José Eulícer Mosquera Rentería, director del Centro de Estudios e Investigaciones Sociales Afrocolombianas, CEISAFROCOL. Fuente: Barómetro Internacional. Tomado de Bolpress
En USA y Sudáfrica, por ejemplo, un trabajador o empleado blanco llegó a devengar hasta más de 20 veces por encima de otro negro, por igual trabajo o cargo desempeñado. Es decir que la mayoría de partidos marxistas se han resistido a admitir la lucha contra el racismo y la discriminación racial como lo que realmente es: parte del repertorio de manifestaciones de las luchas del proletariado contra la explotación económica capitalista y la opresión étnica y nacional.
En los años de 1930 y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la lucha de los pueblos de la africanía contra el colonialismo, el racismo y la discriminación racial; por la igualdad real y el progreso social llegó al más alto grado, se dio una candente discusión sobre estos temas y particularmente el Partido Comunista de Sudáfrica, que se había constituido en 1915 con una aristocracia de obreros, empleados, profesionales e intelectuales europeos, mantuvo su postura excluyente de la lucha contra el racismo y la discriminación racial, y de su hijo, el apartheid, como una de las prioridades de su agenda de lucha, a pesar de que ya en los años de 1930 en su dirección habían muchos africanos-negros.
Así mismo, este partido rechazaba la propuesta del Congreso Nacional Africano de construir una República Sudafricana independiente y soberanamente gobernada por los africanos, como dueños legítimos de sus territorios y como mayoría absoluta de la población sudafricana, ya que constituían más del 75% de la misma. Por ello, destacados dirigentes e ideólogos revolucionarios de la africanía como Nelson Mandela, Oliver Tambo, George Padmore, Frantz Fanon, Aime Cesaire y Kwame Nkrumah, entre otros, se abstuvieron o desistieron de militar en dichos partidos, a pesar de compartir los postulados fundamentales del marxismo.
La actitud ambigua y en ocasiones despectiva de los partidos marxistas frente a la problemática particular de los pueblos de la africanía, también llevó a que surgieran los partidos y movimientos afro-negros, tales como el Partido de los de Color, en Cuba; la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro, de Marcus Garvey, con sedes principales en Jamaica y Estados Unidos; el Poder Negro de Robert F. Williams y Richard Wright, y las Panteras Negras de Huey P. Newton y Bobby Seale, en USA; el Convention People Party de Nkrumah, el Movimiento Mau Mau de Kenyatta y el Movimiento Nacional Congolés de Lumumba, en África, entre otros. Ya a principios del silgo XX, el comportamiento racista, euro-céntrico y excluyente del movimiento sindical había obligado a la creación del sindicalismo afro-negro en Estados Unidos, Europa y en la misma África, cuyos dirigentes más destacados fueron George Padmore, Cyril Lionel Robert James; y los sudaneses Ibrahim Zakaria y Ahmed el Sheikh, todos los cuales estuvieron entre los fundadores de la Federación Sindical Mundial, y algunos fueron miembros de su junta directiva por varios períodos. Sin embargo, estos brillantes y heroicos dirigentes revolucionarios afros han sido invisibilizados hasta por la izquierda marxista, profundamente afectada por el eurocentrismo.
Contrariamente a la postura del Partido Comunista Sudafricano y de otras agrupaciones y dirigentes marxistas, León Trotsky en su escrito “Sobre las Tesis Sudafricanas”, publicado entre 1934 y 1935, planteó lo siguiente:
“1. (…) las tres cuartas partes de la población sudafricana…no son europeos. Es inconcebible una revolución victoriosa sin el despertar de las masas nativas. A la vez eso les dará lo que hoy les falta, confianza en sus propias fuerzas, una conciencia personal más elevada, un nivel cultural superior. En estas condiciones, la República Sudafricana surgirá antes que nada como una república “negra”; por supuesto esto no excluye una total igualdad para los blancos o las relaciones fraternales entre ambas razas; dependerá fundamentalmente de la conducta que adopten los blancos. Pero es obvio que la mayoría predominante de la población, liberada de su dependencia esclavizante, pondrá su impronta en el Estado.
