unas 30 personas. Utilizamos los túneles del sistema de alcantarillado; había personas fuera que tapaban las rejillas en las calles, para que no nos oyeran desde el exterior. Nos abrimos paso entre toda la mierda y el agua y colocamos la dinamita justo debajo del hotel, suficiente para que volara por los aires. Yo tuve que tender el cable de la espoleta, que llevaba enrollado alrededor del cuerpo. Estábamos llenos de mugre, hasta el cuello [con excrementos] y cuando salimos de la canalización subterránea recuerdo que los chicos nos echaban agua para limpiarnos. Fui a donde estaba el chico con el detonador, y esperamos, esperamos a que llegara la señal. Pero esta nunca llegó. Nada. No hubo explosión. Después supe el motivo: en el último momento, el EAM se enteró de que Churchill se hallaba en el edificio y ordenó que se suspendiera el ataque. Querían acabar con el mando británico, pero no ser responsables del asesinato de uno de los tres grandes.”
Campos de concentración
Al término de la Dekemvriana se contabilizaron miles de muertos; 12 000 izquierdistas detenidos y enviados a campos de concentración en Oriente Medio. El 12 de febrero se firmó una tregua, cuya única cláusula que se cumplió siquiera parcialmente fue la de la desmovilización del ELAS. Así dio comienzo un capítulo de la historia de Grecia que se conoce por el nombre de “terror blanco”, pues cualquiera que fuera sospechoso de haber ayudado al ELAS durante la Dekemvriana o incluso durante la ocupación nazi fue detenido y enviado a alguno de los campos de concentración creados para su internamiento, tortura y en muchos casos asesinato, a menos que mostraran arrepentimiento, como bajo la dictadura de Metaxas.
Títos Patríkios no es el tipo de persona que desee que el pasado determine el presente, pero no niega que la historia ha hecho precisamente eso: ha afectado a su poesía, a su movimiento, a su lucha por encontrar “la palabra justa”. Este hombre sumamente comedido y de maneras suaves pasó años en campos de concentración establecidos con ayuda de los británicos al estallar la guerra civil. Con el encarcelamiento vinieron los trabajos forzados, con los trabajos forzados vino la tortura, y con el exilio vino la censura. “La primera noche en Makronissos [el campo más infame] nos apalearon casi hasta matarnos. […] Estuve allí seis meses, casi todo el rato picando piedras, cortando zarzas y acarreando arena. Una vez me obligaron a permanecer de pie durante 24 horas cuando vieron que un periódico había publicado una carta en la que se describían las terribles condiciones que imperaban en el campo. Aunque la había escrito yo y logré pasársela a mi madre, nunca reconocí haberlo hecho y durante mi estancia allí no firmé nunca una declaración de arrepentimiento.” Patríkios estuvo entre los relativamente afortunados; miles de prisioneros fueron ejecutados, habitualmente en público, y en las plazas se exhibían regularmente sus cabezas cortadas o cuerpos colgados. La embajada de Su Majestad en Atenas comentó que la exhibición de cabezas cortadas “es una costumbre en este país que no puede juzgarse con criterios europeos occidentales”.
El nombre de la persona que estuvo al mando de la “misión policial británica” en Grecia es poco conocido. Charles Wickham había sido nombrado por Churchill para supervisar las nuevas fuerzas de seguridad griegas, y de hecho para reclutar a los colaboradores. La antropóloga Neni Panourgia dice que Wickham fue “una de las personas que recorrieron todo el imperio creando la infraestructura necesaria para su supervivencia” y le atribuye el establecimiento de uno de los campos más terribles en el que los prisioneros eran torturados y asesinados, en Giaros. Oriundo de Yorkshire, Wickham era un militar que sirvió en la guerra de los bóers, en la que los británicos inventaron los campos de concentración en su versión moderna. Después luchó en Rusia, enrolado en la fuerza expedicionaria enviada en 1918 para ayudar a las fuerzas zaristas en su combate contra la revolución bolchevique. Después de Grecia, en 1948 se trasladó a Palestina. Su cualificación para la misión en Grecia era esta: Wickham fue el primer Inspector General de la Royal Ulster Constabulary (RUC), la policía británica en Irlanda del Norte, de 1922 a 1945.
