A quienes conocemos la naturaleza de la bestia no pudo sorprendernos el resultado de las elecciones en Israel.
Como muchos de mis amigos, yo también me sentí aliviado por el hecho de que no se eligiera un gobierno sionista “progresista”. Eso habría permitido que siguiera la farsa del “proceso de paz” y la ilusión de la “solución de los dos estados” para continuación del sufrimiento de los palestinos.
Como siempre, el mismo primer ministro Benjamin Netanyahu ofreció la inevitable conclusión cuando declaró el fin de la solución de los dos estados, invitándonos así al largamente postergado funeral de una idea mal concebida que concedía a Israel la necesaria inmunidad internacional para su proyecto colonialista en Palestina.
La potencia de la farsa quedó al descubierto cuando tanto los expertos internacionales como los locales predijeron la tan alejada de la realidad victoria del sionismo progresista, una tendencia ideológica israelí en vías de extinción, encarnada por la lista de la Unión Sionista encabezada por Isaac Herzog y Tzipi Livni.
La debacle
Vale la pena hacer un primer análisis de las elecciones israelíes dedicando una atención más detenida a esta debacle.
Un segmento importante de quienes votaron por el Likud del Netanyahu pertenece a la segunda generación de judíos llegados de países árabes y musulmanes.
En esta oportunidad, se unieron a ellos los habitantes de los asentamientos de la Cisjordania ocupada, que votaron en bloque por Netanyahu. Los judíos procedentes de países árabes votaron mucho más al Likud que a Netanyahu. Los que viven en los asentamientos hicieron lo mismo a expensas de su nueva base política –la Casa Judía de Naftaly Bennett– para asegurar que el Likud sea el partido mayoritario en el próximo parlamento.
Ninguno estaba del todo contento con su opción pero no era tan orgulloso como para llevar prendida en la solapa la decisión de votar una vez más por Netanyahu. Quizás es por eso que tantas de estas personas no reconocieron a quién habían votado en los sondeos a pie de urna.
El resultado ha sido bastante catastrófico para los más renombrados encuestadores. Se perdieron el titular que deberían haber escrito cuando hicieron los sondeos a pie de urna: una aplastante victoria del Likud en 2015 y un decepcionante resultado para el sionismo progresista. La noticia más interesante fue el éxito de los ciudadanos palestinos de Israel, que se unieron en la Lista Unitaria y quedaron en tercer lugar por el número de escaños, detrás del Likud y la Unión Sionista.
La victoria del Likud
Los tres resultados –un revigorizado Likud, un derrotado Partido Laborista -la Unión Sionista es una alianza formada por el laborismo y la lista “Iniciativa” de Livni, y una representación palestina unificada– pueden ser ignorados por la comunidad internacional como servir también como catalizador de un nuevo pensamiento sobre la eterna cuestión palestina.
La victoria del Likud, a pesar del descontento reinante en Israel por las crecientes dificultades económicas y el desprestigio sin precedentes del estado judío en la comunidad internacional, indica claramente que en el futuro cercano no habrá un cambio dentro de Israel.
Mientras tanto, el laborismo ha maximizado su potencial: es improbable que mejore, por lo tanto no ofrece una alternativa. La razón principal es que el laborismo no es una alternativa. El Israel de 2015 sigue siendo un país colonial y de asentamientos; una versión progresista de esta ideología es incapaz de proponer una reconciliación a la población autóctona de Palestina.
Siempre, desde que el Likud se hizo por primera vez con el poder después de su histórica victoria en 1977, los votantes judíos han preferido, digamos, lo auténtico y apartarse continuamente de la versión más pálida y liberal del sionismo.
El laborismo estuvo en el poder el tiempo suficiente como para que supiéramos que era incompetente para proponer el acuerdo más moderado a los líderes palestinos que les garantizara una soberanía genuina; ni siquiera en Cisjordania y en la Franja de Gaza, que solo es la quinta parte de la Palestina histórica.
La razón es muy simple: la raison d’etre de una sociedad colonialista es el alejamiento de los nativos y su reemplazo por colonos. En el mejor de los casos, los nativos pueden ser confinados en enclaves cercados; en el peor, condenados a la expulsión o eliminados.
