Derrocamiento del gobierno islamista,
preocupación por la decisión del Ejército, destitución del
presidente son los términos empleados por el gobierno de Washington
para referirse al Golpe de Estado en Egipto.
Marta Haserrea, de IA
Y es que después de cuatro días de conversaciones con el Ministro de Defensa Abdel Fatah Al-Sisi, como ellos mismos han reconocido, el término golpe de estado es algo muy feo para usarlo entre socios.
"Los mismos que dicen defender la
libertad y la democracia e invitaron a mi padre al diálogo por la
mañana son los que le han detenido por la tarde", denunció el
hijo de Saad Katatni, presidente del brazo político de los Hermanos Musulmanes, el Partido Libertad y Justicia (PLJ).
Marta Haserrea, de IA
Y es que después de cuatro días de conversaciones con el Ministro de Defensa Abdel Fatah Al-Sisi, como ellos mismos han reconocido, el término golpe de estado es algo muy feo para usarlo entre socios.
Se puede decir de muchas otras maneras,
pero cada una de ellas es la salvaguarda de la continuidad de los
1.300 millones de dólares que el gobierno estadounidense entrega
cada año al ejército egipcio.
Por un lado, es dinero para impulsar la
industria armamentística estadounidense pero por otro, también es
consecuencia del plan de paz cerrado en 1979 entre Israel y Egipto. Cambiar el término para referirse a
los hechos es una argucia relativamente sencilla, sobre todo cuando
el anuncio de la noticia es recibido con desesperado júbilo por un
pueblo estrangulado por la necesidad, la esperanza y la decepción
continua.
Mursi respondió en el último momento
antes de que expirara el ultimátum del ejército. A las 5 de la tarde, el presidente de
Egipto emitió un comunicado ofreciendo un Gobierno de unidad
nacional y la elección de un primer ministro de consenso hasta la
convocatoria de nuevas elecciones. Sin embargo, el golpe de estado,
que hasta entonces se había justificado por el mutismo del gobierno
ante las demandas populares, se lleva a cabo ya al descubierto y la
hoja de ruta pactada entre el ejército y los líderes de la
oposición, de la que tanto nos han hablado estos días con la
estrategia de difuminar el término golpe de estado, se incumple
antes de comenzar a ejecutarse. Los militares disuelven el
Parlamento, crean un consejo presidencial y suspenden la
Constitución.
El ejército asegura que iniciará un
proceso de transición de entre nueve y doce meses durante el cual se
redactará una nueva Constitución que será sometida a referéndum
antes de la celebración de nuevas elecciones y dice garantizar la
libertad de expresión y de reunión. Pero sobran los motivos para dudar de
estas intenciones, habida cuenta de que la composición del actual
gobierno interino participó en la dictadura de Mubarak durante 30
años de impunidad, tomó parte en los asesinatos y torturas a miles
de detractores en las protestas del 2011 y el propio Al-Sisi
reconoció que miembros del ejército habían sometido a la prueba de
virginidad a mujeres detenidas en marzo de ese año en la plaza
Tahrir de El Cairo. Es difícil creer que vayan a cumplir sus
promesas cuando en tan solo unas horas de control del país cerraron
tres cadenas de televisión y comenzaron con la detención de los
principales líderes islamistas, muchos de ellos se encuentran en
paradero desconocido.
Pero la represión y la amenaza de
ilegalización a la que están siendo sometidos ahora los Hermanos
Musulmanes no hará sino azuzar su victimismo y les abrirá la vía
para espiar sus faltas hasta el extremo de salir impolutos. Los Hermanos Musulmanes accedieron
democráticamente al poder pero no olvidemos nunca que ejercieron un
uso no democrático del mismo. Alegando su victoria en las urnas,
Mursi promovió un decreto que le daba poderes especiales por encima
del poder jurídico y aprobó una nueva Constitución que incluía la sharía como fuente del derecho.
Bajo su halo de propalestino y
antioccidental, Mohamed Mursi no tuvo ningún problema en contentar a
EEUU y a Israel con un fiel cumplimiento de los acuerdos de Camp
David. Siguiendo con la práctica intimidatoria del ejército en el
Sinaí, los Hermanos Musulmanes esgrimieron todo tipo de excusas para
cerrar el paso de Rafah cuando lo creyeron conveniente y ordenaron la
destrucción y el sellado de multitud de túneles, los túneles que
comunican Egipto con Gaza y que permiten que Gaza sobreviva al
bloqueo al que está sometida desde la victoria de Hamas en 2006.