La RUC se fundó en 1922, después de los llamados pogromos de Belfast de 1920-1922, cuando fueron atacados e incendiados algunos barrios católicos. Según el historiador Tim Pat Coogan, “se concibió no como cuerpo de policía regular, sino como fuerza de contrainsurgencia… La nueva fuerza atrajo a muchos reclutas que querían hacerse policías regulares, pero también a bandas de asesinos encabezadas por hombres como un jefe que utilizaba bayonetas contra sus víctimas porque estas prolongaban la agonía.”
El escritor Michael Farrell descubrió, cuando estuvo investigando para su libro Arming the Protestants, que un montón de materiales relativos a la integración de los miembros de la Fuerza Voluntaria del Ulster (UVF) y de la Special Constabulary en la RUC habían sido destruidos, aunque se conservaba una cantidad suficiente para dejar claro qué estaba sucediendo. En un memorando escrito por Wickham en noviembre de 1921, antes de que se formara la RUC, y mientras se negociaba el Tratado de Partición de diciembre de aquel año, se había dirigido a “todos los comandantes comarcales” en los siguientes términos: “Dado el número de informes que hemos recibido con respecto al crecimiento de las fuerzas de defensa lealistas no autorizadas, el gobierno plantea que es deseable contar con los servicios de los mejores elementos de dichas organizaciones.” Coogan, el veterano historiador más grande de Irlanda, no pretende hacer gala de neutralidad en los asuntos relativos a la República y la Unión, pero los hechos históricos son objetivos y él dispone de datos que nadie más posee al respecto. Hablamos con él en su casa a las afueras de Dublín delante de sendos vasos de whiskey cuya marca “Writer’s Tears” (lágrimas del escritor) viene muy a cuento.
“Es la narrativa del imperio”, dice Coogan, “y por supuesto, la aplicaron en Grecia. Esa misma combinación de campos de concentración, poniendo de uniforme a bandas de asesinos y llamándolas policía. Es el colonialismo, así es como funciona. Se emplean los medios que hagan falta, y uno de ellos es el terror y la colusión con los terroristas. Funciona. Wickham organizó la RUC como brazo armado del unionismo, cosa que no dejó de ser después”, afirma. “¿Cuánto tiempo pasó en la historia de este país hasta que se publicara el informe de Chris Patten en 1999 y se apartara a Wickham de la policía? Pasó mucho, muchísimo tiempo, y ¿cuánto sufrimiento hubo mientras tanto?” El jefe del MI5 informó en 1940 que “en la personalidad y la experiencia de Charles Wickham, los cuerpos de combate tienen a su disposición a un amigo y consejero muy valioso”. Cuando los servicios secretos necesitaron integrar a los Batallones de Seguridad griegos, que eran “Special Constabulary” del Tercer Reich, en una nueva fuerza de policía, habían encontrado a su hombre.
Torturas
Los académicos griegos discrepan con respecto al grado de responsabilidad directa de Wickham en el establecimiento de los campos de concentración y el envío de torturadores. Panourgia afirma que el campo de Giaros –una isla que hasta el emperador romano Tiberio declaró inadecuada para prisioneros– se creó por iniciativa propia y directa de Wickham. Gerolymatos, sin embargo, dice que “los griegos no necesitaron a los británicos para establecer campos de concentración. Ya se hizo antes, bajo Metaxas”. En Kew hay documentos que muestran cómo policías británicos al servicio de Wickham estuvieron presentes regularmente en los campos. Gerolymatos añade: “Los británicos –es decir, Wickham– sabían quiénes eran esos elementos. Y eso es lo terrible. Eran los individuos que ya habían estado en las cámaras de tortura durante la ocupación, arrancando uñas y aplicando aplastapulgares.” Hasta septiembre de 1947, el año en que fue prohibido el Partido Comunista, en los campos y cárceles griegas había 19 620 militantes de izquierda, 12 000 de ellos en Makronissos, y otros 39.948 desterrados o encerrados en campos británicos de Oriente Medio.