La descolonización
En este momento, la conclusión de la comunidad internacional debe ser clara. Solo la descolonización del estado colonial puede conducir a la reconciliación. Y la única manera de dar inicio a esta descolonización es mediante la utilización de los mismos medios que emplearon contre el otro estado de larga práctica colonial en el siglo XX: Sudáfrica.
La iniciativa BDS –boicot, desinversión y sanciones– nunca ha sido tan válida como ahora. Se espera que esto, junto con la resistencia popular en el propio Israel, atraiga al menos a una parte de la segunda y tercera generaciones de la sociedad colonialista judía y se una a la tarea de detener el proyecto sionista de colonización.
La presión desde fuera y desde el movimiento interior de resistencia es la única forma de forzar a los israelíes a la reformulación de la relación con todos los palestinos, incluyendo los refugiados, sobre la base de los valores de la democracia y la igualdad. De no ser así, podemos esperar que el Likud obtenga 40 escaños, tal vez a costa del siguiente indignado levantamiento de los palestinos.
Hay dos razones por las que esta propuesta todavía es viable. Una es la Lista Unitaria. Sea como sea, no tendrá un impacto significativo en la política de Israel. De hecho, al igual que la Autoridad Palestina, los días de la representación palestina en la Knesset, el parlamento israelí, están contados.
Si una lista unificada no tiene consecuencias y una Autoridad Palestina carente de poder ni siquiera satisfacen a los sionistas progresistas es que ha llegado el tiempo de buscar nuevas formas de representación y acción.
La importancia de la Lista Unificada está en otra parte. Puede disparar la imaginación de otras comunidades palestinas en relación con las posibilidades de la unidad de propósito. Que los islamistas y los izquierdistas laicos puedan trabajar juntos por un futuro mejor es algo que puede tener implicaciones de largo alcance, no solo para palestinos e israelíes sino también para una Europa cada día más polarizada. La Lista Unificada representa a un conjunto de palestinos que conocen bien a los israelíes, están profundamente comprometidos con los valores de la democracia y han visto crecer su importancia entre el resto de los palestinos después de años de marginados y prácticamente olvidados.
La segunda razón para tener la esperanza de que surgirán nuevas alternativas es que a pesar de toda su maldad y crueldad, el proyecto colonialista del sionismo no es el peor de la historia.
Con todo el horrendo sufrimiento que ha provocado, el más reciente en la matanza en Gaza el último verano, ciertamente no ha exterminado la población local y su desposeimiento continúa estando inacabado. Esto no significa que eso no irá a peor ni que debamos subestimar el sufrimiento de los palestinos.
La visión
Lo que significa es que la principal motivación entre los palestinos no es la retribución sino la restitución. Su deseo es vivir una vida normal, algo que el sionismo niega a todos los palestinos desde que esa ideología llegó a Palestina en los últimos años del siglo XIX.
Una vida normal es el fin de las políticas discriminatorias propias del apartheid contra los palestinos en Israel, el fin de la ocupación militar y el asedio en Cisjordania y la Franja de Gaza y la aceptación del regreso de los refugiados palestinos a su tierra.
El quid pro quo es el reconocimiento de que el grupo étnico judío surgido en Palestina forma parte de una nueva, descolonizada y plenamente democrática administración basada en unos principios que deberán ser acordados por todos los concernidos.
La comunidad internacional puede desempeñar un papel positivo en la materialización de esta visión adoptando tres supuestos básicos. El primero es que el sionismo continúa siendo una forma de colonialismo, por lo tanto estar contra el sionismo no es antisemitismo sino anticolonialismo.
El segundo es que si se deja atrás la excepcionalidad de la que ha gozado Israel durante años, sobre todo en relación con los derechos humanos, tiene las mejores posibilidades de desempeñar un papel constructivo en la salvaguarda de esos derechos en el conjunto de Oriente Medio.
Y finalmente, debemos ser conscientes de que la ventana de oportunidad para salvar vidas inocentes en la Palestina histórica se está cerrando rápidamente: si los poderes de Israel permanecen intactos, una repetición de las masacres de lo últimos años es más que probable. Es urgente abandonar las viejas fórmulas de “paz”, que no han funcionado, y empezar a buscar alternativas justas y viables.
* Ilan Pappe es autor de numerosos libros, profesor de historia y director del Centro Europeo de Estudios Palestinos de la Universidad de Exeter, Inglaterra.
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