A pesar de la sonora bofetada que los electores israelíes dieron al partido del primer ministro saliente, ha sido de nuevo él quien ha presentado el nuevo gobierno al presidente Shimon Peres.
Michel Warschawski, en LCR-La Gauche. Traducción para Viento Sur: Faustino Eguberri
En efecto, si el Likud/Israel Beitenu ha perdido 11 de sus 42 diputados (sobre 120), esas pérdidas han sido parcialmente compensadas por el avance del partido de extrema derecha La Casa Judía (sic) que ha pasado de 3 a 11 diputados.
Pero lo que ha permitido a Benjamín Netanyahu tener una sólida mayoría parlamentaria, ha sido la adhesión de Yair Lapid y de los 17 diputados de su nuevo partido Hay un futuro. Esta adhesión ha sorprendido a los ingenuos -en la opinión y en los medios- que se han obstinado en presentar a este superstar de la televisión como de "centro izquierda". Sin embargo bastaba con escuchar a Lapid para comprender que esa etiqueta era usurpada: Lapid es de derechas, políticamente y sobre todo socialmente. Su eslogan "Justo reparto de las cargas", ha sido entendido como un llamamiento a reclutar a los ultrareligiosos al ejército, de lo que están dispensados desde la creación del estado de Israel. De hecho, lo que exigen Lapid y su electorado acomodado de Tel Aviv, es reducir las ayudas sociales a los pobres, en particular a los judíos ultrareligiosos que viven, con sus familias numerosas, en condiciones de gran pobreza, pobreza que comparten con la minoría árabe de Israel.
El nuevo gobierno no es ni más ni menos de derechas que el precedente, en cuanto a su posicionamiento sobre todas las cuestiones ligadas a la ocupación, a la colonización y a la guerra. Por el contrario, está en la extrema derecha en el terreno social y económico. Es esta política económica ultraliberal la que ha cementado la alianza de Lapid con Naftali Benett de Habait Hayehudí (La Casa Judía); el niño mimado de las capas acomodadas y laicas de Tel Aviv detesta a los ultrareligiosos, pero no ha tenido ningún problema para aliarse con el patrón del partido religioso ultranacionalista, sobre la base de un programa de clase que pone los pelos de punta. Frente al bloque Lapid-Benett, Netanyahu debía plegarse, rompiendo incluso la alianza tradicional con los partidos ultrareligiosos, Shass y Yahaduth Ha Tora.
Netanyahu-Lapid-Benett vienen a ser Margaret Thatcher+Milton Friedman multiplicado por diez. El despertar va a ser doloroso para los centenares de miles de jóvenes que han votado a Lapid pensando equivocadamente que representaba las aspiraciones de las grandes movilizaciones del verano de 2011: "¡vuelta al estado social!" gritaban durante aquellos meses de movilizaciones de masas. Votando a Lapid tendrán derecho a un entierro de primera clase de los residuos de ese estado social ya fuertemente puesto en dificultades por los gobiernos precedentes. Lapid ha surfeado con éxito sobre la voluntad de cambio, pero serán las capas más desfavorecidas las que pagarán la factura de esos cambios.
Se equivocan también quienes creen que Lapid y la antigua ministra de asuntos exteriores Tsipi Livni van, al menos, a hacer avanzar las cosas en el terreno de las negociaciones israelo-palestinas: en el gobierno actual la extrema derecha política es ampliamente mayoritaria, incluso después de la inclusión de Livni. Serán Benett y los colonos que representa quienes marcarán el tono y permitirán a Benjamin Netanyahu continuar actuando y no poner en cuestión la estrategia de colonización. Como ha podido notar Barak Obama durante su visita a Israel, la cuestión palestina no es una prioridad, ni para la clase política, ni siquiera para el público israelí; y quienes esperaban que el presidente americano utilizara su segundo y último mandato para hacer que se movieran las cosas, han debido rendirse a la evidencia de que, en Medio Oriente, manda el más fuerte y decidido, el cual no es precisamente el presidente palestino Mahmud Abbas.
Queda una pregunta: ¿van a continuar los palestinos a dejar hacer y esperar vanamente que la comunidad internacional ponga en marcha lo que no deja de predicar desde hace decenios? Se habla cada vez más de una "tercera Intifada", y algunos signos parecen indicar que la paciencia, de la que los palestinos son sin duda alguna campeones, comienza a agotarse. En cuyo caso, todos los planes del nuevo gobierno caerían por tierra, porque éste se vería entonces obligado a desbloquear nuevos presupuestos para el "mantenimiento del orden" en los territorios palestinos ocupados. La hipótesis de trabajo de Benett-Lapid es una Cisjordania pacificada y en calma, pero es precisamente lo que no controlan, especialmente en un contexto general de revoluciones árabes.
Entre sus diferentes proyectos de reforma para "compartir la carga", el tándem ultraliberal haría bien en meditar sobre la forma en que la primera Intifada (1987) cogió a todos los israelíes por sorpresa, cuando preparaban grandes cambios estructurales, olvidando que en su patio trasero más de tres millones de palestinos no podían seguir soportando la ocupación colonial y sus efectos destructivos sobre sus vidas y sus aspiraciones. El despertar fue doloroso para los israelíes. Doloroso pero saludable.