Se conocen muchos relatos aterradores de tortura, asesinato y sadismo en los campos de concentración griegos, una de las escandalosas atrocidades de la Europa de posguerra. Polymeris Volgis, de la Universidad de Nueva York, describe cómo se introdujo un mecanismo de arrepentimiento como el de una “Inquisición seglar del último día”, con confesiones obtenidas a base de una “degradación interminable y violenta”. A las mujeres detenidas les quitaban a sus hijos hasta que confesaban ser “búlgaras” y “putas”. El sistema de arrepentimiento hizo que Makronissos se considerara una “escuela” y una “Universidad Nacional” para quienes estaban convencidos de que “nuestra vida pertenece a la Madre Grecia” en la que los conversos recibían la visita del rey y la reina, ministros y dignatarios extranjeros. “La idea”, dice Patríkios, que nunca se arrepintió, “consistía en reeducar y crear patriotas que se pusieran al servicio de la patria.”
En la prisión de Kifissa golpeaban a menores con cables y calcetines llenos de hormigón. “En el pecho de los chicos cosían etiquetas con su nombre”, escribe Voglis, “con terminaciones eslavas añadidas a los apellidos; muchos muchachos fueron violados”. A una prisionera la obligaron, después de apalearla gravemente, a permanecer en la plaza de Kastoria sosteniendo las cabezas cortadas de su tío y su cuñado. Un detenido en la cárcel de Patrás escribió en mayo de 1945 estas palabras: “Me golpearon con furia en las plantas de los pies hasta que perdí la visión. Perdí el mundo.” Manolis Glezos tiene también su propia historia. Está escribiendo un libro sobre la ocupación y muestra una reproducción del último mensaje que dejó su hermano Nikos, garabateado en el interior de una gorra. Nikos fue ejecutado por colaboracionistas apenas un mes antes de que los alemanes se fueran de Grecia. En el camino al lugar del fusilamiento, el joven logró lanzar la gorra que llevaba por la ventana del coche. Un amigo la encontró y la entregó a la familia; esta gorra figura entre las cosas que Glezos conserva con más cariño. Esto es lo que había escrito Nikos: “Querida madre. Te envío un beso. Recuerdos. Hoy van a ejecutarme, caído por el pueblo griego. 10-5-44.”
En ningún otro país de la Europa recién liberada permitieron que simpatizantes de los nazis penetraran hasta tal punto el aparato del Estado, es decir, el ejército, las fuerzas de seguridad y la judicatura. El resurgimiento del neofascismo en la figura del actual partido de extrema derecha Amanecer Dorado guarda relación directa con el hecho de que no se purgara el Estado de los extremistas de derecha; muchos de los seguidores de Amanecer Dorado son descendientes de miembros de los Batallones, del mismo modo que “los coroneles” que protagonizaron el golpe de Estado de 1967. Glezos dice: “Sé muy bien quién ejecutó a mi hermano y puedo asegurarle que todos quedaron impunes. Sé que las personas que lo hicieron están en el gobierno y ninguno ha sido castigado jamás.” Glezos ha dedicado años a crear una biblioteca en honor de su hermano. En Bruselas pide a sus interlocutores que contribuyan al fondo poniendo un “frango” (un euro) en una bolsa de seda. Esta es su otra gran campaña (la primera gira en torno a las reparaciones de guerra), su último deseo: construir un edificio digno para una biblioteca que honre a Nikos. “La historia de mi hermano es la historia de Grecia”, dice.
Nadie dice que el ELAS, o el Ejército Democrático de Grecia que lo sustituyó, fueran víctimas inocentes. Hubo, en efecto, un “terror rojo” en respuesta a los ataques, y al retirarse de Atenas el ELAS se llevó consigo a unos 15.000 prisioneros. “Cometimos algunos asesinatos”, concede Glezos, “y hubo quien actuó por venganza. Pero la consigna era no matar a civiles.” En diciembre de 1946, el primer ministro griego Konstantinos Tsaldaris, ante la probabilidad de la retirada de los británicos, fue a Washington a pedir ayuda a EE.UU.. El Departamento de Estado presentó entonces un plan de intervención militar que en marzo de 1947 sirvió de base para el anuncio por el presidente Truman de lo que vendría en llamarse la “doctrina Truman”, a saber, la intervención militar dondequiera que el comunismo se considerara una amenaza. Todo lo que había sucedido en Grecia por iniciativa británica fue el primer acto de la guerra fría.