En los años de 1930 y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la lucha de los pueblos de la africanía contra el colonialismo, el racismo y la discriminación racial; por la igualdad real y el progreso social llegó al más alto grado, se dio una candente discusión sobre estos temas y particularmente el Partido Comunista de Sudáfrica, que se había constituido en 1915 con una aristocracia de obreros, empleados, profesionales e intelectuales europeos, mantuvo su postura excluyente de la lucha contra el racismo y la discriminación racial, y de su hijo, el apartheid, como una de las prioridades de su agenda de lucha, a pesar de que ya en los años de 1930 en su dirección habían muchos africanos-negros.
Así mismo, este partido rechazaba la propuesta del Congreso Nacional Africano de construir una República Sudafricana independiente y soberanamente gobernada por los africanos, como dueños legítimos de sus territorios y como mayoría absoluta de la población sudafricana, ya que constituían más del 75% de la misma. Por ello, destacados dirigentes e ideólogos revolucionarios de la africanía como Nelson Mandela, Oliver Tambo, George Padmore, Frantz Fanon, Aime Cesaire y Kwame Nkrumah, entre otros, se abstuvieron o desistieron de militar en dichos partidos, a pesar de compartir los postulados fundamentales del marxismo.
La actitud ambigua y en ocasiones despectiva de los partidos marxistas frente a la problemática particular de los pueblos de la africanía, también llevó a que surgieran los partidos y movimientos afro-negros, tales como el Partido de los de Color, en Cuba; la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro, de Marcus Garvey, con sedes principales en Jamaica y Estados Unidos; el Poder Negro de Robert F. Williams y Richard Wright, y las Panteras Negras de Huey P. Newton y Bobby Seale, en USA; el Convention People Party de Nkrumah, el Movimiento Mau Mau de Kenyatta y el Movimiento Nacional Congolés de Lumumba, en África, entre otros. Ya a principios del silgo XX, el comportamiento racista, euro-céntrico y excluyente del movimiento sindical había obligado a la creación del sindicalismo afro-negro en Estados Unidos, Europa y en la misma África, cuyos dirigentes más destacados fueron George Padmore, Cyril Lionel Robert James; y los sudaneses Ibrahim Zakaria y Ahmed el Sheikh, todos los cuales estuvieron entre los fundadores de la Federación Sindical Mundial, y algunos fueron miembros de su junta directiva por varios períodos. Sin embargo, estos brillantes y heroicos dirigentes revolucionarios afros han sido invisibilizados hasta por la izquierda marxista, profundamente afectada por el eurocentrismo.
Contrariamente a la postura del Partido Comunista Sudafricano y de otras agrupaciones y dirigentes marxistas, León Trotsky en su escrito “Sobre las Tesis Sudafricanas”, publicado entre 1934 y 1935, planteó lo siguiente:
“1. (…) las tres cuartas partes de la población sudafricana…no son europeos. Es inconcebible una revolución victoriosa sin el despertar de las masas nativas. A la vez eso les dará lo que hoy les falta, confianza en sus propias fuerzas, una conciencia personal más elevada, un nivel cultural superior. En estas condiciones, la República Sudafricana surgirá antes que nada como una república “negra”; por supuesto esto no excluye una total igualdad para los blancos o las relaciones fraternales entre ambas razas; dependerá fundamentalmente de la conducta que adopten los blancos. Pero es obvio que la mayoría predominante de la población, liberada de su dependencia esclavizante, pondrá su impronta en el Estado.
“2. Dado que una revolución victoriosa cambiará radicalmente no solo la relación entre las clases sino también la relación entre las razas, y garantizará a los negros el lugar que les corresponde en el Estado de acuerdo a su número, la revolución social tendrá en Sudáfrica también un carácter nacional. No tenemos la menor razón para cerrar los ojos ante este aspecto de la cuestión o para disminuir su importancia. Por el contrario, el partido proletario, abierta y audazmente, en las palabras y en los hechos, tiene que tomar en sus manos la solución del problema nacional (radical).
“3. No obstante, el partido proletario puede y debe resolver el problema nacional con sus propios métodos. El arma histórica para la liberación nacional sólo puede ser la lucha de clases. (…).
“4. No podemos estar de acuerdo con la forma en que se expresan las tesis (del Partido Comunista Sudafricano) cuando afirman que la consigna de ‘república negra’ es tan perniciosa para la causa revolucionaria como la consigna ‘Sudáfrica para los blancos’. Mientras que con la última se apoya la opresión más total, con la primera se dan los pasos iniciales hacia la liberación. Tenemos que aceptar resueltamente y sin reservas el absoluto e incondicional derecho de los negros a la independencia. La solidaridad entre los trabajadores negros y blancos sólo se cultivará y se fortalecerá en la lucha común contra los explotadores blancos (o capitalistas europeos).
