sábado, 17 de agosto de 2013

Egipto: la izquierda árabe no ha muerto. La injerencia yanqui y la llamada a la yihad relegan a tercer plano a la Revolución social egipcia

La alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, ha pedido a todas las partes en Egipto que den un paso atrás para salvar al país del desastre.

Marta Haserrea, de IA
El presidente de EEUU ha anunciado la suspensión de unos ejercicios militares conjuntos previstos para el próximo mes con Egipto.
La respuesta de la ONU y del Pentágono ante la matanza de cientos de egipcios en acampadas de protesta mantiene su hipocresía habitual pidiendo «salvar al país del desastre», desastre en el que ellos mismos lo han metido y «suspendiendo ejercicios militares» sin tocar ni un ápice la ayuda militar millonaria que el ejército egipcio recibe anualmente de Washington.
Obama asegura ufano que «confía en que Egipto pueda ser un país próspero y democrático» y «advierte a las diferentes partes en conflicto de que no pueden culpar a actores externos de lo que va mal dentro de sus fronteras». Y todo esto lo dice pretendiendo que nos creamos que en Egipto hay «partes en conflicto» y que el clima de violencia de estos días es fruto sólo de diferencias internas, como si los intereses coloniales en el país no tuvieran nada que ver con los crímenes cometidos, hoy por el ejército, ayer por los Hermanos Musulmanes, pero siempre con la espada del imperialismo azuzando por detrás para mantener sus beneficios y los de la oligarquía burguesa egipcia y extranjera intactos y a buen recaudo.

