jueves, 18 de septiembre de 2014

32 aniversario de las matanzas de Sabra y Shatila: la masacre olvidada

Hoy es el aniversario 32 de las masacres de Sabra y Shatila

Dossier recogido de Esquerra Anticapitalista
Sabra y Chatila eran dos campos de las Naciones Unidas para albergue de los refugiados palestinos, en los arrabales de la ciudad de Beirut, capital del Líbano. Estos dos campamentos -como resultado de la invasión militar israelí a el Líbano y de la posterior evacuación de las tropas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) convenida entre las partes, con la intervención de los Estados Unidos-, quedaron bajo control y jurisdicción del Ejército de Israel, el cual, moral y jurídicamente, era responsable y garante de la vida de los moradores de esos dos campamentos, de acuerdo con las Convenciones Internacionales respectivas.

Entre el 16 y 18 de septiembre de 1982, con el apoyo militar y la complicidad de Israel, las fuerzas de la Falange Libanesa masacraron a la población palestina en los campamentos de Sabra y Chatila. Hoy a 32 años de esta horrenda masacre, los responsables siguen gozando de la más absoluta impunidad, donde Israel, Estados Unidos y algunos países europeos, han hecho todo lo posible para proteger a los criminales y evitar que se haga justicia.

Las tropas israelíes, comandados por Ariel Sharon, el entonces Ministro de Guerra de Israel, y en coordinación con los paramilitares libaneses aliadas del estado sionista, planificaron y gestionaron el ingreso a los campamentos de estas milicias libanesas para que perpetraran una masacre contra una población compuesta principalmente de adolescentes, niños y mujeres. En esta masacre un numero indeterminado de refugiados palestinos (estimado entre 3.000 a 5.000), fueron cruelmente asesinados.

Esta masacre mereció la calificación de acto de genocidio por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas a través de su resolución 37/123.



Robert Fisk

Persisten los recuerdos, por supuesto. El hombre que perdió a su familia en un matanza anterior y luego vio cómo los jóvenes de Chatila eran formados después de la nueva masacre y los hacían marchar hacia la muerte. Pero –al igual que la mugre acumulada en el basurero, entre las casuchas–, la peste de la injusticia persiste en los campamentos donde 1.700 palestinos fueron ejecutados hace más de 30 años.

Nadie ha sido juzgado ni sentenciado por aquella carnicería, que hasta un escritor israelí comparó en ese tiempo con la matanza de yugoslavos por simpatizantes nazis en la Segunda Guerra Mundial. Sabra y Chatila son un monumento a los criminales que evadieron la justicia y salieron impunes.
Jaled Abú Noor era un adolescente que había dejado el campamento para ir a las montañas a adiestrarse en la milicia antes que los falangistas aliados de Israel entraran en Sabra y Chatila. ¿Siente culpa por ello, por no haberse quedado a luchar con los violadores y asesinos? “Lo que siento hoy es depresión”, comenta. “Exigimos justicia, procesos en tribunales internacionales… pero no hubo nada. Nadie fue declarado responsable, nadie compareció ante la justicia. Y por eso tuvimos que sufrir en la guerra de los campamentos de 1986 (a manos de libaneses chiítas), y por eso los israelíes pudieron dar muerte a tantos palestinos en la guerra de Gaza de 2008-2009. Si se hubiera juzgado a los asesinos de hace 30 años, esas otras matanzas no habrían ocurrido.”

No le falta razón. Mientras en Manhattan presidentes y primeros ministros han formado fila para llorar a los muertos en los crímenes de lesa humanidad de 2001 en el World Trade Center, ni un solo gobernante occidental se ha atrevido a visitar las frías y sucias fosas comunes de Sabra y Chatila, donde unos cuantos árboles zarrapastrosos dan sombra a las borrosas fotografías de los muertos. Tampoco, hay que decirlo, en esos 30 años un solo líder árabe se ha molestado en visitar la última morada de al menos 600 de las mil 700 víctimas. Los potentados árabes sangran en el corazón por los palestinos, pero un boleto de avión a Beirut sería demasiado para ellos en estos días… ¿y quién querría ofender a los israelíes o los estadunidenses?

Es una ironía –importante, a final de cuentas– que la única nación que realizó una investigación oficial seria, aunque fallida, sobre la masacre fue Israel. El ejército israelí envió a los asesinos a los campamentos y luego observó, sin hacer nada, mientras se cometía la atrocidad. Un teniente israelí llamado Avi Grabowsky dio la más reveladora evidencia de ello. La Comisión Kahan dictaminó que el entonces ministro de Defensa Ariel Sharon era personalmente responsable por haber enviado a los despiadados falangistas antipalestinos a los campamentos para “limpiarlos de terroristas”, los cuales resultaron tan inexistentes como las armas de destrucción masiva de Irak 21 años después.

Sharon perdió el cargo, pero más tarde llegó a primer ministro, hasta que fue víctima de un ataque al corazón al cual sobrevivió, pero lo privó del habla. Elie Hobeika, líder miliciano cristiano libanés que encabezó las matanzas –después de que Sharon dijo a los falangistas que los palestinos acababan de ejecutar a su líder, Bashir Gemayel–, fue asesinado años más tarde en Beirut oriental. Sus enemigos afirmaron que los sirios le dieron muerte, sus amigos culparon a los israelíes. Hobeika, quien se había “pasado” a los sirios, acababa de anunciar que “revelaría todo” sobre la atrocidad de Sabra y Chatila ante un tribunal belga que deseaba someter a juicio a Sharon.

Desde luego, quienes entramos en los campamentos en el tercer y último día de la masacre –el 18 de septiembre de 1982– tenemos nuestros propios recuerdos. Yo guardo en la mente la imagen de un hombre tirado en la calle principal, vestido con piyama y con su inocente bastón a su lado; la de dos mujeres y un niño baleados al lado de un caballo de muerto; la de una casa particular en la que me protegí de los asesinos con mi colega Loren Jenkins, del Washington Post, y donde encontramos una mujer que yacía en el patio a nuestro lado. Algunas de las mujeres fueron violadas antes de que las mataran. Los ejércitos de moscas, el hedor de la descomposición… uno se acuerda de esas cosas.

Abú Maher tiene 65 años –como Jaled Abú Noor, en un principio su familia huyó de sus hogares en Safad, en el Israel actual– y permaneció en el campamento durante la masacre. En un principio no daba crédito a los hombres y mujeres que lo apremiaban a huir de su casa. “Una vecina se puso a gritar; me asomé y vi cómo la mataban a tiros. Su hija echó a correr; los asesinos la persiguieron gritando ‘¡Mátenla, mátenla, no la dejen escapar!’ Ella me gritó, pero no pude hacer nada. Al final logró escapar.”

Viajes repetidos de vuelta al campamento, año tras año, han permitido construir una relación en asombroso detalle. Investigaciones de Karsten Tveit, de la radio noruega, y mías han demostrado que muchos hombres a quienes Abú Maher vio que se llevaban vivos después de la primera matanza fueron entregados de nuevo por los israelíes a los asesinos falangistas, quienes los tuvieron prisioneros unos días en Beirut oriental y después, al ver que no podían canjearlos por rehenes cristianos, los ejecutaron junto a las fosas comunes.

Se han presentado despiadados argumentos en pro del olvido. ¿Por qué recordar a unos cientos de palestinos asesinados cuando en Siria han perecido 25 mil personas en 19 meses? Partidarios de Israel y críticos del mundo musulmán me han escrito en años recientes acusándome de hacer continuas referencias a la masacre de Sabra y Chatila, como si mi testimonio presencial de esa atrocidad ya hubieran prescrito. Al comparar esos informes míos con mis relatos sobre la opresión turca, un lector me ha escrito su conclusión de que en este caso (Sabra y Chatila) soy parcial contra Israel, “con base sólo en el número desproporcionado de referencias que hace a esta atrocidad”.

