lunes, 18 de marzo de 2013

La inaudita obsesión escatológica del soldado israelí

El ejército israelí riega con aguas fecales viviendas palestinas.
Jean-Pierre Perrin recopila, en un artículo del diario Libération del 25 de junio de 2009, una lista de «humillaciones» sufridas por el cuerpo diplomático francés a manos de los soldados israelíes y en particular este crimen de lesa bandera totalmente inmundo.

Nidal (Loubnan ya Loubnan).
Traducción del francés: Daniel Gil para Info Gaia. Internacionalista y Anticapitalista. 
Pero el incidente más chocante es la ocupación del domicilio del agente consular francés Majdi Chakkoura, en Gaza, durante el ataque israelí de enero. En su ausencia, los soldados israelíes asolaron completamente el lugar —a pesar de que se había informado al ejército israelí—, robaron una gran suma de dinero, las joyas de su esposa, su ordenador, y destruyeron la tesis en la que trabajaba. Y mancharon de excrementos la bandera francesa.

El silencio total del gobierno francés sobre este asunto debe ser evidentemente comparado al delirio mediático organizado por el mismo gobierno, un año después, a raíz de una fotografía que mostraba a un joven limpiándose el trasero con la bandera.


Pero sobre todo, esa última frase ha hecho resurgir recuerdos de charlas con un amigo libanés. Contándome (ya se sabe, los árabes son quejicas) innumerables violencias israelíes durante la invasión de 1982, mi amigo me habló de la propensión de los soldados del estado hebreo a hacer sus necesidades un poco por todas partes. Dentro de la larga cadena de robos, asesinatos, saqueos, etc., esta historia de defecación me pareció que se debía a esa tendencia tan mediterránea a la exageración novelesca.

Pero con el tiempo, me di cuenta de que este aspecto escatológico de las «intervenciones» israelíes estaba ampliamente difundido entre mis interlocutores árabes y era totalmente desconocido en mi entorno. Hasta que un estupendo artículo de Amira Hass en Haaretz en 2002 dio a conocer esta cuestión ligada al alivio del soldado israelí.
 
Se trata del típico «mito» que los palestinos y libaneses conocen y cuentan desde hace años, pero que los medios occidentales ocultan completamente porque se trata sin duda de una mentira inventada por esos árabes antisemitas. Hasta el día en que, al ser publicado en un periódico israelí, ese «mito» palestino adquiere por fin el estatus de verdad histórica. Un poco como esa célebre Nakba de la que los palestinos nos han estado hablando durante tanto tiempo, hasta el día en que, por fin, los «nuevos historiadores israelíes» nos permitieron descubrir, a finales de los años ochenta, lo que los árabes sabían desde 1948.  

Las aventuras estercolares del Tsahal están documentadas en inglés, de manera fragmentaria, y apenas en francés. Les dejo pues aquí un resumen de este repugnante asunto. Las traducciones son mías, y el lector, como siempre, está invitado a consultar los textos originales en inglés para evitar reproducir mis eventuales errores de traducción.

Comencemos esta narración sobre el valeroso soldado israelí en medio hostil por las
memorias de Jean Said Makdisi, Beirut Fragments:
Después de que se fueran los israelíes [de Beirut, en 1982], empezamos a oír los aspectos más extraordinarios de la ocupación. Las detenciones, los acosos, los tiroteos, los pillajes sistemáticos eran cosas que todo el mundo esperaba y, de hecho, habían ocurrido. Pero lo más inesperado, cuando se oía hablar de ello por primera vez, provocaba una risa titubeante. Progresivamente, descubrimos que lo que parecía ser al principio un incidente aislado era en realidad una marca de fábrica y había tomado dimensiones mucho más importantes.
Los soldados israelíes, en todos los lugares en los que se habían alojado habían defecado en sitios escogidos. Encima de libros, muebles, ropa, alfombras, en el suelo de los dormitorios, junto a los baños y en las bañeras, en los pupitres de las escuelas y hasta los escaparates de las tiendas, la gente descubrió heces descompuestas. Alguien juró conocer una vivienda cerca del aeropuerto en la que la angustiada ama de casa había descubierto excrementos en la lavadora y el lavavajillas. Oímos que un hombre había ido a su oficina y había visto esas deposiciones malolientes e insultantes en todas las mesas excepto la suya. Se sentó triunfante, jactándose a costa de sus desdichados compañeros. Después, abrió su cajón, y allí, cuidadosamente colocado en medio de sus papeles, se encontraba el legado del ejército israelí.
Y así, después de la ruina y la tragedia, después de las destrucciones y el sufrimiento, la muerte y los muertos, los cuerpos lacerados y los ojos cegados, los rostros quemados y desfigurados, las viudas y los huérfanos, después de todo aquello, lo único que quedaba era un gran montón de excrementos. Los incendios se habían apagado, ahogados en un montón de estiércol. Una horrible broma, símbolo de un desprecio superior, un hedor cósmico se había convertido en monumento a la memoria de aquellos meses de agonía.
Noam Chomsky menciona igualmente ese aspecto de la invasión de Beirut en The Fateful Triangle:
En el mismo edificio, los soldados israelíes irrumpieron en el apartamento del profesor Khalidi, titular de la cátedra del Departamento de Bioquímica de la Universidad Americana de Beirut. Lo saquearon completamente, robando obras de arte, cerámicas antiguas, utensilios de cocina, herramientas, etc. Tiraron esculturas a la calle, y los apuntes y los libros que no robaron fueron arrojados al suelo y a continuación los soldados «defecaron encima» y «rompieron huevos crudos sobre la pila de cosas».
Y más adelante:
En el hospital Berbir, que los israelíes habían bombardeado varias veces, la clínica y los apartamentos de los médicos fueron saqueados durante los cuatro días de ocupación israelí, según los médicos presentes. Rompieron sillas, dispersaron basura y comida por todas partes, unos soldados pintaron en las alfombras con pintalabios, defecaron en macetas y cacerolas, robaron las cintas de las conferencias, las cámaras de foto, etc. Una mezquita en la arteria principal este-oeste fue profanada. Muchas de sus alfombras fueron robadas, defecaron encima de otras y se esparcieron latas de cerveza por el suelo, según testigos vecinos de la mezquita.
Otra época, idénticas costumbres. Esta tradición es mencionada en Palestina en 1995 en el Palestine Yearbook of International Law:
48. En mi propia ciudad [Ramallah], una familia fue despertada el miércoles 19 de octubre de 1994 a las dos de la madrugada por un grupo de oficiales (cuatro o cinco según el testimonio de los ocupantes de la vivienda) que utilizaban un megáfono para ordenar a todos los habitantes que salieran de la casa. Acababan de detener a un sospechoso que resultó ser uno de los hijos de la familia, un joven estudiante. Dejando a la familia en el exterior, el grupo de oficiales entró en la casa y destrozó sistemáticamente cada habitación: sillones, sofás y camas fueron destripados, vaciaron los armarios y tiraron su contenido al suelo, destruyeron la cocina, despedazaron los aparatos, dieron la vuelta a los recipientes con comida, en particular los botes de aceitunas, que vaciaron en la terraza, y rompieron los cuadernos y libros escolares. Para coronar esa hazaña militar, uno de los hombres defecó en el zaguán y tiró sus excrementos sobre una de las camas. Estos acontecimientos tuvieron lugar siete horas antes del ataque de Tel Aviv del mismo día y no pueden considerarse de ningún modo un acto de venganza.
Siete años más tarde, en diciembre de 2002, Samah Jabr cuenta en el Washington Report on Middle East Affairs:
Todos fuimos sometidos a las imágenes pornográficas difundidas por los israelíes cuando ocupaban las emisoras de televisión palestinas. Esos soldados no dudaron en orinar y defecar por todas partes encima de los bienes palestinos, en las oficinas y viviendas que ocupaban.
El artículo que más dio a conocer en el extranjero esta extraña forma de «arte de la guerra» del ejército más ético del mundo fue publicado en Haaretz en 2002, escrito por Amira Hass. El título deja poco lugar a la imaginación: «Alguien ha conseguido incluso defecar en la fotocopiadora». Describe el comportamiento de los israelíes durante el sitio a las oficinas de Arafat en abril de 2002. Tras su marcha los palestinos volvieron a tomar posesión del Ministerio de Cultura.
En otras oficinas, todos los equipos de alta tecnología y electrónicos han sido destruidos o han desaparecido: ordenadores, fotocopiadoras, aparatos de fotos, escáneres, discos duros, material de montaje con un valor de varios miles dólares, monitores de televisión. La antena de difusión en el techo del edificio ha sido destruida.

