“Hollande se ha convertido en el mejor amigo de Israel, después de
haber impedido en solitario a las potencias mundiales la firma de un
acuerdo con Irán”. Los elogios del influyente columnista israelí Gideon Kouts en el diario Maariv el pasado domingo 18, fue una de las primeras bienvenidas que recibió el presidente francés al llegar a Tel Aviv.
Roberto Montoya, periodista y escritor. Miembro de de Redacción de VIENTO SUR
Francia, el único país con gobierno socialista del G5+1 (los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) fue precisamente el que una semana antes rompió la baraja e impidió un principio de acuerdo con Irán sobre su programa nuclear.
Mientras tenían lugar esas negociaciones en Ginebra, el primer ministro israelí ya advertía: “Israel no se siente obligado a acatar ningún pacto con Irán”. “Haremos todo lo que tengamos que hacer para defender y dar seguridad a nuestros ciudadanos”, dijo el derechista Benjamin Netanyahu.
“Un ataque preventivo no es necesario en cualquier situación, pero debería valorárselo como una opción posible”, dijo ante la Knesset. Netanyahu comparó las conversaciones del G5+1 con Irán con la que mantuvieron en Münich en 1938 las potencias europeas con el régimen nazi en vísperas de la anexión alemana de parte de Checoslovaquia.
Israel rechaza tajantemente que se le permita a Irán seguir enriqueciendo uranio, una capacidad que actualmente solo tienen 15 países.
Otro personaje últimamente muy conocido en España, Sheldon Adelson, el magnate de estadounidense de los casinos y que según el PP traerá a España trabajo y felicidad con el proyectado Eurovegas, saldría rápidamente en defensa de Israel, cómo no, que para eso es miembro de uno de los lobbies judíos duros más importantes. Durante su intervención en la Universidad Yeshiva de Nueva York el pasado 22 de Octubre, daría este consejo a Obama: “Arroje una bomba atómica en algún lugar desierto de Irán y luego negocie”.
Barack Obama no contestó a Adelson pero sí se apresuró a rendirle cuenta a Netanyahu por teléfono de los inesperados y alentadores avances que estaban teniendo lugar con Irán y el secretario de Estado, John Kerry, viajó de inmediato para tranquilizar al Gobierno israelí.
El nuevo clima existente en la reunión de Ginebra se lograba dos meses después de que el nuevo presidente iraní, Hasan Rohani, y Barack Obama, mantuvieran una cordial conversación telefónica, la primera entre mandatarios de los dos países en 34 años.
Netanyahu persistió en su habitual tono beligerante, y con ello hizo un guiño a sus ultraderechistas socios de coalición. Por ello la actitud de Hollande supuso un espaldarazo de suma importancia para Israel. El presidente francés reconoció explícitamente ante el Knesset (Parlamento israelí) el “derecho de Israel a defenderse” y sostuvo, entre los aplausos de los partidos del gobierno y la mayoría de la oposición: “Lo digo de forma clara, mantendremos las sanciones a Irán si no vemos un cambio irreversible sobre su programa nuclear militar”.
Francia, el país más nuclearizado del mundo, con 56 reactores nucleares en su territorio y exportador de su tecnología a todo el Magreb, dice no creer a Rohani cuando asegura que su país no pretende en ningún caso construir una bomba atómica sino simplemente desarrollar un amplio programa nuclear civil para que su inmenso país pueda dar un salto en su industrialización y desarrollo.
Irán es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear, y por lo tanto sujeto a control del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), mientras que Israel no lo ha firmado y sin embargo tiene desde hace muchos años armas nucleares que nadie controla.
En momentos en que el propio Obama dice estudiar la posibilidad de relajar las férreas sanciones económicas que sufre Irán desde hace tres décadas si Rohani acepta que el OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica) controle que no produce uranio a más del 20% –por encima de ese nivel es innecesario para fines civiles–, Hollande asume la posición más dura junto a Israel.
Alianza contra natura
Paradójicamente, se une de hecho a ese frente otro influyente país del Golfo, Arabia Saudí. La monarquía saudí, principal competidora de Irán tanto por su producción petrolera como por la influencia regional y por el liderazgo del dividido mundo musulmán entre suníes y chiíes, es otra de las grandes interesadas en que fracase cualquier diálogo con el régimen de Teherán. La cancelación por parte de la UE de la importación de petróleo iraní –para Irán suponía el 20% de su exportación– permitió a la monarquía saudí aumentar su producción y exportación.