Pero, ¿pueden hacerse demasiadas? La doctora Bayan al-Hout, viuda del ex embajador de la OLP en Beirut, ha escrito el recuento más autorizado y detallado de los crímenes de guerra de Sabra y Chatila –porque eso es lo que fueron– y concluye que en los años posteriores la gente temía recordar. “Luego, grupos internacionales comenzaron a hablar e investigar. Debemos recordar que todos somos responsables por lo que ocurrió. Y las víctimas aún llevan las cicatrices de esos sucesos –hasta los que no habían nacido las tienen– y necesitan amor.” En la conclusión de su libro, la doctora Al-Hout hace preguntas difíciles y de hecho peligrosas: “¿Fueron los perpetradores los únicos responsables? ¿Los que ejecutaron los crímenes fueron los únicos criminales? ¿O lo son quienes dieron las órdenes? ¿Quién en verdad es responsable?

En otras palabras, ¿acaso Líbano no tiene responsabilidad junto con los falangistas, Israel con su ejército, los árabes con su aliado estadunidense? La doctora al-Hout termina su investigación con una cita del rabino Abraham Heschel, quien tronó contra la guerra de Vietnam: “En una sociedad libre algunos son culpables, pero todos somos responsables”.

© The Independent 15/9/2012 / Traducción: Jorge Anaya


Rosemary Sayegh

La obscenidad de las matanzas, sus detalles de sadismo, el paisaje surrealista de cuerpos hinchados por el sol y edificios demolidos por excavadoras, todo esto contribuyó a bloquear las pruebas menos visibles de una cuidadosa planificación logística. Una vez que los periodistas consiguieron entrar en la zona donde se había producido la matanza, sus detalladas informaciones y fotografías provocaron primero horror, "naturalizando" después el episodio con los estereotipos ya conocidos sobre los árabes: "venganza", "odio", "brutalidad primaria". Las fotos de la matanza cobraron una extraña transhistoricidad al ser utilizadas una y otra vez por los medios occidentales, como si esos cuerpos retorcidos y abotargados nunca hubieran tenido vida.  Aunque los periodistas desplazados al lugar pronto encontraron pruebas de cooperación entre los israelíes presentes en el exterior del campo y las milicias libanesas que estaban dentro, y si bien escribieron sobre ello, la imagen que ha perdurado es la de una especie de desastre natural. Como puso de manifiesto un periodista norteamericano con el que visité la escena de la matanza, "en la guerra estas cosas pasan". Pero, claro está, estas cosas no pasan simplemente sino que son resultado de algo.

El horror de la matanza atrajo a medios de todo el mundo y fue motivo de reportajes que recibieron premios diversos por su meticulosa investigación. Pero ­como de costumbre- el interés de la prensa decayó rápidamente, y no se vio sostenido por campañas de información palestinas o árabes ni por acusaciones formales de crímenes de guerra. No hubo por parte árabe intentos oficiales de llevar a cabo un recuento del número de víctimas, ni de solicitar la creación de un tribunal de crímenes de guerra. Desde Damasco, Yasir Arafat acusó de mala fe al emisario norteamericano Habib, que había garantizado la seguridad de los civiles palestinos, pero en ningún lugar quedó tan llamativamente de manifiesto la ausencia de la OLP como en el de la masacre. Mientras que desde 1969 hasta aquel mismo momento, la OLP siempre había hecho acto de presencia para ayudar a la reconstrucción, atender a los heridos, honrar a los muertos e indemnizar a los supervivientes, esta vez, como consecuencia de la matanza, parecía totalmente impotente.
Chatila y los barrios de los alrededores ofrecían escenas de caos y desolación, llenos del olor de la muerte, de mujeres que lloraban y maldecían a los gobiernos árabes, de periodistas en busca de testigos, de cuerpos y brigadas de enterramiento (1). Las excavadoras, con letras hebreas perfectamente visibles, traídas para demoler las casas sobre los cuerpos, permanecían como testigos mudos. Entre las organizaciones que se dedicaron a enterrar a los muertos se encontraba la Cruz Roja Internacional y la libanesa, así como la Defensa Civil. El recuento de cadáveres varió en cada caso. Por lo que respecta a los enterramientos en masa, hubo muchos aparte de la enorme tumba colectiva situada en la encrucijada entre la calle Abu Hassan Salamremeh y el bulevar del aeropuerto, donde se impediría posteriormente a los palestinos levantar un monumento. El ejército libanés, que ha vuelto a instalarse en torno al campo, no permitió que la gente se acercara a otros enterramientos próximos a la embajada de Kuwait, el campo de golf y la Ciudad Deportiva (es posible que hubiera otro más cerca de Sidón). Muchas familias se llevaron los cadáveres de sus deudos para darles la debida sepultura y muchos supervivientes abandonaron la zona. Pero el mayor obstáculo para un recuento completo de las víctimas es que muchas personas, hombres sobre todo hombres, fueron trasladadas en camiones para no regresar jamás. En esas condiciones se hizo imposible llevar a cabo un recuento preciso de muertos y desaparecidos (2).

Entre las razones más importantes por las que el número total de víctimas nunca llegará conocerse se cuenta en primer lugar que ni los israelíes ni los libaneses tenían interés en elaborar un recuento preciso; en segundo, la matanza no concluyó el 18 de septiembre a las 10 de la mañana, como se cuenta la mayoría de las veces, sino que prosiguió de forma discontinua por todo Beirut oeste y por el sur con asesinatos y secuestros aislados, hasta que se quebró la dominación de las milicias cristianas en febrero de 1984. Este progrom fue obra de milicias antipalestinas que se movían libremente por zonas de las que se habían visto excluidas hasta 1982. De forma paralela, el ejército libanés (reestructurado para garantizar la dominación del Kata´eb) llevó a cabo una campaña de detenciones masivas de palestinos, hombres y mujeres, así como de deportaciones de extranjeros que trabajaban con los palestinos.

Un examen de la cobertura de la matanza por parte de Newsweek resulta revelador como ejemplo de la forma en que los medios occidentales destacaron sus aspectos más macabros, pero echando tierra sobre sus implicaciones políticas y legales. En el número correspondiente al 27 de septiembre (más de una semana después de que se transmitieran las noticias de la masacre por los teletipos de las agencias) aparecía Grace Kelly en la portada con un pequeño titular en una tira: "Masacre en Beirut". En páginas interiores se encontraba un artículo de dos páginas ilustrado con fotografías de los cadáveres, y una de un soldado israelí con el siguiente pie de foto: "un error espantoso". Al artículo sobre la matanza le seguía otro sobre el holocausto nazi. Se citaba a un funcionario israelí que afirmaba que "se nos debería conceder cierto crédito (por haber detenido la matanza), aunque fuera un poco tarde". En el siguiente número de Newsweek (del 4 de octubre) el editorial lleva por título "Israel atormentado: un momento para pensar"; un subtítulo establece el motivo conductor para que se recuerde en el futuro, "Cadáveres en Beirut, protestas en Israel. Mientras que el corresponsal sobre el terreno, Ray Wilkinson, realizó una excelente labor informativa (incluyendo pruebas de la cooperación entre las fuerzas israelíes y libanesas), los editoriales reconducen la atención hacia Israel con titulares como "El alma angustiada de Israel", haciendo que la masacre pase de ser un crimen a convertirse en un asunto interno israelí. Tras esto, Newsweek olvidó la masacre hasta el 6 de diciembre: "Israel: investigación sobre la matanza" (filtraciones de la Comisión Kahan que apuntan a Sharon); en el número del 3 de enero de 1983, una imagen de archivo de uno de los cadáveres de la masacre es elegida como una de las "Imágenes del 82", y el 21 de febrero ("Sharon paga los vidrios rotos") la portada muestra un retrato fotográfico de Sharon superpuesto sobre parte de la imagen de un cadáver. En páginas interiores se alaba el informe de la Comisión Kahan como "una descripción valiente y meticulosa del papel de Israel en la matanza de Beirut", lo cual se contrapone a "la indiferencia moral del Líbano". La preocupación moral de Israel queda bien ilustrada por su aceptación a la ligera de las cifras de la matanza de "unos 700 o más".

