Sandra Abd´Allah-Álvarez Ramírez
La conocí siendo Anabel, pero hace unos tres años pasó a ser Logbona Olukonee y desde hace tan solo un mes se hace llamar Tito, a modo de alter ego queer. Es profesora universitaria, nada más y nada menos que de historia de Cuba, pero cree en la horizontalidad y anda todo el tiempo rescatando los acontecimientos que la oficialidad ha escondido. Acá esta mujer cubana joven, incendiaria y lúcida.
Antes eras Anabel, ¿por qué Logbona?
En el año 2011 cambié mi nombre por Logbona Olukonee. Significa «aquella persona que cuando enseña se vuelve sabia». Hablé con Nehanda
Abiodum [activista africanista de origen estadounidense afincada en
Cuba] sobre el interés que tenía en acercarme a mis ancestros africanos,
a mi pasado afrodescendiente, descolonizando mi nombre. Ella realizó
una hermosa ceremonia y me dio este nombre, que me encanta. La ceremonia
fue como un renacimiento, también fue una redefinición de mis
pensamientos políticos y de mi forma de vida, al afrontar la vida desde
una postura política afro-céntrica, que es muy necesaria en este país,
donde el racismo es tan sutil en las maneras en que se presenta pero
tiene tanto impacto en el futuro de las personas.
Como activista, ¿cuáles son los principales intereses de Logbona?
En nuestra sociedad existen problemas puntuales que son necesarios
resolver como el machismo, la homofobia, el racismo, el sexismo, la
lesbofobia, también la presencia de estas formas de discriminación en
los mismos individuos, principalmente en las personas más pobres.
Como feminista afrocubana, también me siento muy identificada con las
políticas queer, ya que ser queer es una disidencia política que
desestabiliza no solamente las categorías sexuales, sino también la
heteronormativadad y la homonormatividad que existen en las relaciones
de género, raza y clase dentro de las sociedades.
La teoría queer proviene de la crítica a la sexualidad
heteropatriarcal, clasista y racista que pervive en la comunidad LGTB en
los Estados Unidos y que perpetúa la estructura opresora de las
sociedades occidentales y el mantenimiento del capitalismo imperialista
transnacional.
El movimiento queer critica el binarismo sexual, la existencia rígida
sobre la feminidad y la masculinidad y reconoce las múltiples formas de
expresiones sexuales que existen fuera de estos estándares.
Recuerdo que en la jornada de teoría y arte radical que hicimos en el
Centro Cultural Juan Marinello a fines de enero, la investigadora
Rosilyn Bayona expresó como en sus entrevistas salió a la luz que «al
cubano de estos tiempos no le preocupa tanto el problema del racismo,
sino resolver el problema de la comida». Esta frase me puso a pensar,
porque es una realidad que uno de los principales problemas de los
cubanos es la comida. Sin embargo, acceder a la comida está mediado por
relaciones sociales que impiden o facilitan ese acceso, por la situación
económica y la posición social de un individuo. Todo ello depende de
las relaciones que se intersectan mediante prejuicios raciales,
homofobia, sexismo, machismo.
Hay una frase que reza: «La revolución comienza sembrando tus propios
alimentos» y hay otra que dice que: «Una revolución será feminista o no
será». En mi opinión, la conjunción de estos pensamientos es muy
importante para seguir promoviendo el proyecto revolucionario en nuestra
sociedad.
Promover el fin de la discriminación por género, raza, sexualidad y
clase está muy vinculado a la manera en que tratas tu cuerpo. Hay quien
dice: eres lo que comes, la alimentación es nuestra primera forma de
adquirir energía y nutrientes y es parte fundamental del cuidado que nos
damos nosotros mismos. Nuestra cultura, (me refiero a la cultural
heteropatriarcal y racista que heredamos del colonialismo) está minada
de ideas y formas de alimentación que encarecen la vida de la gente con
menos posibilidades económicas e incrementan los factores de riesgo de
enfermedades en estas comunidades. Promover opciones de alimentación
saludable es una forma de resistencia a la mentalidad colonizada y de
liberarnos de las cadenas del círculo vicioso en que nos encierra esa
forma de pensar.
