El autor enfatiza la relevancia de las próximas elecciones hondureñas, no sólo por darse la posibilidad de que por primera vez en su historia una formación política de izquierdas llegue al gobierno de la República, sino también porque dicha victoria trastocaría la estrategia golpista de la derecha para el continente americano, iniciada precisamente en Honduras en junio de 2009.
Las elecciones que el próximo 24 de noviembre se celebrarán en Honduras han alcanzado una muy significativa repercusión nacional e internacional, debido fundamentalmente a tres razones.
Por un lado, es la primera vez en la que una fuerza de izquierdas (LIBRE, Libertad y Refundación) podría alcanzar el gobierno de la República, tal y como atestiguan un número importante de encuestas. Este hecho en sí mismo tiene un notable significado histórico en un país considerado políticamente estable, dentro de la acepción que el pensamiento hegemónico otorga a este concepto en el patio trasero de la gran potencia del Norte: ausencia durante el siglo XX de procesos revolucionarios como los de sus vecinos Nicaragua, El Salvador y Guatemala; relación estrecha, amigable y sumisa respecto a Estados Unidos; un sistema muy bien engrasado de bipartidismo entre la opción nacional y la liberal, que se alternan para que nada cambie, mientras el poder lo detentan 5 o 6 familias de oligarcas; y un modelo socioeconómico profundamente neoliberal, que desestructura a la ciudadanía –el 67% vive en situación de pobreza- y genera desesperanza en la posibilidad de un futuro mejor, para un país considerado como el más violento del mundo (36 homicidios por 100.000 habitantes en 2012, según la ONUDD). No obstante, todo este entramado puede ser puesto en jaque por LIBRE, que a día de hoy no es sino la expresión de la esperanza de las clases populares por avanzar en términos de democracia, justicia e igualdad. Así, el eje fundamental de su agenda política consiste en la refundación de la república a partir de una asamblea constituyente que establezca nuevas bases políticas, radicalmente diferentes a los antes citadas. De ahí por tanto la relevancia del momento.
Esa apuesta por la asamblea constituyente fue precisamente la principal razón que provocó el golpe de estado que destituyó al presidente Manuel Zelaya el 28 de junio de 2009. En aquél entonces el ejército hondureño lo secuestró y envió a Costa Rica, con la tibia crítica –convertida después en connivencia- de gran parte de la comunidad internacional. Esta sería la segunda razón de la importancia de la posible victoria de LIBRE –que precisamente se conformó como opción electoral que aglutinara a todos los sectores anti-golpe, y que cuenta con una fuerza presencia de la izquierda-, ya que significaría una victoria popular frente a un proyecto no sólo neoliberal, sino también golpista. En este sentido, un gobierno LIBRE significaría un freno a la lógica de profundización de la propuesta neoliberal (más latifundios de palma africana, más megaproyectos, más alianzas público privadas como fórmula de privatización) y a la dinámica de creciente violencia política (como atestiguan los más de 60 campesinos y campesinas asesinadas en el Bajo Aguán desde 2009, así como decenas de periodistas y militantes de diversos movimientos sociales). Por tanto, a la esperanza de una refundación del país se le une la posibilidad de dar un golpe a los golpistas y a sus avalistas nacionales e internacionales.
Porque es en el ámbito internacional donde se encuentra la tercera razón de la importancia de las elecciones hondureñas, ya que revertir el golpe del 2009 y situar un gobierno popular y democrático en Honduras tiene implicaciones geopolíticas para todo el continente. Así, el golpe hondureño no fue sino la experiencia piloto de una serie de golpes de estado 2.0 en el conjunto de América Latina (Ecuador 2010; Paraguay 2012) que intentan por medios no convencionales (presencia militar más difuminada, acompañada por otros actores como por ejemplo la policía; uso retorcido y de mala fe de normativa e instituciones) derrocar gobiernos de izquierda para alterar en última instancia las correlaciones de fuerzas de la región. Así, si en Honduras se impusiera LIBRE, el mensaje que recibiría EEUU, así como el conjunto de la derecha golpista disfrazada de demócrata, sería el de que los golpes de estado no sólo no consiguen su objetivo, sino que incluso alientan a las clases populares en sus deseos de emancipación. La victoria de LIBRE sería, sin duda alguna, una victoria de la democracia para el conjunto de América.
Por todo ello las elecciones hondureñas tienen un significado especial, ya que su impacto trasciende sus propias fronteras y se proyecta sobre todo el continente. En este sentido es esencial desarrollar una fuerte presión internacional que garantice la trasparencia del proceso, ya que no hay que olvidar que pese a la caricatura de elecciones del 2009, Honduras vive bajo una dictadura, y la derecha también sabe de la relevancia de estos comicios.
Finalmente, tampoco hay que olvidar que las elecciones no son el punto de llegada, sino más bien un momento de acumulación de fuerzas en un largo y muy notable proceso de articulación social, que la asamblea constituyente podría multiplicar y fortalecer. No hay que confundir gobierno y poder, pero tampoco hay que olvidar las potencialidades de un gobierno popular para activar esperanza y ganas de luchar por el futuro. Y hoy en Honduras hay mucha esperanza, y hay mucha lucha. Y nuestra obligación como internacionalistas es precisamente seguir el grito de la Vía Campesina, que seguramente Rafael Alegría, enorme líder popular y campesino hondureño, está entonando en estos momentos: “Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza”.
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