sábado, 27 de julio de 2013

Túnez, de nuevo Egipto

Es duro ver cómo el país en el que vivo y que amo se dirige hacia el abismo...

Santiago Alba Rico, escritor y filósofo. En Cuarto Poder y Viento Sur.
Foto: Mohamed Brahmi, en agosto de 2012 durante una entrevista en una cadena de radio (Efe)

Es duro ver cómo el país en el que vivo y que amo se dirige hacia el abismo; y más duro aún contemplar el entusiasmo con el que mucha gente que respeto se arroja voluntariamente en él. Los asesinos ayer de Mohamed Brahmi, portavoz de un pequeño partido de izquierdas integrado en el Frente Popular, se mueven probablemente en una nebulosa oscura en la que se mezclan delincuentes, salafistas y conspiradores maquiavélicos. Nunca me atrevería a aventurar un culpable y es muy probable que, como en el caso de Chukri Belaid, se emborronen o se falseen las pistas y nunca desemboquemos en ninguna certeza. Lo que sorprende es la unanimidad y convicción con que la oposición se ha precipitado a acusar a Nahda y sus “milicias paralelas” de la ejecución del horrendo crimen. Esta “unanimidad y convicción” forma parte, a mi juicio, de los datos con los que trabajan, desde la sombra, todos aquellos que, desde hace dos años, buscan hacer descarrilar  la “transición democrática” tunecina y que ahora han encontrado, tras el éxito en Egipto, una nueva escenografía favorable.

No sabemos quién ha matado a Brahmi, pero demasiadas cosas encajan para no pensar en el caso egipcio. Recordemos algunas de ellas.

Tras el putch de Al-Sisi en El Cairo, la polarización en Túnez se había agravado mucho. La oposición, tanto de derechas como de izquierdas, había celebrado el golpe como “un segundo acto revolucionario” en el que debía inspirarse la oposición para cuestionar la “legitimidad” del gobierno de coalición y, más importante y más grave, de la Asamblea Constituyente. Una actividad febril de los partidos, junto a la creación de un Tamarrud tunecino, se correspondía, como en un espejo, con los temores del gobierno, que se sentía claramente interpelado por los acontecimientos en Egipto y que, al mismo tiempo que acusaba y amenazaba a Tamarrud y a los “conspiradores” de la oposición, aceleraba los trámites parlamentarios para la aprobación de la constitución y la convocatoria de elecciones. Cuando se produce el asesinato de Brahmi, Egipto obsesionaba a la opinión pública tunecina y “guiaba” los programas inmediatos de todas las fuerzas políticas. Muchos habíamos llamado ya la atención sobre los paralelismos de los dos procesos y sobre los peligros que desde Egipto se proyectaban sobre Túnez.

Al contrario que en Egipto, en Túnez hay un “núcleo duro” de legitimidad que es más difícil erosionar: la Asamblea Constituyente, reivindicación central de la segunda Qasba, no enteramente identificable con el gobierno. ¿Quién era Mohamed Brahmi? Era el máximo dirigente de un diminuto partido, Corriente Popular, escisión a su vez de la izquierda nasserista, pero era sobre todo diputado electo de la Asamblea. Es evidente que sus asesinos lo han elegido por esto. Y es evidente que han elegido muy bien el momento: con el borrador de la Constitución ya terminado, en plena discusión parlamentaria, cuando por fin  -¡tras dos años!- la Asamblea estaba a punto de terminar la misión para la que había sido elegida. Si a eso se añade que lo han matado el 25 de julio, fiesta nacional de la República, la reacción desencadenada era tan previsible como la “unanimidad” frente a Nahda. Tras el asesinato, las demandas de Tamarrud se han convertido en el programa común de todos las fuerzas de oposición y, entre ellas, la primera es la disolución de la Asamblea Constituyente, algunos de cuyos diputados -mientras escribimos estas líneas- han anunciado ya su dimisión. Junto a la huelga general convocada por el sindicato UGTT, la llamada a la “desobediencia civil” de Hama Hamami, portavoz del Frente Popular, y la nueva posición de Nejib Chebbi, líder del Al-Jumhuri (partido integrado en el derechista Nidé Tunis que hasta ahora se había desmarcado del “modelo egipcio”), una “sentada permanente” frente al palacio del Parlamento en el barrio del Bardo se perfila como nudo simbólico de un enfrentamiento que ha provocado ya, en las últimas horas, choques, cargas policiales y heridos en distintas ciudades del país.

Este programa común de la oposición -de izquierdas y de derechas- ha cristalizado en el comunicado que, apenas unas horas después del infame asesinato, han firmado casi treinta representantes de distintos partidos y organizaciones. En él, tras exigir la disolución de la Asamblea, la formación de un gobierno de Unidad Nacional y la redacción de la Constitución por un Consejo de Sabios, se hace una inquietante alusión a la policía y las fuerzas armadas, a las que se pide “que respeten la voluntad popular y protejan las pacíficas luchas del pueblo”. Todos los firmantes de este documento, es evidente, están pensando en Egipto. También, obviamente, la izquierda acuñada en el Frente Popular, al que pertenecía la víctima y que se siente con razón protagonista de la campaña antigubernamental. En una entrevista concedida a Giuliana Sgrena dos días antes del asesinato de Brahmi, la viuda de Chrukri Belaid, Basma Khalfaoui, no sólo celebraba la “segunda revolución” egipcia, negando que se tratase de un golpe de Estado, sino que elogiaba a Rachid Ammar, jefe del Estado Mayor tunecino cuya jubilación hace tres semanas fue acompañada de una declaración televisiva, entre amenazadora y electoralista, que muchos escuchamos con inquietud. Tras la muerte de Mohamed Brahmi, la declaración del general, junto a las peligrosas reflexiones de la -por lo demás- muy valiente e inteligente Basma Khalfaoui, se inscriben de manera natural en lo que se vislumbra como la nueva ecuación exitosa de la contrarrevolución: “legitimidad popular directa” más intervención del ejército. Ojalá me equivoque y las especificidades tunecinas acaben imponiéndose, pero mucho me temo que la balbuciente, precaria y tensa “transición democrática” tunecina, tan importante para toda la región, está a punto de acabar. Duele pensar en los hachazos que la izquierda está dando -entre la legitimidad del dolor y el atajo oportunista- para derribar el andamio.

Del otro lado, Nahda y sus compañeros de gobierno, que controlan muy poco el aparato del Estado, harían mal en creer que están a cubierto de la “democracia militar” egipcia o que la UE y los EEUU los van a proteger mejor que a los HHMM. La UE y EEUU negocian siempre con “vencedores” más que con amigos, y sus verdaderos amigos están en el seno de la oposición. Su interés en sostener el gobierno de Nahda, con el que han llegado a tantos acuerdos, terminará en el mismo momento en que un “golpe popular”, en el marco del derrumbe regional del modelo turco-qatarí, lleve al poder a sus verdaderos amigos: la derecha laica, única capaz -al parecer- de ofrecer verdadera “estabilidad”. Habrá que seguir con atención y la respiración suspendida lo que ocurra en los próximos dos o tres días, que serán decisivos.

Una pregunta para acabar. Pero, ¿por qué -por qué- matar siempre a un opositor de izquierdas? Porque -digámoslo así- “sale gratis”: con muy poco gasto se introducen grandes efectos. Y porque los que han matado a Brahmi, pensando en Egipto, saben lo que muchos izquierdistas prefieren ignorar: que la izquierda, que pone casi siempre las víctimas, tiene muy poco que ganar en todo esto.

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