miércoles, 24 de diciembre de 2014

Los desafíos de la izquierda anticapitalista europea

¿CÓMO CAMBIAR EL MUNDO SI NO PODEMOS CAMBIARNOS A NOSOTROS MISMOS?
[¿Cómo explicar la debilidad de las izquierdas anticapitalistas en estos últimos cinco años? Aunque la situación objetiva es propicia para la agitación política, se ha abierto un espacio para un reformismo radical y han estallado insurrecciones por todo el mundo, el relativo fracaso del NPA en Francia, de Antarsya en Grecia y del SWP en Gran Bretaña aparece como una paradoja. En este artículo, Panagiotis Sotiris, miembro dirigente de Antarsya, propone un análisis de las causas profundas de esta incapacidad y llama a una renovación teórica, estratégica y política. El anticapitalismo no puede contentarse con denunciar las traiciones de las direcciones confederales y desbordarlas en las reivindicaciones sindicales (salarios, despidos, etc.). Hay que producir programas transitorios, plantear la cuestión del poder y de la hegemonía, transformar el partido en laboratorio para hacer nacer “nuevas formas de intelectualidad de masas, a la vez críticas e implicadas en la lucha política” 1/. (Nota introductoria de Contretemps]

Panagiotis Sotiris *teórico marxista y miembro del comité coordinador de Antarsya, el frente de la izquierda anticapitalista griega. En Contretemps *. Traducción: Viento Sur

La izquierda anticapitalista europea está en crisis. De la crisis del SWP en Gran Bretaña a la implosión del NPA o la fragmentación del ala izquierda de Rifondazione Comunista en Italia, pasando por la incapacidad de Antarsya (Grecia) para ampliar su audiencia a pesar de las recientes conmociones que caracterizan actualmente a la sociedad griega, la mayor parte de las tendencias que se reclaman de una crítica revolucionaria del reformismo socialista y comunista y que se inscriben en la filiación de Mayo 1968, están hoy día en una profunda crisis política.

Esto se produce en claro contraste con un período precedente, iniciado desde la segunda mitad de los años 1990, durante el cual la izquierda anticapitalista jugó un papel más que útil en el ascendente altermundialismo, constituyó una vanguardia en distintas luchas de primer orden a nivel nacional, sirvió de catalizador en la formación de iniciativas más amplias y, en algunos casos, fue el marco de empujes electorales destacables.

Y lo más notable es que esta crisis de la izquierda anticapitalista coincide con un período en el que además de una crisis sistémica del capitalismo se produce un impresionante regreso de los movimientos de masas.

En este sentido, el esquema recientemente propuesto por Alex Callinicos que consiste en decir que los buenos tiempos de la izquierda anticapitalista tuvieron lugar entre 1998 y 2005 –del ascenso electoral de la izquierda anticapitalista francesa (y del movimiento altermundialista) hasta el rechazo del tratado europeo–, por justo que sea en cuanto a cronología de una cierta forma de política anticapitalista de los años 2000, deja a un lado la actual coyuntura y su dinámica.

¿Qué mejores condiciones podríamos esperar que las que encontramos hoy, más allá de nuestros problemas, de nuestras crisis y de nuestros límites ?

Auténticos resquebrajamientos en la hegemonía liberal, una crisis abierta de la integración europea, es decir de la principal estrategia llevada a cabo por los capitalistas europeos en los últimos cincuenta años, sociedades enteras sacudiendo sus certidumbres, la vuelta de las manifestaciones de masas y de las movilizaciones que, en algunos casos, adoptan acentos insurreccionales, la voluntad de democracia, de soberanía popular y de reapropiación del espacio público, una desconfianza creciente hacia los políticos y una relación de fuerzas a escala internacional que no sólo contradice la omnipotencia americana sino que ofrece también puntos de referencia para resistir, de Gaza a Kobané.

Evidentemente, no se trata de subestimar otros elementos de la coyuntura, como el rostro repugnante del fascismo y el ascenso de la extrema derecha. Sin embargo, también éstos muestran ser la expresión de una crisis política aún más profunda, y de la incapacidad de la izquierda radical y anticapitalista para ofrecer una salida, progresista y emancipadora, al rechazo popular de los partidos parlamentarios y de la política institucional.