La gran mayoría de la población cubana vive en formas que se alejan
de los patrones blancos, media clase y heteronormativos que imperan en
el discurso de la cultura cubana oficializada. Muchas personas sufren
diversas formas de discriminación por las razones anteriormente
expuestas y también viven fuertes contradicciones individuales por ser
afrodescendientes, queers, gordas, que se convierten en miedos,
inseguridades, baja autoestima, y son armas mentales que han ayudado la
permanencia de los diferentes sistemas de opresión. Es urgente
deconstruir estos patrones de pensamientos colonizados y que la gente se
empodere de una realidad y una cultura desmitificada que nos produce
tanto daño.
Trabajas en un organismo (educación superior) que ha
demostrado ser de los menos progesistas en cuanto a las temáticas de
género, y que reproduce estructuralmente todas las discriminaciones
posibles. ¿Qué ha significado ser lesbiana, negra y queer y profesora de
historia universitaria?
Mi trabajo como profesora me ha enseñado muchas cosas, positivas y
negativas. Me ha demostrado el poder que tiene la educación estatal en
la creación de la estructura cognoscitiva de los jóvenes, en la
formación de los valores de nuevas generaciones, y en el soporte de los
imaginarios populares y por ello pienso que es tan importante re-educar
desde la horizontalidad, desde un pensamiento afrofeminista queer, para
no reproducir al menos la historia anquilosa y ortodoxa que predomina
dentro de la educación cubana.
En varias ocasiones mis estudiantes han hablado con los vicerrectores
y coordinadores de carrera porque «la profesora no sigue el programa al
pie de la letra», «cuestiona los motivos por los cuales Carlos Manuel
de Céspedes le dio la libertad a sus esclavos», o «habla mucho de los
problemas raciales» que, según ellos, ya no existen en Cuba. Es triste
reconocer la profundidad de la mentalidad colonizada y la auto-represión
que existe entre la juventud.
Es difícil ser la única lesbiana reconocida en mi universidad, y ser
negra y ser muy «rara». Es difícil con mis compañeros de trabajo,
quienes me dan por loca, y con mis estudiantes, que no saben en cuales
prototipos encasillarme. Ha sido muy difícil caminar y oír los
comentarios de la gente detrás mío, pero es así en cualquier lugar que
voy, también es así entre mis amistades. No es sólo la universidad, son
los prejuicios que persisten en nuestra cultura.
Pero creo que estoy corriendo con suerte, pues ahora ser racista y
homofóbico es ser maleducado, entonces no existe confrontación, al menos
en mi trabajo, y en otros lugares institucionales. Pero es cierto que
ser negra y tortillera requiere que sea cinco veces más eficientes que
otras personas.
Las universidades cubanas tienen el potencial en estos momentos para
seguir impulsando las transformaciones necesarias en este país dentro
del proceso revolucionario. El reconocimiento del estado de las
diferencias sociales que ha traído las discriminaciones de género, raza y
sexualidad debe ser utilizado por los más jóvenes para seguir
presionando y así mejorar las condiciones de vida de gran parte de la
misma población universitaria y del pueblo en general.
Por ello creo en la necesidad de trabajar en una universidad, para
contribuir a desestabilizar el poder blanco y heteropatriarcal que
pervive en la academia cubana y de muchos lugares del mundo. Como
feminista, me interesa provocar sensaciones y pensamientos, pero desde
la horizontalidad, desde la actividad diaria. Mediante «los excesos» de
mi forma de vestir «masculina», mis transformaciones con mi pelo afro,
mis tatuajes, y mis opiniones siempre diferentes, creo en la importancia
de esas acciones diarias que hacen pensar a trabajadores, profesores y
principalmente a los estudiantes. Con el simple hecho de yo estar ahí,
aprenden a convivir con la diversidad, con la diferencia de opiniones,
de formas de vida. Y yo estoy aprendiendo a ser más fuerte, a exigir mis
derechos, a pensar bien lo que voy a responder, ya que mi presencia
allí para mucha gente representa al resto de la comunidad queer y
afrodescendiente, entonces hay que escoger muy bien lo que se dice, como
una se proyecta, pero manteniendo mi autonomía.
