sábado, 18 de mayo de 2013

Nueva crisis en la central de Fukushima (Japón): escape de agua contaminada

Dos años después de la fusión de tres reactores en lo que llegó a ser la segunda catástrofe nuclear más grave del mundo, la central de Fukushima Daiichi se enfrenta a una nueva crisis: una acumulación creciente de agua residual altamente radiactiva que los trabajadores están luchando por contener.

Martin Fackler, Makiko Inoue y Matthew L. Wald, desde Tokyo y N. York, en NYT.  
Traducción: VIENTO SUR

Casi 300 litros de agua subterránea están infiltrándose cada minuto en los edificios derruidos que albergan los reactores, donde se contamina y de donde debe bombearse al exterior para evitar que se anegue el sistema de refrigeración, cuya función es crítica. Un pequeño ejército de trabajadores ha estado luchando por contener el flujo continuo de agua residual radiactiva, canalizándola a unos enormes depósitos de color gris plateado que ocupan unas 17 hectáreas de aparcamientos y zonas ajardinadas. Estos depósitos tienen una capacidad equivalente a 112 piscinas de tamaño olímpico.

Pero ni siquiera estos depósitos tienen capacidad suficiente para retener las toneladas de agua contaminada con estroncio en la planta, lo que refleja la magnitud del desastre de 2011 y, en opinión de los críticos, se deriva de las decisiones improvisadas que tomaron la empresa que explota la planta y las autoridades supervisoras. A modo de ilustración de la envergadura del problema, el operador de la planta, Tokyo Electric Power Company (Tepco), planea talar un pequeño bosque adyacente para poder colocar un centenar de tanques más, un trabajo que se tornó más urgente cuando los pozos subterráneos construidos para recoger el agua registraron escapes en las últimas semanas. “El agua asciende todo el rato, mientras comemos, dormimos o trabajamos”, dijo Masayuki Ono, un director general de Tepco que hace de portavoz de la empresa. “Parece como si continuamente estuviéramos retrocediendo, pero hacemos todo lo posible por mantenernos un paso al frente.


Mientras que la empresa ha conseguido mantenerse a flote, la continua amenaza de agotamiento de la capacidad de almacenamiento se ha convertido en lo que la propia Tepco ha calificado de emergencia; el enorme volumen de agua despierta temores de futuros escapes que podrían llegar al océano Pacífico. Este dilema, junto con una sorprendente cadena de contratiempos –incluido un corte del suministro eléctrico de 29 horas de duración que afectó a otro sistema de refrigeración menos crucial– ha recalcado una realidad alarmante: dos años después de la fusión de los reactores, la planta sigue siendo vulnerable a cualquier terremoto y tsunami de la misma envergadura que los que desencadenaron la calamidad.

Está claro que la central de Fukushima es ahora menos peligrosa que durante los terribles primeros meses después del accidente, en gran parte gracias a los decididos esfuerzos de los trabajadores que estabilizaron los núcleos fundidos de los reactores, que ahora están más fríos y son menos peligrosos que lo que eran en aquel entonces. Sin embargo, muchos expertos advierten de que los sistemas de seguridad y los apaños realizados en la central siguen siendo provisionales y propensos a sufrir accidentes.

El conducto de refrigeración improvisado que vierte agua sobre los núcleos de los reactores dañados es un conjunto laberíntico de bombas, filtros y cañerías que recorren una distancia de casi 3.000 metros sobre el suelo de la central. Y en la quinta planta del edificio de uno de los reactores dañados sigue colgando una piscina de almacenamiento de combustible nuclear usado, mientras Tepco lucha por trasladar las barras a un lugar más seguro.

La situación es suficientemente preocupante como para que Shunichi Tanaka, un defensor durante mucho tiempo de la energía nuclear y presidente de la nueva comisión de vigilancia, la Autoridad Reguladora Nuclear, explicara a los periodistas, después del anuncio de las fugas de los pozos, que “preocupa que no podamos evitar otro accidente”. Cada vez más representantes y asesores del gobierno dicen ahora que al confiar la limpieza a la misma empresa que explotaba la central antes de la catástrofe, los dirigentes japoneses allanaron el camino de retorno al status quo dominado por la misma empresa. Incluso numerosos científicos que reconocen la complejidad de la operación de limpieza del peor desastre nuclear ocurrido desde Chernóbil temen que la crisis del agua no sea más que un signo más de que Tepco vuela de un problema a otro sin tener una estrategia coherente.

