lunes, 27 de mayo de 2013

Túnez: El Movimiento obrero en la encrucijada

El asesinato de Chokri Belaid (el 6 de febrero de 2013), secretario general del Partido de los Patriotas Demócratas Unificados y dirigente del Frente Popular (FP), ha mostrado hasta qué punto las fuerzas de la reacción se han fortalecido y la situación se ha hecho crítica en Túnez.

Sarah Bernard y Wafa Guiga, en NPA. Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

El asesinato de Chokri Belaid (el 6 de febrero de 2013), secretario general del Partido de los Patriotas Demócratas Unificados y dirigente del Frente Popular (FP), ha mostrado hasta qué punto las fuerzas de la reacción se han fortalecido y la situación se ha hecho crítica en Túnez.

En dos años la burguesía ha sabido reorganizar y mantener su poder político. En cuanto al movimiento obrero, se encuentra frente a decisiones históricas que condicionarán la evolución de la situación.


Todos los motores de la movilización social siguen ahí. La crisis económica se profundiza y no se le da ninguna respuesta aceptable para los trabajadores. El paro alcanza a más del 17%, de ellos una mitad (entre 350.000 y 380.000) diplomados. La inflación se eleva al 7-9%, estrangula a las familias modestas y hace sentir a la pequeña burguesía su desclasamiento progresivo. La respuesta dada por le gobierno islamista es la represión violenta y cada vez más frecuente de las movilizaciones: agresión a las manifestaciones, ataques a los locales sindicales y políticos, arrestos arbitrarios y, en numerosos casos, actos de torturas a los militantes detenidos. No se hace ninguna a los trabajadores, satisfaciendo así a la burguesía local, a la oposición “modernista” de Ennahda y a las potencias imperialistas.

La economía tunecina es muy dependiente de las potencias imperialistas, de los mercados exteriores (turismo, subcontratación, exportación de materias primas) y de las deudas contratadas con los países ricos y las instituciones internacionales. Ennahda tiene por tanto necesidad de la benevolencia de esos actores. Si su proyecto de sociedad reaccionaria se traduce en lo cotidiano en graves ataques a las libertades -en particular las de las mujeres-, está frenado por la necesidad de asegurar un mínimo de estabilidad política para preservar los intereses de los inversores.

Ennahda intenta así controlar las diferentes milicias islamistas, para que la violencia, suficientemente elevada como para mantener sobre el terreno una presencia aterrorizadora que inhibe las movilizaciones sociales, a la vez que se imprime a la sociedad un tinte islamista, siga al mismo tiempo a un nivel suficientemente bajo como para no molestar a los intereses capitalistas. Y si ciertas milicias intentan superarlo, no duda en reprimirlas. Un enfrentamiento entre policía y salafistas el 13 de abril ha acabado con la muerte de un salafista por un disparo de bala real, mostrando la determinación de Ennahda de controlar la situación.

Las opciones económicas de Ennahda

En el plano económico, Ennahda multiplica las garantías a las potencias imperialistas. Un anteproyecto de nuevo código de inversión ha sido presentado por el ministro de finanzas ante los electos franceses ¡antes de serlo ante la asamblea constituyente tunecina! Prevé para los capitalistas extranjeros la posibilidad de poseer hasta el 30% de las tierras agrícolas tunecinas y de disfrutar, en caso de actividades totalmente exportadoras, de regalos fiscales enormes así como de una financiación por el estado tunecino de los salarios de los obreros agrícolas. El gobierno se ha comprometido también a realizar un enésimo plan de ajuste estructural, condición de acceso a un nuevo crédito del FMI que se elevaría a 1,75 millardos de dólares.

La contrapartida de esas garantías comienza a verse a nivel europeo: Alemania se dispone a hacer nuevas inversiones en el país. El gobierno francés multiplica los encuentros con los responsables de Ennahda, revelando la hipocresía de las declaraciones de Valls (ministro del interior socialista francés NdT) sobre el ascenso de un fascismo islamista en Túnez. Hay que decir que con tales garantías para sus intereses, los imperialistas están tranquilos.

No hay pues que extrañarse del apoyo concedido por los antiguos dirigentes benalistas al movimiento islamista Ennahda. Se encuentra a su cabeza Bejji Caid Essebsi. Este antiguo ministro del interior de Burguiba y antiguo presidente de la asamblea nacional con Ben Alí fue primer ministro del 27 de febrero al 23 de octubre de 2011. Es hoy el jefe de filas de los “modernistas” reagrupados en Nidaa Tounes (“Llamamiento a Túnez”) y se opone a Ennahda sobre el tema del laicismo. Pero cuando estaba en el poder durante 2011, e incluso después de la elección de la asamblea constituyente, les apoyaba abiertamente en determinados momentos. La burguesía estaba de hecho a la búsqueda de una organización para representarla en las instituciones y los benalistas se han visto durante un tiempo obligados actuar discretamente.

