Túnez, la cuna de las revueltas en el mundo árabe, acoge desde hoy y
hasta el sábado la celebración del Foro Social Mundial (FSM), el
encuentro internacional más importante de movimientos y organizaciones
sociales.
Esther Vivas, periodista, activista y participante en el FSM en Túnez. En Público
Y no es casualidad. Los promotores del FSM escogieron dicho país como referente de la Primavera árabe, que dio lugar a la emergencia de nuevos movimientos de contestación no sólo en el norte de África y Oriente Medio sino que "contaminó", también, el Sur de Europa, especialmente con los indignados en el Estado español, hasta el movimiento occupier en Estados Unidos.
Un nuevo ciclo de protesta que golpeó con fuerza la escena internacional, marcada por la crisis sistémica, y, en particular, los países de la periferia de la Unión Europea sujetos a unas duras medidas de ajuste, recortes y endeudamiento. La Primavera árabe fue un aliento de aire fresco en la larga noche de la crisis, que permitió recuperar la confianza en la acción colectiva, en el "nosotros". En enero del 2011, Ben Alí, presidente de Túnez, abandonaba el país por la presión de la calle. Un mes más tarde, febrero del 2011, se repetía la historia, Hosni Mubarak, presidente de Egipto, renunciaba y dimitía de su cargo forzado por la movilización social. El mundo árabe, tantas veces estigmatizado desde Occidente, nos daba una lección de democracia.
Ahora, el Foro Social Mundial visita, dos años después, el epicentro de dichas revueltas. Y encuentra unos procesos políticos de cambio abiertos, inestables, caóticos. En Túnez, el asesinato, no casual, en febrero pasado, de Chokri Belaïd, abogado, militante marxista y uno de los líderes del Frente Popular, que aglutina a distintas organizaciones de izquierdas que reivindican, precisamente, en su programa, no sólo más democracia sino más justicia social, marcó un punto de inflexión. El primer asesinato político de la joven democracia tunecina, que representó un duro golpe para su sociedad y que dio lugar a nuevas movilizaciones contra el auge de la violencia en el país.
Tanto en Túnez como Egipto, los procesos revolucionarios que emergieron siguen abiertos, aunque con un resultado incierto. Las conquistas democráticas son frágiles y aún limitadas y todavía no se han logrado cambios económicos relevantes. Un pulso abierto se libra entre los partidarios de dar por terminada la revolución y quienes la quieren profundizar y llevar hasta sus últimas consecuencias. Los jóvenes y los activistas de izquierdas, día a día, muestran que no están dispuestos a que su revolución les sea confiscada ni por los vestigios del antiguo régimen ni por los islamistas llegados al poder.
Más allá del debate sobre la situación de la Primavera Árabe, a la que se dedicaran todos los seminarios y actividades del 2º día del Foro Social Mundial, otros temas tendrán particular centralidad. La lucha feminista, por ejemplo, con la asamblea de mujeres, justo antes de empezar el FSM, y que, lógicamente, dedicará una parte de la misma a analizar y compartir el importante papel de las mujeres en las revueltas árabes. Como tan bien ha retratado Leil-Zahra en su serie documental Words of Women from the Egyptian Revolution. Asimismo, el movimiento internacional por la justicia climática organizará un interesante Espacio Clima, en el seno del FSM, para discutir acerca de qué estrategias de futuro, convergencias y perspectivas de un tema clave en el mañana del planeta y la humanidad.
Desde que el Foro Social Mundial organizó su primera edición, allá en un lejano enero del 2001, coincidiendo con la celebración del Foro Económico Mundial de Davos, y como contrapunto al mismo, mucho ha llovido. El FSM nació al calor del movimiento antiglobailzación, más tarde convertido en movimiento antiguerra, y como punto de encuentro de una nueva resistencia global contra los artífices de la globalización neoliberal. Después de unos primeros años, donde jugó un papel importante en el mapa de la protesta, perdió centralidad política, a pesar de los altos índices de participación en todas sus ediciones y fue apagándose a medida que lo hacía el período antiglobalización. El contexto había cambiado y, también, su razón de ser.
Hoy con la apertura de un nuevo ciclo de protesta, tras la emergencia de la Primavera árabe y los movimientos de indignados y occupiers, el Foro Social Mundial, se percibe, en parte, más como un instrumento del pasado que del presente y futuro. Y su existencia señala, a la vez, una de las principales debilidades de los nuevos movimientos de protesta aparecidos en el marco de la crisis sistémica: su frágil coordinación internacional. Éstos tienen el reto de crear nuevos espacios de articulación a escala mundial que permitan avanzar en la lucha común y el intercambio de experiencias. La ofensiva de las políticas de recortes, en cada uno de los países, es tan intensa y requiere de tal movilización, que actúa como un fuerte polo de atracción que debilita, en consecuencia, la coordinación hacia afuera. A pesar de que estos nuevos movimientos se han sentido partícipes de una marea global que avanzaba desde el Norte de África pasando por la periferia Europea hasta llegar a Estados Unidos, la coordinación de dichos actores, a pesar de la convocatoria de jornadas de acción global y algunos encuentros puntuales, ha sido más bien débil.
En la actualidad, el eje de la movilización no se encuentra ya en América Latina, donde, precisamente, nació el FSM, sino en el mundo árabe y en una vieja Europa tercermundizada tan golpeada por la crisis como efervescente en protestas. El reto ahora consiste en aprender de esas luchas, que en un pasado no tan lejano, emergieron contra la deuda, los desahucios, las privatizaciones... en los países del Sur. Y avanzar hacia una imprescindible coordinación de las resistencias, a la altura de la organización implacable del capital.
Esther Vivas, periodista, activista y participante en el FSM en Túnez. En Público
Y no es casualidad. Los promotores del FSM escogieron dicho país como referente de la Primavera árabe, que dio lugar a la emergencia de nuevos movimientos de contestación no sólo en el norte de África y Oriente Medio sino que "contaminó", también, el Sur de Europa, especialmente con los indignados en el Estado español, hasta el movimiento occupier en Estados Unidos.
Un nuevo ciclo de protesta que golpeó con fuerza la escena internacional, marcada por la crisis sistémica, y, en particular, los países de la periferia de la Unión Europea sujetos a unas duras medidas de ajuste, recortes y endeudamiento. La Primavera árabe fue un aliento de aire fresco en la larga noche de la crisis, que permitió recuperar la confianza en la acción colectiva, en el "nosotros". En enero del 2011, Ben Alí, presidente de Túnez, abandonaba el país por la presión de la calle. Un mes más tarde, febrero del 2011, se repetía la historia, Hosni Mubarak, presidente de Egipto, renunciaba y dimitía de su cargo forzado por la movilización social. El mundo árabe, tantas veces estigmatizado desde Occidente, nos daba una lección de democracia.
Ahora, el Foro Social Mundial visita, dos años después, el epicentro de dichas revueltas. Y encuentra unos procesos políticos de cambio abiertos, inestables, caóticos. En Túnez, el asesinato, no casual, en febrero pasado, de Chokri Belaïd, abogado, militante marxista y uno de los líderes del Frente Popular, que aglutina a distintas organizaciones de izquierdas que reivindican, precisamente, en su programa, no sólo más democracia sino más justicia social, marcó un punto de inflexión. El primer asesinato político de la joven democracia tunecina, que representó un duro golpe para su sociedad y que dio lugar a nuevas movilizaciones contra el auge de la violencia en el país.
Tanto en Túnez como Egipto, los procesos revolucionarios que emergieron siguen abiertos, aunque con un resultado incierto. Las conquistas democráticas son frágiles y aún limitadas y todavía no se han logrado cambios económicos relevantes. Un pulso abierto se libra entre los partidarios de dar por terminada la revolución y quienes la quieren profundizar y llevar hasta sus últimas consecuencias. Los jóvenes y los activistas de izquierdas, día a día, muestran que no están dispuestos a que su revolución les sea confiscada ni por los vestigios del antiguo régimen ni por los islamistas llegados al poder.
Más allá del debate sobre la situación de la Primavera Árabe, a la que se dedicaran todos los seminarios y actividades del 2º día del Foro Social Mundial, otros temas tendrán particular centralidad. La lucha feminista, por ejemplo, con la asamblea de mujeres, justo antes de empezar el FSM, y que, lógicamente, dedicará una parte de la misma a analizar y compartir el importante papel de las mujeres en las revueltas árabes. Como tan bien ha retratado Leil-Zahra en su serie documental Words of Women from the Egyptian Revolution. Asimismo, el movimiento internacional por la justicia climática organizará un interesante Espacio Clima, en el seno del FSM, para discutir acerca de qué estrategias de futuro, convergencias y perspectivas de un tema clave en el mañana del planeta y la humanidad.
Desde que el Foro Social Mundial organizó su primera edición, allá en un lejano enero del 2001, coincidiendo con la celebración del Foro Económico Mundial de Davos, y como contrapunto al mismo, mucho ha llovido. El FSM nació al calor del movimiento antiglobailzación, más tarde convertido en movimiento antiguerra, y como punto de encuentro de una nueva resistencia global contra los artífices de la globalización neoliberal. Después de unos primeros años, donde jugó un papel importante en el mapa de la protesta, perdió centralidad política, a pesar de los altos índices de participación en todas sus ediciones y fue apagándose a medida que lo hacía el período antiglobalización. El contexto había cambiado y, también, su razón de ser.
Hoy con la apertura de un nuevo ciclo de protesta, tras la emergencia de la Primavera árabe y los movimientos de indignados y occupiers, el Foro Social Mundial, se percibe, en parte, más como un instrumento del pasado que del presente y futuro. Y su existencia señala, a la vez, una de las principales debilidades de los nuevos movimientos de protesta aparecidos en el marco de la crisis sistémica: su frágil coordinación internacional. Éstos tienen el reto de crear nuevos espacios de articulación a escala mundial que permitan avanzar en la lucha común y el intercambio de experiencias. La ofensiva de las políticas de recortes, en cada uno de los países, es tan intensa y requiere de tal movilización, que actúa como un fuerte polo de atracción que debilita, en consecuencia, la coordinación hacia afuera. A pesar de que estos nuevos movimientos se han sentido partícipes de una marea global que avanzaba desde el Norte de África pasando por la periferia Europea hasta llegar a Estados Unidos, la coordinación de dichos actores, a pesar de la convocatoria de jornadas de acción global y algunos encuentros puntuales, ha sido más bien débil.
En la actualidad, el eje de la movilización no se encuentra ya en América Latina, donde, precisamente, nació el FSM, sino en el mundo árabe y en una vieja Europa tercermundizada tan golpeada por la crisis como efervescente en protestas. El reto ahora consiste en aprender de esas luchas, que en un pasado no tan lejano, emergieron contra la deuda, los desahucios, las privatizaciones... en los países del Sur. Y avanzar hacia una imprescindible coordinación de las resistencias, a la altura de la organización implacable del capital.
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