La descomposición del estado maliense viene de lejos: hunde sus raíces no solo en la capacidad del imperialismo francés para mantener su dominación, a pesar de la conquista de la independencia política en 1960, sino también en las políticas brutales impuestas desde los años 1980 por ese brazo armado del capital occidental que son las instituciones internacionales -en primer lugar el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Ugo Palheta, en Revue Tout est à nous ! n. 42 (NPA)
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Ugo Palheta, en Revue Tout est à nous ! n. 42 (NPA)
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
“Ajuste estructural”... a las exigencias del capital
Si el neoliberalismo se ha manifestado en los países ricos del centro a través de las regresiones sociales impuestas a los trabajadores (en términos de salarios, condiciones de trabajo, protección social, servicios públicos, etc.), ha sido bajo la forma de planes de “ajuste estructural” como se ha presentado en los países periféricos o semiperiféricos: en América del Sur y en África en los años 1980, en Asia del sureste en la segunda mitad de los años 1990.
“Ajuste estructural” es una de esas expresiones que componen la lengua de plomo de las instituciones internacionales, en gran medida dominadas por las potencias occidentales. Tras el crecimiento económico -siempre por venir- que esas instituciones manejan como un espejismo, se trata en cada caso de imponer el ajuste de los países pobres a las exigencias de los capitalistas y las potencias del Norte. Buscando por todos los medios restablecer sus tasas de beneficio, estas últimas han visto evidentemente en los países dominados un terreno de caza favorable a sus intereses.
Trataban así de intensificar la explotación de los países del Sur que no había parado nunca, a pesar de la conquista de la independencia política por los pueblos colonizados. En efecto, a la dominación directa propia del colonialismo le sucedió la dominación indirecta característica del neocolonialismo. Fundada en una colaboración estrecha entre la burguesía imperialista, preocupada por el mantenimiento del orden en las zonas que siguen estando bajo su influencia, y la burguesía de los países semicoloniales, encargada de imponer este orden (y a cambio retribuida generosamente), esta dominación indirecta ha podido (y puede) resultar tan brutal como la dominación colonial.
Sin embargo, en un cierto número de países se habían podido realizar nacionalizaciones, a veces importantes, que limitaban parcialmente el control de las potencias occidentales. En el caso de Malí, las nacionalizaciones realizadas bajo Modibo Keita en los años 1960 eran ampliamente consideradas por los malienses como “conquistas del pueblo” /1; igual que el monopolio del comercio exterior sobre un gran número de productos alimenticios, a través de la SOMIEX que había sustituido a las compañías coloniales e intentaba estabilizar los precios dentro de Malí.
Las potencias occidentales han actuado para apropiarse de estas conquistas durante los años 1980 y 1990, apoyándose en las instituciones internacionales. En efecto, las políticas “de ajuste” impuestas por esas instituciones se han traducido en particular en Malí en privatizaciones masivas y recortes en los presupuestos públicos, que han dejado a la economía y al pueblo de Malí exhaustos.
El chantaje de la deuda
A fin de restablecer una tutela completa sobre la economía de los países del sur, las potencias occidentales han usado sobre todo un instrumento particularmente eficaz de destrucción de los servicios públicos y de los sistemas sociales (aún si eran limitados): la deuda. Como hoy en Grecia, este instrumento les ha permitido imponer un chantaje escandaloso a pueblos evidentemente hostiles al saqueo de sus recursos /2.
Además del franco CFA [moneda de seis estados de África Central. 1.000 FCFA=1,52 euros], él mismo instrumento de dominación monetaria de las excolonias del estado francés /3, el mecanismo de la deuda permite a las potencias occidentales controlar la economía de esos países, dentro de una lógica evidente de recolonización. En lo que se refiere a Malí, la deuda se establecía en 1968 en 55.000 millones de FCFA, para alcanzar 1,766 billones en 2005; así, se multiplicó por treinta en un poco más de 30 años.
En 1992, cuando Alpha Oumar Konaré llegó al poder y emprendió un proceso de democratización del país, se supuso que el estado maliense devolvería una deuda de 3.000 millones de euros, que entonces correspondía aproximadamente al PIB del país. No es de extrañar por tanto que una parte esencial de los ingresos fiscales -60% según un artículo de la revista ¡Basta! /4- haya sido utilizada, durante muchos años, para devolver esta deuda, en puro beneficio de las potencias y bancos occidentales.
Algunos recordarán, para matizar esta desviación de fondos legalizada, que el G8 decidió en 2005 anular una parte de esta deuda (prueba de paso de que el pago o la anulación de una deuda es siempre, para un estado, una cuestión de decisión política y de correlación de fuerzas). Pero además de la amplia movilización que hizo posible esta anulación, es probable que las potencias lo decidieran en la medida en que el peso se hubiera vuelto demasiado grande y amenazara la perpetuación misma del sistema en cuestión. Para continuar haciendo pagar a un deudor, individuo o estado, éste tiene por lo menos que seguir vivo.
Como en todas partes, el chantaje de la deuda ha permitido a los acreedores, no solo privar a los pueblos del Sur de toda influencia verdadera sobre las decisiones de política económica en sus propios países, al ser los acreedores quienes hacen las leyes (a veces en el sentido literal de la expresión como se ve en Grecia o en Portugal actualmente), sino igualmente al obligarles a “abrir” sus economías. Ahí también, la palabra de “apertura” permite ocultar la violencia de una política que consiste siempre en entregar como pasto la economía de los países pobres al capital.