En cuestiones de género muchas veces las académicas van por una parte y las activistas por otra. ¿Dónde te sitúas?
La verdad es que ser académica me ha enseñado la importancia de hacer
militancia feminista y la necesidad tan grande que hay en este país de
hacer activismo. Como profesora he podido conocer a otros profesores e
intelectuales cubanos y extranjeros que me han enseñado muchísimo y han
despertado en mí el deseo de leer y conocer más sobre los movimientos
feministas afrodescendientes, ecológicos y queers. No obstante, Las Krudas han
influido en mí como nadie. Viven día a día según sus convicciones, y he
asistido a muchas transformaciones personales de otras mujeres en torno
a su presencia.
La academia me encanta pero siento que a muchos académicos les falta
poner su teoría en práctica; llevar sus conocimientos a las poblaciones
que estudian, y desgraciadamente la mayor parte de las personas
afrodescendientes, pobres y queer no leen y ni tienen acceso, ni la
tradición de leer artículos científicos.
El activismo feminista en Cuba es más importante ahora con los nuevos
cambios económicos e institucionales. Hay que aprovechar las nuevas
aperturas estatales, la presencia del CENESEX, de las nuevas políticas
gubernamentales con relación a las relaciones raciales, a los negocios
privados y cooperativas, para incidir en el empoderamiento de muchas
mujeres y afrodescendientes y queer. Ser activista es parte de mi
actividad académica, así siento que lo que voy aprendiendo no se queda
solo conmigo y puedo afectar positivamente un poco más allá que a mis
mejores amigos.
Hace poco celebrabas en tu perfil en Facebook que ya se te
podía llamar Tito. Supongo que fue una forma de reconocer públicamente
tu identidad queer.
Tito es otro escalón más en el proceso de descolonización de mi
cuerpo y mente. ¿Cuándo terminará ese proceso? No sé, pero me siento
supercontenta de lo que está ocurriendo conmigo.
Salir del closet es un proceso muy doloroso. Incluso reconocerse
lesbiana no implicó para mí el fin de muchas inseguridades y
contradicciones personales. Desde mi adolescencia supe que ser gorda,
lesbiana y negra no me hace menos persona, ni menos ciudadana, pero
estuve cargando por muchos años un gran dolor por representar la
otredad. Ahora me he empoderado de esa otredad y la disfrutó muchísimo.
Viví por largo tiempo en un desorden total porque no sabía cómo me
iba a identificar sexualmente. Esa frase «preferencia sexual», es
horrible, «identidad sexual», también. He oído por ahí que «eres una
mujer que simplemente le gusta otra mujer»: en mis oídos esos
pensamientos superhomonormativos son muy tristes. Para mí las
identidades son una camisa de fuerza, una soga autoimpuesta que te puede
ahorcar en un momento determinado. Por desgracia, vivimos en un mundo
donde tienes que reconocerte como algo, entonces, me gusta la palabra
queer porque es una postura política que crítica y posiciona contra el
racismo, contra la construcción binaria de los sexos, contra la
homonormatividad y la homofobia interna y contra toda discriminación que
reprima a las personas.
Me ha costado mucho vivir entre personas aún muy queridas que buscan
todo el tiempo seguir la norma, aplauden la heteronormatividad y el
clasismo y todo ello me ha reprimido muchísimo, quizás por ello, soy
Tito ahora y no 10 años antes. Para ser queer, disfrutar tu peso, tu
ambigüedad sexual y las formas de sobrevivencia económica y espiritual
es necesario tener el apoyo de la gente que tú quieres y que te quieren,
es muy importante tener una comunidad y una entrada económica que te
permita sobrevivir tal cual eres. Me he dado cuenta de que es más fácil «inventar», económicamente hablando, que encontrar gente que te quiera
tal cual eres, y que mucha gente que te quiere tiene muchos prejuicios
en su querer.