Países que representan aparentemente mundos tan distintos, como Arabia Saudí e Israel, aparecen así unidos en esa alianza anti iraní que ha alimentado durante décadas interesadamente el fantasma de un supuesto peligrosísimo plan atómico militar de Irán. Durante los últimos años los exabruptos y provocaciones de Ahmadineyad ayudaron a acrecentar esa animadversión generalizada con Irán y aumentaron aún más las sanciones económicas contra ese país. Durante el mandato del ultraconservador Ahmadineyad, Irán pasó de contar con unos pocos centenares de centrifugadoras para enriquecer uranio a tener 20.000, lo que hizo disparar todas las alarmas.
Ahora Rohaní ha autorizado al OIEA a inspeccionar algunas instalaciones a las que hasta ahora se les había negado el acceso. Teherán incluso discute, como importante concesión a EE UU, el Gran Satán, la posibilidad de abandonar su histórico lema oficial, “Muerte a América”, acuñado desde la crisis de los rehenes de los 80.
La postura frente a Irán no es el único caso que en los últimos meses provocan una dura crítica a Obama de parte de dos aliados clave como son Israel y Arabia Saudí. Ambos países, más los Emiratos Arabes Unidos y Qatar, han presionado con fuerza a Washington para que respaldara el golpe de Estado de los militares egipcios contra el gobierno de Morsi y Obama tuvo que hacer grandes malabarismos para no llamar golpe al golpe.
A pesar de eso, presiones internas y externas le obligaron a cancelar temporalmente la entrega a Egipto de una partida de helicópteros y otros armamentos. Y la respuesta egipcia no se hizo esperar. Rápidamente acordó con Moscú la compra de material bélico, provocando así además la ira de israelíes y saudíes por haber dejado entrar a Rusia en territorio enemigo.
Los gobiernos de Riad y Tel Aviv volvieron a coincidir también en sus posturas críticas a Obama sobre el caso sirio. Los dos países sobre los cuales se apoya fundamentalmente EE UU en Oriente Medio rechazaron simultáneamente con gran virulencia la decisión de Obama de frenar a último momento la intervención militar en Siria y aceptar la propuesta de Putin de negociar con Al Assad la destrucción de su arsenal químico.
Obama y Kerry parecieron descolocados cuando, con gran habilidad, la diplomacia rusa lanzó su iniciativa.
Si para EE UU el régimen sirio había traspasado la línea roja solo por haber utilizado, supuestamente, armamento químico contra los rebeldes, siguiendo esa lógica, destruyendo ese material se eliminaba el problema sin necesidad de una acción militar externa. La propuesta de Putin, previamente acordada con Al Assad, claro está, era así de simple; utilizar la diplomacia y no las armas. Obama no podía negarse a una iniciativa que ante la opinión pública mundial se presentaba como una iniciativa por la paz.
Rusia conseguiría con tal medida recuperar su imagen de gran potencia ante el mundo entero. Obtenía a su vez, paradójicamente, que su gran aliado en la zona, el régimen sirio, a cambio de aceptar que se destruyera su arsenal químico, retomara la iniciativa militar frente a los rebeldes. Eso sí, usando sólo armas convencionales, artillería pesada, bombardeos, uso de bombas de fragmentación y de racimo. En definitiva, lo normal, lo que EE UU ha utilizado tanto en Afganistán como Irak y que Israel ha usado en el Líbano.
Con ello, Rusia impedía que se tocara a un país que le resulta clave para su política geoestratégica, que le proporciona la única base naval rusa que se conserva en el exterior, la de Tartus, y con el que mantiene estrechos lazos económicos y militares desde hace décadas.
Irán es otro de los grandes beneficiarios de la salida pacífica para Siria. El régimen teocrático chií no solo interviene indirectamente en la guerra en Siria, a través de las milicias de Hezbolá –Al Qaeda castigó ese apoyo con su atentado suicida contra la embajada iraní en Beirut– sino que proyecta pasar su petróleo y gas a través de ese país hacia el Mediterráneo.
Una intervención militar estadounidense en Siria hubiera obligado al flamante presidente Rohaní a implicar a su país aún más en la guerra y con ello hubiera visto alejar la posibilidad de abrir el diálogo con Occidente.
El cambio de actitud de Irán está en realidad más motivado por una visión pragmática del nuevo presidente reformista que por un verdadero cambio radical en la cúpula del régimen.