“5. Es posible que después del triunfo los negros no crean necesario formar un Estado negro separado en Sudáfrica. Por supuesto no los obligaremos a implantarlo. Pero que tomen su decisión libremente, en base a su propia experiencia, no obligados por el sjambok (látigo) de los opresores blancos. Los revolucionarios proletarios nunca deben olvidar el derecho de las nacionalidades oprimidas a la autodeterminación, incluso a la separación plena, ni la obligación del proletariado de la nación opresora de defender este derecho con las armas en la mano si fuera necesario.
“6. (…) No debemos, dicen las tesis, competir con el Congreso Nacional Africano con consignas nacionalistas para ganar a las masas nativas. La idea en sí misma es correcta, pero hay que ampliarla concretamente…
“7. Los bolcheviques leninistas deben salir en defensa del Congreso, tal como éste es, en todos los casos en que lo ataquen los opresores blancos y sus agentes chovinistas en las organizaciones obreras.
“8. Los bolcheviques leninistas han de dar más importancia a las tendencias progresistas del programa del Congreso que a sus tendencias reaccionarias.
“9. Los bolcheviques leninistas denunciarán ante las masas nativas la incapacidad del Congreso de lograr la concreción incluso de sus propias reivindicaciones, debido a su política superficial y conciliadora. A diferencia del Congreso, los bolcheviques leninistas llevarán adelante un programa revolucionario de lucha de clases.
“10. Son admisibles los acuerdos episódicos con el Congreso, si las circunstancias obligan a tomarlos, sólo dentro del marco de las tareas prácticas estrictamente definidas, manteniendo la independencia total y absoluta de nuestra organización y nuestra libertad de crítica política. (…). El proletariado del país está constituido por parias negros atrasados y una privilegiada, arrogante casta de blancos. Aquí reside la principal dificultad. Como lo plantean correctamente las tesis, las convulsiones económicas del capitalismo putrefacto tienen que sacudir brutalmente las viejas barreras y facilitar la confluencia revolucionaria. De todos modos, el peor crimen de parte de los revolucionarios sería hacer la menor concesión a los privilegios y prejuicios de los blancos. Quien le da aun que sea el dedo meñique al demonio del chovinismo está perdido.
“11. El partido revolucionario tiene que plantearle a todo obrero blanco la siguiente alternativa: o con el imperialismo británico y la burguesía blanca de Sudáfrica, o con los trabajadores y campesinos negros contra los señores feudales y esclavistas blancos y sus agentes en las filas de la clase obrera…”.
Es decir que, guardando las proporciones con Colombia y los demás países de las Américas, dado que en Sudáfrica, como en los demás países del África Subsahariana, los africanos-negros han sido la mayoría absoluta, despojada de sus territorios y de su patrimonio construido durante milenios, sometida a la más terribles explotación y opresión por parte de invasores colonialistas-capitalistas europeos, Trotsky quiso decir que el partido revolucionario tenía que reconocer la justeza de la lucha de los pueblos de la africanía contra el racismo y la discriminación racial, y por el progreso social en condiciones de igualdad real en relación con los demás segmentos poblacionales de la sociedad determinada, teniendo en cuenta los factores identitarios que los definen como pueblos y/o naciones, marchando siempre junto a ellos respaldando sus luchas y procurando ayudarles a mantener el rumbo correcto en la lucha común de los trabajadores y los pueblos de mundo contra el capitalismo y la opresión nacional.
La historia también le dio la razón a León Trotsky, dado que el Congreso Nacional Africano (CNA) bajo el liderazgo de Mandela nunca perdió el enfoque clasista de la lucha. Su lucha estuvo encaminada contra el colonialismo y la opresión capitalista-feudal realizada por los imperialistas europeos y sus aliados africanos, y finalmente en 1955 enarboló su Carta de la Libertad, en la que se plasmó la aspiración de establecer un Estado multirracial, multinacional, multicultural, igualitario y democrático; basado en una reforma agraria que prioritariamente devolviera la tierra a las comunidades rurales y al campesinado trabajador, dotándolos de los medios adecuados para la realización de su labor; y una política de justicia social en las relaciones laborales y en el reparto de la riqueza. Un Estado Nacional donde pudieran convivir todos de manera solidaria, fraterna y en paz, la Nación del Arco Iris, como la ha denominado Mandela, que es el proyecto en construcción desde su libertad y su llegada a la Presidencia de Sudáfrica en 1994. Es decir que los negros se han liberado para garantizar la libertad a toda la sociedad sudafricana; y así tendrá que ser en todas las demás partes del mundo donde hagan presencia, porque como afirmara Carlos Marx, la clase trabajadora al liberarse tendrá que liberar a toda la humanidad de la nueva esclavitud capitalista.
