martes, 19 de marzo de 2013

El éxito de Beppe Grillo: ¿expresión política del precariado?

Los recientes resultados electorales del Movimiento Cinco Estrellas, creado y dirigido por el humorista Beppe Grillo, constituyen un enigma para muchos observadores. Proponemos aquí analizarlos como una expresión política, entre otras posibles, de la atomización del salariado, es decir, del precariado.

Ugo Palheta (NPA). Traducción del francés: Daniel Gil para Info Gaia. Internacionalista y Anticapitalista.


En efecto, se queda corta la afirmación, que podemos leer en el artículo de nuestro compañero de Sinistra Critica Salvatore Canavo (1), de que Beppe Grillo «expresa la ira de la población». Sin duda esta interpretación no es falsa, en la medida en que es general, pero, ¿por qué dicha ira se ha expresado de esa forma, cuando en Grecia se manifiesta desde hace varios años a través de imponentes manifestaciones, repetidas jornadas de huelga general y el ascenso electoral de Syriza? ¿Por qué ha encontrado como soporte político un movimiento y un personaje así, cuyas contradicciones políticas se complacen en señalar los comentaristas? Más allá de las razones que tienen que ver con la campaña, parece que bastante exitosa, de Grillo, que se ha apoyado sobre todo en un uso intensivo y estratégico de las redes sociales, ¿qué expresa socialmente ese éxito electoral? En otros términos, si renunciamos a pensar que la fuerza de su movimiento «flota en el aire» (para hablar como Marx), ¿en qué clase o fracción de clase se apoya?
El resistible ascenso de Beppe Grillo


Podemos encontrar elementos de respuesta precisamente en un libro escrito por Marx en los años 1850: El 18 brumario de Luis Bonaparte, por muy sorprendente que parezca, dada la etiqueta de absoluta novedad que se le ha puesto al «fenómeno Grillo», y que el propio humorista alimenta complaciente. Marx explica que si Luis Bonaparte (que se convertiría en Napoleón III) pudo obtener ese éxito electoral el 10 de diciembre de 1848, cuando parecía estar aislado en el terreno político y desprovisto de toda cualidad intelectual o moral, es porque representaba al campesinado parcelario, una clase que no es tal en la medida en que sus condiciones de existencia, que aíslan a cada campesino en su parcela separándolo del conjunto de sus congéneres, le impiden organizarse colectivamente de manera autónoma. De este modo, incapaz de representarse a sí misma, es decir, de dotarse de una expresión política propia, esa masa de individuos decide dejar su destino en manos de un hombre providencial. Éste, a pesar de su probada mediocridad, cuenta, en efecto, con la ventaja de ser el sobrino de Napoleón I y de beneficiarse por ello de un capital de simpatía entre los campesinos. Es importante añadir que, según Marx, ese éxito de Luis Bonaparte descansaba en la incapacidad de la izquierda francesa para establecer un vínculo sólido entre las reivindicaciones propias de ese campesinado y las aspiraciones del proletariado revolucionario de las ciudades, masacrado en las jornadas de junio de 1848 por haberse tomado en serio las promesas emancipadoras de la revolución de febrero.


¿Por qué este paralelismo entre dos situaciones históricas que parecen a primera vista totalmente distintas? Porque, salvando las distancias, existe un elemento común en el modo de representación política que está en la base del éxito de Grillo tanto como en el de Luis Bonaparte, pero también en el contexto de crisis política que hace posible ambos sucesos. Si ha triunfado en Italia un movimiento dotado de una estructuración política muy débil y que pretende estar por encima de las divisiones políticas y sociales, ello se debe a la manifiesta incapacidad por parte de la izquierda y del movimiento sindical de proponer, en esta situación histórica de crisis del capitalismo, una narrativa coherente y unificadora de las dificultades que encuentran las franjas precarizadas de la población, que precisamente conforman el núcleo del electorado de Grillo. En efecto, éste  ha obtenido un 40% entre los obreros (frente a un 21% del Partido Democrático) y un 42% entre los parados (frente al 20% del PD). Podemos también suponer que sus buenos resultados en el grupo socialmente muy heterogéneo de los independientes (40% frente a un 34,5% para la derecha) se concentra en los sectores depauperados de esta pequeña burguesía, que sigue estando cuantitativamente bien representada en Italia. Así, Grillo ha conseguido ganar a partir de una crítica sin concesiones a los partidos que se suceden desde los años noventa y de un programa contradictorio, que reserva un lugar importante a las reivindicaciones ecologistas y también sociales (por ejemplo, la propuesta de instaurar un salario mínimo), que a la vez pretende conciliar los intereses del capital y del mundo del trabajo y que utiliza un discurso antisindical de pequeño empresario y flirtea con la xenofobia.