Está claro que Tepco no hace más que aguantar como puede cada día, sin tener tiempo para pensar sobre el día de mañana, y mucho menos sobre el año que viene,” dijo Tadashi Inoue, experto en energía nuclear que formó parte de una comisión que elaboró la hoja de ruta para la limpieza de la central. Pero la preocupación va mucho más allá de Tepco. Mientras lleva a cabo su labor de vigilancia de la industria nuclear japonesa de modo más riguroso que antes del accidente, la Autoridad Reguladora Nuclear cuenta con un equipo de tiene apenas nueve inspectores para supervisar a más de 3.000 trabajadores en Fukushima. Y un comité separado, creado por el gobierno para supervisar la limpieza, está repleto de representantes del sector –incluido el Ministerio de Comercio, el encargado de promover la energía nucleary de fabricantes de instalaciones nucleares como Toshiba e Hitachi. La historia de cómo la central de Fukushima ha acabado inundándose de agua, dicen los críticos, ilustra perfectamente los peligros que encierra el hecho de dejar que las decisiones en materia de seguridad nuclear se adopten dentro del propio sector.

Cuando Tepco y el gobierno concibieron los planes actuales de cerrar la central, a finales de 2011, ya se sabía que el agua subterránea iba a ser un problema, no en vano la planta se encuentra sobre una veta de agua que fluye de las montañas cercanas hacia el mar. Sin embargo, según los críticos, las autoridades no dieron mucha importancia al problema y supusieron que el agua podría almacenarse hasta que pudiera depurarse y eliminarse. Según algunas personas que ayudaron al gobierno a planificar la limpieza, expertos externos podrían haber predicho el problema del agua, pero Tepco y el gobierno denegaron las peticiones de recurrir a tales expertos o empresas externas con mayor pericia en materia de limpieza, prefiriendo mantener el control de la central en manos de la cómplice industria nuclear.

Tepco rechazó asimismo una propuesta de construir una pared de hormigón hasta unos 20 metros de profundidad para bloquear el paso del agua freática a los reactores y los edificios de las turbinas, y el Ministerio de Comercio no insistió en esto, según expertos y reguladores que ayudaron a elaborar el plan de desmantelamiento. En vez de ello, Tepco llevó a cabo una serie de ajustes temporales, incluida la construcción a toda prisa de los pozos subterráneos de almacenamiento de agua aislados con arcilla y plástico que acabaron por tener fugas. Ha sido después del descubrimiento de estas fugas cuando el organismo regulador se integró como miembro de pleno derecho en el comité supervisor de la limpieza creado por el gobierno.

Pero el mayor problema, según los críticos, es que al parecer la compañía Tepco y otros miembros del comité supervisor pensaron durante todo este tiempo que finalmente podrían verter toda el agua contaminada en el océano una vez instalado un nuevo y potente sistema de filtros capaz de separar 62 tipos de partículas radiactivas, incluidas las de estroncio. Estos planes se han visto ahora frustrados por lo que según algunos expertos era un problema previsible: la protesta del público con respecto al tritio, un isótopo radiactivo relativamente débil que no se puede eliminar del agua. El tritio, que solo es nocivo si se ingiere, se libera regularmente en el ambiente en las centrales nucleares que funcionan con normalidad, pero incluso Tepco reconoce que el agua en Fukushima contiene unas 100 veces la cantidad de tritio que libera en promedio una central “sana” a lo largo de un año. “Estamos tan concentrados en las barras de combustible y los núcleos fundidos de los reactores que hemos subestimado el problema del agua”, dijo Tatsujiro Suzuki, vicepresidente de la Comisión de Energía Atómica de Japón, un órgano gubernamental que participó en la elaboración del plan de limpieza original de Tepco. “Alguien ajeno al sector podría haber previsto el problema del agua.

Tepco rechaza la crítica de no haber abordado debidamente el creciente problema del agua subterránea, afirmando que la única manera de detener con seguridad la entrada de agua pasa por cegar las grietas de los edificios dañados de los reactores. Sostiene que ninguna empresa del mundo es capaz de hacerlo porque requeriría entrar en los edificios altamente radiactivos y trabar con el agua peligrosamente tóxica hasta las rodillas. “Nosotros explotamos la central, así que la conocemos mejor que nadie,” declaró el Sr. Ono, portavoz de Tepco. Y luego se puso más dramático, añadiendo que “arreglar el desastre que hemos montado será la única manera de recuperar la confianza de la sociedad”. De momento, este objetivo parece lejano. Las protestas públicas contra el plan de verter el agua contaminada con tritio en el océano –derivado en parte del fallo que cometió la empresa cuando no informó al público en 2011 cuando vertió agua radiactiva en el Pacífico– fueron tan ruidosas que el primer ministro Shinzo Abe intervino personalmente el mes pasado para decir que no habría ningún “vertido inseguro”.

Mientras, la cantidad de agua almacenada en la planta no deja de aumentar. “¿Cómo pudo Tepco no darse cuenta de que tenía que solicitar el consentimiento del público antes de verter eso en el mar?”, se preguntó Muneo Morokuzu, un experto en políticas públicas de la Universidad de Tokio que ha reclamado que se constituya una nueva empresa especializada para llevar a cabo la limpieza. “Todo esto solo demuestra que Tepco no da la talla.

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