Investigaciones oficiales y oficiosas

Tan necesarios como las excavadoras para enterrar los cadáveres resultaron las investigaciones oficiales para echar tierra sobre la matanza misma, relegándola a la historia, y asegurándose de que sus responsables no fueron puestos a disposición de la justicia. Hubo dos investigaciones oficiales, una israelí y otra libanesa. Creada a regañadientes por Begin (que había tomado parte él mismo en la matanza de Deir Yassin en 1948), el principal objetivo de la Comisión Kahan consistió en pacificar a los israelíes escandalizados por la matanza, así como en impresionar a la opinión pública norteamericana. Dejó a salvo a Begin imputando a Sharon, a quien juzgó culpable de "responsabilidad indirecta" por negligencia. Sin embargo, el Informe Kahan se quedó corto al no acusar a Sharon de introducir deliberadamente a las fuerzas libanesas en los campos con el fin de que llevaran a cabo una matanza, y no puso en cuestión la veracidad de la afirmación de Sharon de que habían quedado "2.000 terroristas" en el campo. No investigó las relaciones previas entre el ejército israelí y quienes perpetraron la matanza, algunos de los cuales habían recibido entrenamiento en Israel. También alentó la política libanesa de Israel singularizando la culpa de la Falange libanesa y exonerando a las milicias de Haddad, pese a que existían testigos oculares y pruebas periodísticas de que los haddadistas habían estado presentes. Por ende, algunas de las pruebas presentadas a la Comisión fueron declaradas "secretas" (Apéndice B), y siguen siéndolo a fecha de hoy. Según Newsweek (21 de febrero de 1983), se pensaba que el anexo de 10 páginas contenía detalles sobre las relaciones de Israel con el Kata´eb, y acaso también las notas del Mossad sobre un encuentro entre Sharon, Amin y Pierre Gemayel celebrado el día antes de que comenzara la matanza (15 de septiembre). Tal vez un problema más básico del informe sea que al centrarse en el episodio de Sabra y Chatila, lo cual tenía por objeto "concluir" obligando a Sharon a dimitir, la Comisión Kahan desvió la atención de la invasión de 1982 en su conjunto, lo que no sólo carecía de justificación sino que incluía crímenes de guerra como el bombardeo de refugios civiles, la utilización de armas prohibidas y la tortura de los detenidos. Los hallazgos de la Comisión Kahan respondían asimismo por tanto a las necesidades de la política norteamericana: cerrar un "lamentable episodio".

El fiscal militar Assad Germanos fue puesto a cargo de la investigación oficial libanesa. El 5 de enero de 1983, la prensa libanesa informó de que Germanos había realizado dos o tres visitas a Sabra y Chatila y que se esperaba que su informe estuviera listo para marzo o abril (3). En agosto de 1983 la agencia de noticias del Kata´eb, al-Markazieh afirmó que el informe "exoneraba al Kata´eb de toda participación y que no habría procesamientos" (4). El informe Germanos jamás se publicó. Dada la identidad de los autores de las masacres, no era predecible otro resultado.

Además de las mencionadas, hubo dos investigaciones internacionales independientes, la Comisión Internacional de Investigación (International Commission of Enquiry) y la Comisión Nórdica, organizada por el Palestinafronten y EAFORD. Ambas celebraron sus sesiones en Oslo a fines de 1982 (5). El informe de la CII difería del de la Comisión Kahan en algunos aspectos cruciales. Analizaba lo sucedido durante la guerra, y no sólo las masacres de Sabra y Chatila, y estimaba que justificaba un tribunal de crímenes de guerra que siguiera las líneas maestras del de Nuremberg.  Subrayaba la responsabilidad de Israel, de acuerdo con las convenciones de Ginebra, como "potencia ocupante" que controlaba por completo la zona en la que se produjeron las masacres, y señalaba las lagunas de las alegaciones israelíes sobre la ausencia de complicidad, presentando pruebas de la presencia de israelíes dentro de la zona de los campos (6). También confirmaba la condición abrumadoramente civil de los residentes de la zona en vísperas de la masacre y concluía con acusaciones contra Israel de intencionalidad, ayuda y control. Otra investigación, menos conocida, fue la de la Comisión Nórdica, cuyo informe incluye testimonios de testigos oculares. A diferencia del informe de la Comisión Kahan, que recibió tantas alabanzas de la prensa norteamericana y se reprodujo en el New York Times, los informes de la CII y la Comisión Nórdica apenas si fueron recogidos por los medios de información occidentales. Ninguna de estas dos investigaciones independientes sirvió de base para un tribunal de crímenes de guerra al estilo del de La Haya, aun cuando los crímenes de guerra israelíes en el Libano sobrepasaran con diferencia cualquiera de las actuales acusaciones contra Milosevic.

La reconstrucción de Amnon Kapeliouk de los tres días de la matanza y los dos días siguientes es un "visto y no visto" destinado a una rápida publicación, pero resulta valiosa por venir de un periodista destacado sobre el terreno que estuvo en contacto tanto con las Fuerzas de Defensa israelíes como con supervivientes del campo. Su relato confirma lo que también asevera Ray Wilkinson, reportero de Newsweek: que hubo soldados que dieron cuenta de haber informado a sus superiores de que se estaba produciendo una matanza ya desde el jueves, el día en que comenzaron las muertes. El libro de Kapeliouk apareció en hebreo, francés e inglés y tuvo buenas críticas (7). Sigue siendo posiblemente el relato más leído sobre la matanza.

Investigaciones palestinas

Casi ignoradas por el resto del mundo quedaron tres investigaciones palestinas. Aunque llevadas a cabo por activistas e investigadores ligados al movimiento nacional, no fueron convocadas ni financiadas por la OLP. La primera de la que tuve noticia, poco después de la matanza, en el curso de mis visitas a Chatila, la realizaban miembros locales de la Unión General de Mujeres Palestinas. Lo sucedido en este caso ejemplifica los obstáculos que hubieron de afrontar los palestinos entre septiembre de 1982 y febrero de 1984 para poder realizar cualquier tipo de trabajo organizado. Los voluntarios que rellenaban formularios se vieron a menudo interrumpidos e interrogados por el ejército. Con el tiempo, otras tareas urgentes como distribuir ayuda a quienes carecían de hogar se hicieron prioritarias por encima del registro de víctimas de la matanza. Los documentos recogidos se destruyeron finalmente, bien en la Batalla de los Campos (que comenzó en mayo de 1985), bien cuando el ejército arroló los archivos del GUPW por las calles durante uno de sus registros en Fakhany. Ninguno de los que contribuyeron a esta labor conserva en la actualidad documento alguno.

