viernes, 8 de julio de 2016

Argelia se hunde silenciosamente

 La crisis petrolera más grave de los últimos 30 años, un presidente ausente, un déficit presupuestario de 30 mil millones de dólares y unos candidatos a la sucesión del Gobierno que no encuentran ningún punto de acuerdo -salvo respecto a un peligroso inmovilismo-, hacen particularmente incierto el final del cuarto mandato presidencial de Abdelaziz Bouteflika. A pesar de algunos artículos de la prensa francesa que tienden a hacer creer lo contrario. 


Jean-Pierre Séréni *, en Orient XXI. Traducido del francés para Rebelión: Francisco Fernández Caparrós.

Dos años después del estallido de la crisis petrolera mundial, Argelia se encuentra paralizada por un triple bloqueo que amenaza con empeorar aún más la situación del país. El impasse político surgido de la incapacidad de las figuras del régimen para ponerse de acuerdo respecto al sucesor del actual presidente del país, Abdelaziz Bouteflika, completamente incapaz de mantener las riendas del poder, impide cualquier progreso serio respecto a la solución de la grave crisis financiera que atraviesa el Estado y el sector público. Además, Argelia, que vive del petróleo y del gas que exporta, no conseguido, a diferencia de Arabia Saudí, Rusia, Iraq o Irán, incrementar sus exportaciones y compensar, al menos parcialmente, la caída de los precios. Desde hace 10 años su producción se reduce, al mismo tiempo que su consumo interno se disparada y su capacidad para exportar disminuye. Para revertir esta situación, sería necesario una inversión masiva; y el Estado argelino, debido a la crisis financiera que atraviesa, se encuentra en el peor momento para hacer ese esfuerzo. La compañía nacional Sonatrach ha sido deficitaria en el último año, y el impasse político impide revisar las condiciones poco atractivas ofertadas a las compañías extranjeras que, desde el año 2010, ignoran el subsuelo argelino.

El país no puede salir del círculo vicioso en el que se encuentra si previamente no supera dicho impasse y, a su vez, resuelve la cuestión de la sucesión que arrastra desde la primavera de 2013 con el traslado al hospital parisino de Val-de-Grâce del presidente Bouteflika, víctima de un ataque al corazón del que, en verdad, nunca se ha recuperado. Poco antes de las elecciones presidenciales de 2014, Abdelmalek Sellal fue sugerido como candidato a Jefe de Gobierno, pero se opuso in extremis el Jefe del Ejército, el general Ahmed Gaïd Salah. En el inicio de 2016, Ahmed Ouyahia ‒director del gabinete presidencial y un superviviente nato de la vida política local‒ es el nombre que ha circulado para el cargo de primer ministro (puesto que ya ha ocupado en otras tres ocasiones). Sin embargo, sus rivales temían que, en caso de la muerte repentina de Abdelaziz Bouteflika, Ouyahia ocupara una posición de poder respecto a la sucesión; por eso han desatado una campaña de críticas contra él.

Inmovilidad política y déficit presupuestario

Los tres principales actores de esta tragicomedia son: el Ejército, los servicios de seguridad y la familia Bouteflika. Todos ellos se neutralizan y no consiguen ponerse de acuerdo respecto al status quo. El viceministro de Defensa y Jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Gaïd, es un buen candidato para la presidencia del Gobierno, sin embargo el «colegio» militar no quiere que uno de los suyos asuma el poder en unas circunstancias más que difíciles y prefiere dejar esa ingrata tarea a un civil. Saïd Bouteflika, el “pequeño” hermano del actual presidente, no tiene ni el respaldo ni la seriedad que exigen el cargo. Por último, al ex Jefe del Gobierno, Sellal, le falta, dolorosamente, credibilidad y apoyos. A su vez, la oposición está dividida y cumple un papel testimonial, a falta de disponer de un mínimo de libertades ‒a pesar de las promesas y de la revisión constitucional del inicio de año‒.

En esta inmovilidad política en la que cada uno de los candidatos, conocido o desconocido, pone la zancadilla, es urgente no demorar más las «reformas» que las instituciones internacionales y los analistas recomiendan para plantar cara a la grave situación financiera del Estado. La inacción se va a pagar a un alto precio. La renta petrolera se ha derrumbado (70 mil millones de dólares de pérdidas antes de la crisis; 27 mil millones se esperan para este año) y el déficit presupuestario que se prevé para 2016 podría alcanzar los 30 mil millones de dolares, casi el 20% del PIB. ¿De dónde se sacaría todo este dinero? Los ahorros acumulados durante la etapa del boom petrolero (2004-2013) se han reducido rápidamente y el Fondo de Regulación del Petróleo (FRR) que desde hace seis años ha financiado el déficit presupuestario se agotará antes del final del año próximo.