Los teléfonos se han esfumado. Una colección de obras de arte palestinas (esencialmente bordados hechos a mano) ha desaparecido. Puede que hayan quedado enterrados bajo los montones de documentos y muebles, o puede que hayan sido robados. Los muebles han sido arrastrados de un sitio a otro, rotos por los soldados y amontonados. Se han volcado y arrojado las estufas de gas de la calefacción sobre los montones de papeles desperdigados, se han tirado libros, disquetes y discos, y se han roto cristales.

En el departamento para la promoción del arte infantil, los soldados han manchado las paredes con las acuarelas que han encontrado allí, y destruido los dibujos de los niños que colgaban de las paredes.

En cada una de las salas de los diferentes departamentos (literatura, cine, cultura de niños y libros juveniles), discos, folletos y documentos han sido amontonados y cubiertos de orina y excrementos.

Hay dos cuartos de baño en cada piso, pero los soldados han orinado y defecado en todos los demás sitios del edificio, en varias habitaciones en las que estuvieron viviendo alrededor de un mes. Hicieron sus necesidades en el suelo, en macetas vacías, incluso en cajones sacados de los escritorios.

Defecaron en bolsas de plástico, y las dispersaron por varios sitios. Algunas estallaron. Alguien consiguió incluso defecar en una fotocopiadora.

Los soldados orinaron en botellas de agua mineral vacías, que fueron esparcidas por docenas en todas las habitaciones del edificio, en cajas de cartón, en montones de basura y escombros, encima de los escritorios, dentro de los escritorios, en los muebles destrozados, entre los libros para niños arrojados al suelo.

Algunas de las botellas se habían abierto y el líquido amarillo se había vertido y había dejado manchas. Fue particularmente difícil entrar en dos pisos del edificio a causa del olor agrio de los excrementos y la orina. También había papel higiénico usado por todas partes.

En algunas habitaciones, no muy lejos del amasijo de materia fecal y de papel higiénico, se habían esparcido restos podridos de comida. En un rincón, en la habitación en la que alguien había defecado en un cajón, se habían dejado cajones enteros de frutas y verduras. Los cuartos de baño se habían dejado desbordantes de botellas llenas de orina, de excrementos y de papel higiénico.
En marzo de 2011, Max Blumenthal narra la vendetta después de un asesinato en una colonia: 
Los soldados han destruido bienes, robado dinero, defecado en el suelo de las casas, vendado los ojos de los habitantes antes de pegarlos, dejando a un chico de 28 años herido tan gravemente que tuvo que ser trasladado a un hospital de Nablus.
Desde entonces ha aparecido una variante adoptada oficialmente por la represión israelí: he aquí la manera que tiene el ejército de «castigar» en marzo de 2013 a los civiles palestinos que tienen la desfachatez de participar en manifestaciones:
Las fuerzas israelíes han rociado con [cañones de] agua residual sacada directamente de las alcantarillas las casas palestinas del pueblo de Nabi Saleh, como castigo por haber organizado manifestaciones semanales contra el muro del apartheid construido en las tierras ocupadas de Cisjordania.
Como bien explica el Jerusalem Post:

«Que nuestro campo sea puro.» Ésa es la filosofía de mis combatientes.

No sólo porque resume nuestra enseñanza, sino porque constituye la esencia de sus creencias y de su herencia nacional. Una creencia y una herencia que compartimos todos: israelíes religiosos y laicos, de derecha y de izquierda, en el ejército y fuera de él, y que es fuente de orgullo y de confianza incluso en los momentos más difíciles.
Pero entonces ilumínenos, Danny Zamir, usted que «dirige el programa premilitar Itzhzak Rabin», esa inaudita obsesión escatológica de sus «combatientes», ¿de dónde les viene? ¿Les viene de «la filosofía», de «nuestra enseñanza», de «la esencia de su creencia» o de «su herencia nacional»?

¿O les viene de lo que comen?

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