Los Hermanos Musulmanes han llamado a sus seguidores a manifestarse en contra de la deposición del presidente Mursi pero, haciendo un alarde de habilidad política, algo totalmente esperado por otro lado, han vestido el ataque contra el gobierno islamista como una injerencia occidental contra la cultura y la idiosincrasia musulmana, vamos, algo que no afecta sólo a los partidarios de hacer de la sharía la fuente del derecho constitucional, sino a cualquier musulmán.
Con independencia de hasta qué punto pueda tragarse la sociedad egipcia el cebo de la yihad por el Islam, lo cierto es que en las protestas «pro-Mursi» hay egipcios que jamás defendieron a Mursi y que ahora ven agredida su identidad cultural y religiosa. Muchos de los asesinados y heridos estos días no son ni siquiera islamistas radicales, sino civiles musulmanes que se sienten vapuleados por la injerencia yanki.
Los propios Revolucionarios Socialistas de Egipto consideran mártires de la Revolución a los muertos en estos enfrentamientos en su declaración: 
Nosotros, Revolucionarios Socialistas, no nos desviaremos un instante de la vía de la revolución egipcia. No haremos jamás compromisos con los derechos de los mártires revolucionarios y su sangre pura: la de quienes han caído enfrentándose a Mubarak, la de quienes cayero enfrentándose al régimen de Morsi y la de quienes caen actualmente enfrentándose a Al-Sissi y sus perros de guardia.
Por su parte, el gobierno provisional proveniente del golpe de estado desaloja a los manifestantes y autoriza a la policía a utilizar fuego real contra las protestas, el mismo gobierno que aseguró que iba a garantizar la libertad de expresión y de reunión durante el supuesto proceso de transición.
La represión en la calle va en aumento a sabiendas de que los ataques contra musulmanes producen el efecto de aumentar la islamización entre la población civil, toda una estrategia contrarrevolucionaria. Y mientras tanto, ¿qué ha sido de los millones de manifestantes que llenaron las calles de todas las ciudades egipcias derrocando a Mubarak y luego a Mursi y exigiendo cambios sociales radicales que nunca han llegado a ver realizados? La revolución social egipcia ha sido relegada a un tercer plano. Donde no moleste.
La atención internacional ha pasado de contar manifestantes a contar cadáveres y las protestas en Egipto, sociales y laicas, se han cambiado por matanzas entre islamistas y fuerzas de seguridad, intentando vender la situación como un crisol de partes en conflicto para ocultar una revolución social que ha sido suplantada por un golpe de estado.
Igualmente la contrarrevolución y la campaña confesional vienen recogidas en la declaración de los Revolucionarios Socialistas de Egipto:
Estamos absolutamente en contra de las masacres de Al-Sissi, contra su tentativa odiosa de hacer abortar la revolución egipcia. La masacre de hoy no es más que la primera etapa en el camino de la contrarrevolución. Con la misma firmeza estamos en contra de todos los ataques contra los cristianos de Egipto y contra la campaña confesional que no hace más que servir a los intereses de Al-Sissi y sus proyectos sangrientos.
El gobierno provisional ha declarado el estado de emergencia y el vicepresidente Al Baradei ha dimitido.
Con la medida «Estado de Emergencia» se suspende un gran número de derechos personales, civiles y políticos como el de huelga, el de ser asistido por un abogado en caso de ser detenido o el de celebrar mítines políticos. Además, da manos libres al aparato militar para irrumpir en una vivienda y detener a cualquier persona sin necesidad de notificarlo a las autoridades judiciales. El escenario para una brutal represión está preparado.
El vicepresidente Al Baradei, hombre de confianza del gobierno estadounidense, ha renunciado a su cargo en una carta dirigida al jefe de Estado interino, Adli Mansur. En ella apunta que «con el derrocamiento de Mursi esperaba que se pusiera fin a la polarización de la sociedad y por ese motivo acepté el cargo. Sin embargo, con el cambio de autoridades, hemos llegado a un estado de polarización más dura y el tejido social está amenazado porque la violencia no trae más que violencia".
El golpe de estado en Egipto y el nuevo gobierno han agudizado los problemas del pueblo egipcio y han engañado a todos los que algún día creyeron que podían confiar en el ejército para avanzar hacia mejoras sociales, reformistas o revolucionarias. Pero la dimisión de Al Baradei pone también de manifiesto que el gobierno golpista no piensa dar una salida a la crisis en Egipto ni siquiera por el camino de la democracia burguesa. El ejército ha vuelto, quién sabe si para quedarse, pero de momento, está mostrando su cara más oscura. Los que habían confiado en él, llámense socialdemócratas, marxistas o salafistas, se equivocaron.
Al Baradei comienza su carta de dimisión diciendo "Presento mi dimisión del puesto de vicepresidente y pido a Dios el altísimo que preserve nuestro querido Egipto de todo lo malo, y que cumpla las esperanzas y aspiraciones del pueblo". Sin duda, palabras que son loables si no fuera porque ni él ni el resto del gobierno interino tienen ninguna legitimidad para hablar de las «esperanzas y aspiraciones» del pueblo egipcio. El pueblo egipcio tomó las calles no sólo para pedir la dimisión de Mubarak y la de Mursi, ni tampoco para pedir un gobierno provisional formado por miembros de los antiguos gobiernos derrocados y gente de confianza del colonialismo occidental y ni mucho menos apoya que el ejército asesine a manifestantes de cualquier protesta, sean islamistas o no. El pueblo egipcio ha exigido algo claro durante estos dos años y medio: «Pan, libertad y justicia social». Y lo ha hecho con una contundencia y una claridad a la que no estamos acostumbrados.
La izquierda árabe no ha muerto.
Es cierto que gran parte de la izquierda, egipcia y extranjera, se ha equivocado «celebrando» el golpe de estado. El análisis del golpe encabezado por el general Al-Sisi llevó a muchos ya entonces, y a otros más tarde, a compararlo con el golpe de Estado en Argelia en 1992. Lo cierto es que a pesar de sentirnos atormentados por la repetición machacona de errores en nuestras filas no podemos obviar que hay enormes diferencias entre ambos golpes. En el caso de Argelia, el gobierno canceló las elecciones tras la primera ronda cuando quedó manifiesto que el FIS (Frente Islámico de Salvación) las ganaría. Algo muy diferente a lo ocurrido en Egipto, donde los resultados de las urnas primero fueron abultados con casos de fraude electoral y después aplastados por la respuesta popular, que al no tener una organización política capaz de responder a sus aspiraciones, ha permitido a los militares, en connivencia con los mubarakistas, los liberales, estos últimos apoyados muy significativamente por las potencias occidentales, y a sectores de la izquierda, tomar de nuevo el control del país. Y también es cierto que el bloque de la oposición, Tamarrud, conteniendo una amalgama de fuerzas que van desde la izquierda a la derecha laica pasando por la socialdemocracia y hasta por el salafismo, no puede en sí mismo suponer ninguna tentativa real de cambio y que cualquier programa común es un intento vacío en el que la izquierda no debería nunca participar.
Llegados a este punto, no puedo evitar mirarme el ombligo porque creo que el análisis de los errores de la izquierda egipcia implica el propio análisis. No puedo evitar recordar las voces de la izquierda occidental que defienden, todavía hoy, al régimen islamista de Hamas en Gaza, alegando que llegó al poder mediante elecciones democráticas, sin recordar no sólo las lamentables condiciones de vida adicionales al bloqueo israelí que impone sobre la población palestina sino también olvidando la ola de asesinatos llevada a cabo contra miembros de Al-Fatah y del FPLP entre 2006 y 2007. Y volviendo aún más a casa, me viene a la memoria la aceptación de los acuerdos de lo que se llamó transición española, que no fue más que una venta de las aspiraciones de ruptura con el régimen tardofascista.
Ahora la izquierda está en condiciones de ver que sólo puede confiar en sí misma. El plan de ruta firmado por el ejército y la oposición conlleva la celebración de elecciones presidenciales en los próximos meses. Así las cosas, parece bastante difícil que estas elecciones puedan celebrarse y que el reclamo del pueblo egipcio pueda encontrar un programa que colme sus aspiraciones. No obstante, el desarrollo de un programa de revolución social global por la izquierda egipcia es el único camino para el cambio en Egipto.
Egipto ha generado las mayores protestas de la historia reciente. El movimiento sindical egipcio ha sido capaz de llevar a cabo más de 9.000 huelgas desde la caída de Mubarak, ¡sí, 9.000! La izquierda, la izquierda social revolucionaria, la que lanza el cambio desde el proletariado y no desde la burguesía siempre tiene otra oportunidad si aprende de sus errores.
La izquierda árabe en Egipto no ha muerto, la revolución social es hoy una demanda. El ejército le quitó al pueblo la revolución social, y con independencia de si el ejército en Egipto decida o no devolver el poder al pueblo, la burguesía neoliberal y capitalista tampoco lo devolverá jamás. Las revoluciones árabes y europeas no arrancan de los mismos puntos de partida pero han de llegar «inshaa Allah» al mismo lugar: el pan, la libertad y la justicia social.
Madrid, 16 de agosto de 2013 

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