El principal desafío consiste por tanto en esto: ¿Por qué estamos en crisis? ¿Por qué, por ejemplo, Syriza –pese al impresionante giro a la derecha de su dirección– constituye hoy día el mejor ejemplo de una política de izquierda en Europa?

Creo que la principal razón de nuestros problemas tiene algo que ver con los límites de la izquierda anticapitalista desde los años 1990. La izquierda anticapitalista era esencialmente una fuerza de resistencia, de apoyo a los movimientos y de defensa ideológica del socialismo y de la revolución. Podía mostrarse útil en la organización de los movimientos antiliberales e incluso reclutar nuevos miembros sobre todo entre las franjas radicales de los movimientos. Pero no tenía verdadera estrategia.

Les cuestiones del poder, de la hegemonía y de la estrategia revolucionaria han sido dejadas sin respuesta, pese a la invitación de Daniel Bensaïd a reabrir el debate sobre la cuestión estratégica.

La distancia entre la táctica en el día a día, tanto en los movimientos como en las coaliciones electorales, pensada sobre todo en base a una agenda contra el neoliberalismo –lo que constituía principalmente el "anticapitalismo" de los años 2000– y una defensa abstracta de una orientación "revolucionaria", más en términos identitarios que prácticos, explica este vacío estratégico.

La izquierda anticapitalista no ofrecía desde entonces ninguna alternativa viable a la tentación del "todo excepto" coaliciones, encarnada en la desastrosa participación de Rifondazione Comunista en el segundo gobierno Prodi (un gobierno del tipo "todo excepto Berlusconi") y los límites de los "Frentes únicos de un tipo particular".

Además, tampoco ha reflexionado en términos de potencial bloque histórico, ni se ha interrogado sobre la forma en que podemos articular una amplia alianza de las clases bajas con un relato alternativo dirigido a la sociedad. ¿Pero cómo podríamos ofrecer un relato alternativo cuando la principal reivindicación programática ha consistido en "la redistribución de las riquezas + la defensa de los servicios públicos"? No subestimo estos objetivos, pero no constituyen un relato alternativo. No presentan un paradigma social y político antagónico al neoliberalismo.

Además, en particular en Europa, y a pesar del hecho de que el gran momento de la movilización de la izquierda radical en la Europa del Oeste fue el rechazo de la constitución europea, la izquierda anticapitalista ha subestimado la crítica de la integración europea. El abandono de cualquier crítica de la moneda única y las acusaciones dirigidas contra quienes lo intentaban con el pretexto de que esto les convertía en “nacionalistas” o “social-chovinistas” tuvieron como consecuencia que, en un período de desencanto creciente y de crisis del proyecto europeo, sea sólo la extrema derecha, con su sucedáneo de "Euroescepticismo" (sucedáneo por sus posiciones favorables al orden establecido y a los patronos) quien haya conocido una dinámica política, como lo muestran las últimas elecciones europeas.

El espacio político sólo ha quedado abierto para posiciones del tipo de las propuestas por Syriza, que dan la impresión de confrontarse a la cuestión estratégica aunque no van más lejos que una simple variación sobre el mismo tema de las posiciones de “gobierno progresista” antiliberal surgidas de los años 1990. En un período en el que la posibilidad de combinar, en los eslabones débiles de la cadena, un gobierno de izquierda radical con formas de poder popular por abajo podría realmente iniciar una secuencia revolucionaria absolutamente original, la posición de amplios sectores de la izquierda anticapitalista en Europa era, en la práctica, que no se podía hacer nada y que asistiríamos a una repetición de los años 1970.

Por otra parte, aunque en los años pasados hayamos conocido importantes movimientos de masas –en amplitud y duración, pero también en términos de experimentación política, con nuevas formas de democracia, expresión con igual voz, coordinación horizontal, emergencia de nuevas y nuevos dirigentes– la mayoría de las tendencias de la izquierda, a excepción de la izquierda anticapitalista española, no han aprendido en realidad nada de estos movimientos a los que sin embargo han aportado una contribución nada despreciable. No han aprendido nada de las nuevas formas de democracia, no han integrado a las nuevas y nuevos dirigentes que han emergido de estos movimientos, no han intentado responder a los desafíos estratégicos que ello planteaba. Los han considerado simplemente como movimientos, y no como procesos experimentales. Es un llamativo contraste con las tradiciones marxista y leninista, que ven la participación en los movimientos como una experiencia que permite aprender y transformarse.