El “modernismo” proclamado por Essebsi no es por tanto más que un barniz publicitario para un contenido político reaccionario y ultraliberal. En el fondo, es tan compatible con el islam político como Ennahda es soluble en el orden mundial imperialista. Las divergencias mostradas no corresponden más que a una competencia por representar a la burguesía y sus intereses. En esta competición, Ennahda se muestra como una organización política eficaz que logra gestionar las dificultades, logra mantener su poder y goza de la benevolencia de las potencias imperialistas, cada vez que el enemigo común -la clase obrera- revela su potencial. Por su parte, los “modernistas” ya dieron pruebas, cuando Essebsi era primer ministro, de su determinación para reprimir al movimiento obrero. Era lo que llamaban entonces el mantenimiento del “prestigio del estado”.

Las consecuencias políticas del asesinato de Belaid

Es en este contexto en el que los ataques contra el movimiento obrero y sus representantes se han hecho cada vez más frecuentes y violentos.

Chokri Belaid recibía amenazas de muerte -algunas de ellas públicas- desde hacía meses, como muchos otros militantes políticos, sindicales y asociativos. Las violencias se habían vuelto corrientes, igual que los ataques de diferentes milicias contra los locales de las organizaciones, los mítines de la oposición (incluso burguesa), las escuelas , universidades, hospitales, etc. Algunas de esas milicias están directa y abiertamente ligadas a Ennahda, otras gozan al menos de la benevolencia del ministro del interior. El contexto era por tanto completamente propicio para un asesinato así, cuyas incógnitas eran la fecha y la identidad de la víctima. Cuando el 6 de febrero por la mañana la noticia de la muerte de Belaid comenzó a propagarse, en numerosas ciudades tuvieron lugar manifestaciones y concentraciones espontáneas. El día del entierro, la jornada de huelga-duelo primero convocada por el FP, luego aprobada por el sindicato patronal (UTICA) antes de ser confirmada por la dirección de la UGTT y protegida por el ejército, fue masivamente seguida. Centenares de miles de personas tomaron parte en esta jornada de duelo en la capital y en otros lugares de todo el país, para expresar su rechazo a esta violencia extrema contra los opositores políticos.

En ese momento, Ennahda pareció aislado pero no estaba derrotado. En primer lugar, ha sabido gestionar -en particular aprovechándose de su diversidad- las presiones internacionales que recordaban que su apoyo estaba condicionado a una cierta respetabilidad. El primer ministro Hamadi Jebali se ha presentado como un moderado opuesto al extremismo del jefe de Ennahda Rachid Ghanouchi. Muchos han aceptado olvidar los crímenes de Jebali, entre ellos los disparos con postas contra los manifestantes de Siliana (diciembre 2012). Entre los “modernistas”, se ha querido ver en él al unificador que iba a sacar al país de la crisis mediante la creación de un nuevo gobierno de tecnócratas que asociara a la oposición. Pero tras haberle tendido la mano, la oposición “modernista” no se ha asociado finalmente al gobierno, entre otras cosas a causa del rechazo masivo de una fracción de su electorado potencial (una parte de la pequeña burguesía).

La respuesta de las organizaciones obreras no ha sido tampoco de una amplitud suficiente como para acentuar la crisis política. Al día siguiente del entierro no hubo llamamientos a la huelga, por ejemplo, que habrían permitido mantener un fuerte nivel de presión. A contrario, la dirección de la UGTT ha reducido una vez más a la central sindical a un papel de mediador, volviendo a poner de nuevo encima de la mesa su iniciativa de diálogo nacional incluyendo a los partidos de gobierno. Esto ha contribuido a devolver a Ennahda una legitimidad.

Las organizaciones del FP estaban por su parte desgarradas entre una voluntad de independencia respecto a los partidos burgueses y la tentación de un frente amplio contra Ennahda. El Frente Popular reagrupa a todos los partidos de la izquierda tunecina, los partidos nacionalistas árabes, así como a numerosas asociaciones e independientes. Se constituyó en octubre de 2012 con el objetivo de representar “una alternativa para un verdadero gobierno y superar con ello la falsa dualidad que pretende oponer “dos polos” que de hecho coinciden en el mantenimiento de las mismas orientaciones económicas, dominadas por los medios liberales y sometidas a las esferas extranjeras, aunque uno se vista con la bandera “religiosa” y el otro con una “modernista”. Algunos militantes reprochan justamente a sus direcciones no haber permitido al FP aparecer en ese momento como portador de esa alternativa claramente distinta e independiente de los “modernistas”.