Los pueblos de la africanía al ser despojados por los colonialistas-esclavistas de sus territorios y de su patrimonio material construido durante milenios, y al ser sometidos permanentemente a procesos de despojo, como viene ocurriendo en África, Colombia, Honduras y otros países de las Américas, han sido proletarizados o como dijera Frantz Fanon, convertidos en “los desheredados de la tierra”. Además que por decisión de las potencias capitalistas, tomada en su Conferencia de Berlín de 1885, estos pueblos fueron convertidos en canteras de mano de obra superbarata y en parte especial del “ejército laboral de reserva” del sistema capitalista mundial; y con la pretensión de justificar su opresión, dichas potencias los han mantenido bajo la ignominia del racismo eurocéntrico, la discriminación racial y la más extrema marginalidad social, ya sea en forma directa o a través de gobiernos títeres.
Los hechos históricos han demostrado que solo bajo gobiernos democráticos, progresistas y socialistas, las comunidades y pueblos de la africanía logran superarse y disfrutar de vida digna, tal como está ocurriendo en la Venezuela gobernada por el Chavismo, en el Ecuador gobernado por Correa y su movimiento político; y como ocurrió en la Honduras gobernada por Manuel Zelaya. Además, es indiscutible la mejora sustancial de las condiciones de vida y los avances hacia su dignificación de los afrocubanos bajo la Revolución Socialista, no obstante se haya cometido el error de abandonar los procesos identitarios y de erradicación del racismo y la discriminación racial, y sus secuelas, situación que hoy se ha convertido en un pesado fardo para continuar avanzando en las transformaciones revolucionarias y progresistas, pero que mancomunadamente la comunidad y el Gobierno Revolucionario están empeñados en superar lo más pronto posible.
De igual manera Lenin, al triunfar la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, impulso la creación del Soviet de las Nacionalidades, colateralmente al Soviet General, con el objeto de erradicar las prácticas racistas y discriminatorias, y como garantía para superar las inequidades que el Imperio Zarista había implantado entre las decenas de nacionalidades subyugadas por él, que conformarían la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Organismo que dio muy buenos resultados hasta que la camarilla burocrática y corrupta al servicio del neoliberalismo capitalista, controló el poder político y decidió suprimirlo, para que finalmente sobreviniera todo un desbarajuste social de enfrentamientos entre las diferentes etnias y nacionalidades. Todo lo cual está indicando que no basta con instaurar un sistema socioeconómico igualitario, sino además, desencadenar procesos serios y coherentes de erradicación de las profundas raíces del racismo y las discriminaciones cultivadas durante siglos de opresión colonial y neocolonial-capitalista, tomando las medidas necesarias para que no renazcan.
De allí la justeza de las luchas de los pueblos de la africanía por su redención y por construir sociedades libertarias y equitativas, donde impere la justicia social y el respeto por la diversidad, tal como lo reconoció con toda gallardía y profundidad ideológica León Trotsky.
Es decir que, guardando las proporciones con Colombia y los demás países de las Américas, dado que en Sudáfrica, como en los demás países del África Subsahariana, los africanos-negros han sido la mayoría absoluta, despojada de sus territorios y de su patrimonio construido durante milenios, sometida a la más terribles explotación y opresión por parte de invasores colonialistas-capitalistas europeos, Trotsky quiso decir que el partido revolucionario tenía que reconocer la justeza de la lucha de los pueblos de la africanía contra el racismo y la discriminación racial, y por el progreso social en condiciones de igualdad real en relación con los demás segmentos poblacionales de la sociedad determinada, teniendo en cuenta los factores identitarios que los definen como pueblos y/o naciones, marchando siempre junto a ellos respaldando sus luchas y procurando ayudarles a mantener el rumbo correcto en la lucha común de los trabajadores y los pueblos de mundo contra el capitalismo y la opresión nacional.