Detrás de la cortina de humo, la ausencia de democracia interna


A pesar de todo, esas contradicciones, en el estado actual de confusionismo político y de falta de herederos de la izquierda anticapitalista le han permitido hacerse con los votos de una parte considerable de las víctimas de la crisis sin fin del capitalismo. En efecto,  incapaces de dotarse de una expresión política propia, a causa del clima de guerra de todos contra todos que ha conseguido instaurar el neoliberalismo (a través del desempleo masivo, la precarización generalizada, el neo-management, etc.) los millones de trabajadoras y trabajadores italianos atomizados han elegido poner sus destinos en manos de un tribuno que pretende elevarse, por la simple fuerza del verbo, por encima de las clases en lucha y de los partidos desacreditados, invirtiendo en ello su capital de simpatía adquirido en la esfera del espectáculo. Detrás del elogio de la democracia «participativa», permitida, dicen, por la horizontalidad de las redes sociales y los medios de comunicación digitales, encontramos un movimiento extremadamente vertical en el que las decisiones esenciales escapan a sus simpatizantes, pues son tomadas por un puñado de dirigentes que no han sido en modo alguno elegidos tras una discusión democrática que atraviese el movimiento, y en última instancia por dos hombres: Beppe Grillo y Gianroberto Casaleggio. La apología de la horizontalidad cubre así el planteamiento del difícil problema de las formas democráticas en una organización política, y enmascara, en el caso del Movimiento Cinco Estrellas, que hoy por hoy no es más que un envoltorio vacío, la ausencia de toda democracia real.


Daniel Bensaïd
La estrategia de comunicación elaborada y puesta en práctica por Grillo y Casaleggio se ha encontrado de este modo con las ilusiones (hay que decir que aún muy extendidas en el movimiento altermundialista y más allá) según las cuales la democracia real se opone a toda forma de estructuración y prohíbe todo momento de centralización. En este punto, no podemos sino remitirnos a lo que escribía Daniel Bensaïd en abril de 2008, en respuesta a una carta de Raoul-Marc Jennar, quien le interpelaba sobre la cuestión del «centralismo democrático»:
La democracia y una cierta forma de centralización necesaria no solamente no son antinómicas (como a menudo se cree), sino complementarias. En realidad, la una es condición de la otra. [...] Por una parte, porque importa, en democracia, que la discusión tenga un objeto, que desemboque en una decisión que comprometa a los participantes, sin lo cual sería una simple charla de café o un intercambio de opiniones después del cual cada uno vuelve a lo suyo. Por otra parte, porque hacer juntos lo que se ha decidido es la única manera de comprobar la validez de la decisión o corregir sus errores. Se trata de un principio elemental de responsabilidad: es imposible hacer colectivamente una valoración de orientaciones que ni siquiera se han intentado aplicar colectivamente, descargando entonces sobre los demás la responsabilidad de los errores. Y por último, porque la política es una cuestión de relaciones de fuerzas y no sólo de pedagogía, y es necesario poder, en algunos casos (no todos), concentrar toda las fuerzas en un punto para dar una sacudida. Sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad sometida a relaciones de dominación materiales e ideológicas, en la que se lucha con armas (muy) desiguales.
La responsabilidad de la izquierda radical

Pero para que se afirmara el éxito político y electoral de Grillo era necesario también que la izquierda italiana (en particular Rifondazione Communista, que hasta principios de los años 2000 era depositaria de las esperanzas de cambio de millones de militantes, de trabajadores y de jóvenes radicalizados/as) acabara de perder toda credibilidad ante todos y todas las que aspiran a transformar el orden existente, reduciendo así a la nada el capital de radicalidad que se había manifestado principalmente en Génova en 2001. Aparte de sostener durante años a gobiernos neoliberales que han roto todas las conquistas del movimiento obrero italiano y además han metido al Estado en guerras imperialistas (Iraq, Afganistán), Rifondazione ha elegido en estas elecciones invisibilizar cualquier respuesta anticapitalista a la crisis, integrándose en una coalición (llamada Revolución Civil) que la ha situado a remolque de los partidos de centro y de un personaje, el juez anticorrupción Di Pietro, cuya radicalidad lo llevó... a dar su voto de confianza a Mario Monti, ejecutor de la política de austeridad llevada a cabo en la Italia de estos últimos años. El resultado ha sido de una claridad absoluta y constituye una sanción inapelable a la estrategia política que combina «movimientismo» y sumisión política al social-liberalismo: mientras el movimiento de Grillo ha obtenido un 25,5% de los sufragios y 108 diputados, la lista de Revolución Civil no ha conseguido más que el 2,2% y por tanto ningún diputado (2). 

Así pues, para entender el éxito de Beppe Grillo hay que poner en relación el estado del campo político italiano, que se caracteriza en particular por la desaparición progresiva de la izquierda radical en tanto que fuerza política autónoma, y estado del campo del trabajo, desestructurado por las estrategias patronales de atomización de la mano de obra, cuyos efectos han sido potenciados por el hecho de que las direcciones sindicales no se han sustraído (en Italia menos que en Francia) a las lógicas de colaboración de clase consistentes en negociar los retrocesos, es decir, a regatear en qué condiciones se abandona lo esencial de las conquistas obreras  que marcaron el siglo XX (3).

Notas


1. «Italie: les soubresauts de la crise», Tout est à nous, n°184, 28 février 2013.

2. Recordemos que en las legislativas 1996, Rifondazione Communista obtuvo un 8,5% de los votos, 5% en 2001, 5,8% en 2006 y finalmente, como miembro de la coalición La Izquierda-El Arco Iris, un 3,1% en 2008.

3. Sobre este punto, véase el artículo de Piero Maestri: «Italie: sauvons les conquêtes sociales», Tout est à nous, n.° 159, 26 de julio de 2012.

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