Las durísimas sanciones impuestas por EEUU desde los años ’80, secundadas luego por sus aliados y por la ONU, han golpeado durísimamente la economía de este país. Las drásticas limitaciones para exportar su petróleo, la prohibición a su vez de exportar a Irán material de tipo militar y para la industria nuclear y las limitaciones al comercio con ese país, así como el congelamiento de sus activos en el exterior, han empobrecido Irán y provocado un gran malestar social.
Un año después de su llegada al poder, Obama endurecía aún más las sanciones de su país contra Irán –iniciadas en la era Reagan– a través de la Orden Ejecutiva 13553, seguida en 2011 por la número 13574 y por más medidas aún en 2012 y Mayo de 2013.
En estos últimos tres años EE UU, en un nuevo alarde de la extraterritorialidad de sus leyes, aumentó la amenaza de sus penalizaciones a aquellos países que se atrevieran a comprar petróleo o comerciar con Irán.
El cerco se estrechó, se pasó a la etapa de asfixia económica total, combinada con los atentados cada vez más regulares cometidos por unidades estadounidenses de élite en el interior del propio país contra infraestructuras, y los asesinatos selectivos.
Sin duda las sanciones consiguieron su efecto e influyeron en el triunfo de Rohaní en Junio pasado, quien durante su campaña electoral ya proponía un cambio de actitud hacia Occidente.
Abandonando la soberbia que había caracterizado al Gobierno de Ahmadineyad, Rohaní, con el apoyo explícito del máximo líder de la república islámica, el ayatolá Jamenei, mostró en una entrevista a la NBC en Agosto pasado su disposición a iniciar una nueva etapa en las relaciones internacionales.
Si bien la iniciativa diplomática rusa sobre Siria y luego la predisposición al diálogo de Irán, parecieron descolocar a la Administración Obama, el presidente estadounidense se adaptó rápidamente a ella. El mandatario, con una debilísima situación tanto en el plano interno y con tantos reveses en su política exterior, la derrota política y militar en Afganistán e Irak, o la revelación de su espionaje masivo, pudo haber encontrado en definitiva con este cambio en sus planes iniciales un fin de mandato algo más honorable de lo esperado.
Si EE UU consiguiera normalizar las relaciones con Irán antes de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2016, Obama se iría a casa satisfecho y muchos en su país y en el mundo entero le disculparían las promesas incumplidas y los desastres que ayudó a perpetuar.
Roberto Montoya, periodista y escritor. Miembro de de Redacción de VIENTO SUR
Francia, el único país con gobierno socialista del G5+1 (los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) fue precisamente el que una semana antes rompió la baraja e impidió un principio de acuerdo con Irán sobre su programa nuclear.
Mientras tenían lugar esas negociaciones en Ginebra, el primer ministro israelí ya advertía: “Israel no se siente obligado a acatar ningún pacto con Irán”. “Haremos todo lo que tengamos que hacer para defender y dar seguridad a nuestros ciudadanos”, dijo el derechista Benjamin Netanyahu.
“Un ataque preventivo no es necesario en cualquier situación, pero debería valorárselo como una opción posible”, dijo ante la Knesset. Netanyahu comparó las conversaciones del G5+1 con Irán con la que mantuvieron en Münich en 1938 las potencias europeas con el régimen nazi en vísperas de la anexión alemana de parte de Checoslovaquia.
Israel rechaza tajantemente que se le permita a Irán seguir enriqueciendo uranio, una capacidad que actualmente solo tienen 15 países.
Otro personaje últimamente muy conocido en España, Sheldon Adelson, el magnate de estadounidense de los casinos y que según el PP traerá a España trabajo y felicidad con el proyectado Eurovegas, saldría rápidamente en defensa de Israel, cómo no, que para eso es miembro de uno de los lobbies judíos duros más importantes. Durante su intervención en la Universidad Yeshiva de Nueva York el pasado 22 de Octubre, daría este consejo a Obama: “Arroje una bomba atómica en algún lugar desierto de Irán y luego negocie”.
Barack Obama no contestó a Adelson pero sí se apresuró a rendirle cuenta a Netanyahu por teléfono de los inesperados y alentadores avances que estaban teniendo lugar con Irán y el secretario de Estado, John Kerry, viajó de inmediato para tranquilizar al Gobierno israelí.
El nuevo clima existente en la reunión de Ginebra se lograba dos meses después de que el nuevo presidente iraní, Hasan Rohani, y Barack Obama, mantuvieran una cordial conversación telefónica, la primera entre mandatarios de los dos países en 34 años.