Glezos sigue considerándose comunista. Sin embargo, al igual que Patríkios, quien rechaza el estalinismo, entiende que el comunismo tal como se aplicó en los países vecinos del norte de Grecia habría sido una catástrofe. Recuerda cómo incluso “le cantó las cuarenta” sobre esto a Nikita Krushchov, el dirigente soviético que desestalinizaría la Unión Soviética. La ocasión surgió cuando Krushchov invitó a Glezos –quien en el apogeo de la guerra fría fue nombrado héroe de la Unión Soviética y honrado con un sello de correos que mostraba su efigie– a ir al Kremlin. Corría el año 1963 y Krushchov tenía ganas de conversar. Glezos quiso saber por qué el Ejército Rojo, que había entrado en Bulgaria y Rumania, se detuvo en la frontera griega. Tal vez el dirigente ruso se lo podría explicar. “Me miró y preguntó ‘¿por qué?’. Le dije que porque Stalin no se comportó como un comunista, sino que se repartió el mundo con otros y entregó Grecia a los ingleses. Entonces le dije qué era lo que yo pensaba realmente, a saber, que Stalin había sido la causa de nuestra caída, el origen de todos los males. Lo que nosotros queríamos era un Estado en que mandara el pueblo, del mismo modo que nuestro gobierno en las montañas, donde todavía pueden verse las palabras “todos los poderes emanan del pueblo y los ejerce el pueblo” inscritas en las colinas. Lo que ellos crearon, en cambio, fue un régimen en que mandaba el partido.” Krushchov, dice Glezos, no dio signos de aprobación. “Estaba sentado y escuchaba. Después de nuestra reunión, sin embargo, me invitó a cenar, junto con Leonid Brezhnev [quien sucedería a Krushchov en 1964], y me escuchó durante otras cuatro horas y media. Siempre he pensado que me mostraba su acuerdo tácito.”
Para Patríkios, hasta la invasión soviética de Hungría en 1956 no saltó la liebre: se había trazado una línea sobre el mapa, acordada por Churchill y Stalin. “Cuando vi que Occidente no iba a intervenir [durante el levantamiento de Budapest], me di cuenta de lo que había ocurrido: el reparto de ‘esferas de influencia’. Y después comprendí que la Dekemvriana no había sido un conflicto local, sino el comienzo de la guerra fría, que aquí en Grecia empezó en forma de guerra caliente.” Patríkios volvió a Atenas en régimen de libertad condicional y finalmente le dieron un pasaporte en 1959. Inmediatamente se embarcó con destino a París, donde pasó los siguientes cinco años estudiando sociología y filosofía en la Sorbona. “En la política no hay ética”, dice, “especialmente en la política imperial.”
De aquellas lluvias, estos lodos
Cae la tarde en Atenas el 25 de enero de 2009. El gras lacrimógeno que ha invadido la ciudad –una nueva variedad, importada de Israel– se disipa.
Después de horas de enfrentamientos, la policía antidisturbios ha disuelto una manifestación en apoyo a una limpiadora búlgara cuyo rostro ha quedado desfigurado a raíz de un ataque con ácido de un grupo de neofacistas. De vuelta al barrio de Exarcheia, controlado por los rebeldes, una mujer joven llamada Marina se saca el pasamontañas y respira hondo. Ante una taza de café, responde a la pregunta de ¿por qué Grecia? ¿Por qué es tan diferente del resto de Europa con respecto a esta guerra especialmente enconada entre la izquierda y la derecha? “La raíz está”, contesta, “en lo que nos hicieron en 1944. Los partisanos que lucharon contra los nazis, cuyos compañeros fueron homenajeados en Francia, Italia, Bélgica y los Países Bajos, aquí en Grecia fueron perseguidos, torturados y asesinados por orden de vuestro gobierno.” Y añade: “Vengo de una familia cuyos miembros fueron detenidos y torturados durante dos generaciones antes de la mía: mi abuelo después de la segunda guerra mundial, mi padre durante la dictadura de los coroneles, y ahora podría llegar mi turno, cualquier día de estos. Somos las nietas de los andartes, y nuestros enemigos son los nietos griegos de Churchill.”