La historia también le dio la razón a León Trotsky, dado que el Congreso Nacional Africano (CNA) bajo el liderazgo de Mandela nunca perdió el enfoque clasista de la lucha. Su lucha estuvo encaminada contra el colonialismo y la opresión capitalista-feudal realizada por los imperialistas europeos y sus aliados africanos, y finalmente en 1955 enarboló su Carta de la Libertad, en la que se plasmó la aspiración de establecer un Estado multirracial, multinacional, multicultural, igualitario y democrático; basado en una reforma agraria que prioritariamente devolviera la tierra a las comunidades rurales y al campesinado trabajador, dotándolos de los medios adecuados para la realización de su labor; y una política de justicia social en las relaciones laborales y en el reparto de la riqueza. Un Estado Nacional donde pudieran convivir todos de manera solidaria, fraterna y en paz, la Nación del Arco Iris, como la ha denominado Mandela, que es el proyecto en construcción desde su libertad y su llegada a la Presidencia de Sudáfrica en 1994. Es decir que los negros se han liberado para garantizar la libertad a toda la sociedad sudafricana; y así tendrá que ser en todas las demás partes del mundo donde hagan presencia, porque como afirmara Carlos Marx, la clase trabajadora al liberarse tendrá que liberar a toda la humanidad de la nueva esclavitud capitalista.
Los pueblos de la africanía al ser despojados por los colonialistas-esclavistas de sus territorios y de su patrimonio material construido durante milenios, y al ser sometidos permanentemente a procesos de despojo, como viene ocurriendo en África, Colombia, Honduras y otros países de las Américas, han sido proletarizados o como dijera Frantz Fanon, convertidos en “los desheredados de la tierra”. Además que por decisión de las potencias capitalistas, tomada en su Conferencia de Berlín de 1885, estos pueblos fueron convertidos en canteras de mano de obra superbarata y en parte especial del “ejército laboral de reserva” del sistema capitalista mundial; y con la pretensión de justificar su opresión, dichas potencias los han mantenido bajo la ignominia del racismo eurocéntrico, la discriminación racial y la más extrema marginalidad social, ya sea en forma directa o a través de gobiernos títeres.
Los hechos históricos han demostrado que solo bajo gobiernos democráticos, progresistas y socialistas, las comunidades y pueblos de la africanía logran superarse y disfrutar de vida digna, tal como está ocurriendo en la Venezuela gobernada por el Chavismo, en el Ecuador gobernado por Correa y su movimiento político; y como ocurrió en la Honduras gobernada por Manuel Zelaya. Además, es indiscutible la mejora sustancial de las condiciones de vida y los avances hacia su dignificación de los afrocubanos bajo la Revolución Socialista, no obstante se haya cometido el error de abandonar los procesos identitarios y de erradicación del racismo y la discriminación racial, y sus secuelas, situación que hoy se ha convertido en un pesado fardo para continuar avanzando en las transformaciones revolucionarias y progresistas, pero que mancomunadamente la comunidad y el Gobierno Revolucionario están empeñados en superar lo más pronto posible.
De igual manera Lenin, al triunfar la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, impulso la creación del Soviet de las Nacionalidades, colateralmente al Soviet General, con el objeto de erradicar las prácticas racistas y discriminatorias, y como garantía para superar las inequidades que el Imperio Zarista había implantado entre las decenas de nacionalidades subyugadas por él, que conformarían la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Organismo que dio muy buenos resultados hasta que la camarilla burocrática y corrupta al servicio del neoliberalismo capitalista, controló el poder político y decidió suprimirlo, para que finalmente sobreviniera todo un desbarajuste social de enfrentamientos entre las diferentes etnias y nacionalidades. Todo lo cual está indicando que no basta con instaurar un sistema socioeconómico igualitario, sino además, desencadenar procesos serios y coherentes de erradicación de las profundas raíces del racismo y las discriminaciones cultivadas durante siglos de opresión colonial y neocolonial-capitalista, tomando las medidas necesarias para que no renazcan.
De allí la justeza de las luchas de los pueblos de la africanía por su redención y por construir sociedades libertarias y equitativas, donde impere la justicia social y el respeto por la diversidad, tal como lo reconoció con toda gallardía y profundidad ideológica León Trotsky.
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