Netanyahu persistió en su habitual tono beligerante, y con ello hizo un guiño a sus ultraderechistas socios de coalición. Por ello la actitud de Hollande supuso un espaldarazo de suma importancia para Israel. El presidente francés reconoció explícitamente ante el Knesset (Parlamento israelí) el “derecho de Israel a defenderse” y sostuvo, entre los aplausos de los partidos del gobierno y la mayoría de la oposición: “Lo digo de forma clara, mantendremos las sanciones a Irán si no vemos un cambio irreversible sobre su programa nuclear militar”.
Francia, el país más nuclearizado del mundo, con 56 reactores nucleares en su territorio y exportador de su tecnología a todo el Magreb, dice no creer a Rohani cuando asegura que su país no pretende en ningún caso construir una bomba atómica sino simplemente desarrollar un amplio programa nuclear civil para que su inmenso país pueda dar un salto en su industrialización y desarrollo.
Irán es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear, y por lo tanto sujeto a control del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), mientras que Israel no lo ha firmado y sin embargo tiene desde hace muchos años armas nucleares que nadie controla.
En momentos en que el propio Obama dice estudiar la posibilidad de relajar las férreas sanciones económicas que sufre Irán desde hace tres décadas si Rohani acepta que el OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica) controle que no produce uranio a más del 20% –por encima de ese nivel es innecesario para fines civiles–, Hollande asume la posición más dura junto a Israel.
Alianza contra natura
Paradójicamente, se une de hecho a ese frente otro influyente país del Golfo, Arabia Saudí. La monarquía saudí, principal competidora de Irán tanto por su producción petrolera como por la influencia regional y por el liderazgo del dividido mundo musulmán entre suníes y chiíes, es otra de las grandes interesadas en que fracase cualquier diálogo con el régimen de Teherán. La cancelación por parte de la UE de la importación de petróleo iraní –para Irán suponía el 20% de su exportación– permitió a la monarquía saudí aumentar su producción y exportación.
Países que representan aparentemente mundos tan distintos, como Arabia Saudí e Israel, aparecen así unidos en esa alianza anti iraní que ha alimentado durante décadas interesadamente el fantasma de un supuesto peligrosísimo plan atómico militar de Irán. Durante los últimos años los exabruptos y provocaciones de Ahmadineyad ayudaron a acrecentar esa animadversión generalizada con Irán y aumentaron aún más las sanciones económicas contra ese país. Durante el mandato del ultraconservador Ahmadineyad, Irán pasó de contar con unos pocos centenares de centrifugadoras para enriquecer uranio a tener 20.000, lo que hizo disparar todas las alarmas.
Ahora Rohaní ha autorizado al OIEA a inspeccionar algunas instalaciones a las que hasta ahora se les había negado el acceso. Teherán incluso discute, como importante concesión a EE UU, el Gran Satán, la posibilidad de abandonar su histórico lema oficial, “Muerte a América”, acuñado desde la crisis de los rehenes de los 80.
La postura frente a Irán no es el único caso que en los últimos meses provocan una dura crítica a Obama de parte de dos aliados clave como son Israel y Arabia Saudí. Ambos países, más los Emiratos Arabes Unidos y Qatar, han presionado con fuerza a Washington para que respaldara el golpe de Estado de los militares egipcios contra el gobierno de Morsi y Obama tuvo que hacer grandes malabarismos para no llamar golpe al golpe.
A pesar de eso, presiones internas y externas le obligaron a cancelar temporalmente la entrega a Egipto de una partida de helicópteros y otros armamentos. Y la respuesta egipcia no se hizo esperar. Rápidamente acordó con Moscú la compra de material bélico, provocando así además la ira de israelíes y saudíes por haber dejado entrar a Rusia en territorio enemigo.
Los gobiernos de Riad y Tel Aviv volvieron a coincidir también en sus posturas críticas a Obama sobre el caso sirio. Los dos países sobre los cuales se apoya fundamentalmente EE UU en Oriente Medio rechazaron simultáneamente con gran virulencia la decisión de Obama de frenar a último momento la intervención militar en Siria y aceptar la propuesta de Putin de negociar con Al Assad la destrucción de su arsenal químico.
Obama y Kerry parecieron descolocados cuando, con gran habilidad, la diplomacia rusa lanzó su iniciativa.