“Todo aquello”, afirma Gerolymatos con rabia, “no sirvió de nada. No había ninguna necesidad de que ocurriera, y el crimen de los británicos es que legitimaron a gente cuyo comportamiento bajo la ocupación del Tercer Reich les restó toda legitimidad. Y sucedió porque Churchill creía que tenía que sentar de nuevo en el trono al rey de Grecia. Pero lo último que deseaba o necesitaba el pueblo griego era el restablecimiento de una monarquía desahuciada, apoyada por colaboracionistas. Esto fue lo que impusieron los británicos y lo que aterroriza a Grecia desde entonces.”
“Todos esos colaboracionistas entraron en el sistema”, explica Manolis Glezos. “En el aparato de Estado, durante y después de la guerra civil, y sus hijos se apuntaron a la Junta militar. Los posos perviven, como células malignas, en el seno del sistema. A pesar de que liberamos Grecia, los colaboracionistas con los nazis ganaron la guerra, gracias a los británicos. Y los posos quedan, como bacilos en el sistema.” Hay una última cosa que Glezos quisiera dejar clara. “No me han preguntado ustedes por qué continúo en la brecha, por qué lo hago cuando tengo 92 años y dos meses de edad”, dice mirándonos fijamente a los ojos. “Después de todo, yo podría estar sentado tranquilamente en el sofá con mis zapatillas y los pies apoyados en la mesilla”, bromea. “Así que ¿por qué hago esto?” Se contesta a sí mismo: “Ustedes creen que el hombre que tienen delante es Manolis, pero se equivocan. No soy ese. Y no lo soy porque no he olvidado que cada vez que alguien iba a ser ejecutado decía: ‘No me olvides. Cuando des los buenos días, acuérdate de mí. Cuando levantes un vaso, di mi nombre.’ Y eso es lo que hago cuando hablo con ustedes o hago cualquier cosa de estas. El hombre que ven frente a ustedes es toda esa gente. Y todo esto va de no olvidarlos.”
Calendario: la batalla entre la izquierda y la derecha
Finales del verano de 1944 Las tropas alemanas se retiran de la mayor parte de Grecia, que es tomada por los grupos de partisanos locales. La mayoría son miembros del ELAS, el brazo armado del Frente de Liberación Nacional, EAM, del que forma parte el Partido Comunista, KKE.
Octubre de 1944 Las fuerzas aliadas, al mando del general Ronald Scobie, entran en Atenas, la última zona todavía ocupada por los alemanes, el 13 de octubre. Georgios Papandreou retorna del exilio junto con el gobierno griego.
2 de diciembre de 1944 En vez de integrar el ELAS en el nuevo ejército, Papandreou y Scobie exigen el desarme de todas las fuerzas guerrilleras. Seis miembros del nuevo gabinete dimiten en señal de protesta.
3 de diciembre de 1944 Violencia en Atenas después de que 200 000 personas se manifestaran en contra de aquellas exigencias. Hay más de 28 manifestantes muertas y centenares heridas. Comienza la Dekemvriana, que durará 37 días. El 5 de diciembre se declara la ley marcial.
Enero/febrero de 1945 El general Scobie acepta un alto el fuego a cambio de la retirada del ELAS. En febrero, todas las partes firman el tratado de Varkiza. Las tropas del ELAS abandonan Atenas junto con 15 000 prisioneros.
1945/1946 Bandas de extrema derecha matan a más de 1100 civiles, desencadenando la guerra civil cuando las fuerzas gubernamentales comienzan a combatir al nuevo Ejército Democrático de Grecia (DSE), formado principalmente por antiguos soldados del ELAS.
1948-1949 El DSE sufre una derrota catastrófica en el verano de 1948, con un total de 20.000 bajas. En julio de 1949, Tito cierra la frontera yugoslava, negando el asilo al DSE. El 16 de octubre de 1949 se firma el alto el fuego.
21 de abril de 1967 Fuerzas de extrema derecha toman el poder mediante un golpe de Estado. La Junta se mantiene en el poder hasta 1974. Los veteranos comunistas que habían huido al extranjero tuvieron que esperar hasta 1982 para poder retornar a Grecia.
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