Entre las instituciones nacionales que sobrevivieron a la marcha de los combatientes de la OLP se encontraba el Centro de Investigación Palestino, saqueado por las FDI durante su invasión de Beirut occidental. Su director, Jaber Suleiman, puso manos a la obra para restaurar el conjunto de archivos saqueados por las FDI. Otro investigador presente en el CIP en aquella época se dedicó a reclutar a colegas y vecinos de Chatila para llevar a cabo una investigación de la matanza. Su objetivo consistía en reconstruir exactamente lo sucedido a través de relatos de testigos oculares, y calcular el número de muertos y desaparecidos. Entrevistaron a más de 120 testigos antes de verse obligados a interrumpir su labor por la explosión que se produjo en el Centro de Investigación el 5 de febrero de 1983. Tras su destrucción, la mayoría de los empleados del CIP fueron detenidos y deportados. Hay distintas versiones sobre lo que sucedió con los documentos. Hay quien dice que quedaron destruidos durante la explosión, quien afirma que el ejército se los llevó en camiones y quien cuenta que Jiryis consiguió poner a salvo algunos, llevándoselos con él a un nuevo exilio.

Los iniciadores de investigación sobre la matanza elaborada por el CIP llegaron a publicar sus resultados preliminares en dos números de Shu’oon Filastiniyyeh (números 132/133, de 1988, y 138, de 1983. En el primero de éstos, los investigadores incluyeron diecinueve testimonios breves de testigos oculares. No se daba el nombre completo, aunque sí la edad, ocupación y residencia. Partiendo de sus respuestas, da la impresión de que estos investigadores se preocuparon sobre todo de establecer la identidad de los autores de las matanzas, por medio de sus uniformes, insignias o acentos. La evidencia proporcionado por los testigos oculares corrobora las crónicas de los periodistas según las cuales los hombres de Haddad participaron en la masacre. Varios testigos sostuvieron que podían encontrarse "judíos" (es decir, israelíes) entre los atacantes. Una mujer, por ejemplo, afirmó: "Me di cuenta... por su mal acento árabe". Otra describió a un comandante que hablaba con los soldados (atacantes): "Su árabe era muy limitado. Era rubio y alto, israelí". Testimonios similares se los escuché a supervivientes de la masacre al iniciar mi trabajo de campo en Chatila (octubre de 1982). Vale la pena hacer notar que ninguna de las demás investigaciones ­israelíes, libanesas, o internacionales- registró declaraciones de testigos del lugar.

De especial interés resulta el relato escrito en inglés por un palestino de Chatila que estuvo presente durante la matanza y que trató de resistir a los atacantes junto a un puñado de camaradas (8). Sus declaraciones transmiten el horror desde dentro, de no saber lo que estaba sucediendo, los esfuerzos por llevar a los heridos al hospital, el dolor por los amigos muertos, el rescate ­casi demasiado tarde- de su propia familia. En un episodio surrealista, un oficial israelí se dirigió a los hombres concentrados en el Estadio Deportivo, una vez acabada la masacre, a fin de comunicarles que los israelíes habían llegado "para impedir cualquier matanza". Los testigos oculares afirmaron que los hombres señalados por un delator encapuchado fueron apartados y no ha vuelto a saberse de ellos.

Otra investigación fue la dirigida por la profesora Bayan al-Hot, junto a un equipo de trabajadores de campo, que comenzó a finales de 1982. En 1985, la Dra. Bayan suspendió la publicación de su trabajo, pendiente de verificar el análisis de los datos. Su impresión es que su investigación tuvo éxito en lo que se refiere a contabilizar la mayoría de los muertos, aunque no todos los desaparecidos.

El destino de los supervivientes

Al visitar Chatila después de la matanza me impresionó la energía con la que la gente sobre todo las mujeres- reconstruían sus hogares antes de la llegada del invierno. Se inscribió a los niños en el colegio y se trasladó a los heridos y enfermos para que pudieran recibir tratamiento. Los colegios y las clínicas trabajaban a toda velocidad para recobrar la normalidad. Umm Nabil, una de las supervivientes a las que conocí en ese primer invierno, se dedicaba a reconstruir su casa con sus propias manos, mientras sus tres niños pequeños dormitaban en un carricoche. Su vivienda se encontraba en uno de los caminos principales utilizados por los agresores para entrar en la zona del campo. Se habían marchado a primera hora del jueves debido al bombardeo, pero el marido de Umm Nabil regresó para recoger la leche en polvo del pequeño Nabil, de dos meses. Posteriormente encontraron su cuerpo entre las fauces de las tenazas de una excavadora. En la primavera de 1983, su casa reconstruida fue demolida con excavadoras por una unidad del ejército libanés, y Umm Nabil se vio obligada a mudarse a un edificio que la OLP había construido como escuela. Allí sigue todavía.

Beit Atfal al-Summood, fundado en su origen por la Unión de Mujeres para atender a los huérfanos de Tal al-Za´ter, se encargó de los huérfanos de estas matanzas, después de su regreso a Beirut en 1984. Beit Atfal no es un orfanato al estilo occidental y desde 1984 ha evolucionado hasta convertirse en una ONG de múltiples actividades, entre las cuales se encuentra la asistencia a los huérfanos y a sus familias naturales, incluyendo formas de patrocinio, visitas y ayudas a la educación y formación. Rebautizado con el nombre de Institución Nacional para la Atención Social y la Formación Vocacional, ha ayudado a criar a 17 huérfanos de la matanza. No se trata desde luego de un registro completo. Llevaría tiempo y recursos hallar a todos los niños a quienes los periodistas o el personal médico encontraron sin padres después de la masacre. Así, por ejemplo, Ray Wilkinson, del Newsweek, encontró a un niño de 11 años, Milad Farouk, cuyo padre, madre y hermano habían sido asesinados. Jack Relden, reportero de la UPI, relató a la Comisión MacBride el hallazgo de una niña de 13 años que fue la única superviviente de su familia (9). Durante el invierno de 1982, tomé fotos de un niño de unos ocho años que empujaba una carretilla cargada de contenedores de agua. La gente me decía que había perdido a sus padres y se ganaba así la vida para ayudar a sus hermanos más pequeños. ¿Qué ha pasado con estos niños supervivientes? No hay una respuesta inmediata.

El 8 de marzo de 2001, el canal de televisión Al-Jazira emitió el episodio sobre la matanza que forma parte de su actual serie sobre la guerra civil libanesa, mostrando una larga entrevista con Suad Srour y su hermano Maher. Suad fue a la vez víctima y superviviente de la matanza, y se ha hecho célebre gracias a su presencia en foros como el Tribunal de Mujeres (Beirut, 1996) y la Conferencia de Beijing, a pesar de estar semiparalizada a causa de cinco balazos, uno de cuyos proyectiles se encuentra todavía alojado en su columna. Su padre, tres hermanos y dos hermanas fueron muertos a tiros al mismo tiempo que ella; sólo quedan vivos su madre, su hermano y su hermana. La historia de la rehabilitación de Suad y de sus actividades como miembro de una cooperativa de discapacitados revelan un valor y una resistencia asombrosos, sobre todo teniendo en cuenta que fue violada por las fuerzas libanesas en uno de sus puestos de control, mientras era transportada en una ambulancia de la Media Luna Roja para ser tratada en el extranjero. No ha habido ningún olvido gradual para esta familia que se ha visto recientemente obligada a regresar a la casa del Horsh en la que se produjo la matanza. Suad reconoce que le hace falta atención psiquiátrica, así como píldoras para poder dormir, y que deberían extraerle la bala de la columna vertebral.

Entre el campo de Chatila y el Bulevar del Aeropuerto, el Horsh (el bosque) es una zona en la que los palestinos y libaneses desplazados por los combates en el sur ha construido casas de "okupas". El Horsh fue uno de los centros de la carnicería. Hasta hace bien poco se impedía volver allí a los palestinos, puesto que la zona está dominada políticamente por el movimiento de Amal.