La movilización en Egipto,
mayoritariamente socialista y laica, se ve atrapada en esta falsa
dicotomía, ya que ambas opciones, ejército o islamismo, son en
realidad representaciones del mismo régimen opresivo e injusto. A
Egipto sólo le queda por tanto abrir su propio camino.
De la misma forma que en el Estado
Español nos asfixia el bipartidismo al servicio de la troika y urge
la propuesta de una nueva alternativa articulada desde la ruptura con
el capital, la farsa de la transición y las instituciones que los
gestionan y defienden, Egipto debe abrir su camino de libertad y
justicia para que el resultado de sus próximas elecciones lo ponga
en el camino de la democracia social.
Para esto es imprescindible que la
clase trabajadora egipcia tome el timón político proponiendo una
sociedad alternativa a través de unas medidas de transición que
lleven a la República social. Los intentos del ejército de nombrar
a Al Baradei como primer ministro pretenden canalizar la presión
social hacia una democracia que sólo contemple como máximo una
serie de derechos civiles y sociales pero que nunca lesione los
intereses de la burguesía egipcia. El ejército -su cúpula y su
cadena de mando- ha dado el golpe de estado para preservar al país
de una potencial revolución social intentando mostrar al ejército
como el defensor de la democracia cuando su exclusiva intención es
ser el cortocircuito de la revolución social.
A pesar de las denuncias de
conspiración y de la indudable manipulación de la revolución
egipcia, lo cierto es que la movilización en Egipto, primero contra
Mubarak y luego contra Mursi, surgió de un modo natural y legítimo.
La ONU, EEUU y la UE siempre se han
sentido cómodos con los que hincan la rodilla al imperialismo, pero
el islamismo no consiguió el control del pueblo y fue entonces
cuando el Pentágono pensó que era mejor rentabilizar las revueltas
y garantizar su parte del pastel que perder el control de un enclave
geoestratégico.
El imperialismo occidental, que jamás
se ha avergonzado de caer en aparentes contradicciones por garantizar
sus intereses, no escatima en “considerar justificable” una
dictadura militar en Egipto pero tacha de terrorismo la dictadura
militar en Siria, régimen del que era aliado hasta hace escasos
días, cuando Al Asad aún era capaz de imponerse en todo el país.
El jueves por la tarde, sólo 24 horas
después del Golpe de Estado, los bulldozers egipcios comenzaron a
demoler los túneles. Nuevamente. Al parecer, los bulldozers llegaron
a Rafah días atrás protegidos por vehículos militares pero no
comenzaron la demolición hasta el jueves. El paso fronterizo lleva
varios días cerrado y, como es sabido, Israel no permite que
circulen todos los víveres necesarios a través de sus checkpoints
con Gaza. Según la población palestina y el
propio ministro de Sanidad, el combustible se acabará en pocos días.
Gaza afronta un futuro incierto.
El mundo mira estos días a Egipto,
desacertadamente más atónitos que preocupados, como si lo que está
ocurriendo no pudiera explicarse dentro del proceso histórico o como
si lo que ocurre en Egipto no influyera en nuestra propia política y
no fuera también consecuencia de ella. Hemos leído estos días
comentarios censuradores al pueblo egipcio como si la lucha por abrir
un proceso revolucionario fuera un camino liso y sin obstáculos,
como si pudiéramos hablar dando ejemplo desde el continente que
generó dos guerras mundiales en menos de 40 años, o desde un Estado
con las cunetas plagadas de fosas comunes y los nietos de los
verdugos que las llenaron dando lecciones de “democracia”.
No me cabe la menor duda de que el
pueblo egipcio tiene coraje y capacidad de llegar a la victoria.
Después de dos años, hemos vuelto al principio, pero un pueblo que
derroca a dos tiranos no ha dado un paso atrás.
Egipto, cuna milenaria de la
civilización, allí se dio la revolución neolítica cuando en
Europa estábamos aún en la prehistoria, es el actual embrión
geográfico de la ola de movilizaciones que cruza el planeta. Su
lucha es la nuestra.
El digno reclamo de “Pan, libertad y
justicia social” del pueblo es hoy más necesario que nunca. Para
Egipto, para occidente y para la esperanza del pueblo palestino.
Ni Mubarak, ni
Mursi, ni Al-Sisi. Palestina siempre pierde. Y sólo la revolución
que comenzó en sus vecinos árabes y que pelea por extenderse en el
viejo continente puede salvarla.
Madrid, 7 de
julio, 2013
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