Después de dos años de vacilación, Argel parece resignada a endeudarse de nuevo con el exterior. Sin embargo, será difícil conseguir más de 4 o 5 mil millones de dolares del Banco Mundial o del Banco Africano de Desarrollo (BAD). En todo caso, es insuficiente. El mercado financiero internacional es, de hecho, inaccesible para Argelia sin el respaldo del Departamento del Tesoro norteamericano o japonés (respaldo que sí ha obtenido, en cambio, el país vecino, Túnez); para los argelinos, traumatizados aún por la anterior crisis financiera de los años 90 que condujo a un plan de ajuste estructural ruinoso para los salarios del sector público y los consumidores, semejante patronato sería visto como una humillación nacional.

El crecimiento económico en apuros

En el plano interno, el gran «Préstamo Nacional para el Crecimiento Económico» (ENCE) ha sido un auténtico fracaso, a pesar de las presiones ejercidas sobre los banqueros y las aseguradoras (que apenas han recuperado 2 mil millones de dólares), le ha costado su puesto al ministro de finanzas, Abderrahmane Benkhalfa. ¿Qué otra solución le queda a su sucesor, el tercer ministro de Finanzas en dos años, sino la de emitir moneda y devaluar salvajemente el dinar con la complicidad del nuevo gobernador del Banco Central? Forzosamente, la consecuencia de todo ello será una inflación de dos cifras, escasez y un doloroso empobrecimiento para la población, una triple amenaza para la estabilidad social y política del régimen.

La última reunión del tripartido (Gobierno, patronal y Unión General de Trabajadores Argelinos, UGTA), el pasado 5 de junio, ilustra la incapacidad del régimen, a pesar de la urgencia, para coger el toro por los cuernos. Abdelmalek Sellal no tuvo la osadía de hacer público el balance presupuestario preparado por su equipo para el ejercicio 2016-2019, y la única medida que anunció ‒el retorno de la edad de jubilación a los 60 años‒ ha sido pospuesta. El Fondo Nacional de las Pensiones (CNR), aún deficitario, hizo saber algunos días más tarde a través de la prensa que las jubilaciones anticipadas tras 25 años de trabajo no serían cuestionadas. Por su parte, las principales federaciones de la UGTA negaron, durante la reunión, el apoyo de su central y reivindicaron el mantenimiento de los acuerdos conseguidos hasta el momento.

Respecto al frente petrolero, cabe esperar la misma demora. Al final de mayo, con la ayuda de la Unión Europea, Salah Khebri, el ministro de Energía, organizó en Argel un foro destinado a atraer compañías internacionales para volver a explotar y expoliar el subsuelo sahariano (en particular, recursos gasísticos). Los debates se convirtieron en un diálogo de sordos: las demandas de modificaciones por parte de las compañías sobre la fijación del precio del gas o sobre la propiedad de los yacimientos ‒de los que, actualmente, el 51% se encuentran en manos argelinas‒, fueron rechazadas, y la perspectiva del retorno de las inversiones extranjeras en el sector fueron poco elogiadas. En un contexto de bajada de los recursos de las compañías y de fuerte competencia entre países productores, Argelia está más lejos que nunca, a los ojos de las empresas petroleras, de ser un destino atractivo. Finalmente, la única decisión tomada después de ese fiasco fue destituir al ministro, lo que, por otra parte, no quiere decir que su sucesor vaya a ser más escuchado.

Represión anunciada

Las grandes potencias han querido creer que la jubilación del general Mohamed Mediène, conocido como «Toufik», a la cabeza de los servicios de inteligencia durante más de 20 años ‒la omnipresente Dirección de Inteligencia y de Seguridad (DRS)‒, así como la reorganización de su antiguo feudo, inaugurarían una transición hacia un Estado «civil», más respetuoso con las libertades y la oposición o, incluso, una modernización del régimen. Los indicios que tenemos en este sentido, dejando a un lado la inestabilidad ministerial, son poco alentadores: la justicia acata órdenes, el Parlamento está marginalizado, los políticos locales domesticados y los cuatro últimos periódicos independientes se encuentran amenazados y privados de publicidad oficial. El encarcelamiento sin juicio a más de nueve meses de cárcel a un general retirado que se había atrevido a criticar al hermano del presidente Bouteflika o el acoso infligido a Issad Rebrab, el hombre de negocios ‒dicen‒ más rico de Argelia, apuntan a que, pronto, a la inacción política y a la grave situación económica, también se sumará la represión.

Jean-Pierre Séréni es periodista, antiguo director de Nouvel Économiste y ex redactor jefe de L'Express

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