Los palestinos obligados a regresar a falta de otra vivienda se sienten amenazados por sus vecinos y recurren a veces a la "protección" siria. Entre las víctimas de la matanza del Horsh encontré a Samiha Hijazi. En la masacre perdió a su hija recién casada y a su yerno. Viuda, pasada la cincuentena, con las dos piernas terriblemente hinchadas como consecuencia de heridas de metralla durante la guerra de 1975-76, Samiha se ve obligada a trabajar como limpiadora para ganarse la vida en un colegio no muy próximo. De nacionalidad libanesa, su familia rompió con ella al casarse con un palestino.
Durante la Batalla de los Campos, los milicianos de Amal descargaron su furia contra ella matando a su único hijo. El apartamento en el que vive no es de su propiedad y cuando regrese su propietario tendrá que buscarse otro lugar para vivir.

Estos tres son sólo algunos de los cientos de supervivientes de la matanza, muchos de los cuales viven todavía en los barrios del sur de Beirut deficientemente dotados de servicios. No se ha creado ningún comité que pueda representar a gente como Umm Nabil, Suad o Samiha, o que presione en favor de indemnizaciones. Si Suad fuera bosnia, tendría alguna esperanza de que sus agresores comparecieran ante el Tribunal de la Haya, pero hasta ahora ni la Autoridad Palestina ni el Estado libanés parecen dispuestos a embarcarse en ese rumbo. Por ende, las vidas de la gente de Chatila se ven todavía más empobrecidas e inseguras de lo que eran en 1982. Visitar la zona hoy en día supone verse sorprendido por la total ausencia de mejoras. Por el contrario, lo que se encuentra es una comunidad agobiada por el paro, un hábitat degradado, unos servicios en decadencia y un futuro desconocido, es decir, una matanza por otros medios.

¿Qué pasó con los agresores?

Las memorias de Robert Hatem, apodado "Cobra", guardaespaldas del comandante Elie Hobeika de las fuerzas libanesas, ni son honestas ni son historia (10). Su intento de exonerar a Sharon de su culpabilidad en las matanzas apunta al grupo de presión israelí o libanés en Washington como posibles iniciadores. La Asociación para un Libano Libre coopera estrechamente con Israel, y el libro de Hatem concluye con un llamamiento a los cristianos libaneses para que se alineen junto a Israel en contra de Siria.  Aunque dista de ser "un relato verídico" de la matanza, el libro de Hatem contiene ciertos detalles que no eran ampliamente conocidos con anterioridad como, por ejemplo, los nombres de los dirigentes de algunas de las unidades asesinas: Joseph Asmar, Michel Zouein, George Melco, Maroun Mashaalani. También da los nombres de los dirigentes de las fuerzas libanesas que "llegaron para inspeccionar la carnicería: Fadi Frem, Fuad Abi Nader (ambos se convirtieron posteriormente en comandantes de las fuerzas libanesas), Steve Nakkour, Elie Hobeika. Se cita a Hobeika como autor de la orden: "Exterminio total... arrasad los campos". Se menciona a Sharon comunicando a los jefes de las unidades que no debe haber ataques contra los civiles. Y se omite hablar de la milicia de Haddad, otra señal de la influencia de Israel.

Lo que resulta interesantísimo en el libro de Hatem es la descripción que proporciona de las luchas internas y la fractura de las fuerzas libanesas tras la muerte de Bashir Gemayel, así como los sórdidos tratos y latrocinio gracias a los cuales hubo quienes ­ sobre todo, Elie Hobeika- se hicieron inmensamente ricos. Hatem da algunas pistas sobre la actual situación de los combatientes de a pie de las fuerzas libanesas cuando declara "Siento... tener que sacar a colación detalles tan sórdidos, pero debo hacer justicia a los milicianos que nunca exigieron ninguna retribución ni miramientos. (Hoy) viven en la pobreza y el temor..." Se queja de que hombres como él se ven obligados a subsistir con 400 dólares al mes y viven con el constante temor de ser detenidos. Al transferir su lealtad de Israel a Siria, Hobeika traicionó a la comunidad cristiana y a patriotas honrados como él. Hatem concluye su libro apremiando a los libaneses a que cambien esa elección.

La desilusión cristiana respecto a las milicias antecedió por supuesto a las revelaciones de Hatem, y se remonta a las contiendas y asesinatos de los ochenta. Fue entonces cuando las milicias comenzaron a quedar desacreditadas en su propia tierra como una "mafia", como traficantes de drogas, en lugar de héroes. Hoy nadie quiere saber nada de ellos ni admite tampoco haberlos conocido. Probablemente, muchos han seguido el camino de Hatem al exilio. Si los sitios en la red de las fuerzas libaneses elaborados en Washington y Detroit valen de muestra, hay muchos que viven en los Estados Unidos. En el Líbano de hoy nadie se jactaría de haber participado en la masacre, como hicieron en aquel entonces varios milicianos ante los periodistas extranjeros. A los cristianos libaneses no les gusta que les recuerden la existencia de un episodio tan digno de descrédito, ni tampoco que los combatientes cristianos fueron sus primeros ejecutores.

Por supuesto, el mismo Hobeika sigue todavía en escena. Desde el final de la guerra civil libanesa ha sido ministro de tres gobiernos, una vez con Omar Karameh y dos con Hariri, y responsable sucesivamente de Asuntos Sociales, Recursos Eléctricos e Hidráulicos y Personas Desplazadas. Sin embargo, no consiguió ser elegido en las últimas elecciones parlamentarias y no ocupa ningún puesto en el actual gobierno. Cierto "Middle East Intelligence Bulletin" colocado en Internet por el US Committee for a Free Lebanon advierte que el año pasado (febrero de 2000) el fiscal del Estado, Addoum, ha reabierto el sumario del asesinato de 1984 contra el Dr. Saalim al-Hoss, en el que se cree que Hobeika estuvo implicado. Hasta ahora no ha habido avances en este caso, pero careciendo de una base de apoyo real es posible que sus días de poder estén llegando a su fin.

Ni justicia ni indemnizaciones

Hay que preguntarse, en conclusión, por qué los autores de una de las matanzas más brutales del siglo XX nunca han sido llevados a juicio. O por qué los parientes de las víctimas no han podido encontrar justicia ni han recibido compensación alguna. Hay que admitir que ninguna entidad oficial árabe ­la OLP, los gobiernos árabes, las asociaciones de derechos humanos árabes- ha dado pasos legales en esa dirección, pero una razón de más peso es que la OLP nunca ha trabajado en serio sobre los aspectos legales de la cuestión palestina y tenía escasos conocimientos de derecho internacional.  Hasta las numerosas víctimas libanesas fueron ignoradas por el gobierno de Amin Gemayel, lo que no resulta sorprendente, dado su tinte sectario. A los gobiernos árabes les preocupaba solamente seguir iniciativas ilusorias de los EE.UU. como el "Plan Reagan". Los grupos de derechos humanos de aquella época estaban todavía en su infancia. Otro factor crucial es que los medios de información árabes estaban en 1982 mucho menos desarrollados que hoy en día, y su cobertura de la matanza no fue lo bastante sólida como para ejercer una presión pública sobre los gobiernos para que éstos actuaran. No obstante, lo que en última instancia hizo imposible que se organizara un tribunal de crímenes de guerra como el de Nuremberg fue la jerarquía del orden internacional. Sin el respaldo de un Estado fuerte, llamamientos como el de la Comisión Internacional Independiente cayeron en saco roto. Los gobiernos del bloque oriental y los abogados progresistas hicieron campaña para arrojar luz sobre la masacre pero ningún gobierno occidental fue más allá de la condena y el olvido.