Por consiguiente, los actuales llamamientos a restablecer el proceso de "construcción de la organización" son inapropiados. No porque no necesitemos organizaciones revolucionarias, pero éste es sólo un aspecto, y no el más importante, de la necesaria recomposición de la izquierda anticapitalista hoy. Además, la mentalidad que lleva a cada grupo a pensar que es el poseedor de la verdad revolucionaria y que debe reforzarse en frentes amplios, mientras que las otras tendencias de estos frentes serían "reformistas" o "cuasi-reformistas", no ayuda mucho a iniciar amplios procesos de recomposición. Lo mismo ocurre con la mentalidad que piensa que está en juego la legitimación histórica de una corriente histórica particular. Debemos pensar en términos de radical novedad.

¿Cuál es el resultado de estos incumplimientos? El resultado es que hoy día la mayor parte de la gente de la izquierda anticapitalista europea se vuelve hacia Syriza como ejemplo de esperanza, a pesar de que la dirección de Syriza haya abandonado la mayoría de sus posiciones radicales, haya aceptado plenamente el marco institucional de la Eurozona y de la deuda, y haya rechazado integrar la nacionalización de los bancos y de las empresas estratégicas en la lista de sus reivindicaciones inmediatas. O, por dar otro ejemplo, todo el mundo está de acuerdo en ver una cierta esperanza en el proyecto Podemos, aunque su línea política haya perdido parte de su radicalidad y aunque se hayan planteado muchas cuestiones sobre el modelo de dirección. En la audiencia que encuentran Syriza y Podemos entre las y los militantes, lo esencial no es su política y su verdadera estrategia, sino dos elementos cruciales: la puesta en marcha de un proceso político a gran escala, que incluye a fracciones importantes de los movimientos, y por supuesto la confrontación con la cuestión del poder política y de la potencial hegemonía.

Sin embargo, no estoy seguro de que hoy día la regla de oro sea la entada o la incorporación de la izquierda anticapitalista en los frentes amplios de este tipo. La razón es que sigue siendo necesaria la necesaria autonomía de una estrategia potencialmente revolucionaria. Este es uno de los aspectos que me sigue pareciendo pertinente de la posición que quiere "resucitar a Lenin".

¿Es esto sectarismo? La respuesta es un no rotundo. El desafío para la izquierda revolucionaria o anticapitalista no está en escoger entre amplios frentes electorales y sectas tradicionales. El desafío consiste en desarrollar un proyecto alternativo para la izquierda que, de una u otra manera, se concentre en lo que puede definir una potencial estrategia revolucionaria para el período.

En primer lugar, necesitamos reflexionar en términos de un nuevo bloque histórico. Partiendo de la lectura que hago /2 , este concepto gramsciano no es por naturaleza ni analítico ni descriptivo. No hace sólo referencia a la idea de alianza de clases. Se trata de un concepto estratégico que trata de cómo podemos preparar el encuentro entre une alianza amplia en el seno de las clases subordinadas, un relato alternativo para la sociedad en su conjunto y nuevas formas políticas de masas.

En este sentido, no hay que subestimar la importancia de esta aguda demanda de soberanía popular en los recientes movimientos –que han tomado por ejemplo la forma de una reapropiación del espacio público–, en nombre de una visión arquetípica del "movimiento obrero" o de la "huelga general". Por el contrario, sería más fructífero contemplar estas formas de luchas en común, de solidaridad y su impulso democrático como un embrión de los bloques históricos subalternos.

Tal concepción implica conceder una gran importancia a la cuestión del programa político. Esto no tiene nada que ver con la teología del programa o con una especie de fantasma político revolucionario. El programa de transición constituye la articulación de las experiencias, las reivindicaciones, las experimentaciones y las formas de ingenio colectivo que han emergido del movimiento, en relación con la búsqueda colectiva de las diferentes vías que nuestras sociedades pueden emprender. Se trata de la articulación entre las “huellas de comunismo” en las luchas contemporáneas y las prácticas colectivas separadas del reino de la mercancía, y la conquista del poder por el movimiento obrero para dar otras trayectorias históricas a nuestras sociedades, tanto en términos de organización social como de posicionamiento internacional.