Michel Warschawski, en LCR-La Gauche. Traducción para Viento Sur: Faustino Eguberri
En efecto, si el Likud/Israel Beitenu ha perdido 11 de sus 42 diputados (sobre 120), esas pérdidas han sido parcialmente compensadas por el avance del partido de extrema derecha La Casa Judía (sic) que ha pasado de 3 a 11 diputados.
Pero lo que ha permitido a Benjamín Netanyahu tener una sólida mayoría parlamentaria, ha sido la adhesión de Yair Lapid y de los 17 diputados de su nuevo partido Hay un futuro. Esta adhesión ha sorprendido a los ingenuos -en la opinión y en los medios- que se han obstinado en presentar a este superstar de la televisión como de "centro izquierda". Sin embargo bastaba con escuchar a Lapid para comprender que esa etiqueta era usurpada: Lapid es de derechas, políticamente y sobre todo socialmente. Su eslogan "Justo reparto de las cargas", ha sido entendido como un llamamiento a reclutar a los ultrareligiosos al ejército, de lo que están dispensados desde la creación del estado de Israel. De hecho, lo que exigen Lapid y su electorado acomodado de Tel Aviv, es reducir las ayudas sociales a los pobres, en particular a los judíos ultrareligiosos que viven, con sus familias numerosas, en condiciones de gran pobreza, pobreza que comparten con la minoría árabe de Israel.
El nuevo gobierno no es ni más ni menos de derechas que el precedente, en cuanto a su posicionamiento sobre todas las cuestiones ligadas a la ocupación, a la colonización y a la guerra. Por el contrario, está en la extrema derecha en el terreno social y económico. Es esta política económica ultraliberal la que ha cementado la alianza de Lapid con Naftali Benett de Habait Hayehudí (La Casa Judía); el niño mimado de las capas acomodadas y laicas de Tel Aviv detesta a los ultrareligiosos, pero no ha tenido ningún problema para aliarse con el patrón del partido religioso ultranacionalista, sobre la base de un programa de clase que pone los pelos de punta. Frente al bloque Lapid-Benett, Netanyahu debía plegarse, rompiendo incluso la alianza tradicional con los partidos ultrareligiosos, Shass y Yahaduth Ha Tora.
Netanyahu-Lapid-Benett vienen a ser Margaret Thatcher+Milton Friedman multiplicado por diez. El despertar va a ser doloroso para los centenares de miles de jóvenes que han votado a Lapid pensando equivocadamente que representaba las aspiraciones de las grandes movilizaciones del verano de 2011: "¡vuelta al estado social!" gritaban durante aquellos meses de movilizaciones de masas. Votando a Lapid tendrán derecho a un entierro de primera clase de los residuos de ese estado social ya fuertemente puesto en dificultades por los gobiernos precedentes. Lapid ha surfeado con éxito sobre la voluntad de cambio, pero serán las capas más desfavorecidas las que pagarán la factura de esos cambios.
Se equivocan también quienes creen que Lapid y la antigua ministra de asuntos exteriores Tsipi Livni van, al menos, a hacer avanzar las cosas en el terreno de las negociaciones israelo-palestinas: en el gobierno actual la extrema derecha política es ampliamente mayoritaria, incluso después de la inclusión de Livni. Serán Benett y los colonos que representa quienes marcarán el tono y permitirán a Benjamin Netanyahu continuar actuando y no poner en cuestión la estrategia de colonización. Como ha podido notar Barak Obama durante su visita a Israel, la cuestión palestina no es una prioridad, ni para la clase política, ni siquiera para el público israelí; y quienes esperaban que el presidente americano utilizara su segundo y último mandato para hacer que se movieran las cosas, han debido rendirse a la evidencia de que, en Medio Oriente, manda el más fuerte y decidido, el cual no es precisamente el presidente palestino Mahmud Abbas.
Queda una pregunta: ¿van a continuar los palestinos a dejar hacer y esperar vanamente que la comunidad internacional ponga en marcha lo que no deja de predicar desde hace decenios? Se habla cada vez más de una "tercera Intifada", y algunos signos parecen indicar que la paciencia, de la que los palestinos son sin duda alguna campeones, comienza a agotarse. En cuyo caso, todos los planes del nuevo gobierno caerían por tierra, porque éste se vería entonces obligado a desbloquear nuevos presupuestos para el "mantenimiento del orden" en los territorios palestinos ocupados. La hipótesis de trabajo de Benett-Lapid es una Cisjordania pacificada y en calma, pero es precisamente lo que no controlan, especialmente en un contexto general de revoluciones árabes.
Entre sus diferentes proyectos de reforma para "compartir la carga", el tándem ultraliberal haría bien en meditar sobre la forma en que la primera Intifada (1987) cogió a todos los israelíes por sorpresa, cuando preparaban grandes cambios estructurales, olvidando que en su patio trasero más de tres millones de palestinos no podían seguir soportando la ocupación colonial y sus efectos destructivos sobre sus vidas y sus aspiraciones. El despertar fue doloroso para los israelíes. Doloroso pero saludable.
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