Los lugareños no olvidaron a sus víctimas. 40 días después de la matanza tuvo lugar una marcha, principalmente de mujeres, hasta el más conocido de los enterramientos masivos. El ejército libanés las acosó, deteniendo a varias de sus dirigentes. También hubo intentos de limpiar y vallar la zona, y el fotógrafo japonés Riyuchi Hirowaki diseñó un monumento destinado a honrar a las víctimas. Pero el emplazamiento de los enterramientos masivos queda en el Horsh, lejos del campo de Chatila, de modo que durante muchos años, las marchas conmemorativas tuvieron que limitarse a los confines del campo. Sin embargo, en 1988 hubo una procesión con velas, y en septiembre pasado tuvo lugar una gran marcha en la que participaron varios partidos libaneses y una importante delegación italiana. Hay planes para crear un memorial permanente en este lugar. Como nos recuerda la campaña armenia para el reconocimiento de su holocausto, los crímenes de guerra nunca quedarán enterrados del todo mientras un "pueblo" viva.

Notes/Notas:
(1) Benny Morris, The Righteous Victims. (New York: Knopf, 1999), p. 540. Morris does not give a source for the ’Bikfaya agreement’ which suggests that he had access to Mossad records.
(2) There are many excellent descriptions, e.g. Jean Genet, "Four Hours in Shatila," The Journal of Palestine Studies, vol. XXII (3), Spring 1983; and Robert Fisk in Pity the Nation (London: Deutsch, 1990).
(3) An article in Shu’oon Filastiniyyeh "Sabra and Shatila Massacres: The Results of the Research" (Arabic) lists approximate totals give by the International Red Cross (around 1,000); Israeli Intelligence (700 to 800); Arafat (3,200). The international Commission of Enquiry’s estimate was 2,750.
(4) Chronology, Journal of Palestine Studies, no. 47, Spring 1983, p. 151.
(5) Tabitha Petran, The Struggle Over Lebanon. (New York: Monthly Review Press, 1987), p. 289.
(6) Sean MacBride et. al Israel in Lebanon (London: Ithaca Press, 1983); EAFORD, Witness of War Crimes in Lebanon: Testimony Given to the Nordic Comission (London: Ithaca Press, 1983). (NB: EAFORD stands for the International Commission for the Elimination of All Forms of Racial Discrimination.)
(7) These included IDF food rations, the ID tag of IDF sergeant Benny Chaim, a pass written in Hebrew allowing a doctor to transit the area, the Israeli bulldozers, and the use of IDF units to prevent residents leaving: see Israel in Lebanon, p. 177-18.
(8) Amnon Kapeliouk, Sabra et Chatila: Enquete sur un massacre (Paris: Seuil, 1982).
(9) Zakaria al-Shaikh, "Sabra and Shatila 1982: Resisting the Massacre," Journal of Palestine Studies, vol. XIV (1), Fall 1984.
(10) Israel in Lebanon, Appendix V: Selected Testimony.
(11) Robert Hatem, From Israel to Damascus (Pride Publications, US), banned in Lebanon but available on the internet.
Publicado en la revista Al-Majdal, 15 de marzo de 2001. (Traducción para CSCAweb de Pablo Carbajosa)




En septiembre de 1982, en medio de la guerra civil del Líbano, la milicia falangista libanesa asesinó a miles de refugiados palestinos, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, en los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila en Beirut. Ambos lugares se encontraban bajo la supervisión del Ministro de Defensa israelí y comandante de la operación, Ariel Sharon. Sobrevivientes y testigos relatan tres días de horror y treinta años de dolor.

Um Chawki: "Contaré lo que vi a mis hijos y a mis nietos"

Perdió a diecisiete miembros de su familia, incluidos su marido y su hijo de doce años. Desalojada de su casa por los falangistas, afirma que les acompañaban tres soldados israelíes. Su vivienda estaba en el barrio de Bir Hassán. Les obligaron a trasladarse al campamento de refugiados de Chatila. Separada de los hombres, les hicieron caminar por la carretera hasta la ciudad deportiva.
A los lados, había otras mujeres que lloraban y chillaban mientras contaban que habían matado a todos los hombres. Al atardecer, Um logró huir con sus hijas. Los soldados israelíes les permitieron abandonar el perímetro. Actuaban de forma arbitraria, facilitando el paso a unos y negándoselo a otros.
Dejó a sus hijas en la escuela de un barrio cercano y regresó a Chatila de madrugada. Acompañada de otra mujer, que había perdido a toda su familia, se aproximaron al barrio de Orsal, donde se amontonaban los cadáveres.
Estaban irreconocibles. Tenían la cara deformada, estaban hinchados... Vi 28 cadáveres de una misma familia libanesa, dos de los cuales eran de dos mujeres con el vientre destripado... Intenté localizar las ropas de mi hijo y de mi marido. Busqué durante todo el día. Volví al día siguiente... No reconocí a ningún cadáver de la gente de Bir Hassán”.
Nunca halló los restos de su marido y su hijo. En su ausencia, una de sus hijas fue violada por un grupo de falangistas en retirada. “Pienso en lo que sucedió día y noche. He criado sola a mis hijos... Me vi obligada a mendigar. No lo olvidaré nunca. Quiero vengar todo lo ocurrido. Mi corazón está de luto. Es negro, como el color de mi vestido. Contaré lo que vi a mis hijos y a mis nietos”.

Siham Balqis: "Arrastrarse y morir"
Siham Balqis, residente del campamento Shatila, tenía 26 años cuando ocurrió la masacre. "Escuchamos disparos la noche del jueves, pero esto, no nos sorprendió, era la guerra y esto era un sonido habitual para nosotros", dijo a Al Jazeera. Vivía en el campamento de Shatila, al final de los dos campamentos. Recuerda que los milicianos comenzaron en el campamento de Sabra, avanzando hacia el norte. "No nos alcanzaron hasta el día sábado por la mañana."
A las 7 AM, ella fue enfrentada por tres falangistas y un soldado israelí que les ordenaron salir de su casa.
"Uno de los libaneses se lanzó hacia mí para atacarme, pero el israelí lo paró, como para demostrar que él era mejor que ellos", recordó.
Por la conmoción generada, una vecina libanesa se dirigió a los combatientes, diciendo que ella había escuchado que estaban matando gente. Los combatientes desestimaron sus comentarios, por lo que les pidió ayudar a los palestinos que fueron llevados al Hospital Gaza, que se encontraba al final del campamento de Sabra.
Después de preguntar por la ubicación del hospital, los combatientes rodearon el lugar, especialmente a unas 200 personas que se encontraban dentro del centro asistencial.
Una vez allí, ordenaron a los médicos y enfermeras a salir del edificio, la mayoría de ellos eran extranjeros o libaneses.
"Recuerdo que había un joven palestino de apellido Salem, de unos 20 años, que se puso un traje de médico para tratar de escapar", dijo Balqis. "Los milicianos libaneses lo atraparon, al descubrir que era palestino, le llenaron el cuerpo de balas."
A continuación, los combatientes separaron el grupo, dejando a las mujeres a un lado y a los hombres en el otro.
"Ellos escogían a los hombres al azar y los hacían arrastrarse por el suelo. Ellos asumían que el que se arrastraba bien, era debido a algún tipo de entrenamiento militar, por lo que los trasladaban a un banco de arena y los asesinaban."
Los combatientes libaneses tomaron aquellos que no habían muerto y los obligaron a marchar sobre los cadáveres esparcidos por las calles hacia un gran estadio deportivo que se ubicaba en las afueras del campamento.
"Nos hicieron caminar sobre los cuerpos de los muertos, y entre las bombas de racimo", dijo Balqis. "En un momento pasé por un tanque, donde el cuerpo de un bebé de sólo pocos días de edad se encontraba aplastado y pegado a las orugas (ruedas del tanque)."
En el estadio, se encontraban los israelíes dirigiendo las acciones.
"Fue aquí donde los israelíes llevaron a mi hermano Salah, que tenía 30 años de edad, para ser interrogado", dijo.
Dentro del estadio los hombres fueron interrogados, torturados y asesinados. Pocos fueron capaces de salir con vida. Los israelíes los amenazaban, diciéndoles: "Si usted no coopera con nosotros, lo entregaremos a los falangistas".

Abú Maher: "¡Mátenla, mátenla, no la dejen escapar!"
Su familia huyó de sus hogares en Safad, en el Israel actual y permaneció en el campamento durante la masacre. En un principio no daba crédito a los hombres y mujeres que lo apremiaban a huir de su casa. “Una vecina se puso a gritar; me asomé y vi cómo la mataban a tiros. Su hija echó a correr; los asesinos la persiguieron gritando ‘¡Mátenla, mátenla, no la dejen escapar!’ Ella me gritó, pero no pude hacer nada. Al final logró escapar.”

Wadha Sabeq: "Cubierto de sangre"
Wadha Sabeq, de 33 años de edad en aquel momento, se encontraba viviendo en Bir Hassan, un barrio predominantemente libanes a las afueras de los campamentos.
"El día viernes por la mañana, nuestros vecinos nos dijeron que teníamos que presentar nuestras identificaciones impresas en la embajada de Kuwait", ubicada fuera de acceso al campamento de Sabra, dijo a Al Jazeera. "Así que nos fuimos."
Ella llevó a sus ocho hijos, que tenían entre 3 a 19 años de edad.
Cuando pasaron por Shatila, fueron detenidos por los falangistas. "Nos llevaron con otros y separaron a los hombres de las mujeres." Los combatientes se llevaron a 15 hombres de su familia, incluyendo a su hijo Mohammad, de 19 años de edad, a su hijo Alí de 15 años de edad, y a su hermano de 30 años.
"Alinearon los hombres contra la pared, y se les dijo a las mujeres que tenían que trasladarse al estadio. Nos ordenaron caminar en una sola fila, y no mirar ni a la izquierda ni a la derecha." Combatientes falangistas caminaron junto a ellos para asegurarse del cumplimiento de las instrucciones.
Esa fue la última vez que vio a su familia.
Una vez en el estadio, esperaron. "Todavía no sabíamos lo que estaba pasando, pensábamos que querían revisar nuestros documentos de identidad", dijo.
Después de pasar todo el día en el estadio, los israelíes los enviaron a casa.
La mañana siguiente Sabeq regresó al estadio para preguntar acerca de los hombres.
"Una mujer se acercó hasta el estadio gritando, diciéndonos que teníamos que ir al campamento a reconocer los cuerpos", dijo.
Corrieron hasta el campamento, y al ver los cuerpos esparcidos por el suelo, Sabeq se desmayó. "No se podía ver las caras de los cuerpos, estaban cubiertos de sangre y desfigurados", dijo. "Sólo se podía identificar a la gente por la ropa que llevaban puesta”.
"No podía encontrar a mis hijos, ninguno de mi familia", dijo Sabeq. "Fuimos a la Media Luna Roja, a los hospitales, todos los días, para preguntar por ellos. Nadie tenía respuestas."
"Nunca encontramos sus cuerpos", dijo, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

Jaled Abú Noor: "Lo que siento hoy es depresión"
Era un adolescente que había dejado el campamento para ir a las montañas a adiestrarse en la milicia antes que los falangistas aliados de Israel entraran en Sabra y Chatila. ¿Siente culpa por ello, por no haberse quedado a luchar con los violadores y asesinos? “Lo que siento hoy es depresión”, comenta.
Exigimos justicia, procesos en tribunales internacionales… pero no hubo nada. Nadie fue declarado responsable, nadie compareció ante la justicia. Y por eso tuvimos que sufrir en la guerra de los campamentos de 1986 (a manos de libaneses chiítas), y por eso los israelíes pudieron dar muerte a tantos palestinos en la guerra de Gaza de 2008-2009. Si se hubiera juzgado a los asesinos de hace 30 años, esas otras matanzas no habrían ocurrido.”

Jameel Khalifa: "Nadie nos cree"
Jameel Khalifa tenía 16 años de edad recién cumplidos cuando ocurrió la masacre.
"El sábado por la mañana, vimos [a los combatientes] bajar por el banco de arena y dirigirse hacia las casas", dijo a Al Jazeera. "Vimos los tanques llegando, con soldados israelíes y combatientes libaneses, algunos vestidos de civil, algunos con máscaras."
A medida que los combatientes comenzaron a golpear las puertas de entrada de las casas, la mayor parte de su familia escapó por la parte trasera a la vivienda vecina. Al oír las órdenes de los soldados que no nos iban a disparar si nos rendíamos, una mujer de edad avanzada destrozó un pañuelo blanco, repartiendo tiras a cada uno de ellos para poder agitar la tela de color blanco y así impedir que los militares disparasen.
"Mi papá me llevaba, me decía que no saliera del refugio, pero le dije que debíamos," recordó ella.
Las mujeres salieron primero del refugio.
Cuando su madre salió de la vivienda, un combatiente libanés la empujó en el estómago con su Kalashnikov. "Te voy a matar, hija de ……"
Un soldado israelí observaba de cerca y le dijo en hebreo que la dejara.
"Mi padre estaba saliendo del refugio detrás de mi madre. Al salir, fue asesinado de un tiro en la cabeza por un soldado israelí", dijo Khalifa.
Como todo el mundo, el grupo se vio obligado por los combatientes a desplazarse. En el camino, Khalifa y algunos otros niños lograron escapar por un callejón hacia una mezquita situada al interior del campamento.
"Nos encontramos con un grupo de gente mayor que se estaba sentada afuera de la mezquita, y les dijimos que los israelíes habían llegado y estaban matando a la gente. No nos creyeron, nos llamaron mentirosos, y nos dijeron que los dejáramos en paz", dijo.
Khalifa, finalmente llegó al Hospital Gaza, donde tuvo la oportunidad de reunirse con su familia. Viendo como la gente alrededor de ellos fueron ejecutados, el grupo consiguió escapar a través de los muchos pequeños callejones y pasajes que componen el campamento.
"Estábamos muy asustados al salir porque habíamos visto como a otros que trataban de huir, fueron asesinados por los francotiradores", recordó Khalifa.
Se las arreglaron para salir del campamento y se refugiaron en una escuela en el barrio libanés de Cornich el Mazraa. Sólo regresaron al campamento, una vez que recibieron la noticia que la masacre había terminado.
"Volvimos a ver cadáveres descuartizados ya que los falangistas y los israelíes habían colocados minas debajo de ellos y los habían hecho explotar", dijo.
"Recuerdo el olor. Era tan fuerte, y se mantuvo durante una semana, a pesar de que rociaron el campamento para deshacerse del mal olor."

Amina Sakaa: "Querían que viéramos lo que estaba ocurriendo"
"Nos obligaron a estar de pie sobre los cadáveres de nuestros propios vecinos. Mi hermana quiso tapar mis ojos, pero un soldado se lo prohibió porque querían que viéramos lo que estaba ocurriendo».

Sana Mahmoud Sersawi: "Ni mi marido ni el marido de mi hermana volvieron nunca"
Los israelíes que estaban apostados enfrente de la embajada de Kuwait y en la estación de servicio de Rihab a la entrada de Chatila pidieron por medio de los altavoces que fuéramos hacia ellos. Así es como nos encontramos en sus manos. Nos llevaron a la Cité Sportiff e hicieron andar a los hombres detrás de nosotras. Pero les quitaron las camisetas y empezaron a vendarles los ojos. Los israelíes interrogaron a los jóvenes y la Falange entregó a aproximadamente 200 personas más a los israelíes. Y así es como ni mi marido ni el marido de mi hermana volvieron nunca”.