Un nuevo gobierno ha sido finalmente constituído, con el antiguo ministro del interior como primer ministro y “tecnócratas” en ciertos ministerios. El nuevo ministro del interior, presentado como moderado, no ha tardado en volver a sacar las postas (27 de marzo) contra los parados de Mdhilla, durante una manifestación contra los resultados de la última campaña de contratación de personal de la Compañía de Fosfatos en Gafsa. En algunas semanas Ennahda ha reafirmado por tanto su poder.

Organizaciones obreras dubitativas

Sin especular sobre la identidad de los autores y de quienes encargaron el asesinato de Chokri Belaid, se constata en cualquier caso que su consecuencia inmediata es un comienzo de vuelta del miedo, un debilitamiento del Frente Popular (FP) y por extensión del movimiento obrero, al menos a corto plazo.

Pues, si bien las luchas continúan, están debilitadas. Las huelgas sectoriales prosiguen pero son esencialmente defensivas y raramente victoriosas. El ejemplo más reciente es el de la Huelga del 80% de los 6.000 asalariados de Teleperformance (TP) entre el 1 y el 3 de abril, contra los despidos abusivos, las condiciones de trabajo inaceptables y la negativa de la dirección de mantener su compromiso de un aumento de los salarios del 4%.

Esta Huelga es bastante representativa de la situación actual. Ha sido la prueba de una capacidad de movilización aún importante pero también del débil nivel de autoorganización. Comenzó con una Huelga de hambre, signo de desmoralización, y no se transformó en movimiento organizado más que con la intervención directa de las direcciones sindicales que han logrado negociar un acuerdo con la dirección de TP. Este consigue los aumentos salariales y la reintegración de los asalariados despedidos por haber participado en la Huelga. Pero el sindicato ha hecho una concesión: se compromete a “favorecer la paz social en el seno de Teleperformance” y limita las posibilidades de movilización de los asalariados.

Contra la política hostil a los trabajadores realizada por el gobierno y la patronal, los militantes del FP participan en las movilizaciones existentes y las animan. El FP plantea también un plan de urgencia que exige la escala móvil de salarios, la reducción del tiempo de trabajo, la suspensión del pago de la deuda externa del estado, contra las políticas de austeridad y los planes de ajuste estructurales impuestos por el FMI.

Sin embargo, desde el asesinato de Belaid, las discusiones en el seno de la dirección del FP tienen por eje la iniciativa de la UGTT de un diálogo nacional sobre la no violencia, la puesta en pie de una instancia electoral independiente, la finalización de la Constitución y el establecimiento de una agenda electoral. ¿No corre el riesgo este debate sobre los ritmos institucionales de beneficiar a Ennahda que podría así ganar tiempo para instalar aún más a sus servidores en los mecanismos del estado? ¿Y a la otra cara de la reacción, Nidaa Tounes, que no tiene ninguna respuesta creíble que aportar a los trabajadores?

Algunos militantes del FP reprochan a sus direcciones el no discutir más bien sobre la respuesta a la violencia política y de como organizarla concretamente, puesto que los trabajadores y la población no pueden contar más que con si mismos para protegerse. En efecto, parece no contemplarse aún el desarrollo de una política de defensa activa del movimiento obrero. Militantes de las diferentes organizaciones del FP consideran que sería sin embargo posible movilizar alrededor de esta cuestión, dada la precedente experiencia de comités de defensa de los barrios a finales de enero de 2011, que mantiene presente en los espíritus la idea de la posibilidad de autodefensa.

Los militantes que tienen esta preocupación señalan una cuestión importante de la situación. Si las organizaciones obreras llegan a construir esta política de autodefensa activa y asumida, incluso proponiéndola a las demás componentes de la oposición política (poniéndoles así frente a sus contradicciones), si llegan a poner en el corazón de su intervención la defensa de los intereses de los trabajadores, serán por ello más creíbles ante los ojos de estos últimos, representando así una alternativa creíble, militante, concreta y revolucionaria al sistema actual. En ese momento, incluso el ala “modernista” de la pequeña burguesía podría cambiar. Pero no estamos ahí. Las organizaciones obreras aparecen más bien como movimientos reivindicativos, no suficientemente independientes de las direcciones sindicales y de sus inercias.

Si el descontento popular sigue siendo tan profundo pero al mismo tiempo el nivel de autoorganización de las luchas sigue siendo tan débil y las organizaciones obreras tan dubitativas, ello beneficiará a las clases dirigentes. La alternativa sería entonces: el ascenso aún más brutal de la reacción, o la normalización burguesa en la que islamistas y “modernistas” se alternarían en el poder con la bendición de los imperialistas, para proseguir las mismas políticas hostiles a los trabajadores y mantener e incluso ampliar el clima de terror actual

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