viernes, 13 de diciembre de 2013

La crisis de Bangkok, síntoma de las fracturas de la sociedad tailandesa

La situación surrealista que domina Bangkok desde hace una semana –parálisis gubernamental como consecuencia de la ocupación de varios ministerios por los manifestantes, que han entrado incluso, el martes 3 de diciembre, en el complejo que alberga las oficinas de la primera ministra, Yingluck Shinawatra– es el reflejo político de una crisis profunda que enfrenta a dos Tailandias e ilustra sobre la “fractura social” que polariza las fuerzas antagonistas de un reino cada vez más dividido.

Bruno Philip, corresponsal en Bangkok. En Europe solidaire sans frontièresTraducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Lo que quieren los manifestantes, dirigidos por Suthep Thaugsuban, viceprimer ministro en el gobierno precedente, es tan simple como radical: la dimisión de Yingluck Shinawatra. Ésta está acusada de presidir un gobierno corrupto cuyas decisiones son teledirigidas por la bestia negra de los opositores, su hermano mayor Thaksin Shinawatra, que fue jefe de gobierno entre 2001 y 2006 antes de ser derrocado por un golpe militar. Desde su exilio de Dubai, donde se refugió para escapar de las acusaciones de corrupción, al antiguo hombre fuerte del país dirigiría bajo cuerda los asuntos, hasta el punto de ser calificado por sus adversarios de ser un primer ministro de hecho.

Amarillos” contra “rojos”

La crisis actual se cristaliza alrededor del antagonismo entre, de un lado, los “amarillos”, partidarios radicales de la monarquía, élites conservadoras y clases medias urbanas y, del otro, los “rojos”, que representan la voz de los más pobres y de los campesinos que apoyan al gobierno, y sobre todo a Thaksin.
Cuando estaba en el poder, este brillante capitalista, dueño de una fortuna colosal, había aplicado políticas sociales destinadas a la elevación del nivel de vida de los campesinos más desfavorecidos, en particular en las provincias del noreste, las más pobres del país. Para estos últimos, a los que Thaksin había concedido en particular subvenciones con fines de desarrollo de los pueblos o la casi gratuidad de la salud, sigue siendo un héroe. Las cifras del Banco Mundial muestran que la renta media de las familias del noreste del país aumentaron un 46% durante la era Thaksin.

Pero es una verdadera crisis repetida la que perdura desde el golpe de estado de 2006: poco después del golpe, el nombramiento sucesivo de dos gobernadores pro Thaksin, llegados al poder como consecuencia de alianzas parlamentarias, habían provocado la emergencia de sus adversarios “amarillos” que llegaron, en 2008, hasta a ocupar durante un tiempo los dos aeropuertos de Bangkok para obligar a los primeros ministros de entonces a dimitir, uno tras otro.

En 2010, cuando fue nombrado un gobierno anti Thaksin, llegó el turno de los “camisas rojas”, cuya fuerza de choque seguía viniendo del campo, para ocupar durante dos meses el centro de negocios de Bangkok exigiendo la vuelta de Thaksin y la dimisión del primer ministro de entonces. Esos “rojos” encarnan un movimiento que abrigaba diversas facciones de antiguos comunistas, campesinos y socialdemócratas liberales. El movimiento fue ahogado en sangre, después de que el ejército hubiera recibido la orden de dispersar a los manifestantes a tiros. Más de 90 personas murieron.

Posteriormente, un nuevo gobierno dirigido por la hermana de Thaksin, Yingluck Shinawatra, fue elegido en verano de 2011. Es a ella a quien corresponde ahiora hacer frente a la revuelta de los opositores. Hay un sentimiento de déja-vu en la política tailandesa, que parece confirmar la apreciación popular de que son los mismos con distintos collares.
Si el callejón sin salida político es total, es porque se enraíza en la animosidad entre las élites urbanas y las masas campesinas, las capas inferiores urbanizadas y la clase media de las ciudades. Esta última, que adquirió mayor poder en el curso del período del milagro económico tailandés, en los años 1980 y 1990, se inclina más bien por unstatu quo político cuya figura tutelar sería el rey.

Se inquieta cuando ve que los campesinos quieren hacer oír ruidosamente su voz a través de la emergencia del movimiento “rojo”, después de haber doblado el espinazo durante mucho tiempo, sometidos por el respeto debido al orden monárquico y a la autoridad tradicional. Aunque Yingluck Shinawatra ha multiplicado los compromisos y concesiones hacia la alianza entre el palacio real y el ejército, que regenta desde hace lustros los asuntos del reino, la primera ministra encarna ese movimiento que está hoy del lado del poder.

Marginados por el desarrollo

Los desequilibrios sociales y económicos explican el rencor de esos habitantes de las provincias, que tienen el sentimiento de que el desarrollo les ha dejado de lado: el gobierno dedica el 70% de su presupuesto a Bangkok y sus alrededores. El noreste, cuya población representa un tercio de los 70 millones de tailandeses, no recibe más que el 6%.

Tailandia está aún bajo la dominación de un nacionalismo monárquico. Muchos piensan que la virtud del rey está en guiar la democracia. El ascenso de las gentes del campo, convertidos en una fuerza política, es percibido como una amenaza para la autoridad moral de la ’gente honrada’”, observaba el historiador Thongchai Winichkul, citado en Thaïlande, aux origines d’une crise publicado en 2010 por el Institut de recherche sur l’Asie du Sud-Est contemporaine (Irasec).

Es claramente lo que se deduce del discurso del movimiento “amarillo” o incluso de la oposición más moderada: en su opinión Tailandia es “diferente”, y el sistema democrático a la occidental está “mal adaptado” al país. La elección por sufragio universal no puede más que confiar las riendas del poder a “oportunistas” y a “corruptos”. De ahí la idea, vaga y extraña, de los jefes de fila del movimiento antigubernamental de estas últimas semanas, de hacer elegir un “Consejo del pueblo” por los representantes de las corporaciones, con el objetivo de paliar las deficiencias de gobiernos elegidos por el sufragio popular... Una visión paternalista y conservadora de un modo de gobierno que tiene pocas posibilidades de ver la luz.

Tanto más cuando las fallas comienzan a agrietar la unidad de la oposición. Ciertas élites políticas y medios de negocios se inquietan al ver prolongarse la prosecución de esta movilización y esta inestabilidad que amenazan los logros económicos de Tailandia.

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