lunes, 3 de junio de 2013

¿Una primavera turca? Desde Plaza Taksim, Estambul

Estas imágenes inesperadas e impresionantes han dado la vuelta al planeta. Calles abarrotadas de manifestantes, enfrentamientos violentos, multitudes cruzando el puente del Bósforo a pie… ¿Pero qué ocurre en este país que ha visto los últimos años un milagro económico que muchos envidian, cuyo partido en el poder, el AKP, llegó a hacerse con el 50% de los votos, aclamado en los foros internacionales, y que parecía a punto de regular la cuestión política más espinosa: la cuestión kurda?

Elise Massicard, politóloga residente en Turquía, del Observatorio de la Vida Política Turca, en Lcr-La Gauche.
Traducción de Tomás Martínez para Izquierda Anticapitalista


De manera discreta, pero continua, las tensiones se acumulaban durante algunos años. Las nuevas restricciones a la venta de alcohol votadas esta semana se añaden ya a una lista innumerable y hacen rechinar los dientes. No hace más que la semana pasada tuvo lugar en Ankara una movilización original: parejas fueron a protestar frente a los lugares públicos moralmente más restrictivos, besándose en público.

Pero no es casualidad que la protesta haya partido del parque de Gezi, condenado a desaparecer en un proyecto de adaptación urbana del centro de Estambul, decidido sin consenso. De hecho, este distrito de Beyoğlu es un objetivo privilegiado de las políticas del AKP. Entre las iniciativas más recientes: prohibición de las terrazas de cafés y restaurantes en 2011, construcción de un inmenso centro comercial en la avenida Istiklal, destrucción del histórico cine Emek a pesar de las protestas, y desde el 1º de Mayo, prohibición de manifestaciones en Plaza Taksim.

Beyoğlu, y en especial el barrio de Tiklal, simboliza esta Turquía occidentalizada y cosmopolita en la que no se reconoce el AKP y a la que algunos sospechan que quiere acallar. Si sus residentes se consideran víctimas de los propósitos sombríos del poder es porque Erdogan, exalcalde de Estambul, mantiene ojo vigilante sobre todo lo que concierne a la megalópolis turca y alimenta sus ambiciones: tercer aeropuerto del mundo, tercer puente sobre el Bósforo…tantos grandes proyectos que han generado una oposición que el poder hasta ahora ha podido eludir, ignorar o silenciar.


Finalmente, la movilización en torno al parque de Gezi no ha sido más que una chispa. De hecho, más que el propio parque – uno de los pocos espacios verdes de esta parte de la ciudad, pero ni muy frecuentado, ni mantenido– es la actitud de las fuerzas de seguridad y en general del poder lo que encendió verdaderamente la pólvora y la extensión de la movilización, incluidos los apoyos a nivel internacional.

Primero la represión, que muchos juzgan desproporcionada: cuando el 1º de Mayo las manifestaciones en Taksim se habían prohibido oficialmente por las obras, toda la zona fue acordonada, los transportes públicos detenidos a gran escala, los vehículos prohibidos, se levantaron los puentes sobre el Cuerno de Oro; los altercados llevaron al uso masivo de gases lacrimógenos, hasta afectar a un gran número de residentes y a muchos a cien metros de las zonas de enfrentamiento. Esta práctica se ha repetido en numerosas ocasiones desde entonces como para inquietar a los turistas que pasaban.

En términos más generales, algunos observadores han reprochado el poder del AKP, sobre todo desde su última legislatura iniciada en 2011, su arrogancia y sus derivas autoritarias, que se han manifestado con presiones sobre los medios. Incluso aquí, las noticias de la prefectura de Estambul retenidas por los grandes medios hasta el Sábado 1 de Junio por la mañana, asegurando que el número de heridos se elevaba a 12, cuando eran centenares, suscitaban ya incredulidad y malestar.

Los medios clásicos se han mostrado particularmente discretos, por no decir ausentes. También han sido objeto de vivas críticas. El viernes por la noche las cadenas apenas mencionaban los acontecimientos. Sólo algunas marginales, la mayoría de izquierdas, retransmitieron lo que sucedía, alcanzando un rating record.

En este contexto, como en muchas “primaveras árabes”, las redes sociales han jugado un papel crucial, a la vez que transmisor de información y canal de movilización. Este apoyo propicia la propagación de rumores y leyendas urbanas: habría muertos, los hospitales militares apoyarían a los manifestantes, policías y muchos gobernadores habrían dimitido… difícil separar verdad de la ficción en la guerra de información.

¿Pero quién está detrás de este movimiento? ¿Y qué es lo que quieren? Por ahora no se distingue una organización principal. No son organizaciones en defensa del parque o igualmente ecologistas que habrían podido movilizar a gran escala. Muchos partidos de la oposición y numerosos clubs de fútbol llamaron ayer a acudir. Raras banderas se agitaban a un lado y otro: aquí un grupo revolucionario musulmán, allá un partido… Pero es un fenómeno minoritario.

Muchas personas encontraban simplemente allí la ocasión de manifestar su disgusto y oposición, más allá de la cuestión de Gezi, por motivos que pueden parecer muy diferentes. Hay manifestantes que corean “Erdogan dimisión”, otros dicen oponerse al “fascismo”. Se oponen a un poder tan hegemónico que cree poder permitirse ser perfectamente indiferente a la oposición por considerarla de cantidad insignificante. Se expresa de manera muy amplia, lejos de limitarse a los kemalistas ferozmente laicistas, grupos de izquierda radical o incluso a todos los que tienen ganas de lucha.

Más allá de la diversidad de los manifestantes, es el número y tipos de apoyo lo que sorprende: un restaurante da de comer gratis a los manifestantes, un hotel los acoge, en la avenida Istiklal en pie de guerra, los comerciantes les aplauden; frente al bloqueo de las líneas de teléfono móvil por las fuerzas de seguridad en las zonas de enfrentamiento, los cafés y restaurantes de alrededor ofrecen sus códigos wifi.

Los residentes ponen en disposición sus edificios para que los manifestantes puedan ir a refugiarse en ellos. En numerosos barrios, incluso a media noche, muchos habitantes expresan su apoyo encendiendo y apagando las luces y bajando a las calles con ollas y sartenes. Son muchos los que desde las ventanas aplauden y aclaman a los manifestantes, como los que tocan el claxon para animarlos.

Por último, los gobiernos de Erdogan han tenido que enfrentarse a la oposición, pero movidos principalmente por sus mismos partidos debilitados. Turquía ha visto pocas manifestaciones de amplitud desde los encuentros republicanos de 2007. ¿El poder sabrá responder a ellas?

Cuando finalmente Erdogan tomó la palabra el sábado al mediodía –en una reunión sobre comercio exterior en la que exaltaba el éxito económico del país– defendió el proyecto de remodelación de la Plaza Taksim, pero también para atribuir los hechos a una coalición entre partidos de oposición y grupos ilegales, en definitiva, negarles cualquier alcance y legitimidad.

Según él, quien no actúa en el marco de la ley no puede pretender ser defensor de la democracia. A menudo se le preguntó por el potencial de democratización del AKP; la gestión de los actuales acontecimientos podría convertirse en un verdadero test. Mientras tanto, grupos de personas siguen acudiendo a la Plaza Taksim y se convocan manifestaciones de apoyo en diferentes ciudades de Turquía y otros países.

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