Pauperización, destrucción de los cultivos alimenticios y privatizaciones en cascada
Si es extremadamente provechoso para los capitalistas, el mecanismo de la deuda tiene como característica esencial ahogar antes de que nazca toda posibilidad de desarrollo económico, puesto que los recursos fiscales que podrían ser utilizados para financiar la construcción de infraestructuras o la compra de máquinas que permitieran el aumento de la producción y de los intercambios internos entre los países del Sur, son sistemáticamente desviados hacia el pago de una deuda odiosa e injusta, dado que es producto en buena parte de la colonización.
Otra consecuencia del chantaje de la deuda ha consistido en la reducción drástica de los cultivos alimentarios en beneficio de una agricultura dirigida hacia la exportación y muy especializada. Así los países del Sur se vuelven fuertemente dependientes de un monocultivo, pero también de la evolución del mercado mundial, al que se han integradosa marchas forzadas (vía el condicionamiento de los préstamos del FMI). En el caso de Malí, es el algodón el que ha jugado ese papel de principal producto de exportación, puesto que representaba en 2000 al menos el 47% de las rentas de exportación del país.
Esto permite como consecuencia la invasión de productos extranjeros de los mercados de los países del Sur, haciendo la competencia (y empobreciendo) a los productores locales, obligados al subempleo o a reconvertirse al monocultivo. ¿Cómo imaginar que un campesino de Malí pueda jugar en el mismo tablero que una multinacional del Norte dopada con subvenciones públicas? El resultado evidente de esta política, es la pauperización de amplios segmentos de la población maliense, hasta el punto de que Malí se clasificaba en 2011 en el puesto 175 de 187 países en términos de desarrollo humano /5.
La otra consecuencia crucial, son las privatizaciones en cascada que acompaña siempre los planes de “ajuste estructural”. FMI y Banco Mundial, en efecto, se han revelado como maestros en el arte de imponer, con el pretexto del pago de la deuda, la venta de empresas públicas a precios de saldo. Sin embargo estas privatizaciones engendran inevitablemente un deterioro no solo de las condiciones de trabajo sino del servicio prestado, y privan a los estados de todo medio de intervención en la vida económica.
Así, la distribución de electricidad en Malí pasa a manos del grupo Bouygues en 2000, antes de que el estado maliense -ante el escándalo de unos precios que se volvían exorbitantes- tomara la decisión de comprar sus participaciones a Bouygues, a costa de varios centenares de millones de euros. Igualmente, en el sector del textil -que emplea a una gran parte de la población activa maliense- es el grupo francés Géocoton quien ha ganado la apuesta. En la telefonía se oponen dos grupos: uno controlado por Orange (Ikatel) y otro -SOTELMA- que está en curso de privatización y que ha ido a parar a manos de Maroc Telecom, empresa controlada por... Vivendi.
En el sector del ferrocarril, la privatización de un patrimonio cuyo valor está estimado en 105.000 millones de FCFA fue realizada por 5.000 millones, en beneficio del consorcio franco-canadiense Canac-Getma y, a pesar de las movilizaciones importantes de los trabajadores y de la población, se ha traducido en la supresión de las dos terceras partes de las estaciones, el despido de 612 ferroviarios y la destrucción de algunas de sus conquistas sociales. En lo que concierne al oro maliense, su extracción y gestión han sido privatizadas bajo la influencia del Banco Mundial y Bouygues se ha convertido en su comprador, a través de su filial SOMADEX.
Es en este contexto de una dominación creciente del capital extranjero sobre la economía maliense, de un deterioro de los servicios públicos y de un aumento de las desigualdades, en el que hay que comprender el debilitamiento, incluso el hundimiento, del estado maliense en el reciente período. A través de la intervención militar del estado francés, el imperialismo pretende por tanto aportar una solución a un problema que él mismo ha contribuido en gran parte a crear. Pues, sin siquiera hablar aquí de la desestabilización de la región inducida por la intervención occidental de 2011 en Libia, parece evidente que la audiencia adquirida por el islamismo, en el Sahel y otras partes, hunde sus raíces en la miseria impuesta a los pueblos y la negación de toda soberanía popular. Éstos son los efectos inevitables de las políticas neoliberales puestas en marcha por las instituciones internacionales, ellas mismas bajo dominación de las potencias occidentales.
Notas
1/ Recordemos también que Modibo Keita fue depuesto en 1968 por un golpe de estado dirigido por Moussa Traoré -apoyado por el estado francés-, luego encarcelado antes de morir detenido en 1977.
2/ Ver los trabajos del CADTM en http://www.cadtm.org
3/ Sobre este punto, ver el artículo de Jean Nanga, “Françafrique: les ruses de la raison postcoloniale”, en http://contretemps.eu
4/ Eros Sana “Malí: les véritables causes de la guerre”, http://www.bastamag.net/article2921.html
5/ Para más detalles, ver Jean Batou, “Malí: refuser la géopolitique du moindre mal”, http://contretemps.eu. (JB: “Rechazar la geopolítica del “mal menor” Viento Sur nº. 127 de abril de 2013).
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