En este sentido, una versión contemporánea del programa de transición no puede ser reducida a simples llamamientos a la redistribución y la defensa de los servicios públicos. Debe consistir en una exploración mucho más profunda de las diversas vías que pueden emprender nuestras sociedades, considerando un paradigma social y económico diferente, basado en nuevas formas de control democrático, de autogestión, de nuevas redes de distribución y en prioridades sociales diferentes. No será un camino fácil. Necesitará una sociedad en lucha cambiante –de hecho–de valores, de prioridades y de relatos. Requerirá una nueva ética de la participación colectiva y de las responsabilidades, una nueva ética de la lucha y del compromiso, un "sentido común" suficientemente formado y transformado para constituirse en el "buen sentido".

En Europa, esto implica necesariamente una ruptura con el neoliberalismo, feroz firmemente anclado en la Eurozona, y en general con la "soberanía limitada" impuesta por los diversos tratados que definen la versión contemporánea de la gobernanza europea. Ahí tenemos la oportunidad de combinar una reivindicación de justicia social con una reivindicación de soberanía popular.

Sin embargo, esta concepción implica también abordar la cuestión de la estrategia revolucionaria hoy día. En la coyuntura actual, con la crisis de la hegemonía neoliberal y la vuelta de las movilizaciones de masas, una concepción más estratégica es un elemento vital.

¿Qué significa la idea de que atravesamos hoy día una secuencia revolucionaria? Es una cuestión rechazada la mayor parte del tiempo. Por una parte, tenemos la dinámica del movimiento y, por otra parte, en un momento indefinido aunque alejado en el tiempo, tendremos el control obrero y la revolución. Cuestiones tan estratégicas como la eventualidad de un gobierno de izquierda radical, y la posibilidad de que tal avance forme parte de una secuencia revolucionaria, son abandonadas a los reformistas mientras la izquierda revolucionaria o anticapitalista espera el advenimiento de su presuntamente inevitable fracaso.

Me gustaría avanzar la idea de que, en las sociedades europeas contemporáneas, debemos ver la cuestión del poder gubernamental no como una gestión progresista del capitalismo sino como un aspecto de un posible proceso de transformación. Dicha perspectiva puede incluir la articulación de un gobierno de izquierda radical, basado en un necesario programa de transición, con fuertes movimientos por abajo, movimientos de poder popular, el control obrero, la autogestión, la solidaridad, cambios institucionales profundos y nuevas formas de participación democrática, constituyendo todo ello un proceso. Una vía que necesariamente será accidentada, contradictoria y experimental por naturaleza. Es también un proceso que deberá hacer frente a la salvaje oposición de las fuerzas del capitalismo y del imperialismo.
Desde luego, eso implica también abrir verdaderamente el debate sobre lo que quiere decir "destruir el Estado" o hacer "desaparecer el Estado", y sobre cómo poner en pie nuevas formas de planificación democrática y de autogestión en oposición a la presión del mercado, sobre cómo incorporar las experiencias surgidas de las movilizaciones.

Se podría replicar: "¿Por qué empeñarse en la elaboración completa de una estrategia revolucionaria en lugar de articular simplemente nuestra crítica del reformismo?" Pienso que si el debate sobre la gobernanza de izquierda se les deja a las tendencias reformistas, verán las cosas con sus propias lentes, las lentes de debates de triste memoria sobre la gobernanza progresista que anduvieron dando vueltas en los años 1990 y comienzos de los 2000 y que condujeron a los desastrosos efectos de la participación en los gobiernos Jospin y Prodi. El fracaso sería entonces una “profecía autorealizada”. Y no es cierto que después vendría una nueva emergencia de fuerzas revolucionarias. Semejante fracaso puede llevar también a realineamientos aún más reaccionarios en la escena política.

Lo cual implica que es indispensable que la izquierda anticapitalista y revolucionaria piense en términos de proyecto alternativo y no ya sólo en términos de topografía alternativa de la izquierda.

