jueves, 31 de enero de 2013

Guatemala: Ríos Montt, el primer dictador centroamericano que será juzgado por genocidio

Llegó al poder tras un golpe de estado e historiadores y defensores de derechos humanos consignan más de 250 matanzas colectivas concentradas en sus 16 meses de tiranía, con un saldo que ronda los 25.000 muertos


- Llevaba años refugiado en su condición de parlamentario.
- Llegó a decir que "el buen cristiano usaba La Biblia y la metralleta".

Fernando de Dios, en Zoom.news.
Foto:  El dictador Ríos Montt, en pleno apogeo genocida.


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José Efraín Ríos Montt no consiguió que la Historia dejara pasar sus quince minutos de fama. En la larga guerra interna que sufrió Guatemala, que duró 30 años (1966-1996), su Gobierno podría haber pasado desapercibido; fueron nada más 17 meses entre marzo de 1982 y agosto de 1983. Pero esos 17 meses dejaron una profunda cicatriz en las comunidades indígenas del país centroamericano.

Historiadores y defensores de derechos humanos consignan más de 250 matanzas colectivas concentradas en su efímero mandato, con un saldo que ronda los 25.000 muertos, la mayoría civiles, mujeres, niños y ancianos de la etnia ixil.


Fue lo que se conoció como estrategia de "tierra arrasada", consistente fundamentalmente en restar el apoyo que la guerrilla insurgente obtenía de las comunidades rurales de la forma más macabra posible: realizando masacres indiscriminadas contra la población civil.

Era una práctica emanada de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos, por aquellos años bajo la Administración de Ronald Reagan, quien decidió aplicar en Centroamérica la versión más dura del manual contrainsurgente perfeccionado durante la guerra de Vietnam. En Guatemala este manual fue puesto en práctica por el cuerpo de élite de los kaibiles, uno de los más sanguinarios del mundo.

Pasados 30 años, Ríos Montt será juzgado por solo una pequeña parte de aquel genocidio, en concreto 1.771 asesinatos de indígenas ixiles, que fueron incluidos en la denuncia presentada en 2007 por la Asociación por la Justicia y la Reconciliación, integrada por familiares de las víctimas de la represión.
Así lo decidió este lunes 28 de enero el juez Miguel Ángel Gálvez, titular del juzgado Primero B de Mayor Riesgo de Ciudad de Guatemala, que ordenó sentarle en el banquillo de los acusados y someterlo a un juicio penal por genocidio y delitos contra la humanidad. Junto a él se sentará José Mauricio Rodríguez, el segundo al mando del Ejército guatemalteco durante su Gobierno.
 
El de Ríos Montt será el primer juicio por genocidio contra un ex jefe de Estado, no solo de Guatemala, sino de toda Centroamérica. Ante el estupor de un ejército que en Guatemala conserva un considerable poder, grupos de derechos humanos y familiares de víctimas lanzaban fuegos artificiales en el exterior del juzgado después de conocer el fallo.

El país vive un momento de incertidumbre y esperanza ante un proceso que, por sí solo, marca un hito histórico en la lucha por la justicia y la verdad que durante tantos años han librado las víctimas de una guerra que durante los años 80 del siglo pasado fue una verdadera galería del horror.

La Biblia y la metralleta

Si bien es posible que Ríos Montt, de 86 años de edad, no sea encarcelado, el mero hecho de juzgarle abre la puerta a otros procesos. Desde otros países de la región miran atentamente a este caso, especialmente desde El Salvador, otro paraíso de impunidad en el que fue aplicada la estrategia de "tierra arrasada".

Tras entrar al Ejército con 18 años y una exitosa carrera militar, el ya general Ríos Montt se inició en política en 1974, cuando fue candidato a la presidencia de Guatemala. Según las crónicas de la época, ganó las elecciones, pero fue víctima de un fraude.

Pasó los tres años siguientes en España, como agregado militar, y a su regreso a Guatemala abandonó el catolicismo para volverse un ferviente evangélico. Durante su mandato realizaba diatribas extremadamente moralistas, al mismo tiempo que el Ejército del que era comandante en jefe masacraba a civiles inocentes. Llegó a decir que un "buen cristiano" era el que se desenvolvía "con la Biblia y la metralleta".

Tomó el poder de la misma manera que lo dejó, producto de un golpe de Estado. Él derrocó al presidente de la junta militar en la que estaba integrado y un año y medio después fue derrocado por su ministro de Defensa. No obstante, su poder político y su ascendente sobre el Ejército siguieron siendo importantes. En 1989 fundó el partido político de extrema derecha Frente Republicano Guatemalteco (FRG), por el que fue diputado entre 1994 y 2003 y entre 2008 y 2012. El FGR llegó a ganar las elecciones presidenciales en 2000 y su candidato, Alfonso Portillo, fue presidente durante cuatro años. Hoy Portillo está preso por corrupción en Guatemala y Estados Unidos ha pedido su extradición por lavado de dinero.

Carrera parlamentaria

El mismo Ríos Montt se presentó como candidato presidencial en 2003, consiguiendo que la Corte de Constitucionalidad obviara la prohibición expresa que contiene la Constitución guatemalteca para que los ex mandatarios que accedieron al poder mediante golpes de Estado puedan volver a ser presidentes. Aun así, la justicia le pisaba los talones. En 1999 la Premio Nobel de la Paz 1992, la indígena guatemalteca Rigoberta Menchú, denunció a Ríos Montt y a otros siete generales ante la Audiencia Nacional española por tortura, genocidio, detención ilegal y terrorismo de Estado.

La denuncia fue admitida a trámite por el juez Guillermo Ruiz Polanco el 27 de marzo de 2000 y meses después emitió una orden internacional de captura con fines de extradición a España que nunca se concretó. La dilatada trayectoria política de Ríos Montt terminó al no ser reelecto diputado en las elecciones del pasado año. Dos semanas después de perder su inmunidad fue puesto en arresto domiciliario.

El colofón a su carrera política no será el que él seguramente soñó. Su historia y la de Guatemala quedarán marcadas para la posteridad por el momento en que este lunes escuchó, con gesto impasible, cómo un juez le decía que tendrá que sentarse en el banquillo de los acusados.

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