Cartel de homenaje a Edward Said en el muro israelí de Cisjordania: "Seguiremos tu camino y tu pensamiento no morirá". Foto: Justin McIntosh, CC. |
Coincidí con Edward Said en tres ocasiones. En la
primera, en 1998, pude conversar largo con él sobre los orientalistas
españoles, cuyos nombres y trabajos conocía. Cinco años más tarde, un
día como hoy, moría tras una leucemia contra la que había luchado trece
años. Catedrático de Literatura Inglesa y Comparada en la Universidad de
Columbia de Nueva York desde 1977, había nacido en Palestina, se había
criado en El Cairo y había sido educado en Estados Unidos. A pesar de su
atractiva trayectoria intelectual, se le sigue recordando
principalmente por su defensa de la causa palestina, primero como
miembro del Parlamento en el exilio de 1977 a 1991, luego desmarcándose
de Yasir Arafat, para terminar defendiendo un Estado binacional. De
allí, la defensa de Said por ciertos actores políticos y también la
dificultad y desinterés que existe para recordar su figura públicamente.
Pues o bien se relaciona solo con dicha causa o con la defensa de
elementos vinculados falsamente al mundo árabe e islámico, los cuales
siguen apareciendo frente a muchos ojos como los grandes enemigos de
Occidente. Repasemos algunos de los elementos más importantes de su
obra.
En 1978, Said publica su libro Orientalismo,
un estudio que convulsiona y sigue convulsionando la percepción del
mundo árabe y musulmán. A partir de entonces, se acuña el término
orientalismo o la forma en que se configura la imagen de Oriente en
Occidente, en la que este último proyecta su superioridad y poder. Una
tesis que obliga a repasar y cuestionar la relación entre ambos a los
largo de la historia. Por decirlo de alguna manera, a partir de Orientalismo nadie puede ser inocente cuando habla del mundo árabe y musulmán.
Las ideas de Said no surgen de la nada, forman parte de las revisiones
culturales inauguradas a partir de la época de disolución colonial,
además de las lecturas de Michel Foucault, Antonio Gramsci y Frant
Fanon. A pesar del estilo algo farragoso del libro, que irá aclarándose y
haciéndose ejemplar en obras posteriores como en Cultura e imperialismo
(1992), y las lagunas y carencias de su método –con grandes críticas,
entre las más acertadas las del antropólogo James Clifford– sus
afirmaciones merecen la pena ser recordadas. Más aún tras las revueltas
árabes, cuando se vuelve la mirada hacia Oriente y se describe con las
mismas imágenes y estereotipos negativos que Said denunció y que,
desgraciadamente, se repiten desde hace siglos. Por citar solo algunos.
La incapacidad democrática del pueblo árabe. Todos los árabes son
musulmanes y todos los musulmanes son fanáticos y fundamentalistas. Y
todo problema social y político de Oriente es un problema religioso.
La aportación de Orientalismo
al origen y desarrollo de los Estudios Poscoloniales y Subalternos fue
definitiva. Los primeros investigan los efectos del conocimiento
producido en los países colonizadores sobre los países colonizados y los
segundos, los grupos excluidos durante siglos de la sociedad debido a
su etnia, raza, género o religión. Lo más curioso es que las críticas
más exacerbadas a los trabajos de Said derivan de estos estudios.
Su labor como comparatista –quizás uno de los grandes descubrimientos
de la Historia de la Cultura– es también admirable. Con la conciencia
crítica y el humanismo secular que siempre defiende, sabe moverse y
desplazarse de una disciplina a otra con gran libertad y, además,
ampliarlas hasta Oriente. No en vano el exilio es una de las formas
culturales en las que mejor se ve representado, pues le permite estudiar
desde fuera o la periferia el objeto de investigación. Como hace Joseph
Conrad, a quien dedica su tesis de doctorado en 1969, cuando elige la
lengua inglesa para describir el Congo, o él mismo, quien habla de
Oriente desde uno de los centros más poderosos del saber de los Estados
Unidos, la Universidad de Columbia, y de Estados Unidos a partir de su
condición palestina.
Asimismo destaca su postura como
intelectual. Siguiendo a la de los filósofos franceses de mayo del 68,
cuyos textos fueron básicos para los humanistas norteamericanos, Said se
convirtió también en un activista político. Y, a pesar de que al final
de su vida prefería que se le conociera como tal, si no hubiera
publicado sus ideas previamente, quizás no habría llegado a dicho
activismo, tan ajeno, por otro lado, a una gran parte de los
intelectuales europeos en los últimos años.
La obra
de Said ha tenido también muchas críticas. Una de las más interesantes
procede de las últimas revisiones culturales: ¿son los estudios
poscoloniales y subalternos una nueva forma de poder? Y quizás la más
oportuna: ¿hasta qué punto es justificable una defensa política a partir
de una experiencia vital?
Tras el inicio de las
revueltas árabes, pensé muchas veces en Said. ¿Cómo se habría sentido
después de conocer que los que habían sido súbditos durante mucho tiempo
pasaban a ser soberanos? Desgraciadamente, hoy lo sé, pesimista, pues
el mapa apenas ha cambiado, e Israel, que aplica el colonialismo en los
territorios ocupados palestinos, sigue siendo quien marca la política
regional e internacional en la región.
En definitiva,
la obra de Said sigue siendo básica para aproximarse a la realidad
mundial, donde cada vez se hace más evidente la forma en que bloques y
disciplinas han estado imbricados e interconectados y no han tenido una
realidad homogénea. Y, puesto que las crisis económicas y las revueltas
han puesto en evidencia la separación que ha existido entre la teoría y
la práctica, la figura de Said emerge como una posibilidad y ejemplo de
aunarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario