Publicado en Protection Palestine y New York Daily News . Traducción: Faustino Eguberri para Viento Sur
En numerosos reportajes de la prensa sobre el reciente foro celebrado en la universidad de Brooklyn sobre el movimiento de boicot, desinversiones y sanciones contra Israel, BDS ha sido objeto de difamaciones implacables y de acusaciones sin fundamento.
Fue una nueva e implacable campaña con el objetivo de demonizar y ahogar toda crítica a Israel. Tras las intimidaciones en el Congreso, centradas en el tema de Israel, contra el candidato a Secretario de Defensa, Chuck Hagel, se ha visto una nueva prueba del ascenso de un nuevo maccarthysmo, que utiliza el seguidismo incondicional a Israel como una puesta a prueba de la lealtad.
En efecto, las voces palestinas, entre ellas la mía, han sido suprimidas en toda la cobertura mediática de la polémica en la universidad de Brooklyn, cuando son las que mejor pueden explicar porqué los palestinos se han lanzado a esta lucha no violenta, fundada en los derechos, y cómo ésta se ha inspirado en los movimientos antiapartheid sudafricano y de los derechos civiles en los Estados Unidos.
A pesar de la campaña de intimidación emprendida contra ella, la universidad de Brooklyn –con el apoyo de las voces por las libertades civiles y de influyentes voces liberales–ha hecho respetar la libertad universitaria y ha permitido que se desarrollara la iniciativa BDS, el 7 de febrero.
El alcalde Bloomberg ha comparado indirectamente las tentativas de los políticos que querían imponer su agenda a la universidad con los déspotas de Corea del Norte. Por una jugada del destino, en un sondeo de la BBC de 2012, Israel aparece clasificado en el tercer lugar de los países con una influencia nefasta en el mundo, en competición con Corea del Norte. Como muchos reconocen hoy, BDS ha jugado un papel considerable en la denuncia de la política israelí, engendrando por consiguiente esta erosión regular de la posición internacional de Israel.
El llamamiento BDS fue lanzado el 9 de julio de 2005, por una alianza de más de 170 organizaciones palestinas: partidos políticos, sindicatos, redes de refugiados, ONGs y asociaciones populares. Pidieron a las organizaciones de la sociedad civil internacional y a las personas con conciencia “imponer amplios boicots y poner en marcha iniciativas de desinversiones contra Israel semejantes a las que fueron aplicadas en Africa del Sur en la época del apartheid”.
En particular BDS demanda el final de la ocupación por Israel de los territorios palestinos y de otros territorios árabes ocupados desde 1967; el final de lo que el propio Departamento de Estado de los Estados Unidos critica como “una discriminación institucional, legal y social” de Israel contra sus ciudadanos palestinos; y el derecho de los refugiados palestinos a volver a sus hogares y sus tierras de donde fueron desplazados por la fuerza.
Nuestros adversarios dicen que “odiamos a los judíos”. Eso es una mentira, y una calumnia. BDS defiende la igualdad de derechos para todos y se opone sistemáticamente a todas las formas de racismo, entre ellas el antisemitismo. En realidad, numerosos judíos, militantes progresistas, intelectuales, estudiantes, feministas y otros, participan y a veces dirigen campañas BDS en los países occidentales. El impacto creciente de los partidarios israelíes de BDS ha llevado a la Knesset (parlamento israelí ndt) a votar una ley antiboicot draconiana, que prohíbe el apoyo a todo boicot contra Israel o sus instituciones cómplices.
Decir que el llamamiento al boicot a Israel es antisemita es una declaración ella misma antisemita, pues reduce a todos los judíos a un monolito que equivale absolutamente al estado de Israel, enteramente representado por Israel y que soporta la responsabilidad colectiva de la política de Israel.
Si boicotear es “retirarse… de una cooperación con un sistema maléfico” como nos enseña Martin Luther King Jr, BDS llama fundamentalmente a todos los ciudadanos estadounidenses que aman la paz a cumplir con su obligación moral profunda, desistiendo de toda complicidad con el sistema de opresión de Israel contra el pueblo palestino, sistema que toma la forma de una ocupación, de una colonización y de un apartheid. Vistos los miles de millones de dólares prodigados por los Estados Unidos a Israel cada año, los contribuyentes estadounidenses, en realidad, subvencionan las violaciones de Israel de los derechos humanos.
Sacando partido del aumento de su influencia mundial, el movimiento BDS se extiende a través de los Estados Unidos, particularmente en los campus universitarios y las iglesias. Las campañas de varios millones de dólares del ministerio de asuntos exteriores de Israel en contra del BDS, “mejorando su imagen” mediante el arte, las ciencias e incluso utilizando con cinismo los derechos de los LGBT (de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales) para “pinkwasher” (ocultar) la negación de Israel de los derechos fundamentales palestinos, esas campañas, no han logrado frenar esta marea en ascenso.
Pero mientras no aumenten la presión internacional y la exigencia de responsabilidades, Israel continuará, con total impunidad, su bloqueo brutal e ilícito contra Gaza; su construcción salvaje de las colonias y del muro ilegales en Cisjordania ocupada; su estrategia de “judeización” de Jerusalén, de Galilea, y del valle del Jordán y del Naqab (desierto del Neguev), la adopción de nuevas leyes racistas y su negación de los derechos de los refugiados.
Israel y sus lobbies intentan a menudo deslegitimar la búsqueda palestina de la igualdad diciendo que el acento no violento del BDS por la igualdad de derechos y el derecho al retorno tienen por objetivo “destruir Israel”. Si la igualdad y la justicia pueden destruir Israel, entonces ¿qué es Israel? ¿han destruido Africa del Sur la igualdad y la justicia? ¿y Alabama?
Igual que la primera edición de maccarthysmo fue vencida por la labor diligente y creativa de abnegados defensores de la libertad y de los derechos humanos, este nuevo maccarthysmo conocerá la misma suerte.
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