Tito es el cúmulo de ese goce personal, y vivo feliz de saber cómo
funciona el sistema heteropatriarcal racista colonial, y por primera vez
no me duele, ni me interesa representar ninguno de sus estereotipos
porque he aprendido a que se puede sobrevivir siendo una misma, sin
tener que reconocerme como mujer. YO soy Tito, no me gusta responder a
las construcciones de feminidad ni masculinidad ninguna. Ser queer en
Cuba y no morir de hambre en el intento es toda una hazaña, también
porque mucha gente queer, negra tiene mucho miedo de celebrar y vivir
como son.
Fuiste quien concibió aquella fiesta que llamaste ‘Motivito LGTBQA‘, celebrada hace poco en La Habana ¿ Por qué la A? ¿Por qué no la H de heterosexuales?
No me gusta la palabra ‘heterosexual’ ni lo que representa. La
heterosexualidad es parte de la estructura sistémica en que se expande y
se proyecta el patriarcado euroccidental. La existencia de la
heterosexualidad implica que la homosexualidad sea una otredad, no
normalizada, desviada y negativa. Además la heterosexualidad en el mundo
euro-occidental implica que la gente queer que no sea blanca,
hetero-normativa ni homo-normativa, es decir, quien no sigue los
patrones estandarizados de la cultura gay blanca, media clase de los
países desarrollados, es oprimida de muchas maneras. Estas personas no
pueden disfrutar de los mismos beneficios de las heterosexuales, porque
la construcción de la nación occidental ha sido ideada para las personas
blancas y heterosexuales.
La heterosexualidad en sí elimina la posibilidad de opciones sexuales
que no sea hombre y mujer, ¿qué pasa entonces con los maricones
carroceros que no terminaron la secundaria? ¿Con las personas
transgénero que no tienen carnet que represente su «identidad sexual» y
por lo tanto no tienen acceso a trabajos estatales, y viven en la
economía informal, del invento y de la lucha? ¿Y quienes somos tito?
Reconocerse heterosexual es como reconocerse blanco. Es disfrutar de
todos los privilegios y estar posicionado en la cima de la escala social
en cuanto a las relaciones de la diversidad sexual.
Conozco mucha gente que le gusta el llamado «sexo opuesto» y no se
reconoce como heterosexual, y es por ello la A, de Aliados, tengo varios
amigos así y agradezco mucho poder tenerlos en mi vida. Entre mis
amigos, madres y padres que reconocen la importancia de ser aliados, no
les interesa validarse como heterosexuales porque conocen la división y
la falta de oportunidades que genera.
También conozco mucha gente que le gusta su propio sexo y sigue
diciendo que son heterosexuales porque no quieren dejar de disfrutar los
beneficios de la heterosexualidad, y en consecuencia porque tienen
mucho miedo de despojarse de esos beneficios convertirse en otra
tortillera, o maricón más, porque la homofobia es muy grande pero peor
aún es la lesbofobia y la transfobia.
El Motivito, vinculado a Proyecto Arcoiris,
busca abrir espacios de socialización para la convivencia feliz de
muchos tipos de personas. Nuestro interés es poner fin al binarismo
sexual y genérico dentro de la comunidad LGTB, lograr una mayor
educación de nosotros mismos, la aceptación de la fluidez sexual, el fin
de la trasnfobia y la lesbofobia dentro de nuestras comunidades, la
comprensión de la necesidad de cooperación entre nosotros, de
celebración por ser como somos, de estar orgullosos de nuestro cuerpo,
nuestra sexualidad, nuestros orígenes, y nuestra cultura popular.
Igualmente busca el fin de marginalización de la vida gay en La
Habana. En una sociedad como la nuestra se busca la inclusión, no la
separación, entonces es necesario visibilizar a la población LGTBQA para
que se reconozca nuestra existencia también como ciudadanos y nuestros
derechos de disfrutar como el resto de la población a todos los
espacios, principalmente a los más sanos que tiene nuestra ciudad
Fuente: Pikara Magazine.
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