Munir: "Si alguien de vosotros está herido lo llevaremos al hospital"
“Los asesinos llegaron a la puerta del refugio y empezaron a gritar que saliera todo el mundo fuera. Pusieron contra la pared que había fuera a los hombres que encontraron dentro. Inmediatamente fueron ametrallados”. Mientras Munir miraba, los asesinos se fueron para matar a otros grupos y volvieron de pronto y abrieron fuego contra todo el mundo, y todos cayeron al suelo.
Munir se quedó tumbado sin moverse y sin saber si su madre y sus hermanas estaban muertas. Entonces oyó a los asesinos gritar: "Si alguien de vosotros está herido lo llevaremos al hospital. No os preocupéis, levantaos y veréis”. Unas pocas personas trataron de levantarse o gimieron, e instantáneamente les dispararon en la cabeza.

Robert Fisk, periodista: "El hedor de la descomposición"
Desde luego, quienes entramos en los campamentos en el tercer y último día de la masacre –el 18 de septiembre de 1982– tenemos nuestros propios recuerdos. Yo guardo en la mente la imagen de un hombre tirado en la calle principal, vestido con piyama y con su inocente bastón a su lado; la de dos mujeres y un niño baleados al lado de un caballo de muerto; la de una casa particular en la que me protegí de los asesinos con mi colega Loren Jenkins, del Washington Post, y donde encontramos una mujer que yacía en el patio a nuestro lado. Algunas de las mujeres fueron violadas antes de que las mataran. Los ejércitos de moscas, el hedor de la descomposición… uno se acuerda de esas cosas.

David Lamb, periodista: "Las madres morían aferradas a sus bebés"
Fueron asesinadas familias enteras. Se ponía contra la pared a grupos de 10 a 20 personas y las acribillaban a balazos. Las madres morían aferradas a sus bebés. Parecía que a todos los hombres les habían disparado por la espalda. Cinco jóvenes en edad de combatir fueron atados a un camión y arrastrados por las calles del campo antes de que los mataran a tiros”.

Ignacio Cembrero, periodista: "Cuerpos amontonados de decenas de mujeres y niños".
No sé muy bien por qué, pero entramos en Chatila por su lado más terrible. De sopetón el olor del aire cambió. El hedor era insoportable. Ahí, a mi derecha, yacían los cuerpos amontonados de decenas de mujeres y niños, muchos de ellos bebés, tirados en el suelo. Les habían matado disparándoles o acribillados a navajazos. Antes de morir las madres habían intentado salvar a sus hijos. De ahí que algunos bebés estuviesen sepultados bajo el cuerpo de su progenitora o incrustados entre sus pechos como para que no pudiesen ver el horror.
Acabábamos de descubrir la matanza de Sabra y Chatila, la mayor de civiles palestinos desde que empezó el conflicto árabe-israelí. Eran las nueve de la mañana del sábado 18 de septiembre de 1982 y ya hacía calor en esos campamentos de refugiados en los suburbios meridionales de Beirut. Pero a esa hora aún ignorábamos la magnitud de lo que, 30 años después, se sigue recordando con pesar e ira en el mundo árabe.
Nos topamos con el horror nada más franquear la entrada de Chatila. Estaban allí los cadáveres de los palestinos descomponiéndose bajo un sol de justicia y nubes de moscas. Recuerdo que conté más de 60 cadáveres aunque el número total de muertos rondaría finalmente los dos mil, según las estimaciones más fidedignas. Eran casi todas mujeres algunas, las más jóvenes, con las faldas levantadas o desnudas de cintura para abajo porque probablemente habían sido violadas.

Fançoise Demulder, reportera gráfica.
Logró que un miliciano tolerara su presencia. Contempló sobrecogida cómo mataba a mujeres, niños y ancianos, sin titubear ni experimentar remordimientos. Oculta bajo un pasamontañas, tal vez deseaba que circularan testimonios gráficos del horror desatado. De repente, aparece una anciana palestina con un pañuelo en la cabeza y los brazos extendidos, suplicando clemencia mientras su marido huye con sus nietos sobre un fondo de casas incendiadas. La fotografía obtuvo el premio World Press Photo, convirtiendo a Demulder en la primera mujer que obtenía ese galardón.
Jean Genet, escritor: "He visto lo que (el ejército israelí) hizo."
Las masacres no se perpetraron en silencio y en la oscuridad. Alumbrados por los cohetes luminosos israelíes, los oídos israelíes estaban, desde el jueves por la tarde, a la escucha en Chatila. Qué fiestas, qué juergas han tenido lugar allí donde la muerte parecía participar de la bacanal de los soldados ebrios de vino, ebrios de odio, y sin duda ebrios de alborozo por complacer al ejército israelí, que escuchaba, miraba, animaba, reprendía. No he visto al ejército israelí escuchando y mirando. He visto lo que hizo.
Hay que saber que Chatila y Sabra son kilómetros y kilómetros de callejuelas estrechas, las callejuelas son tan angostas, tan esqueléticas que dos personas no pueden avanzar a no ser que uno de ellos se ponga de perfil, obstruidas por escombros, bloques, ladrillos, harapos multicolores y sucios, y por la noche, bajo la luz de los cohetes israelíes que alumbraban el campamento, quince o veinte francotiradores, aun bien armados, no hubieran logrado hacer esta carnicería.
Los asesinos participaron en gran número y probablemente también escuadras de verdugos que abrían cabezas, tullían muslos, cortaban brazos, manos y dedos, arrastraban, trabados con una cuerda, a gente agonizando, hombres y mujeres que vivían aún porque la sangre ha chorreado abundantemente de sus cuerpos, hasta el punto de que no he podido saber quién, en el pasillo de una casa, había dejado ese riachuelo de sangre seca, desde el fondo del pasillo donde estaba el charco hasta el umbral donde se perdía en el polvo.

Genet escribió el libro "Cuatro Horas en Chatila" PDF, 43 Páginas.

Menahem Begin, Primer Ministro de Israel en 1982, ante el Parlamente israelí:
"En Chatila, en Sabra, unos no-judíos han masacrado a unos no-judíos, ¿en qué nos concierne eso a nosotros?"

FONTS/FUENTES:
Recuerdos de Sabra y Chatila, la mayor matanza de civiles palestinos, Ignacio Cembrero.
Survivors recount Sabra-Shatila massacre, Nour Samaha, Aljazeera (En Inglés)
The forgotten massacre, Robert Fisk
Seven Day Horror, Rosemary Sayegh (En Inglés)
“They shot my father in the head”, interview with survivor of Sabra and Shatila massacre, Electronic Intifada
"We did not have one good day since the massacre", Electronic Intifada
The Palestinians in Lebanon: Remembering the Sabra-Shatila Massacre, Zeina Azzam
A Lesson on Hope on the 30th Anniversary of the Sabra-Shatila Massacre, Dr Ang Swee Chai
Remembering the Sabra-Shatila massacre, Habib Battah
DOCUMENTS/DOCUMENTOS:
The Sabra and Shatila Massacres Eye-Witness Reports, documento PDF en inglés con 24 páginas de destimonios de testigos y víctimas, recuperados por el Institute for Palestine Studies.
Jean Genet reporte testimonial "Cuatro Horas en Chatila" PDF, 43 Páginas.
+ INFO:
Nuevo aniversario de la masacre de Sabra y Chatila. Crónica y vídeo sobre los campamentos de refugiados palestinos en el Líbano, en especial Sabra y Chatila.

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