Si para EE UU el régimen sirio había traspasado la línea roja solo por haber utilizado, supuestamente, armamento químico contra los rebeldes, siguiendo esa lógica, destruyendo ese material se eliminaba el problema sin necesidad de una acción militar externa. La propuesta de Putin, previamente acordada con Al Assad, claro está, era así de simple; utilizar la diplomacia y no las armas. Obama no podía negarse a una iniciativa que ante la opinión pública mundial se presentaba como una iniciativa por la paz.
Rusia conseguiría con tal medida recuperar su imagen de gran potencia ante el mundo entero. Obtenía a su vez, paradójicamente, que su gran aliado en la zona, el régimen sirio, a cambio de aceptar que se destruyera su arsenal químico, retomara la iniciativa militar frente a los rebeldes. Eso sí, usando sólo armas convencionales, artillería pesada, bombardeos, uso de bombas de fragmentación y de racimo. En definitiva, lo normal, lo que EE UU ha utilizado tanto en Afganistán como Irak y que Israel ha usado en el Líbano.
Con ello, Rusia impedía que se tocara a un país que le resulta clave para su política geoestratégica, que le proporciona la única base naval rusa que se conserva en el exterior, la de Tartus, y con el que mantiene estrechos lazos económicos y militares desde hace décadas.
Irán es otro de los grandes beneficiarios de la salida pacífica para Siria. El régimen teocrático chií no solo interviene indirectamente en la guerra en Siria, a través de las milicias de Hezbolá –Al Qaeda castigó ese apoyo con su atentado suicida contra la embajada iraní en Beirut– sino que proyecta pasar su petróleo y gas a través de ese país hacia el Mediterráneo.
Una intervención militar estadounidense en Siria hubiera obligado al flamante presidente Rohaní a implicar a su país aún más en la guerra y con ello hubiera visto alejar la posibilidad de abrir el diálogo con Occidente.
El cambio de actitud de Irán está en realidad más motivado por una visión pragmática del nuevo presidente reformista que por un verdadero cambio radical en la cúpula del régimen.
Las durísimas sanciones impuestas por EEUU desde los años ’80, secundadas luego por sus aliados y por la ONU, han golpeado durísimamente la economía de este país. Las drásticas limitaciones para exportar su petróleo, la prohibición a su vez de exportar a Irán material de tipo militar y para la industria nuclear y las limitaciones al comercio con ese país, así como el congelamiento de sus activos en el exterior, han empobrecido Irán y provocado un gran malestar social.
Un año después de su llegada al poder, Obama endurecía aún más las sanciones de su país contra Irán –iniciadas en la era Reagan– a través de la Orden Ejecutiva 13553, seguida en 2011 por la número 13574 y por más medidas aún en 2012 y Mayo de 2013.
En estos últimos tres años EE UU, en un nuevo alarde de la extraterritorialidad de sus leyes, aumentó la amenaza de sus penalizaciones a aquellos países que se atrevieran a comprar petróleo o comerciar con Irán.
El cerco se estrechó, se pasó a la etapa de asfixia económica total, combinada con los atentados cada vez más regulares cometidos por unidades estadounidenses de élite en el interior del propio país contra infraestructuras, y los asesinatos selectivos.
Sin duda las sanciones consiguieron su efecto e influyeron en el triunfo de Rohaní en Junio pasado, quien durante su campaña electoral ya proponía un cambio de actitud hacia Occidente.
Abandonando la soberbia que había caracterizado al Gobierno de Ahmadineyad, Rohaní, con el apoyo explícito del máximo líder de la república islámica, el ayatolá Jamenei, mostró en una entrevista a la NBC en Agosto pasado su disposición a iniciar una nueva etapa en las relaciones internacionales.
Si bien la iniciativa diplomática rusa sobre Siria y luego la predisposición al diálogo de Irán, parecieron descolocar a la Administración Obama, el presidente estadounidense se adaptó rápidamente a ella. El mandatario, con una debilísima situación tanto en el plano interno y con tantos reveses en su política exterior, la derrota política y militar en Afganistán e Irak, o la revelación de su espionaje masivo, pudo haber encontrado en definitiva con este cambio en sus planes iniciales un fin de mandato algo más honorable de lo esperado.
Si EE UU consiguiera normalizar las relaciones con Irán antes de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2016, Obama se iría a casa satisfecho y muchos en su país y en el mundo entero le disculparían las promesas incumplidas y los desastres que ayudó a perpetuar.
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