Las movilizaciones de junio en Brasil pueden constituir un viraje de larga duración. Son las primeras grandes manifestaciones en 20 años, desde 1992 contra el entonces presidente Fernando Collor de Melo, que fue forzado a dimitir. Ahora las cosas son diferentes: el movimiento es mucho más amplio, abarcando cientos de ciudades, los sectores más organizados se proponen metas de mayor alcance con una orientación anticapitalista y no estamos ante una explosión puntual sino ante la masificación de un extenso descontento.
Raúl Zibechi, en La Jornada
Lo anterior permite aventurar que probablemente estemos ante el comienzo de un nuevo ciclo de luchas impulsado por organizaciones diferentes a las del periodo anterior. ¿Pero cuáles fueron los movimientos anteriores?
En la década de 1970 se produjo un verdadero terremoto social en Brasil, mirado desde abajo, en pleno régimen militar. Las comisiones de fábrica encarnaron un nuevo sindicalismo de rechazo a la estructura vertical del sindicalismo oficial. Las huelgas en São Bernardo do Campo y otras ciudades del cinturón fabril de São Paulo quebraron el control del régimen, un movimiento que cuajó en la creación de la Central Única de los Trabajadores (CUT) en 1983. En 1979 los campesinos sin tierra retomaron las ocupaciones como herramientas de lucha, con la ocupación de las haciendas Macali y Brilhante que se consideran el origen del MST (Movimiento Sin Tierra). En 1980 se crea el Partido de los Trabajadores (PT).
Dos décadas después las cosas han cambiado radicalmente. El estrato superior del sindicalismo se ha convertido, a través de los fondos de pensiones, en aliado del capital financiero y de las multinacionales brasileñas. El PT es un partido tradicional más, que en nada se diferencia de los partidos de la derecha, con algunos de los cuales cogobierna. La política de lo posible llevó al partido de Lula a ensuciarse en sonados casos de corrupción como el mensalão, mensualidad que se pagó a parlamentarios para votar con el gobierno. Sólo el MST mantuvo en alto sus banderas, aun pagando el precio de un mayor aislamiento.
El mismo año que Lula llegó al gobierno más de 40 mil jóvenes ganaron las calles de Salvador (Bahia), contra el aumento de los pasajes del transporte urbano en un movimiento de 10 días conocido comoRevolta do Buzu (en referencia a los autobuses). Al año siguiente, en 2004, otra movilización masiva en Florianópolis luchó contra los altos precios del transporte, la Revolta das Catracas (molinetes). Los aparatos estudiantiles negociaron con el poder municipal pasando por arriba del movimiento, generando un profundo rechazo.
En 2005 en el Foro Social Mundial de Porto Alegre se creó el Movimento Passe Livre (MPL) con grupos en todas las grandes ciudades. Se trataba de pequeños núcleos que funcionaban con base en los principios de horizontalidad, autonomía, federalismo y apartidismo, pero no antipartidismo. De ese modo rechazaban las organizaciones jerárquicas y centralizadas, dependientes del Estado y del gobierno, que hegemonizaban el campo popular. El MPL no era el único movimiento de este tipo. La Central de Medios Independientes (CMI, o Indymedia Brasil), el Movimiento Sin Techo (MTST), los desocupados (MTD), los cartoneros y agrupaciones estudiantiles autónomas y libertarias en las universidades y algunos secundarios, conformaban un vasto arco iris.
El MPL se destacó por movilizar decenas de miles de personas en las calles, por la pésima calidad de los transportes urbanos, en general privados, y por sus precios abusivos. Hacia 2008 surgen los Comités Populares de la Copa, que analizaron las consecuencias que tienen para la población las obras para el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Al igual que los otros, son pequeños grupos de composición heterogénea que comenzaron a trabajar con las comunidades de las periferias urbanas y pobladores de favelas amenazados por las megaobras.
Lo más importante es que en esos grupos fue naciendo una nueva cultura política y de protesta. Algunos le llaman acción directa. En todo caso está inspirada en los cuatro ejes mencionados, creció y se expandió por fuera de las instituciones y no tiene vocación de convertirse en aparato organizativo separado de la gente que lucha y se moviliza ni de participar en las elecciones. En una larga década de consenso consumista, lubricado por políticas sociales que congelaron la desigualdad, esa nueva cultura se fue arraigando en los márgenes de la acción social y desde allí comenzó a expandirse.
En el semestre anterior a las grandes movilizaciones de junio, esos modos de hacer consiguieron victorias en una decena de ciudades, en la resistencia a las obras del Mundial y en la reducción del precio del transporte. Esa cultura pasó de convocar cientos a movilizar decenas de miles. Como se sabe, la represión policial y la prepotencia de la FIFA hicieron el resto. Cuando la gente empezó a desbordar las grandes avenidas, todo Brasil sabía que las obras para el Mundial forman parte de una reforma urbana segregacionista urdida por el capital especulativo. Luchan por el derecho a la ciudad que el capital les niega.
Ahora sabemos que hacia 2003, en Bahía, comenzó la lenta fragua de una nueva camada de movimientos. Pero no debemos olvidar que todo empezó por pequeños grupos de jóvenes, en los márgenes del sistema político y a contrapelo de lo instituido.
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