Esto nos lleva a plantear la cuestión de las exigencias organizativas. ¿Qué tipo de organizaciones necesitamos para estar en condiciones de lanzarnos a un proceso revolucionario como el citado? El modelo tradicional, que contemplaba, de manera esquemática y mecánica, la confrontación con la cuestión del poder en términos de lógica militar, y que ponía el acento ante todo en la disciplina, es desde luego intrínsecamente inapropiado y, lo que es peor, nos hace correr el riesgo de imitar al Estado burgués. En la lucha por une sociedad diferente, basada en principios y en prácticas antagonistas a la lógica capitalista/burguesa, necesitamos organizaciones que reflejen las nuevas formas sociales emergentes. Contrariamente a la visión tradicional –de que las exigencias de la lucha y la necesidad de un compromiso disciplinado en el proceso revolucionario justifican restricciones a la democracia interna, la supresión de la libertad de palabra, y una jerarquía rígida–, queremos organizaciones políticas que sean al mismo tiempo laboratorios para la elaboración colectiva de nuevos proyectos y nuevas formas de intelectualidad política y crítica a escala de masas, y sitios de experimentación para nuevas relaciones sociales y políticas. En este sentido, deben ser más democráticas, más igualitarias, más abiertas, menos jerárquicas y menos sexistas que la sociedad que las rodea.

Pero esto no debe ser entendido como una exigencia abstracta, sino como una tarea urgente que implica también un proceso completo de reconstrucción y de reinvención de las organizaciones políticas. Las organizaciones políticas radicales contemporáneas no reflejan sólo las dinámicas de la coyuntura y de las luchas actuales. Son también el resultado de todo un período de crisis y de repliegue del movimiento comunista y socialista revolucionario. Al mismo tiempo, debemos reconocer la originalidad, las fuerzas, pero también los límites de las principales formas organizativas que emergen del movimiento social. La "coordinación horizontal" de los movimientos –indispensable para crear alianzas y espacios de lucha abiertos– no siempre ayuda a la necesaria elaboración de programas políticos, y por lo general, no permite debatir las cuestiones del poder político y de la hegemonía. El "frente electoral" de izquierda, por lo general basado en un programa mínimo de medidas inmediatas antiliberales, puede adoptar fácilmente la forma de una agenda reformista al servicio de una gobernanza socialdemócrata progresista. En cuanto al modelo clásico del grupo o de la secta revolucionaria (así como de sus respectivas corrientes internacionales), tiende a reproducir la fragmentación, el sectarismo, y la versión autoritaria y local de un "Lenin imaginario".

En sus antípodas, "resucitar a Lenin" hoy día implica pensar con originalidad máxima, no contentarse con reproducir modelos sino crear laboratorios de nuevos proyectos políticos. No lo podremos conseguir ni con simples coaliciones electorales ni con el antagonismo entre diferentes grupos en el seno de la izquierda radical por "la hegemonía". Necesitamos frentes políticos democráticos, nuestra propia versión de la estrategia del Frente único basado en programas anticapitalistas, frentes que pueden servir de proceso para reunir a diferentes corrientes, diferentes experiencias en el movimiento social, diferentes sensibilidades políticas, que pueden servir de laboratorios para nuevos proyectos políticos antagonistas. Necesitamos frentes que puedan reunir orientaciones y sensibilidades diferentes, experiencias e historias diferentes. Necesitamos "procesos constituyentes" políticos basados en la necesidad de superar la fragmentación y la crisis de la izquierda anticapitalista, verdaderos procesos de recomposición. Debemos reconocer plenamente que las organizaciones y las corrientes actuales de la izquierda anticapitalista son transitorias, que son aspectos de un proceso de transformación y de elaboración colectiva de nuevos proyectos políticos que todavía están por nacer, que es esencial sustituirlas, tanto en términos de organización como en términos de estrategia. Esto podría ser una autocrítica necesaria, e incluso más necesaria que nunca.

Es indispensable abrir este debate a todos los niveles, tanto a escala nacional como internacional, aprender de nuestros avances y de nuestros errores, debatir con la mayor apertura posible de espíritu sobre diferentes experiencias, evitar los modos sectarios y burocráticos de pensamiento y crear no sólo lugares para el diálogo y el intercambio de ideas, sino verdaderos laboratorios de la esperanza.

¿Cómo podríamos cambiar el mundo si no podemos cambiarnos a nosotros mismos?

* Panagiotis Sotiris es un teórico marxista y un miembro eminente del comité coordinador de Antarsya, el frente de la izquierda anticapitalista griega. Sus trabajos tratan sobre todo de la filosofía contemporánea y marxista, de Gramsci, de Althusser, de les teóricos críticos radicales y el imperialismo.

* Intervención presentada en plenario en la 11ª edición del coloquio Historical Materialism   /3, el 6 de noviembre de 2014.

Notas

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