Haaretz
Trad. al castellano de Germán Leyens para Rebelión
Cualquiera que tema realmente por el futuro del país tiene que estar a favor de boicotearlo económicamente.
¿Una contradictio in terminis?
Hemos considerado las alternativas. Un boicot es el menor de todos los
males y podría producir beneficios históricos. Es la opción menos
violenta y la que tiene menos probabilidades de acabar en un
derramamiento de sangre. Sería dolorosa como las otras, pero las otras
serían peores.
Sobre la base de la suposición de que el actual statu quo no
puede continuar eternamente, es la opción más razonable para convencer a
Israel de que cambie. Su efectividad ya se ha probado. Más y más
israelíes se han preocupado recientemente por la amenaza del boicot.
Cuando la ministra de justicia Tzipi Livni señala su expansión y en
consecuencia llama a romper el impasse diplomático, suministra
una prueba de la necesidad de un boicot. Por eso ella, y otros, se suman
al movimiento por el boicot, la desinversión y las sanciones.
Bienvenidos al club.
El cambio no vendrá del interior. Eso está
claro desde hace mucho tiempo. Mientras los israelíes no paguen un
precio por la ocupación, o por lo menos no hagan la conexión entre causa
y efecto, no tendrán ningún incentivo para acabar con ella. ¿Y por qué
debería preocuparse el residente medio de Tel Aviv de lo que sucede en
la ciudad cisjordana de Yenín o en Rafa, en la Franja de Gaza? Esos
sitios están muy lejos y no son particularmente interesantes. Mientras
la arrogancia y el victimismo continúen en el Pueblo Elegido, el más
elegido del mundo, siempre la única víctima, la posición explícita del
mundo no cambiará en absoluto.
Es antisemitismo, decimos. Todo el
mundo contra nosotros y nosotros no somos responsables de su actitud
hacia nosotros. Y aparte de eso, a pesar de todo, el cantante inglés
Cliff Richard vino a actuar aquí. La mayor parte de la opinión pública
israelí está divorciada de la realidad, la realidad en los territorios y
en el extranjero. Y hay quienes se ocupan de que se mantenga esa
peligrosa desconexión. Junto con la deshumanización y la satanización de
los palestinos y los árabes, la gente de este país tiene el cerebro
demasiado lavado por el nacionalismo para entrar en razón.
El
cambio solo vendrá de fuera. Nadie –incluyendo al autor, por supuesto–
quiere otro ciclo de derramamiento de sangre. Un levantamiento popular
palestino no violento es una opción, pero es poco probable que ocurra en
un futuro cercano. Y luego, existen la presión diplomática
estadounidense y el boicot económico europeo. Pero EE.UU. no aplicará
presión. Si el gobierno de Obama no lo ha hecho, ningún gobierno
estadounidense lo hará. Y luego está Europa. La ministra de justicia
Livni dijo que en Europa el discurso se ha vuelto ideológico. Sabe de
qué habla. También dijo que un boicot europeo no se limitará a los
productos hechos en las colonias en Cisjordania.
No hay motivos para
que se limite. La distinción entre productos de la ocupación y productos
israelíes es una creación artificial. Los principales culpables no son
los colonos, sino los que fomentan su existencia. Todo Israel está
inmerso en la empresa de las colonias, por lo tanto todo Israel debe ser
responsable de ello y pagar el precio correspondiente. No hay nadie a
quien no afecte la ocupación, incluidos los que intentan mirar hacia
otro lado y tomar distancia de ella. Todos somos colonos.
El boicot
económico demostró su efectividad en Sudáfrica. Cuando la comunidad
empresarial del régimen del apartheid abordó a los dirigentes del país y
les dijo que las circunstancias existentntes no podían continuar, se
decidió el tema. El levantamiento, la estatura de líderes como Nelson
Mandela y Frederik de Klerk, el boicot de los deportes sudafricanos y el
aislamiento diplomático del país por supuesto también contribuyeron a
la caída del odioso régimen. Pero el tono fue impuesto por la comunidad
empresarial.
Y lo mismo puede suceder aquí. La economía de Israel
no resistirá un boicot. Es verdad que al principio reforzará el
victimismo, el aislamiento y el nacionalismo, pero no a largo plazo.
Podría dar lugar a importante cambio de actitud. Cuando la comunidad
empresarial aborde al gobierno, el gobierno escuchará y tal vez actúe.
Cuando el daño afecte al monedero de cada ciudadano, más israelíes se
preguntarán, tal vez por primera vez, cuál es el problema y por qué está
ocurriendo.
Es difícil y doloroso, casi más allá de lo
soportable, para un israelí que ha vivido toda su vida en este país, que
nunca lo ha boicoteado, que nunca se ha planteado emigrar y que se
siente conectado con esta tierra con todo su ser, llamar a un boicot
semejante. Nunca lo he hecho. He comprendido lo que motivó el boicot y
he podido suministrar la justificación de motivos semejantes. Pero nunca
he predicado que otros den ese paso paso. Sin embargo, cuando Israel se
lanza a otra vuelta de profunda estancación, tanto diplomática como
ideológica, el llamado a un boicot es necesario como el último refugio
de un patriota.
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